La educación laica y humanista.
José Antonio Robledo y Meza
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La Ley de Educación del Estado de Puebla nombra una
sola vez, en el artículo 12, el término “laica” y menciona cuatro veces el
término “humanista”, en los artículos 13, 14, 49, y 67, como características de
la educación.
El artículo doce establece “En términos del artículo 3º de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, corresponde al Estado la rectoría de la educación. La
educación que se imparta en el Estado de Puebla, además de obligatoria, será
(…) Laica, al mantenerse por completo ajena a
cualquier doctrina religiosa.
Con respecto a la educación humanista el artículo 13 indica que “La
educación impartida en el Estado de Puebla, persigue los siguientes fines (…) Promover
el respeto irrestricto de la dignidad humana, como valor fundamental e
inalterable de la persona y de la sociedad, a partir de una formación humanista que contribuya a la mejor convivencia social
en un marco de respeto por los derechos de todas las personas y la integridad
de las familias, el aprecio por la diversidad y la corresponsabilidad con el
interés general”.
El artículo 14 establece que “La educación que se imparta en el
Estado de Puebla, se basará en los resultados del progreso científico (…)” y además, responderá, entre otros, al siguiente
criterio: “Será humanista, al fomentar el
aprecio y respeto por la dignidad de las personas, sustentado en los ideales de
fraternidad e igualdad de derechos, promoviendo el mejoramiento de la
convivencia humana y evitando cualquier tipo de privilegio de razas, religión,
grupos, sexo o de personas”; el artículo 49 establece que “En la educación que
se imparta en el Estado de Puebla, se promoverá un enfoque humanista”.
En relación a los planes y programas de estudio el
artículo 67 señala que “En la
elaboración de los planes y programas de estudio a los que se refiere este
artículo, se podrán fomentar acciones para que emitan su opinión las maestras y
los maestros, así como las niñas, niños, adolescentes y jóvenes. De igual
forma, serán consideradas las propuestas que se formulen de acuerdo con el
contexto de la prestación del servicio educativo y respondan a los enfoques humanista, social, crítico, comunitario e integral de
la educación, entre otros, para la recuperación de los saberes locales.”
A continuación, hablaremos primero del laicismo que se predica en
torno a la educación para después considerar a la “educación laica y
humanista”.
El principio del laicismo
El principio del laicismo tuvo su origen en el mundo de la
política. Fue a fines del siglo V que el papa Gelasio I, expuso la doctrina de
las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el
primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la
Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre
las diferentes actividades humanas. La doctrina formulada por Gelasio I es la
de los dos poderes distintos, derivados ambos de Dios, el del papa y el del
emperador; esta doctrina sirvió a Gelasio para reivindicar la autonomía de la
esfera religiosa con relación a la secular. El laicismo fue doctrina oficial de
la Iglesia durante muchos siglos y hoy, en el siglo XXI, se reconoce al principio
del laicismo como fundamento de la cultura moderna e indispensable a la vida y
al desarrollo de todos los aspectos de esta cultura.
Por otro lado, se identifica como adversarios del laicismo a las direcciones
políticas totalitarias, esto es, las direcciones que pretenden adueñarse del
poder político y ejercerlo con la única finalidad de conservarlo para siempre.
Tales direcciones, en efecto, pretenden adueñarse del cuerpo y la mente de los
humanes para impedirles toda crítica o rebelión. Una dirección política
totalitaria puede ser reconocida con facilidad precisamente en relación con el
principio del laicismo: ya se apoye en una confesión religiosa, en una
ideología racista o clasista o en otra cualquiera, tiende en primer lugar, a
disminuir y, por último, a destruir la autonomía de las esferas intelectuales,
como tiende a disminuir y a destruir los derechos de libertad del ciudadano.
El laicismo es en el plano de las relaciones de las actividades humanas
entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los humanes entre
sí; el laicismo es el límite o la medida que garantiza a esas actividades y la
posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la
medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y
desarrollarse.
Amén de lo anterior, el saber positivo en todo campo exige la
autonomía de lenguaje y sus métodos de investigación y comprobación; es en la
racionalidad crítica que pone atención el laicismo. Así pues, el laicismo no es
antagónico con ninguna forma de religiosidad a menos que se presente
políticamente totalitaria.
Bajo el principio del laicismo interesa a todos los ciudadanos que
la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en
general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por
principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten
independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que,
por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan.
