Por qué no
soy cristiano, Bertrand
Russell, 1979 (1977 1ª edición)
Comparto esta reflexión con los argumentos
expuestos en el ensayo “Por qué no soy cristiano”,del filósofo, matemático,
lógico y escritor británicoBertrand Russell.Bertrand Arthur William Russell, tercer conde de
Russell, fue el ganador en 1950 del Premio Nobel de Literatura. Ha
sido conocido por su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos
matemáticos y su activismo social.
Índice
¿Qué es un cristiano?
La existencia de Dios
El argumento de la primera causa
El argumento de la ley natural
El argumento del plan
Los argumentos morales de la deidad
El argumento del remedio de la injusticia
El carácter de Cristo
Defectos de las enseñanzas de Cristo
El problema moral
El factor emocional
Cómo las iglesias han retardado el progreso
El miedo, fundamento de la religión
Lo que debemos hacer
1.- POR QUÉ NO SOY CRISTIANO[1]
Como ha dicho su presidente, el tema acerca
del cual voy a hablar esta noche es «Por qué no soy cristiano». Quizás sería
conveniente, antes que todo, tratar de averiguar lo que uno quiere dar a
entender con la palabra «cristiano». En estos días, la emplean muy ligeramente
muchas personas. Hay quienes entienden por ello la persona que trata de vivir
virtuosamente. En tal sentido, supongo que habría cristianos de todas las
sectas y credos; pero no creo que sea el sentido adecuado de la palabra, aunque
sólo sea por implicar que toda la gente que no es cristiana —todos los
budistas, confucianos, mahometanos, etc.—, no trata de vivir virtuosamente. Yo
no entiendo por cristiano la persona que trata de vivir decentemente, de
acuerdo con sus luces. Creo que debe tenerse una cierta cantidad de creencia
definida antes de tener el derecho de llamarse cristiano. La palabra no tiene ahora
un significado tan completo como en los tiempos de San Agustín y Santo Tomás de
Aquino. En aquellos días, si un hombre decía que era cristiano, se sabía lo que
quería dar a entender. Se aceptaba una colección completa de credos promulgados
con gran precisión, y se creía cada sílaba de esos credos con todas las fuerzas
de las convicciones de uno.
¿QUÉ ES UN CRISTIANO?
En la actualidad no es así. Tenemos que ser un
poco más vagos en nuestra idea del cristianismo. Creo, sin embargo, que hay dos
cosas diferentes completamente esenciales a todo el que se llame cristiano. La
primera es de naturaleza dogmática; a saber, que hay que creer en Dios y en la
inmortalidad. Si no se cree en esas dos cosas, no creo que uno pueda llamarse
propiamente cristiano. Luego, más aún, como el nombre implica, hay que tener
alguna clase de creencia acerca de Cristo. Los mahometanos, por ejemplo,
también creen en Dios y en la inmortalidad, pero no se llaman cristianos. Creo
que hay que tener, aunque sea en una proporción mínima, la creencia de que
Cristo era, si no divino, al menos el mejor y el más sabio de los hombres. Si
no se cree eso acerca de Cristo, no creo que se tenga el derecho de llamarse
cristiano. Claro está que hay otro sentido que se encuentra en el WhitakersAlmanack
y en los libros de geografía, donde se dice que la población del mundo está
dividida en cristianos, mahometanos, budistas, fetichistas, etc.; y en ese
sentido, todos nosotros somos cristianos. Los libros de geografía nos incluyen
a todos, pero en un sentido puramente geográfico, que supongo podemos pasar por
alto. Por lo tanto, entiendo que cuando yo digo que no soy cristiano, tengo que
decir dos cosas diferentes; primera, por qué no creo en Dios ni en la
inmortalidad; y segunda, por qué no creo que Cristo fuera el mejor y el más
sabio de los hombres, aunque le concedo un grado muy alto de virtud moral. De
no haber sido por los triunfantes esfuerzos de los incrédulos del pasado, yo no
haría una definición tan elástica del cristianismo. Como dije antes, en los
tiempos pasados, tenían un sentido mucho más completo. Por ejemplo, comprendía
la creencia en el infierno. La creencia en el fuego eterno era esencial de la
fe cristiana hasta hace muy poco. En este país, como es sabido, dejó de ser
esencial mediante una decisión del Consejo Privado, de cuya decisión
disintieron el Arzobispo de Canterbury, y el Arzobispo de York; pero, en este
país, nuestra religión se establece por Ley del Parlamento y, por lo tanto, el
Consejo Privado pudo imponerse a ellos, y el infierno ya no fue necesario al
cristiano. Por consiguiente, no insistiré en que el cristiano tenga que creer
en el infierno.
