La propuesta y la oposición de ayer y hoy.
José Antonio Robledo y Meza
Colegio de Filosofía, FFyL-BUAP
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Es por la política de conciliación que se conjuntan los intereses que “aparentan” estar separados.
Muchos mexicanos acompañaron a Juárez en la construcción de la vigente república mexicana. Uno de ellos fue el médico Gabino Barreda Flores. Hoy junto a muchos mexicanos está un médico Hugo López Gatell Ramírez acompañando al presidente Andrés López Obrador en la tarea de consolidar la tarea de construir una Nueva República.
Ayer la oposición a Juárez se disfrazó de oposición a Gabino Barreda. Hoy la oposición repite la receta fracasada.
Veamos una pequeña parte del ayer.
En 1861 Gabino Barreda reanuda su carrera como escritor al publicar el trabajo “La Homeopatía o juicio crítico sobre este nuevo medio de enseñar a los cándidos.” Desde entonces Barreda empieza a conjuntar a su reconocida capacidad de observación clínica su sentido crítico que lo llevará a formular atinados diagnósticos de la situación social –política y cultural- de México y recomendar remedios que resultaron certeros en sus propósitos. Ejemplos de diagnósticos sociales son los contenidos en sus trabajos “De la educación moral” (3 de mayo de 1863), “Oración cívica” (16 de septiembre de 1867) y la Carta a Mariano Riva Palacio (10 de octubre de 1870).
Durante la guerra de los tres (1857-1961) años se llevó a cabo un acontecimiento que marcaría profundamente a Barreda. Fue la conocida “matanza de Tacubaya” –11 de abril de 1859- donde de entre 53 personas que fueron fusiladas por el general Leonardo Márquez estaba Juan Díaz Covarrubias quien era estudiante de medicina. Tal impacto emocional causó a Barreda este hecho que en la “Oración cívica” llamaría a Márquez la “hiena de Tacubaya”.
El tres de mayo de 1862 Gabino Barreda –dos días antes de la famosa batalla de Puebla- contrae nupcias con Adela Díaz Covarrubias, hija del poeta y periodista José de Jesús Díaz y hermana de dos destacados juaristas: Francisco y José de Jesús. Para el nueve del mismo mes Barreda firma un manifiesto celebrando la victoria del cinco de mayo y exhortando a la población a guardar la compostura frente a los prisioneros de guerra.¹
Antes de terminar el año de 1862 Barreda se traslada a vivir a Guanajuato como respuesta a la invitación hecha para “con todos los honores con que se pretendió atraerlo como el nombramiento de Miembro de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México no obstante la nota laudatoria de Víctor Duruy, que lo acompañaba”.² Esta comisión se transformaría, el 10 de abril de 1865, en la Academia Imperial de Ciencias y Literatura que desapareció en 1866.
El traslado de Barreda a Guanajuato tal vez se explique por el hecho de que era un espacio político dominado por uno de los más influyentes actores vinculados a Juárez: Manuel Doblado quien con su presencia hizo desistir a Santiago Vidaurri -gobernador de Nuevo León y posteriormente consejero imperial y ministro de Hacienda de II Imperio-, de atentar contra la integridad del presidente en su marcha que lo condujo hasta el Paso del Norte. Habla Barreda:“El 7 de diciembre de 1863 parte [Doblado] de Guanajuato a continuar la lucha y aun realizará la hazaña de salvar la vida del que encarna la resistencia de la Patria, de Juárez, al escoltarlo con las tropas de Guanajuato y evitar la traición que pretendía consumar Vidaurri con secuestrarlo en Monterrey; pero al ver que Manuel Doblado acompaña al Presidente, se retira de la ciudad.”³
De la posición política de Barreda no quedan dudas cuando el 27 de noviembre de 1863 suscribe con otros 73 diputados entre los que se encuentra Pedro Conteras Elizalde un manifiesto del Congreso de la Unión a sus comitentes contra la Intervención Francesa y firmada en San Luis Potosí.⁴ No debe olvidarse que en mayo del mismo año Barreda inicia sus escritos políticos, dando a luz “De la educación moral”. Según Valverde, este documento fue leído por Barreda “en el seno de una sociedad científica”⁵ -posiblemente la Academia de Medicina de México- y publicado por primera vez en el número 839 de El Siglo Diez y Nueve correspondiente al 3 de mayo de 1863, y reproducido en múltiples ocasiones.⁶
