sábado, 21 de marzo de 2020

El primer futurólogo de Occidente

El primer futurólogo de Occidente

Giacchino da Fiore (1135-1202).

José Antonio Robledo y Meza
Colegio de Filosofía, FFyL-BUAP
robledomeza@yahoo.com.mx
wa: 2223703233

Beato Joaquín de Fiore o de Floris abad nacido en Calabria. Sus seguidores, denominados joaquinitas, iniciaron un movimiento heterodoxo que proponía una observancia más estricta de la Regla franciscana.

La Regla de san Francisco o Regla franciscana está compuesto por doce capítulos, que salvaguardan lo más esencial del espíritu originario. Sin embargo, el elemento jurídico e institucional triunfó sobre el elemento carismático. Con todo, Francisco se mostró siempre obediente a la Iglesia y nunca se lamentó de esto.

Los temas que se presentan en la Regla bulada, a grandes rasgos son: el Evangelio, como el indispensable punto de referencia que ilumina y anima el seguimiento radical de Jesucristo (capítulos 1 y 12); la eclesialidad que lleva a reconocer la Iglesia como el ámbito dentro del cual se desarrolla la vida evangélica de los hermanos (capítulos 1 y 12); la acogida fraterna de los nuevos hermanos que llegan y las primeras exigencias del seguimiento de Jesucristo (capítulo 2); la penitencia, como esfuerzo permanente de conversión (capítulo 2); la oración y el ayuno, como expresión de dedicación a Dios y de penitencia (capítulo 3); la minoridad, como condición específica de los hermanos que van por el mundo (capítulo 3); la pobreza de cosas y de medios cuando se va por el mundo (capítulo 4); la gracia de trabajar y su relación con la subsistencia y el espíritu de oración y devoción (capítulo 5); el no tener nada propio como libertad para los que colaboran en la construcción del Reino (capítulo 6); la fraternidad, como actitud de comunión, de servicio y de perdón al hermano espiritual (capítulos 6 y 7); los ministros y los capítulos, como estructuras de animación y de servicio a la vida fraterna (capítulo 8); la predicación y las exigencias de la evangelización (capítulo 9); la obediencia y el servicio de la autoridad (capítulo 10); poseer el Espíritu del Señor y su santa operación, meta suprema de la Regla (capítulo 10); la castidad, como expresión de libertad (capítulo 11); la misión entre los infieles, y sus exigencias (capítulo 12); y la fidelidad al Evangelio prometido y los recursos para lograrla (capítulo 12).

Retornando a Giacchino da Fiore, éste es la fuente primera de las mitologías sociológicas e ideológicas de la salvación. Es el primer futurólogo de Occidente. Interpreta la Biblia en su doble lenguaje alegórico e histórico, descriptivo y predictivo. Según Giacchino, el Antiguo y el Nuevo Testamento relatan los acontecimientos de la historia secular en términos de historia sagrada. Quien identifique los personajes y los símbolos de las Escrituras puede predecir la historia secular. 

La primera edad –la del Padre- va de Adán a Abraham y está caracterizada por el miedo y la servidumbre. 
La segunda –la del Hijo- va de Elías a Jesús, está caracterizada por la fe y la sumisión filial. Cada edad está precedida por un período de incubación y se mide por la sucesión de cuarenta y dos generaciones. 
La tercera –la del Espíritu Santo- es la edad del amor y de la liberación final del espíritu en su plenitud, que será precedida por el interregno de tres años y medio, durante los cuales el planeta, entregado al Anticristo, será devastado y humillado. Establece la fecha de la prueba final entre el Anticristo y el novus dux, contando treinta años para cada generación.

Tabla XIb del manuscrito "Liber Figurarum", "Libro de las Figuras" 
del Abad Joaquín de Fiore simbolizando en tres círculos la "Santísima Trinidad".

Giacchino da Fiore autodidacta, escritor experto en temas de teología y filosofía. Entre 1156 y 1157, mientras viajaba por Palestina, tuvo una experiencia mística en el Monte Tabor luego del cual obtuvo el don de la exégesis. En 1159 ingresó a la orden cisterciense y en 1188 el Papa lo liberó bajo petición propia de sus obligaciones como abad.

Con sus discípulos, fundó una comunidad monástica en 1196 (con aprobación de Celestino III). Pese a ser un buen abad y a sus debates teológicos, también se distinguió por sus profecías, fundadas en la exégesis bíblica, gracias a la hermenéutica postulando la historia del mundo en tres eras distintas, una por cada persona de la Trinidad.