LA EXISTENCIA DE DIOS
La cuestión de la existencia de Dios es una
cuestión amplia y seria, y si yo intentase tratarla del modo adecuado, tendría
que retenerles aquí hasta el Día del Juicio, por lo cual deben excusarme por
tratarla en forma resumida. Saben, claro está, que la Iglesia Católica ha
declarado dogma que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón
sin ayuda. Este es un dogma algo curioso, pero es uno de sus dogmas. Tenían que
introducirlo porque, en un tiempo, los' librepensadores adoptaron la costumbre
de decir que había tales y cuales argumentos que la razón podía esgrimir contra
la existencia de Dios, pero que, claro está, ellos sabían, como cuestión de fe,
que Dios existía. Los argumentos y las razones fueron expuestos con gran
detalle y la Iglesia Católica comprendió que había que ponerles coto. Por lo
tanto, estableció que la existencia de Dios puede ser probada por la razón sin
ayuda, y dieron los argumentos para probarlo. Son varios, claro está, pero sólo
citaré unos pocos.
EL ARGUMENTO DE LA PRIMERA CAUSA
Quizás el más fácil y sencillo de comprender
es el argumento de la Primera Causa. (Se mantiene que todo cuanto vemos en este
mundo tiene una causa, y que al ir profundizando en la cadena de las causas
llegamos a una Primera Causa, y que a esa Primera Causa le damos el nombre de
Dios.) Ese argumento, supongo, no tiene mucho peso en la actualidad, porque, en
primer lugar, causa no es ya lo que solía ser. Los filósofos y los hombres de
ciencia han estudiado la causa y ésta ya no posee la vitalidad que tenía; pero,
aparte de eso, se ve que el argumento de que tiene que haber una Primera Causa
no encierra ninguna validez. (Puedo decir que cuando era joven y debatía muy
seriamente estas cuestiones en mi mente, había aceptado el argumento de la
Primera Causa, hasta el día en que, a los 18 años, leí la Autobiografía de John
Stuart MilL, y hallé allí esta frase: «Mi padre me enseñó que la pregunta
'¿Quién me hizo?' no puede responderse, ya que inmediatamente sugiere la
pregunta '¿Quién hizo a Dios?'. Esa sencilla frase me mostró, como aún pienso,
la falacia del argumento de la Primera Causa. Si todo tiene que tener alguna
causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, igual
puede ser el mundo que Díos, por lo cual no hay validez en ese argumento. Es
exactamente de la misma naturaleza que la opinión hindú de que el mundo
descansaba sobre un elefante, y el elefante sobre una tortuga; y, cuando le
dijeron: «¿Y la tortuga?», el indio dijo: «¿Y si cambiásemos de tema?» El
argumento no es realmente mejor que ése. No hay razón por la cual el mundo no
pudo haber nacido sin causa; tampoco, por el contrario, hay razón de que
hubiera existido siempre. No hay razón para suponer que el mundo haya tenido un
comienzo. La idea de que las cosas tienen que tener un principio se debe
realmente a la pobreza de nuestra imaginación.) Por lo tanto, quizás, no
necesito perder más tiempo con el argumento de la Primera Causa.