El Siglo Diez y Nueve fue la publicación más importante del siglo recogido en su nombre. Inició su publicación el 8 de octubre de 1841 y tras algunos cierres esporádicos -durante los años de 1845 a 1848, 1858 a 1861, 1863 a 1867- fue cerrado definitivamente durante su cuarta época en 1896. Este periódico tenía como lema “Unión” y se autodescribía como “Periódico político, literario y de avisos” editado en la imprenta de Ignacio Cumplido. De él se conservan un total de 110 volúmenes y en sus inicios fue representativo de liberalismo moderado en manos de José María Lacunza, Luis de la Rosa, Joaquín Cardoso, Mariano Otero, Juan Bautista Morales entre otros. En 1855 bajo la dirección de Francisco Zarco se manifestó partidario de las posturas exaltadas recuperando su moderantismo en 1869 cuando toma la dirección Manuel Payno. Durante sus varias épocas transitaron en sus páginas escritos de personajes que tenían como seudónimos los siguientes: “El Gallo Pitagórico” (Juan B. Morales), “Fidel” (Guillermo Prieto), “El Nigromante” (Ignacio Ramírez).
“De la educación moral” –un breve documento de 21 párrafos- trata de la fundamentación de la reforma en el ramo de la educación moral que debe ser impulsada por el gobierno. Moral racional que Barreda funda, no en dogmas religiosos, sino en la biología (fisiología y patología) y la psicología, cuyo fin sería el cultivo de los buenos instintos: la inclinación al bien común, a los actos simpáticos, o altruistas.
El documento resultó significativo en la biografía intelectual y política de Barreda y en la elaboración de la narrativa liberal por, básicamente, tres razones. Fue el primero en abordar el asunto global de la educación pública en México; ofreció una constancia concreta de las motivaciones ideológicas y efectivas -liberales-positivistas- del autor, que influirán en la matización juarista de la narrativa liberal. Finalmente, es un ejemplo concreto de los fuertes lazos políticos existentes entre Barreda y el grupo de juaristas ya que el documento fue un respaldo a Juárez como presidente frente a una terna de circunstancias adversas en ese momento.
Abordemos uno a uno estos últimos aspectos mencionados.
En relación a las motivaciones ideológicas y afectivas Barreda es muy claro cuando señala que el fin de la educación moral sería la modificación de los actos del alma en el sentido más conveniente para alcanzar el bien común por medio del altruismo. A la pregunta de ¿Qué es la educación moral? Barreda responde, en el párrafo 18, que es la más importantes de todas las ciencias y la más útil de todas las artes. Son las reglas de conducta comunes a todas las religiones y creencias. Son reglas universales cuyo objeto es la equidad y el amor al prójimo. Las inclinaciones hacia el bien o el mal responden a las necesidades que sus respectivos órganos manifiestan; tales órganos se encuentran en la masa cerebral (alma). Con respecto a la libertad Barreda plantea en el párrafo 15 que:
Lejos de ser incompatible con el orden, la libertad consiste en todos los fenómenos, tanto orgánicos como inorgánicos, en someterse con entera plenitud a las leyes que lo determinan. [...] Otro tanto sucede en el orden intelectual y moral, la plena sujeción a las leyes respectivas caracteriza allí, como en todas partes, la verdadera libertad. No es uno dueño de dar o rehusar su aquiescencia arbitrariamente a una demostración que se ha logrado comprender; la inteligencia, mientras conserva su estado fisiológico, no puede usar de su libertad de otro modo que convenciéndose de la verdad que así se le demuestra y exigir o aun pretender lo contrario, será siempre atacar nuestra libertad [...]