Defendió una concepción histórica de Dios y la Humanidad, en la cual la historia concluye con una renovación espiritual de la Iglesia, convirtiendo el mundo en un monasterio único que estaría habitado por monjes espirituales ideales. Afirmó que el fin del mundo estaría previsto para 1260.

En el IV Concilio de Letrán (1215-16), se condenaron algunas de sus opiniones respecto a la Trinidad, la creación, Cristo Redentor y los Sacramentos; sin embargo no se atacó a su persona, pues ya se había extendido la fama de santidad entre el pueblo. En 1220 el papa Honorio III lo declaró perfectamente católico y mandó divulgar esta sentencia. Los seguidores de Joaquín de Fiore enviaron una relación de milagros atribuidos a él, con vistas a la canonización.

Con respecto a la Trinidad básicamente decía: cada persona debía ser su esencia; y, además, la esencia misma tenía que ser subsistente aparte. Por consiguiente, las Personas divinas solo podían constituir una unidad moral o un colectivo. (cfr. DH 803). Según Joaquín, no podía pensarse que las Personas divinas fuesen accidentes o manifestaciones de la esencia divina, porque se incurriría en el modalismo, ni tampoco pensar que había tres personas y una esencia, sino entonces la esencia sería una cuarta parte y no sería trinidad. Quedaba solo una salida al dilema: que cada Persona divina fuese ella misma su esencia.

A continuación por su importancia argumental reproduzco del Cap. 2. Del error del abad Joaquín la condena.

“Condenamos, pues, y reprobamos el opúsculo o tratado que el abad Joaquín ha publicado contra el maestro Pedro Lombardo sobre la unidad o esencia de la Trinidad, llamándole hereje y loco, por haber dicho en sus sentencias: "Porque cierta cosa suma es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, y ella ni engendra ni es engendrada ni procede". De ahí que afirma que aquél no tanto ponía en Dios Trinidad cuanto cuaternidad, es decir, las tres personas, y aquella común esencia, como si fuera la cuarta; protestando manifiestamente que no hay cosa alguna que sea Padre e Hijo y Espíritu Santo, ni hay esencia, ni sustancia, ni naturaleza; aunque concede que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son una sola esencia, una sustancia y una naturaleza. Pero esta unidad confiesa no ser verdadera y propia, sino colectiva y por semejanza, a la manera como muchos hombres se dicen un pueblo y muchos fieles una Iglesia, según aquello: La muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma [Act. 4, 32]; y: El que se une a Dios, es un solo espíritu con Él [1 Cor. 6, 17]; asimismo: El que planta y el que riega son una misma cosa [1 Cor. 3, 8]; y: Todos somos un solo cuerpo en Cristo [Rom. 12, 5]; nuevamente en el libro de los Reyes [Ruth]: Mi pueblo y tu pueblo son una cosa sola [Ruth, l, 16]. Más para asentar esta sentencia suya, aduce principalmente aquella palabra que Cristo dice de sus fieles en el Evangelio: Quiero, Padre, que sean una sola cosa en nosotros, como también nosotros somos una sola cosa, a fin de que sean consumados en uno solo [Ioh. 17, 22 s]. Porque (como dice) no son los fieles una sola cosa, es decir, cierta cosa única, que sea común a todos, sino que son una sola cosa de esta forma, a saber, una sola Iglesia por la unidad de la fe católica, y, finalmente, un solo reino por la unidad de la indisoluble caridad, como se lee en la Epístola canónica de Juan Apóstol: Porque tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, y los tres son una sola cosa [1 Ioh. 5, 7], e inmediatamente se añade: Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre: y estos tres son una sola cosa [1 Ioh. 5, 8], según se halla en algunos códices.