Es bastante evidente que una administración política que favorezca a
determinados grupos de ciudadanos en perjuicio de los demás, por mor de sus
creencias religiosas, es simplemente una administración ineficaz y corrompida y
no puede pretender méritos “religiosos” o de cualquier otra índole.
Del mismo modo, un poder judicial que no aplique con escrúpulos y
equidad la ley válida del Estado -la Constitución-, no ofrece garantías para
nadie porque es, igualmente, ineficaz y corrompido.
Una ciencia que sirva a los intereses de partidos, creencias e
ideologías, no puede considerarse meritoria bajo ningún título y no es, en
efecto, una ciencia. Sería parecida a un arte médico que admitiera como
criterio de diagnosis, prognosis y cura los deseos del paciente o de otras
personas.
Es por eso que el laicismo no es de interés de solo un determinado
grupo político, religioso o ideológico, sino interés de todos porque es interés
de todos, el desarrollo armonioso de las actividades que aseguren la
supervivencia de la especie en el mundo.
Por lo dicho respecto a la educación
humanista -en la Ley de Educación del Estado de Puebla- uno de los fines
de la educación es el promover el respeto irrestricto de la dignidad humana,
como valor fundamental e inalterable de la persona y de la sociedad, y se
indica que esto se logrará a partir de una formación humanista
que contribuya a la mejor convivencia social en un marco de respeto por los
derechos de todas las personas y la integridad de las familias, el aprecio por
la diversidad y la corresponsabilidad con el interés general. Se agrega que la
educación se basará en los resultados del progreso científico y además,
responderá, entre otros, al siguiente criterio: será humanista,
al fomentar el aprecio y respeto por la dignidad de las personas, sustentado en
los ideales de fraternidad e igualdad de derechos, promoviendo el mejoramiento
de la convivencia humana y evitando cualquier tipo de privilegio de razas,
religión, grupos, sexo o de personas. En relación a los
planes y programas de estudio se establece que serán consideradas las
propuestas que se formulen de acuerdo con el contexto de la prestación del
servicio educativo y respondan a los enfoques humanista,
social, crítico, comunitario e integral de la educación. Es por todo lo
anterior que se establece en la Ley de Educación del Estado de Puebla la
promoción del enfoque humanista”.
Las competencias de un
ciudadano laico y humanista.
A partir de todo lo
anterior podemos establecer la siguiente definición: una persona laica y humanista es capaz
de pensar, de tomar decisiones, de buscar información relevante, de
relacionarse positivamente con los demás, de cooperar con ellos.
Construir una sociedad laica y humanista consiste
en formar vidas
fincadas en los valores y virtudes laicos y humanistas: el libre examen, el
rechazo a la exclusión, la tolerancia, la solidaridad, la democracia, el
respeto a la diversidad, la emancipación, la justicia, la conquista de la
ciudadanía y la responsabilidad.
A continuación,
reflexionaré solo sobre el significado de la primera de las caracterizaciones
mencionadas: persona capaz de pensar.
La pregunta central es ¿qué debe saber hacer un ciudadano laico y
humanista cuando se dice que debe ser una persona capaz de pensar? En otras
palabras, ¿cuáles son las pericias y aptitudes que deberá mostrar un ciudadano
laico y humanista?, ¿qué está obligado hacer un ciudadano laico y humanista?, ¿qué
pericias, aptitudes se exige de un ciudadano laico y humanista para intervenir
en qué asuntos?
Respondamos las preguntas
anteriores diciendo que un ciudadano debe aprender a estudiar, esto es, acopiar
información y sistematizarla para poder formularse preguntas, analizarlas y
argumentarlas. En algún momento de su vida un ciudadano deberá responder al
menos la pregunta de cuál será la formación profesional que se comprometerá
obtener y que formará parte de su proyecto de vida. Y esa respuesta deberá ser
respondida de manera argumentada. De esta manera, la escolarización se concibe
como un proceso de formación de los ciudadanos para llevarlos a esclarecer básicamente
un asunto: cuál es mi proyecto de vida. Esto exige reflexión, pensamiento.
Es obvio que para responder dichas
preguntas el ciudadano deberá aprender a argumentar, lo que significa que
deberá aprender a pensar y, por lo tanto, deberá mostrar que sabe hablar y
escribir porque solo en el hablar y escribir se revela el pensamiento. Y para
aprender a pensar se requiere contar con estrategias lectoras, saber usar
libros, bibliotecas y la Internet para buscar, localizar, acopiar y
sistematizar información. Quien aprende a estudiar podrá, más adelante,
aprender a investigar.
