martes, 21 de enero de 2020

Autonomía, laicismo y universidad pública. Primera parte

Guillermo de Ockham, también Occam, Ockam, (en inglés: William of Ockham)
(c. 1280/1288-1349) fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico inglés.

Autonomía, laicismo y universidad pública. Primera parte
José Antonio Robledo y Meza
Colegio de Filosofía, FFyL-BUAP
robledomeza@yahoo.com.mx
WA: 2223703233

De la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la autonomía de una universidad pública y podemos derivar su proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de “autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.

El laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre las diferentes actividades humanas. Esta teoría -la de los dos poderes distintos, derivados ambos de Dios -el del papa y el del emperador- sirvió a Gelasio para reivindicar la autonomía de la esfera religiosa con relación a la política. Fue doctrina oficial de la Iglesia durante muchos siglos. Todavía en el siglo XII el canonista Esteban de Tournai la expresó con extrema precisión en la introducción de su Summa Decretorum

En 1302 Juan de París en su tratado Sobre la potestad regia y papal utiliza la misma doctrina cuando se invierten los papeles, para defender el poder político contra el poder eclesiástico. 

En 1313 Dante en su De Monarchia vuelve a defender el poder político contra el poder eclesiástico, esto es,defiende al Imperio contra las injerencias excesivas de la Iglesia buscando una nueva interpretación de la naturaleza y puesto del Imperio –como instrumento para la realización de la humana civilitas-, con el fin de conseguir una nueva y más sólida concordia entre los poderes temporal y espiritual.

El principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo de Occam.A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente filosóficas, que no conciernen a la teología, no deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestates, I, II, 22). 

Más adelante durante el Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia del laicismo en la vida política y civil de Occidente. Es importante recordar el célebre caso del siglo XVII.Galileo Galilei, reafirmó el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a la ciencia por la autoridad eclesiástica. La Sagrada Escritura y la naturaleza –decía Galileo- proceden ambas del Verbo divino, pero en tanto que la palabra de Dios ha debido adaptarse al limitado entendimiento de los hombres a los cuales se dirigía, la naturaleza es inexorable e inmutable y nunca trasciende los términos de las leyes que le son impuestas, porque no se cuida de que sus recónditas razones sean o no comprendidas por los hombres y, de tal manera, “lo que los efectos naturales o la sensata experiencia nos pone ante los ojos o lo que también las demostraciones necesarias afirman, de ninguna manera debe ser puesto en duda, ni tampoco condenado, en virtud de que fragmentos de la Escritura tuvieran diferente significación” (Lett. Alla Grand. Cristina, en Op., V, 316)

Como podemos ver el principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos. En el mundo de hoy los auténticos adversarios del laicismo son las direcciones políticas totalitarias, esto es, las direcciones que pretenden adueñarse del poder político y ejercerlo con la única finalidad de conservarlo para siempre. Tales direcciones, en efecto, pretenden adueñarse del cuerpo y del alma del hombre para impedirle toda crítica o rebelión. Una dirección política totalitaria puede ser reconocida con facilidad precisamente en relación con el principio del laicismo: ya se apoye en una confesión religiosa, en una ideología racista o clasista o en otra cualquiera, tiende en primer lugar a disminuir y por último a destruir la autonomía de las esferas espirituales, como tiende a disminuir y a destruir los derechos de libertad del ciudadano. El laicismo, en efecto, es en el plano de las relaciones de las actividades humanas entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el laicismo.

Aquí surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La defensa del laicismo es de interés público? Respondemos que el principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan. Es bastante evidente que una administración política que favorezca a determinados grupos de ciudadanos en perjuicio de los demás es simplemente una administración ineficaz y corrompida. Una ciencia que sirva los intereses de partidos, creencias e ideologías, no puede considerarse meritoria bajo ningún título y no es, en efecto, una ciencia. Sería parecida a un arte médico que admitiera como criterio de diagnosis, prognosis y cura los deseos del paciente o de otras personas o, más exactamente, un arte médico semejante sería un caso de ciencia “no laica”. El laicismo es un criterio que interesa a todos, ya que se supone que el interés de todos es el desarrollo armonioso de las actividades que aseguren la supervivencia del hombre en el mundo.

El criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas, de los prejuicios de clase o de raza, etc.

(Continuará)

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