Nosotros, empero, con aprobación del sagrado Concilio, creemos y confesamos con Pedro Lombardo que hay cierta realidad suprema, incomprensible ciertamente e inefable, que es verdaderamente Padre e Hijo y Espíritu Santo; las tres personas juntamente y particularmente cualquiera de ellas y por eso en Dios sólo hay Trinidad y no cuaternidad, porque cualquiera de las tres personas es aquella realidad, es decir, la sustancia, esencia o naturaleza divina; y ésta sola es principio de todo el universo, y fuera de este principio ningún otro puede hallarse. Y aquel ser ni engendra, ni es engendrado, ni procede; sino que el Padre es el que engendra; el Hijo, el que es engendrado, y el Espíritu Santo, el que procede, de modo que las distinciones están en las personas y la unidad en la naturaleza. Consiguientemente, aunque uno sea el Padre, otro, el Hijo, y otro, el Espíritu Santo; sin embargo, no son otra cosa, sino que lo que es el Padre, lo mismo absolutamente es el Hijo y el Espíritu Santo; de modo que, según la fe ortodoxa y católica, se los cree consustanciales. El Padre, en efecto, engendrando ab aeterno al Hijo, le dio su sustancia, según lo que Él mismo atestigua: Lo que a mi me dio el Padre, es mayor que todo [Ioh. 10, 29]. Y no puede decirse que le diera una parte de su sustancia y otra se la retuviera para sí, como quiera que la sustancia del Padre es indivisible, por ser absolutamente simple. Pero tampoco puede decirse que el Padre traspasara al Hijo su sustancia al engendrarle, como si de tal modo se la hubiera dado al Hijo que no se la hubiera retenido para sí mismo, pues de otro modo hubiera dejado de ser sustancia. Es, pues, evidente que el Hijo al nacer recibió sin disminución alguna la sustancia del Padre, y así el Hijo y el Padre tienen la misma sustancia: y de este modo, la misma cosa es el Padre y el Hijo, y también el Espíritu Santo, que procede de ambos. Mas cuando la Verdad misma ora por sus fieles al Padre, diciendo: Quiero que ellos sean una sola cosa en nosotros, como también nosotros somos una sola cosa [Ioh. 17, 22], la palabra unum (una sola cosa), en cuanto a los fieles, se toma para dar a entender la unión de caridad en la gracia, pero en cuanto a las personas divinas, para dar a entender la unidad de identidad en la naturaleza, como en otra parte dice la Verdad: Sed... perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto [Mt. 5, 48], como si más claramente dijera: Sed perfectos por perfección de la gracia, como vuestro Padre celestial es perfecto por perfección de naturaleza, es decir, cada uno a su modo; porque no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya de afirmarse mayor desemejanza. Si alguno, pues, osare defender o aprobar en este punto la doctrina del predicho Joaquín, sea por todos rechazado como hereje.

Por esto, sin embargo, en nada queremos derogar al monasterio de Floris (cuyo institutor fue el mismo Joaquín), como quiera que en él se da la institución regular y la saludable observancia; sobre todo cuando el mismo Joaquín mandó que todos sus escritos nos fueran remitidos para ser aprobados o también corregidos por el juicio de la Sede Apostólica, dictando una carta, que firmó por su mano, en la que firmemente profesa mantener aquella fe que mantiene la Iglesia de Roma, la cual, por disposición del Señor, es madre y maestra de todos los fieles. Reprobamos también y condenamos la perversísima doctrina de Almarico, cuya mente de tal modo cegó el padre de la mentira que su doctrina no tanto ha de ser considerada como herética cuanto como loca.”

Joaquín murió el 30 de marzo de 1202, su influencia no se limitó al campo del catolicismo sino del protestantismo y en el desarrollo de las predicciones de Nostradamus.

El culto a Joaquín como beato se estableció espontáneamente. En 1688 fue incluido como beato en las Acta Sanctorum de los Bolandistas. En 2001 fue reabierto su proceso de canonización y la petición de nombrarlo Doctor de la Iglesia.

Liber Figurarum  Tabla XII  Códice Reggiano s. XIII n.e. Libro de las Figuras del Abad Joaquin de Fiore. "Disposición simbólica del Nuevo Orden -'Monástico'- en la Tercera Edad": "La Era del Espíritu Santo".

Sus ideas sobre la historia nacen de una interpretación mística; ve en sueños un instrumento musical anómalo. Para él la historia de la humanidad es un proceso de desarrollo espiritual, que pasa por tres fases:

Edad del Padre
Edad del Hijo
Edad del Espíritu Santo

En esta concepción hay una plasmación de la Trinidad en el tiempo y cada edad repite los acontecimientos ocurridos en la anterior, siendo casi todos los hechos muy parecidos entre las tres edades. Este autor está formulando la idea de que se puede conocer el futuro, y así poder profetizar el fin del mundo. Según Norman Cohn (The pursuit of the millennium), Joaquín de Fiore “inventó el sistema profético de mayor influencia en Europa, hasta la aparición del marxismo”.