EL ARGUMENTO DE LA LEY NATURAL
Luego hay un argumento muy común derivado de
la ley natural. Fue un argumento favorito durante el siglo xviii, especialmente
bajo la influencia de Sir Isaac Newton y su cosmogonía. La gente observó los
planetas que giraban en torno del sol, de acuerdo con la ley de gravitación, y
pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se moviesen
así y que lo hacían por aquella razón. Aquella era, claro está, una explicación
sencilla y conveniente que evitaba el buscar nuevas explicaciones de la ley de
la gravitación en la forma un poco más complicada que Einstein ha introducido.
Yo no me propongo dar una conferencia sobre la ley de la gravitación, de
acuerdo con la interpretación de Einstein, porque eso también llevaría algún
tiempo; sea como fuere, ya no se trata de la ley natural del sistema
newtoniano, donde, por alguna razón que nadie podía comprender, la naturaleza
actuaba de modo uniforme. Ahora sabemos que muchas cosas que considerábamos
como leyes naturales son realmente convencionalismos humanos. Sabemos que
incluso en las profundidades más remotas del espacio estelar la yarda sigue
teniendo tres pies. Eso es, sin duda, un hecho muy notable, pero no se le puede
llamar una ley natural. Y otras muchas cosas que se han considerado como leyes
de la naturaleza son de esa clase. Por el contrario, cuando se tiene algún
conocimiento de lo que los átomos hacen realmente, se ve que están menos
sometidos a la ley de lo que se cree la gente y que las leyes que se formulan
no son más que promedios estadísticos producto del azar. Hay, como es sabido,
una ley según la cual en los dados sólo se obtiene el seis doble
aproximadamente cada treinta y seis veces, y no consideramos eso como la prueba
de que la caída de los dados esté regulada por un plan; por el contrario, si el
seis doble saliera cada vez, pensaríamos que había un plan. Las leyes de la
naturaleza son así en gran parte de los' casos. Hay promedios estadísticos que
emergen de las leyes del azar; y esto hace que la idea de la ley natural sea
mucho menos impresionante de lo que era anteriormente. Y aparte de eso, que
representa el momentáneo estado de la ciencia que puede cambiar mañana, la idea
de qué las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre
las leyes naturales y las humanas. Las leyes humanas son preceptos que le
mandan a uno proceder de una manera determinada, preceptos que pueden
obedecerse o no; pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren
realmente las cosas y, como son una mera descripción, no se puede argüir que
tiene que haber alguien que les dijo que actuasen así, porque, si arguyéramos
tal cosa, nos veríamos enfrentados con la pregunta «¿Por qué Dios hizo esas
leyes naturales y no otras?» Si se dice que lo hizo por su propio gusto y sin
ninguna razón, se hallará entonces que hay algo que no está sometido a la ley,
y por lo tanto el orden de la ley natural queda interrumpido. Si se dice, como
hacen muchos teólogos ortodoxos, que, en todas las leyes divinas, hay una razón
de que sean ésas y no otras —la razón, claro está, de crear el mejor universo
posible, aunque al mirarlo uno no lo pensaría así—; si hubo alguna razón de las
leyes que dio Dios, entonces el mismo Dios estaría sometido a la ley y, por lo
tanto, no hay ninguna ventaja en presentar a Dios pomo un intermediario.
Realmente, se tiene una ley exterior y anterior a los edictos divinos y Dios no
nos sirve porque no es el último que dicta la ley. En resumen, este argumento
de la ley natural ya no tiene la fuerza que solía tener. Estoy realizando
cronológicamente mi examen de los argumentos. Los argumentos usados en favor de
la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo. Al principio, eran
duros argumentos intelectuales que representaban ciertas falacias completamente
definidas. Al llegar a la época moderna, se hicieron menos respetables
intelectualmente y estuvieron cada vez más influidos por una especie de
vaguedad moralizadora.
