Filosofar en torno a una pintura
Trascender tiempo y espacio es lo que se intenta en toda reflexión filosófica, en todo filosofar.
El filosofar produce propuestas conceptuales a partir de problemas (preguntas) derivados de la información disponible, así como de la carencia de ella.
Se accede a la información mediante la experiencia y el estudio. Se produce nueva información y preguntas, mediante la experiencia e investigación.
Ahora vamos a filosofar en torno a una pintura de Hans Holbein (se pronuncia “jolbain”), el joven, y llamado Los Embajadores (1533).
Antes de referirnos a nuestro objeto de estudio es importante señalar que de acuerdo con Cumming (Robert, 1995. Arte Comentado. México, Diana, 6-7), son seis las directrices que guían la mirada de un espectador ilustrado, como debe ser la de un estudiante de filosofía, hacía una obra de arte sobre todo las pinturas del pasado.
1.- Asunto. Toda pintura tiene uno o varios asuntos específicos, cada uno con un mensaje significativo que dar. Muchas veces este asunto o asuntos son difíciles de encontrar sobre todo en obras primitivas o que han elegido relatos, por ejemplo, bíblicos o mitológicos. La familiaridad de los públicos de antaño no es la de los públicos de hoy, de ahí la necesidad de un espectador de principios del siglo XXI de enterarse de esos mitos y leyendas al mirar pinturas.
2.- Técnica. La materialidad de la obra de arte es un aspecto importantísimo de la comprensión de la obra artística. Es necesario, pues, discernir sobre los procedimientos empleados, sobre todo si la obra que se mira incluye innovaciones o pericias técnicas.
3.- Simbolismo. El lenguaje simbólico y alegórico incluido en una pintura es fundamental para su comprensión. Atrás de los objetos representados en una obra hay ideas abstractas. Es imprescindible saber leer y encontrar éstas.
4.- Espacio y luz. Tiene que ver con las maneras de crear la ilusión de espacio y luz. No todas las obras utilizan los mismos recursos.
5.- Estilo histórico. Los estilos están localizados por periodos históricos y es un sistema que influye no solo las manifestaciones artísticas sino el estilo de vida de los hombres en un momento histórico.
6.- Interpretación personal. Para un filósofo es necesario contar con la mayor información disponible sobre todos los elementos anteriormente mencionados así como información relacionada con el autor de la obra y los objetos representados en ella. Importantísimo resulta conocer el contexto social -que involucra lo económico, lo político y lo cultural- en donde la obra fue realizada. Aquí intentaremos acercarnos a una explicación de la obra: los Embajadores de Hans Holbein, el Joven.
Los Embajadores de Hans Holbein, el Joven.
Esta obra maestra se encuentra en la National Gallery de Londres y se llama en realidad Jean de Dinteville y Georges de Selve y es importante por sus resonancias históricas, políticas, religiosas y filosóficas, además de por su riqueza simbólica y por su excelencia plástica.
Los dos hombres son cortesanos franceses, embajadores del rey Francisco I (1494-1547) ante la corte del rey Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547). El cuadro fue pintado en Londres, donde los embajadores tuvieron una difícil misión para proteger los intereses de su país y tratar de prevenir que los ingleses se separaran de la Iglesia de Roma. Eran tiempos profundamente difíciles en Europa, y Holbein revela mucho más de lo que es patente a primera vista.
Este cuadro aparece al comienzo de la tradición de la pintura al óleo. El modo en que está pintado muestra claramente el carácter de este tipo de pintura. ¿Cómo está pintado? Puede observarse que está pintado con gran habilidad para crear en el espectador la ilusión de que mira objetos y materiales reales... Cada centímetro cuadrado de la superficie de este cuadro, aunque sigue siendo puramente visual, apela al sentido del tacto. El ojo pasa de la piel a la seda, del metal y sobre los muchos objetos que simbolizan ideas, pero el cuadro está dominado por los materiales de los objetos que rodean a los hombres y de las ropas que visten.
Hay en todo el cuadro superficies que no nos hablan de su cuidada fabricación –por tejedores, bordadores, tapiceros, orfebres, guarnicioneros, mosaiquistas, peleteros, sastres, joyeros- y de cómo este trabajo y la riqueza resultante ha sido finalmente retrabajado y reproducido por Holbein, el pintor.
Este énfasis y la pericia subyacente fue una de las constantes de la tradición de la pintura al óleo. Las obras de arte de las tradiciones anteriores celebran la riqueza. Pero la riqueza era entonces símbolo de un orden social fijo o divino. La pintura al óleo celebraba una nueva clase de riqueza: una riqueza más dinámica, cuya única sanción era el supremo poder de compra del dinero. Y así, la pintura misma tenía que ser capaz de demostrar la deseabilidad de aquello que podía comprar con dinero. Y la deseabilidad visual de lo que puede comprarse estriba en su tangibilidad, en como halagar el tacto, la mano del propietario. Por ejemplo, el dibujo del mosaico del piso es una copia exacta del diseño del suelo del Santuario de la Abadía de Westminster en Inglaterra.
Las referencias externas al cuadro.
“Los dos hombres se muestran confiados y serios; como mutuamente relajados. ¿Pero qué aspecto tienen para el pintor, o para nosotros? Hay en sus miradas y posturas una curiosa falta de expectación. Parecen pensar que, en principio, los demás no pueden reconocer su valía. Parecen mirar algo de lo que ellos no forman parte. Algo que les rodea, pero de lo que desean verse excluidos. En el mejor de los casos, puede ser una muchedumbre que les rinde honores; en el peor, unos entrometidos.