Con respecto a su filiación juarista, Barreda en “De la educación moral” responde, en primer lugar, al maltrato del Episcopado Mexicano dado a Juárez en la Carta Pastoral “Manifestación de los obispos en defensa del Clero y de la doctrina católica con ocasión del Manifiesto y Decretos expedidos por Juárez en Veracruz” de fecha 30 de agosto de 1859. En este documento dirigido “a todo el mundo católico” fue firmado por “Don Lázaro de la Garza y Ballesteros, arzobispo de México; Licenciado Clemente de Jesús Munguía, obispo de Michoacán, por el Doctor Don Francisco de Paula Verea, obispo de Linares, por el Doctor Don Pedro Espinosa, obispo de Guadalajara por el Doctor Don Pedro Barajas, obispo del Potosí, y por el Doctor Don Francisco Serrano como Representante de la Mitra de Puebla”. En esta carta recriminan al “Señor Juárez” los decretos de 12, 13 y 23 de julio que “ha llevado hasta sus últimos extremos la sistemada (sic) persecución a la Iglesia”. Los firmantes se quejan de “la exaltación demagógica e impía”, que ha hecho del clero mexicano “la primera causa de todos los males que pesan sobre México, como el enemigo constante de la civilización y del progreso, como el partidario instituido del depotismo y de la Tiranía, como el aliado nato del ejército contra las instituciones políticas y libertades públicas.” Los firmantes justifican su escrito como oposición “a la propaganda cismática” y que “libre de pasión” y “sana crítica” los sucesos que definen el conflicto de la Iglesia con el Estado han definido, “primero, que la Iglesia no ha hecho nunca oposición a ningún gobierno sino en clase de defensa canónica y cuando ha sido provocada por leyes y medidas que atacan o su institución o su doctrina o sus derechos; segundo, que siempre se ha defendido exclusivamente con sus armas, que son las espirituales; y por último, que aun esto lo ha hecho con suma prudencia y caridad heroica.”⁷ Como puede verse el documento barrediano apunta muy claramente en contra de una supuestas autoridad, doctrina y derechos de la Iglesia con respecto a la educación.
Es, en segundo lugar, una respuesta al antijuarismo presente entre distintas facciones liberales como los “orteguistas”, los “dobladistas” y los jóvenes abogados fogosos, expresado de manera concertada por un grupo de 51 diputados que habían pedido su renuncia como Presidente Constitucional el 7 de septiembre de 1861. En respuesta el mismo día otros diputados dan su apoyo a Juárez y entre éstos está Porfirio Díaz.
La historia de la solicitud de renuncia comienza el día 15 de julio en sesión secreta extraordinaria, tuvo lugar el dictamen de las comisiones unidas de Hacienda y Crédito Público, en relación a la iniciativa del gobierno de percibir todo el producto líquido de las rentas federales.⁸ El 16 de julio las sesiones secretas extraordinarias continuaron y en ellas se aprobaron dos propuestas: primero, el Gobierno de la Unión recibiría todo el producto líquido de las rentas federales y se suspenderían los pagos de la deuda externa por el término de dos años; segundo, cada 15 días las aduanas marítimas y oficinas recaudadoras de las rentas federales, tendrían que remitir su estado de ingresos y egresos a la Tesorería General.⁹
Pese a los esfuerzos realizados, la firma oficial del decreto de suspensión del día 17 de julio de 1861, aceleró la intervención extranjera. No pasaron más de tres meses de la expedición de aquel decreto, cuando el 7 de septiembre, un grupo de diputados en nombre de supremas necesidades y de la salvación de los principios políticos liberales que profesaban, le pidieron al Ejecutivo su renuncia temporal o absoluta.¹⁰ Entre los solicitantes figuraban Ignacio Manuel Altamirano, Pantaleón Tovar, Manuel Romero Rubio, Justino Fernández y Vicente Riva Palacio.¹¹
¿Cuál era la esencia de aquella protesta? Ante todo, la redefinición de las relaciones políticas entre Juárez y los Estados de la República. Pues entonces la facción antijuarista descubrió que en México no existía la unidad federativa que el sistema republicano exige, como tampoco la unidad nacional: “Vemos en la situación actual un elemento mayor que otro alguno de desorganización en la rotura casi absoluta de los lazos federativos [...] Falta pues, la unidad federativa y con ella faltará dentro de poco la unidad nacional”. Y los solicitantes argumentan de manera categórica que el gobierno ha perdido su legitimidad:
