¿Existe una identidad nacional?
Amaranta Dafne Pérez Hernández
Curso: Antropología Filosófica Contemporánea, 2019
Colegio de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras- BUAP
“Hombre de arcilla y maíz, dorado, ambarino, quemado; ocre ocredad y cimiento, barro con barro pegado”… El mexicano lleva en su constitución una túnica de fantasía, una prolija creación; proveniente de una casta de hombres aguerridos, de guerreros que gobernaban en los albores del viejo mundo, de hombres que enfrentaban la muerte y se consagraban a la infinitud de la vida, el mexicano es el culmen perfecto del arraigo al maíz y la extranjera religión que se impuso cuando este nuestro territorio era Nueva España. El mexicano está cargado de una extensa carga conceptual; es hombre, es fuerte y en su más ínfima instancia es ser ancestral; es sacerdote y chamán y lleva consigo en cada palabra que es pronunciada por sus labios de mezcal una identidad que está fundada en un patriarcado matriarcal. Se preguntarán ¿cómo es posible que donde manda el padre se asiste un reinado femenino? Desde nuestros arquetipos más exiguos al pasado encontramos enraizada una trama donde el poder masculino se encuentra bajo el resguardo de la dádiva femenina. Si nos remontamos a la era paleolítica, el hombre era aquel que cazaba, el símbolo masculino del poderío pero siempre resguardado por esa madre protectora que era la cueva. Si venimos un poco más al presente, en la religión encontramos la dupla perfecta de una síntesis del padre victorioso ante la figura de la madre progenitora; Dios el ser perfecto por naturaleza, masculino y poderoso, omnipotente en todo su esplendor, se contempla como una figura masculina pero siempre en el resguardo de una Iglesia madre protectora. La identidad del mexicano es una y es de todos común, se proclama la victoria del “macho” pero siempre exaltando el referente de la fémina cadenciosa.
El mexicano es un constructo de nacionalidad; el mexicano no se “raja” porque rajarse es de vencidos, es menospreciar esas aptitudes que van más allá del alma. El mexicano se pinta fuerte y valeroso porque no se humilla ante el rival o el atacante pero muestra una cabeza gacha y dócil ante aquel que le abre la sensibilidad de su esencia. Los mexicanos somos cálidos y fiesteros porque no importa la carencia con que se transcurra nuestra existencia hacemos reuniones colectivas donde damos gritos de ¡viva México! al unísono. No importa que tan recortada sea nuestra quincena o si hemos de pasar días en la penumbra monetaria, el mexicano despilfarra cuando puede, cuando se trata de ser uno con el pueblo. Da saltos y baila contento cuando se trata de las ocasiones especiales, olvida eso malo que continuamente le acontece. El mexicano no es inglés ni norteamericano, el mexicano es mexicano porque su linaje así lo dicta, porque en las venas lleva sangre indígena y en la tez un ligero rastrojo de la piel española; es mezcla y aseveración. El mexicano dice groserías cuando está enojado porque quiere verse fiero pero en la intimidad de los adentros el hombre de esta nación es un personaje cálido pero intempestivo. Así somos, la proclamada raza del maíz; somos un sentir, una nación; somos la ideología de la tierra llamada México en donde nos dispersamos a través de su territorio dando particularidades a esa identidad que nos hace connacionales; los del norte con un hablar más hosco y golpeado, los del sur con un habla más queda y cantada. El hecho de afirmarse como perteneciente de esta tierra nos transmite orgullo y nos plaga el estómago de enchiladas y quesadillas porque los que nacimos aquí simbolizamos el amor con la comida, nos gusta comer en compañía y siempre hablando por eso el mexicano necesita dos horas de comida en los trabajos comparado con el chino o el japonés que tan solo dispone de algunos escuálidos minutos. Somos padres del amor por esta tierra, protestamos por las injusticias, amamos los símbolos patrios y adornamos con ellos las casas los 16 de septiembre. No me queda más que decir, que el mexicano es así, fuerte pero sublime, hablador pero penoso, una mezcla y la idealización del hombre aguerrido que lucha por su honor.
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