EL ARGUMENTO DEL PLAN
El paso siguiente nos lleva al argumento del
plan. Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está hecho para que
podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. Ese es
el argumento del plan. A veces toma una forma curiosa; por ejemplo, se argüyó
que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se pueda disparar
más fácilmente contra ellos. Es fácil parodiar este argumento. Todos conocemos
la observación de Voltaire de que la nariz estaba destinada a sostener las
gafas. Esa clase de parodia no ha resultado tan desatinada como parecía en el
siglo xviii, porque, desde Darwin, entendemos mucho mejor por qué las criaturas
vivas se adaptan al medio. No es que el medio fuera adecuado para ellas, sino
que ellas se hicieron adecuadas al medio, y esa es la base de la adaptación. No
hay en ello ningún indicio de plan. Cuando se examina el argumento del plan, es
asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay
en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la
omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo
creerlo. ¿Creen que, si tuvieran la omnipotencia y la omnisciencia y millones
de años para perfeccionar el mundo, no producirían nada mejor que el
Ku-Klux-Klan o los fascistas? Además, si se aceptan las leyes ordinarias de la
ciencia, hay que suponer que la vida humana y la vida en general de este
planeta desaparecerán a su debido tiempo: es una fase de la decadencia del
sistema solar; en una cierta fase de decadencia se tienen las condiciones y la
temperatura adecuadas al protoplasma, y durante un corto período hay vida en la
vida del sistema solar. La luna es el ejemplo de lo que le va a pasar a la
tierra; se va a convertir en algo muerto, frío y sin vida. Me dicen que este
criterio es deprimente, y que si la gente lo creyese no tendría ánimo para
seguir viviendo. Eso es una tontería. Nadie se preocupa por lo que va a ocurrir
dentro de millones de años. Aunque crean que se están preocupando por ello, en
realidad se engañan a sí mismos. Se preocupan por cosas mucho más mundanas,
aunque sólo sea una mala digestión; pero nadie es realmente desdichado al
pensar lo que le va a ocurrir a este mundo dentro de millones de años. Por lo
tanto, aunque es una triste opinión el suponer que va a desaparecer la vida —al
menos, se puede pensar así, aunque, a veces, cuando contemplo las cosas que
hace la gente con su vida, es casi un consuelo—, no es lo bastante para hacer
la vida miserable. Sólo hace que la atención se vuelva hacia otras cosas.
LOS ARGUMENTOS MORALES DE LA DEIDAD
Ahora llegamos a una fase más allá en lo que
yo llamaré la incursión intelectual que los teístas han hecho en sus
argumentaciones, y nos vemos ante los llamados argumentos morales de la
existencia de Dios. "Saben, claro está, que antiguamente solía haber tres
argumentos intelectuales de la existencia de Dios, los cuales fueron suprimidos
por Kant en la Critica de la Razón Pura; pero no bien había terminado con estos
argumentos cuando encontró otro nuevo, un argumento moral, que le convenció.
Era como mucha gente: en las materias intelectuales era escéptico, pero en las
morales creía implícitamente en las máximas que su madre le había enseñado. Eso
ilustra lo que los psicoanalistas ponen tanto de relieve: la fuerza
inmensamente mayor que tienen en nosotros las asociaciones primitivas sobre las
posteriores. Kant. como dije, inventó un nuevo argumento moral de la existencia
de Dios, el cual en diversas formas fue extremadamente popular durante el siglo
xix. Tiene toda clase de formas. Una de ellas es decir que no habría bien ni
mal si Dios no existiera. Por el momento no me importa el que haya o no una
diferencia entre el bien o el mal: esa es otra cuestión. Lo que me importa es
que, si se está plenamente convencido de que hay una diferencia entre el bien y
el mal entonces uno se encuentra en esta situación: ¿esa diferencia se debe o
no al mandato de Dios? Si se debe al mandato de Dios, entonces para Dios no hay
diferencia entre el bien y el mal, y ya no tiene significado la afirmación de
que Dios es bueno. Si se dice, como hacen los teólogos, que Dios es bueno, entonces
hay que decir que el bien y el mal deben tener un significado independiente del
mandato de Dios, porque los mandatos de Dios son buenos y no malos
independientemente del mero hecho de que Él los hiciera. Si se dice eso,
entonces hay que decir que el bien y el mal no se hicieron por Dios, sino que
son en esencia lógicamente anteriores a Dios. Se puede, claro está, si se
quiere, decir que hubo una deidad superior que dio órdenes al Dios que hizo
este mundo, o, para seguir el criterio de algunos gnósticos —un criterio que yo
he considerado muy plausible—, que, en realidad, el mundo que conocemos fue
hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando. Hay mucho que
decir en cuanto a esto, y no pienso refutarlo.