Las edades
Cada una de las tres edades tiene unas características propias y una evolución:
La Edad del Padre abarca desde la Creación hasta el nacimiento de Cristo. Es una edad dominada por el miedo al castigo y las figuras importantes de esta etapa son los profetas.
La Edad del Hijo, que empieza con el nacimiento de Cristo, está dominada por el sentimiento de fe y sus figuras importantes son los sacerdotes. Joaquín de Fiore vivió en esta época.
La Edad del Espíritu Santo, que comienza con el Milenio. Es una edad en la que domina la fraternidad en Cristo, es una época en la que no habrá guerras ni enemistades y las figuras importantes serán los monjes.

El determinismo
Dialogi de prescientia Dei
Este historiador sabe que en aquella época se encontraban al final de la Edad del Hijo por el método histórico que utiliza. Él asegura que todas las edades tienen el mismo número de años, aunque el Antiguo Testamento no dice cual es este número, podemos deducirlo por las generaciones que hay desde Adán a Jesús, que son 42 (14+14+14) y por el momento en que empieza la Edad del Hijo (nacimiento de Cristo). Entonces él multiplica 42 por 30, que establece como la media de años que dura una generación. Le da como resultado el año 1260. Y por eso, los años anteriores a este hubo flagelantes y todo tipo de devotos que salían a la calle por el temor de la venida de ese año. Cuando la profecía no se cumplió, otros autores empezaron a aplazarla, sumando además de estas cantidades, la edad de Cristo o ampliando el número de años por generación.

Innovación
El momento cumbre de la historia no está en el pasado, sino en el futuro. Esta es una época de numerosas fundaciones monásticas, que creen saber el momento exacto en que va a aparecer la tercera Edad, por medio de la búsqueda histórica. Muchas de estas ideas no fueron originales de Joaquín de Fiore, sino que se pueden encontrar en el libro de Daniel, pero la innovación del autor está en unirlas a una historia por etapas. Asimismo su interpretación de la historia de la Iglesia como un proceso progresivo de perfección es una innovación que bien podía usarse como arma contra la jerarquía o las instituciones eclesiales de su tiempo.


Tabla II del manuscrito "Liber Figurarum", "Libro de las Figuras" del Abad Joaquin de Fiore (1135-1202) con el "Arbol de la Humanidad: De Adán a la Segunda Venida de Jesús Cristo".

Teoría del progreso
Representa el pensamiento mesiánico del cristianismo en su forma secularizada. Partiendo de la perfectibilidad indefinida del hombre y de la sociedad, ella desvalora sistemáticamente al pasado, trata al presente con benevolencia. La teoría del progreso reproduce rasgo por rasgo el mito de las tres edades elaborado al final del siglo XII por Giacchino da Fiore.


Joaquín es un representante destacado en la construcción de los mitos revolucionarios (incluidos los mitos del progreso) están estrechamente asociados a la reorientación de la sensibilidad moderna desde el siglo XVII, y apuntan hacia el futuro -lo desconocido, la creatividad prometeica de un hombre futuro- por su sola trascendencia real. La apropiación del mito, su actualización, depende de la superación de la condición presente del hombre. Acentuar las divisiones de una sociedad decadente, fragmentada, en un primer momento, para crear las condiciones de una unidad nueva: tal la función primera de los mitos revolucionarios, cuyas etapas están calcadas rigurosamente de las de los mitos escatológicos. Calificamos de escatológicos y apocalípticos los mitos del Fin del Mundo que hablan de la destrucción del mundo y postulan el absoluto de un Nuevo Comienzo después del caos que la destrucción habrá engendrado. Los mitos revolucionarios modernos toman elementos de los mitos escatológicos de origen judío y cristiano, que desde el final del siglo XII europeo adquieren una coloración política radical, una estructura “provisional tripartita”: 
a) polarización de las fuerzas del Bien y del Mal; 
b) reducción del mundo conocido a una masa amorfa; 
c) periodo de renovación “idílica”, creación de una nueva Edad de Oro. 

Habitualmente es un Salvador, un jefe providencial de tipo carismático (el novus dux presentido por Joaquín de Floris) quien conduce las fuerzas del Bien a su victoria final. Aunque en apariencia parezcan radicalmente secularizados están cargados de elementos escatológicos. Ejemplos: el revolucionario francés que se propone como tarea la restauración de las virtudes republicanas de Esparta y de Roma; lo que fue representación mítica del futuro para Lenin y su élite de revolucionarios profesionales, se convierte en 1917 en el pasado de una nueva sociedad posrevolucionaria, 1917 es el año I de una nueva era; la Larga Marcha en China; La Marcha sobre Roma en Italia; la celebración del putsh abortado en 1923 en Alemania, la 4T en México.

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