¿Qué relaciones mantenían estos hombres con el resto del mundo?
No importa demasiado saber hasta qué punto participaban directamente o no los dos embajadores en las primeras aventuras colonizadoras, pues lo que nos interesa aquí es una determinada actitud ante el mundo; y esta era común a toda una clase social.
Los dos embajadores pertenecían a una clase convencida de que el mundo estaba hecho para equipar lo mejor posible su residencia en él. Las relaciones que se implantaron entre los conquistadores coloniales y los conquistados constituyen una expresión extrema de esta convicción.
Estas relaciones tendían a autoperpetuarse. La vista del otro confirmaba a cada uno su apreciación inhumana de sí mismo.
La mirada de los embajadores es remota y cauta a la vez. No esperan reciprocidad. Desean que la imagen de su presencia impresione a los demás con su cautela y su distanciamiento. La presencia de reyes y emperadores había impresionado en otro tiempo de manera similar, pero sus imágenes habían sido comparativamente impersonales. Lo nuevo y lo desconcertante de este cuadro es la presencia individualizada que necesita sugerir una distancia. El individualismo postula en último término la igualdad. Pero la igualdad debe resultar inconcebible.
El conflicto emerge de nuevo en el método pictórico. La verosimilitud superficial de la pintura al óleo incita al espectador a suponer que está cerca de cualquier objeto -que este se encuentra al alcance de sus dedos- que se encuentre en el primer plano del cuadro. Si el objeto es una persona, esta proximidad implica cierta intimidad.
Sin embargo, el retrato público debe insistir en la distancia formal. A esto se debe -y no a la incapacidad técnica del pintor- que por término medio el retrato tradicional parezca envarado y rígido. La artificialidad está en su modo de ver, ya que el sujeto ha de ser visto simultáneamente de cerca y de lejos. Algo análogo a lo que ocurre con los especímenes observados al microscopio.
Crisis en Europa.
Las crisis aludidas en el cuadro Los embajadores fueron tanto políticas como intelectuales. Los protestantes habían desafiado la autoridad de la Iglesia católica, y los descubrimientos científicos habían socavado viejas certezas intelectuales.
Holbein se refiere a ambas crisis, y ubica a sus embajadores como pensadores capitales para las dos. La semana de Pascua de 1533 fue el momento en que Inglaterra efectivamente rompió con la Iglesia católica y estableció la Iglesia de Inglaterra con su monarca, no el Papa, a la cabeza. La causa inmediata fue la renuencia del Papa a concederle a Enrique VIII el divorcio de su primera reina, Catalina de Aragón, para poder casarse con Ana Bolena, de quien esperaba que estuviera preñada del hijo y heredero que tan urgentemente necesitaba presentar. La misión específica de los embajadores fracasó, y la creciente escisión en la Iglesia llevó a una Europa fragmentada y a años de conflicto cuyas consecuencias aún persisten.
En el retrato de los dos embajadores Holbein pinta todos los objetos con un gran realismo a excepción de la imagen incomprensible que flota en el suelo, una calavera que sólo se reconoce utilizando un espejo curvo o mirando el cuadro desde un punto del borde lateral derecho o izquierdo. Estas imágenes, distorsionadas por una deformación de la perspectiva llamada anamorfosis, eran posibles gracias al uso de una regla y una medida de longitud. El pintor dibujaba primero los contornos del objeto que quería distorsionar recubriéndolo con una cuadrícula. En un segundo dibujo deformaba las casillas estrechando los tramos en un sentido y alargándolos en el otro; por último, copiaba el objeto en las nuevas casillas dificultando su reconocimiento.
Conclusiones
El cuadro de Holbein es algo más que un simple retrato con una composición impecable de dos hombres insignes rodeados de instrumentos científicos: la muerte se esconde sutilmente como procedimiento críptico para plasmar ideas filosóficas sobre la vida y la muerte. Los instrumentos, los libros, el laúd con una cuerda rota, conforman una trama de referencias simbólicas a la vanidad entendida como ceguera ante las cosas importantes de la vida y como la inutilidad de cualquier esfuerzo humano ante la muerte. El vanidoso olvida que tiene que morir y la oculta calavera nos recuerda la transitoria fatuidad de la belleza, del arte y del saber.
La obra Los embajadores representa una escena cargada de símbolos. Además, utiliza el anamorfismo para ocultar la imagen que da un nuevo sentido al cuadro.
Aparentemente, se trata de una exposición de los poderes terrenales. Un embajador representa el poder político. El otro, el poder de la Iglesia (también político, claro).
Detrás, una variedad de objetos representa el poder del conocimiento de las ciencias y las letras (las siete artes liberales están simbolizadas en el cuadro).
Aquí se puede ver como la escuadra y el compás (matemáticas) casi tocan al laúd y la partitura (música).
Sin embargo, la imagen oculta en la parte inferior del cuadro representa... la vanidad humana: todo ese poder es temporal. Al final, se encuentra la muerte (representada por la calavera).
Recordemos que en esta época el conocimiento estaba generalmente reservado a unos pocos, justo aquellos que tenían poder: los nobles, los ricos y los eclesiásticos. Es de ellos de los que se ríe Hans Holbein en su cuadro, no del conocimiento mismo.
Puebla, Pue., Paseo de las Fuentes, 26 de agosto de 2019