Creemos –dicen los opositores a Juárez- que para consumar una gran revolución no son bastantes los títulos legales, es necesario el tacto político; creemos que para mandar a un pueblo que tiene la conciencia de su fuerza no alcanza la coacción de la ley y que, en los países que han aspirado ya las auras de la libertad, el único Gobierno posible es el basado sobre el prestigio y el amor de los pueblos, prestigio y amor que desgraciadamente a perdido de todo punto el actual personal de la administración.¹²
En este mismo año las elecciones favorecieron a Juárez por 5 282 votos pero Vicente Riva Palacio, electo diputado al Congreso de la Unión, argumentó que como el total de electores era de 15 mil, Juárez no logró la mayoría absoluta y por lo tanto la decisión la tendría el Congreso. A pesar de ello 61 diputados votaron por Juárez y 55 por González Ortega.¹³
De acuerdo con Justo Sierra atrás del movimiento contra Juárez estaban González Ortega, Doblado, Vidaurri y Comonfort; el primero era un exaltado, el último un moderado; entre estos dos colores se distribuían todos los matices de los enemigos políticos de Juárez -no hablamos de los religiosos-; estos opositores “constituían una suerte de grupo girondino, pero no con un programa de doctrinas, sino una aversión personal.”¹⁴
Finalmente, el documento de Barreda es un abierto apoyo frente a la presencia y consolidación de la intervención francesa. Barreda escribe su documento, bajo la presidencia itinerante de Juárez, dos años después de suspendida la deuda externa, y un ambiente de guerra por todos lados. Guerra de secesión en los Estados Unidos, guerra de intervención preparando la llegada de Maximiliano a México para fundar el II Imperio Mexicano y guerra civil -enfrentamiento entre republicanos y monarquistas, entre liberales y absolutistas, y entre facciones liberales-. Con los actores en lucha, mexicanos, estadunidenses, europeos, el mundo Atlántico mostraba cuan estrechas eran sus relacione.¹⁵ Reflejo de sus imbricadas relaciones en materia cultural son los documentos barredianos en el orden de lo político.
En este caos nada aparente es que Barreda se manifiesta como el ideólogo juarista del orden. Su interés por las reformas educativas para hacer posible un orden político y social -encabezado por el gobierno juarista- es claramente expresado por primera vez. Notable por su consistente argumentación. “De la educación moral” habla en favor de la intervención estatal en la instrucción pública y de cómo las escuelas pueden convertirse en el instrumento de culto a los héroes para dar “ejemplos de moralidad y de verdadera virtud excitándoles el deseo de imitarlos, no a fuerzas de aconsejárseles ni menos de prescribírseles, sino haciendo que este deseo nazca espontánea e insensiblemente en ellos, en virtud de la veneración irresistible de que se vean poseídos hacia hombres cuyos hechos se les hayan referido.”¹⁶
Otros documentos por venir -del mismo Barreda- como la “Oración cívica” del 16 de septiembre de 1867 y la “Carta” dirigida a Mariano Riva Palacio el 10 de octubre de 1870, compartirán este interés por instrumentar la educación pública en aras de un orden político secular y laico-. El documento “De la educación moral” es una importante constancia de una visión del mundo compartida por un grupo de mexicanos encabezados por Juárez en el terreno político y por Barreda en el ideológico. Así mismo establece con claridad que el objetivo del orden político, es el objetivo que podría alcanzarse a través del instrumento de las escuelas públicas.
Otro hecho de primera magnitud que hay que tomar en cuenta son las reacciones generadas en torno a la Constitución de 1857. Muy pronto se vio frustrada en su objetivo de unir a los mexicanos al grado que el presidente en turno –Ignacio Comonfort- se ve obligado a derogarla creando una división mayor entre los actores políticos que estaba muy lejos de los esfuerzos políticos de conciliación con los que se inició el Constituyente de 1856. Tanto los dividió que fue el pretexto para iniciar una feroz lucha por el poder entre defensores y denostadores, preparando con ello la intervención extranjera. Y nuevamente Barreda da muestra de sus habilidades como clínico, tanto en su “De la educación moral” como en su “Oración cívica”. En ambos documentos se interpretan hechos sociales y se replantean problemas en torno a su pasado y presente –la tradición cultural en lo relativo a la condición humana-, y de una posible salida a su desarrollo y progreso. De esta manera, la visión del pasado y futuro de la humanidad están considerados en el diagnóstico que el médico Barreda hace del presente mexicano. Es así que, en ambos documentos, los lectores nos vemos envueltos en las preguntas acerca de la validez del conocimiento de la realidad y de su uso en la práctica para determinar el futuro de la sociedad mexicana.