EL ARGUMENTO DEL REMEDIO DE LA INJUSTICIA
Luego hay otra forma muy curiosa de argumento
moral que es la siguiente: se dice que la existencia de Dios es necesaria para
traer la justicia al mundo. En la parte del universo que conocemos hay gran
injusticia, y con frecuencia sufre el bueno, prospera el malo, y apenas se sabe
qué es lo más enojoso de todo esto; pero si se va a tener justicia en el
universo en general, hay que suponer una vida futura para compensar la vida de
la tierra. Por lo tanto, dicen que tiene que haber un Dios, y que tiene que
haber un cielo y un infierno con el fin de que a la larga haya justicia. Ese es
un argumento muy curioso. Si se mira el asunto desde un punto de vista
científico, se diría: «Después de todo, yo sólo conozco este mundo. No conozco
el resto del universo, pero, basándome en probabilidades, puedo decir que este
mundo es un buen ejemplo, y que si hay injusticia aquí, lo probable es que
también haya injusticia en otra parte». Supongamos que se tiene un cajón de
naranjas, y al abrirlas la capa superior resulta mala; uno no dice: «Las de
abajo estarán buenas en compensación.» Se diría: «Probablemente todas son
malas); y eso es realmente lo que una persona científica diría del universo.
Diría así: «En este mundo hay gran cantidad de injusticia y esto es una razón
para suponer que la justicia no rige el mundo; y en este caso proporciona
argumentos morales contra la deidad, no en su favor.» Claro que yo sé que la
clase de argumentos intelectuales de que he hablado no son realmente los que
mueven a la gente. Lo que realmente hace que la gente crea en Dios no son los
argumentos intelectuales. La mayoría de la gente cree en Dios porque les han
enseñado a creer desde su infancia, y esa es la razón principal. Luego, creo
que la razón más poderosa e inmediata después de ésta es el deseo de seguridad,
la sensación de que hay un hermano mayor que cuidará de uno. Esto desempeña un
papel muy profundo en provocar el deseo de la gente de creer en Dios.