En el contenido “De la educación moral” se aprecia la orientación positivista del autor. Como ya lo señalamos antes es con este tema que Barreda abre su expediente en torno a su personal interés en materia político-educacional y en las reformas encabezadas por el Estado en dicha materia. La regeneración a la que aspira, Barreda pretende llevarla a cabo dividiendo la responsabilidad entre la familia y las escuelas públicas. La primera debe estimular la práctica de las buenas acciones y reprender las malas, mientras que la segunda debe proporcionar los ejemplos de moralidad y de verdadera virtud. De esta manera Barreda distribuye responsabilidades: la familia educa y la escuela instruye.
Del título del documento se desprenden las preguntas que le dan sentido. ¿Quién debe educar? La familia. El gobierno debe instruir. ¿Qué debe enseñar? La moral. ¿A quién debe instruir? A los ciudadanos, a los súbditos del gobierno. En otras palabras la escuela pública mediante la enseñanza de las buenas acciones, de ejemplos de verdadera virtud, debe moralizar al ciudadano. La necesidad de la reforma o regeneración, dice Barreda, viene de la necesidad por revertir, fundamentalmente, dos efectos de la tradición cultural: la influencia desastrosa de una educación puramente egoísta dependiente de los dogmas religiosos,¹⁷ y el anárquico e inmoral escepticismo, que fue la necesaria e inmediata consecuencia del rápido y creciente descrédito a que desde la aparición de las doctrinas disolventes del siglo XVIII, y sobre todo, desde la gran explosión francesa, quedó irrevocablemente sujeto el catolicismo, y con mayor razón, el protestantismo. Todo esto está anunciando una mejor sistematización de las narrativas liberales en torno a la legitimidad del nuevo Estado que está inmerso en el la narrativa universal de la civilización, esto es, de que la única fundamentación racional del nuevo Estado debería provenir de la ciencia, ya que ella garantizaba el orden político y social, y que por medio de la reforma educativa –donde se conciliara el laicismo con la obligación del gobierno en velar por él- sera posible la reforma social y política, la conciliación y la unidad nacional. Pero esta sistematización de la narrativa liberal será objeto de la “Oración cívica”.
Ese objetivo lo fundamenta en el develamiento de varias dicotomías utilizadas por Barreda entre los que resaltan las que tienen que ver con la oposición entre la autoridad versus la convicción: el mezquino interés individual (las inclinaciones malévolas, los malos instintos, las tendencias egoístas) versus el bien común (las inclinaciones benévolas, los buenos instintos, las inclinaciones altruistas), el espíritu teológico (los teólogos y los metafísicos) versus el espíritu positivo (lo científico), la moral sobre bases positivas y evidentes versus el anárquico e inmoral escepticismo y, finalmente, la verdadera libertad, la plena sujeción a las leyes del orden intelectual (la verdad) y la moral (amar siempre lo se cree bueno y rechazar lo que parece malo) versus la libertad inmoral y absurda, la arbitrariedad, el ciego capricho, la inquisición.
Con la Intervención en su momento más álgido, el documento de Barreda no tuvo mayor impacto. De eso dan cuenta los periódicos de la época que no refieren polémica alguna. Y mientras tanto Barreda, según sus biógrafos, se dedicó a la práctica profesional de la medicina en Guanajuato en donde se daría la lectura de la “Oración cívica”.
Con el triunfo de los republicanos don Gabino es nombrado para decir, el 16 de septiembre de 1867 en la ciudad de Guanajuato, el discurso que hemos mencionado repetidas veces: la “Oración cívica” pronunciada en Guanajuato el 16 de septiembre de 1867. Con lo dicho hasta aquí comprendemos que la designación de Barreda como orador en fecha y lugar tan simbólicos para los mexicanos no era gratuita. Barreda cubría con creces el requisito político de lealtad hacia el grupo juarista para representarlo, era una autoridad reconocida en el campo de la medicina y, algo importante, tenía un discurso que decir y que seguramente contaba con el aval de sus más allegados y probablemente del mismo Juárez.
Hoy como ayer resuenan tanto las palabras de Juárez como de Barreda:
Mexicanos: hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra Patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad.¹⁸
Que en lo sucesivo una plena libertad de conciencia, una absoluta libertad de exposición y de discusión, dando espacio a todas las ideas y campo a todas las aspiraciones, deje esparcir la luz por todas partes y haga innecesaria e imposible toda conmoción que no sea puramente espiritual, toda revolución que no sea meramente intelectual. Que el orden material, conservado a todo trance, por los gobernantes y respetado por los gobernados, sea el garante cierto y el modo seguro de caminar siempre por el sendero florido del progreso y de la civilización.¹⁹
A la distancia las palabras de Barreda dirigidas a Juárez sirven como referencia al sentido de la vida del mismo Barreda. Como Juárez, Barreda mismo fue un mexicano ejemplar que se integró al esfuerzo colectivo encabezado por Juárez para sacar adelante a México. Al estar vinculada la gloria de México a Juárez, Barreda establece que todos los mexicanos pueden participar de esta gloria si lo imitan, como él lo imitó, en su defensa de las leyes, de la libertad, el orden y el progreso.
Como ayer Juárez y Barreda, hoy día López Obrador y López Gatell Ramírez refrendan el compromiso de guiar a los mexicanos a construir un mundo mejor.
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Barreda, 1877, 107-117; Revista Positiva, no. 5, 01.05.1901; Barreda, 1992 (1941), 107-118 (esta versión no contiene los párrafos 6, 7, 8, 12, 16, 17, 19, 20, 21); Barreda, 1978, 5-12. También ha sido vertido al francés en Revue Occidentale... París. (Noriega, 1969)
7 Alfonso Alcalá y Manuel Olimón (comps.), 1989, “Manifestación de los obispos en defensa del Clero y de la doctrina católica con ocasión del Manifiesto y Decretos expedidos por Juárez en Veracruz, 30 de agosto de 1859, en Episcopado y Gobierno de México. Cartas Pastorales Colectivas del Episcopado Mexicano 1859-1875, México, Ediciones Paulinas, 19-23.
8 La sesión secreta extraordinaria del Congreso de la Unión tuvo lugar en la ciudad de México el 15 de julio de 1861, en Jorge L. Tamayo (Selección y notas de), 1966, Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia, t.4, Secretaría del Patrimonio Nacional, México, 653-654.
9 Tamayo, 1966, t.4, 653-655.
10 “Un grupo de Diputados pide la renuncia a Juárez como Presidente constitucional”, en Tamayo, 1966, t.5, 13-16.
11 Tamayo, 1966, t.5, 16
12 Tamayo, 1966, t.5, 13-15.
13 Tiempo de México, 1a época, Ciudad de México, de junio de 1861 a mayo de 1864, n. 15, 1-2; México, 1984, 2a ed. SEP.
14 Sierra, 1956, vol. III, 318.
15 De acuerdo con un supuesto de Hale el liberalismo mexicano desde el principio “era una entidad histórica que formaba parte de un conjunto más amplio de pensamiento y de política, que es el mundo atlántico” (Hale, 1995, 10) y éstos sólo pueden entenderse adecuadamente si se les relaciona con la amplia experiencia occidental de la que forma parte.
16 “De la educación moral”, párrafo 13.
17 “De la educación moral”, párrafo 19.
18 Benito Juárez, 1964-1972, Documentos, discursos y correspondencia, 16 vols., compilación hecha por Jorge L. Tamayo, México, Secretaría del Patrimonio Nacional, vol. 12, 250.
19 Párrafo 94 de la “Oración cívica”.
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