EL CARÁCTER DE CRISTO
Ahora tengo que decir unas pocas palabras acerca
de un asunto que creo que no ha sido suficientemente tratado por los
racionalistas, y que es la cuestión de si Cristo era el mejor y el más sabio de
los hombres. Generalmente, se da por sentado que todos debemos estar de acuerdo
en que era así. Yo no lo estoy. Creo que hay muchos puntos en que estoy de
acuerdo con Cristo, muchos más que aquellos en que lo están los cristianos
profesos. No sé si podría seguirle todo el camino, pero iría con Él mucho más
lejos de lo que irían la mayoría de los cristianos profesos. Recuérdese que Él
dijo: «Yo, empero, os digo, que no hagáis resistencia al agravio; antes, si
alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuelve también la otra.» No es un
precepto ni un principio nuevos. Lo usaron Lao-Tsé y Buda quinientos o seiscientos
años antes de Cristo, pero este principio no lo aceptan los cristianos. No dudo
que el actual primer ministro[2],
por ejemplo, es un cristiano muy sincero, pero no les aconsejo que vayan a
abofetearlo. Creo que hallarían que él pensaba que el texto tenía un sentido
figurado. Luego, hay otro punto que considero excelente. Se recordará que
Cristo dijo: «No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados.» Ese
principio creo que no se hallará en los tribunales de los países cristianos. Yo
he conocido en mi tiempo muchos jueces que eran cristianos sinceros, y ninguno
de ellos creía que actuaba en contra de los principios cristianos haciendo lo
que hacía. Luego Cristo dice: «Al que te pide, dale: y no le tuerzas el rostro
al que pretenda de ti algún préstamo.» Ese es un principio muy bueno. El
presidente ha recordado que no estamos aquí para hablar de política, pero no
puedo menos de observar que las últimas elecciones generales se disputaron en
torno a lo deseable que era torcer el rostro al que pudiera pedirnos un
préstamo, de modo que hay que suponer que los liberales y los conservadores de
este país son personas' que no están de acuerdo con las enseñanzas de Cristo,
porque, en dicha ocasión, se apartaron definitivamente de ellas. Luego, hay
otra máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy popular
entre algunos de nuestros amigos cristianos. Él dijo: «Si quieres ser perfecto,
anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres.» Es una máxima excelente,
pero, como dije, no se practica mucho. Considero que todas estas máximas son
buenas, aunque un poco difíciles de practicarse. Yo no hago profesión de
practicarlas; pero, después de todo, no es lo mismo que si se tratase de un
cristiano.
DEFECTOS DE LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
Concediendo la excelencia de estas máximas,
llego a ciertos puntos en los cuales no
creo que uno pueda ver la superlativa virtud
ni la superlativa bondad de Cristo, como son pintadas en los Evangelios; y aquí
puedo decir que no se trata de la cuestión histórica. Históricamente, es muy
dudoso el que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de Él,
por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica que es muy difícil. Me ocupo
de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es, y
allí hay cosas que no parecen muy sabias. Una de ellas es que Él pensaba que Su
segunda venida se produciría, en medio de nubes de gloria, antes que la muerte
de la gente que vivía en aquella época. Hay muchos textos que prueban eso.
Dice, por ejemplo: «No acabaréis de pasar por las ciudades de Israel antes que
venga el Hijo del hombre.» Luego dice: «En verdad os digo que hay aquí algunos
que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor
de su reino»; y hay muchos lugares donde está muy claro que Él creía que su
segundo advenimiento ocurriría durante la vida de muchos que vivían entonces.
Tal fue la creencia de sus primeros discípulos, y fue la base de una gran parte
de su enseñanza moral. Cuando dijo: «No andéis, pues, acongojados por el día de
mañana» y cosas semejantes, lo hizo en gran parte porque creía que su segunda
venida iba a ser muy pronto, y que los asuntos mundanos ordinarios carecían de
importancia. En realidad, yo he conocido a algunos cristianos que creían que la
segunda venida era inminente. Yo conocí a un sacerdote que aterró a su
congregación diciendo que la segunda venida era inminente, pero todos quedaron
muy consolados al ver que estaba plantando árboles en su jardín. Los primeros
cristianos lo creían realmente, y se abstuvieron de cosas como la plantación de
árboles en sus jardines, porque aceptaron de Cristo la creencia de que la
segunda venida era inminente. En tal respecto, evidentemente, no era tan sabio
como han sido otros, y desde luego, no fue superlativamente sabio.
EL PROBLEMA MORAL
Luego, se llega a las cuestiones morales. Para
mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en
el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana pueda creer en
un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sí creía en el
castigo eterno, y uno halla repetidamente una furia vengativa contra los que no
escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de
la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates.
Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de
un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo
Sócrates al morir y lo que decía generalmente a la gente que no estaba de
acuerdo con él. Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo: «¡Serpientes, raza
de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?»
Se lo decía a la gente que no escuchaba sus sermones. A mi entender este no es
realmente el mejor tono, y hay muchas cosas como éstas acerca del infierno.
Hay, claro está, el conocido texto acerca del pecado contra el Espíritu Santo:
«Pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le
perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese texto ha causado una indecible
cantidad de miseria en el mundo, pues las más diversas personas han imaginado
que han cometido pecados contra el Espíritu Santo y pensado que no serían
perdonadas en este mundo ni en el otro. No creo que ninguna persona un poco
misericordiosa ponga en el mundo miedos y terrores de esta clase.
Luego, Cristo dice: «Enviará el Hijo del
hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a todos los escandalosos y a
cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el
llanto y el crujir de dientes.» Y continúa extendiéndose con los gemidos y el
rechinar de dientes. Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se
da cuenta de que hay un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el
rechinar de dientes', pues de lo contrario no se repetiría con tanta
frecuencia, Luego, todos ustedes recuerdan, claro está, lo de las ovejas y los
cabritos; cómo, en la segunda venida, para separar a las ovejas y a los
cabritos dirá a éstos: «Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno.» Y
continúa: «Y éstos irán al fuego eterno.» Luego, dice de nuevo: «Y si es tu
mano derecha la que te sirve de escándalo o te incita a pecar, córtala y tírala
lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que
vaya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue jamás.» Esto lo
repite una y otra vez. Debo declarar que toda esta doctrina, que el fuego del
infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina
que llevó la crueldad al mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura; y
el Cristo de los Evangelios, si se le acepta tal como le representan sus
cronistas, tiene que ser considerado en parte responsable de eso. Hay otras
cosas de menor importancia. Está el ejemplo de los puercos de Gadar, donde
ciertamente no fue muy compasivo para los puercos el meter diablos en sus
cuerpos y precipitarlos colina abajo hasta el mar. Hay que recordar que,sI era
omnipotente, y simplemente pudo hacer que los demonios se fueran; pero eligió
meterlos en los cuerpos de los cerdos. Luego está la curiosa historia de la
higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan lo que ocurrió con la higuera.
«Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una higuera con hojas, encaminose allá
por ver si encontraba en ella alguna cosa: y llegando, nada encontró sino
follaje; porque no era aún tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo:
"Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti"... y Pedro... le dijo:
"Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado."» Esta es
una historia muy curiosa, porque aquella no era la época de los higos, y en
realidad, no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni
en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas
cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates.
EL FACTOR EMOCIONAL
Como dije antes, no creo que la verdadera
razón por la cual la gente acepta la religión tenga nada que ver con la
argumentación. Se acepta la religión emocionalmente. Con frecuencia se nos dice
que es muy malo atacar la religión porque la religión hace virtuosos a los
hombres. Eso dicen; yo no lo he advertido. Conocen, claro está, la parodia de ese
argumento en el libro de Samuel Butler, ErewhonRevisited. Recordarán que en
Erewhon hay un tal Higgs que llega a un país remoto y, después de pasar algún
tiempo allí, se escapa en un globo. Veinte años después, vuelve a aquel país y
halla una nueva religión, en la que él mismo es adorado bajo el nombre de Niño
Sol, que se dice ascendió a los cielos. Ve que se va a celebrar la Fiesta de la
Ascensión y que los profesores Hanky y Panky se dicen que nunca han visto a
Higgs, y esperan no verlo jamás; pero son los sumos sacerdotes de la religión
del Niño Sol. Higgs se indigna y se acerca a ellos y dice: «Voy a descubrir
toda esta farsa y a decir al pueblo de Erewhon que fui únicamente yo, Higgs,
que subí en un globo.» Y le dijeron: «No puede hacer eso, porque toda la moral
de este país gira en torno de ese mito, y si supieran que no subió a los cielos
se harían malos»; y con ello le persuadieron para que se marchase
silenciosamente. Esa es la idea, que todos seríamos malos si no tuviéramos la
religión cristiana. A mi me parece que la gente que la tiene es, en su mayoría,
extremadamente mala. Existe este hecho curioso: cuanto más intensa ha sido la
religión de cualquier periodo, y más profunda la creencia dogmática, han sido
mayor la crueldad y peores las circunstancias. En las llamadas edades de la fe,
cuando los hombres realmente creían en la religión cristiana en toda su
integridad hubo la Inquisición con sus torturas; hubo muchas desdichadas
mujeres quemadas por brujas; y toda clase de crueldades practicadas en toda
clase de gente en nombre de la religión. Uno halla, al considerar el mundo, que
todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que
todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso hacia un mejor trato
de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo progreso
moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las
iglesias organizadas del mundo. Digo deliberadamente que la religión cristiana,
tal como está organizada en sus iglesias ha sido, y es aún, la principal
enemiga del progreso moral del mundo.
CÓMO LAS IGLESIAS HAN RETARDADO EL PROGRESO
Se puede pensar que voy demasiado lejos cuando
digo que aún sigue siendo así. Yo no lo creo. Basta un ejemplo. Serán más
indulgentes conmigo si lo menciono. No es un hecho agradable, pero las iglesias
le obligan a uno a mencionar hechos que no son agradables. [Supongamos que en
el mundo actual una joven sin experiencia se casa con un sifilítico; en tal
caso, la Iglesia Católica dice; «Este es un sacramento indisoluble. Hay que
estar juntos durante toda la vida.» Y la mujer no puede dar ningún paso para no
traer al mundo hijos' sifilíticos. Eso es lo que dice la Iglesia Católica. Yo
digo que ésa es una diabólica crueldad, y nadie cuya compasión natural no haya
sido alterada por el dogma, o cuya naturaleza moral no sea absolutamente
insensible al sufrimiento, puede mantener que es bueno y conveniente que
continúe ese estado de cosas. Este no es más que un ejemplo. Hay muchos modos
por los cuales, en el momento actual, la Iglesia, por su insistencia en lo que
ha decidido en llamar moralidad, inflige a la gente toda clase de sufrimientos
inmerecidos e innecesarios. Y claro está, como es sabido, en su mayor parte se
opone al progreso y al perfeccionamiento en todos los medios de disminuir el
sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar moralidad a ciertas estrechas
reglas de conducta que no tienen nada que ver con la felicidad humana; y cuando
se dice que se debe hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha humana,
estima que es algo completamente extraño al asunto. «¿Qué tiene que ver con la
moral la felicidad humana? El objeto de la moral no es hacer feliz a la gente.»
EL MIEDO, FUNDAMENTO DE LA RELIGIÓN
La religión se basa, principalmente, a mi
entender, en el miedo. Es en parte el miedo a lo desconocido, y en parte, como
dije, el deseo de pensar que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a
uno en todas sus cuitas y disputas. El miedo es la base de todo: el miedo de lo
misterioso, el miedo de la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre
de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión
vayan de la mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En este
mundo, podemos ahora comenzar a entender un poco las cosas y a dominarlas un
poco con ayuda de la ciencia, que se ha abierto paso frente a la religión
cristiana, frente a las iglesias, y frente a la oposición de todos los antiguos
preceptos. La ciencia puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde en el
cual la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede
enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales,
sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar
habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos
siglos.
LO QUE DEBEMOS HACER
Tenemos que mantenernos de pie y mirar al
mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus
fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo
mediante la inteligencia y no sólo sometiéndose al terror que emana de él. Todo
el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es
un concepto indigno de los hombres Ubres. Cuando se oye en la iglesia a la
gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, etc., parece algo
despreciable e indigno de seres humanos que se respetan. Debemos mantenernos de
pie y mirar al mundo a la cara. Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y
si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que esos
otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita
conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el
aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace
mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia
libre. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto,
que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.
[1]Esta
conferencia fue pronunciada el 6 di: marzo de 1927. en el Ayuntamiento de
Battersea. bajo los auspicios de la Sociedad Secular Nacional (Sección del Sur
de Londres).
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