Así pues, la formación de ciudadanos
requiere de constituir personas que tengan el legítimo deseo de crearse
intelectualmente, de habilitarse en la lectura, reflexión y debates cotidianos
y al deseo de aprender permanentemente. Aprender a aprender requiere anteponer
el aprendizaje de métodos al aprendizaje de contenidos y, por lo tanto, en cada
intento de aprendizaje deberá irse hacia la conciencia de los problemas. Como
hemos dicho, esto requiere pensar, esto es, hablar, escribir, discutir,
disertar…
Si el objetivo social es formar
pensadores entonces debemos responder mínimamente a las siguientes cuestiones: ¿Cuál es la intención de formar pensadores? ¿Cuáles son las
actividades que exige la formación de un pensador?
Es obvio que, al existir distintas maneras de pensar racionalmente,
también es necesario admitir que existen distintas actividades para formar
pensadores y, por lo tanto, las actividades a realizar deberán ser diferentes
para cada caso. Si esto es así, entonces el entrenamiento debe consistir en
ejercitar las competencias pertinentes a cada tipo de pensar. Pero si las
distintas maneras de pensar están presentes en el currículo escolar al contar
con las áreas de ciencias y humanidades, y constatamos sus diferencias también
debemos aceptar que básicamente el pensamiento está orientado, o hacia las
competencias empíricas (ciencias sociales, ciencia naturales e historia) o
hacia las competencias conceptuales (filosofía, y matemáticas).
Sin embargo, no importa cuál sea la elección se caerá en la cuenta
de la importancia que tiene la habilitación en las competencias lingüísticas.
De esta manera es necesario el ejercitarse y adquirir competencia, no en la
actualización —en realidad, receptora y pasiva— del percibir, sino en el usar
creativamente el lenguaje, en el hacer cosas con palabras, con las mismísimas
palabras de otros. Con este hacer cosas con palabras los ciudadanos mejorarán
día a día sus competencias para el estudio y para pensar; esto deberá
reflejarse en la mejora de sus discursos hablados y escritos.
El valor de las conferencias y la lectura.
La comprensión de cualquier discurso comunicativo –hablado o
escrito- consiste en advertir cómo y por qué el interlocutor usa las palabras
de tal forma, sea o no correcta ante el lenguaje estándar. El significado de un
texto es su uso en el discurso.
Es esta comprensión lo que constituye el punto central del
discurso real y obtiene el simple y difícil convivir de las personas. La
comprensión supera, en mucho, la mera captación de un mensaje de carácter
pseudointelectual. El discurso deja de ser mecánico y se torna vida propia si
cumple la finalidad que lo agota en este convivir como personas. Este proceso
es tan importante que puede escapar totalmente a la reflexión y a la
conciencia. La base de su éxito estriba en una tal habituación automática que
la impalpabilidad de la competencia lingüística sea la garantía de un uso
adecuado en cualquier circunstancia, uso que debe resultar tan espontáneo,
directo e irreflexivo como el respirar o el latir del corazón. Todo lo que
atañe al uso del lenguaje está afectado por tan poderoso efecto de camuflaje
naturalista que ha requerido milenios de reflexión para sistematizarse
explícita y conscientemente, pese a la presencia ya de forma explícita y
reflexiva de múltiples datos en los discursos.
La finalidad del entrenamiento
Siempre hay un factor común al ejercicio y al entrenamiento:
superar la mera intelección conceptual de unos textos para adquirir la
competencia en el uso consciente de los signos que lo constituyen,
introduciendo la función cosmopoyética de los discursos en la propia acción
discursiva. En consecuencia, la finalidad del entrenamiento es siempre la
adquisición de las funciones semióticas y poyéticas, es decir, pragmáticas, y
no las significaciones de los signos en un determinado lenguaje en un uso
concreto.
Por este motivo, este es precisamente el ejercicio y adquisición
de competencias que nunca se hace o se favorece de forma directa en los salones
de clase, puesto que se presupone que ver cómo lo hace el profesor o cómo lo
hacen los profesores de diversas tendencias, permite una tácita y una
suficiente introducción a estos campos de análisis.
Aceptemos sin conceder de que una parte razonable del alumnado
actual, no un número escasísimo de héroes superdotados, intuyera
satisfactoriamente este nivel de competencia lingüística, todavía habría que
lamentar la absoluta ausencia de ejercitación sistemática y suficiente para
alcanzar la posesión de una tal competencia de manera efectiva, tan diáfana y
habitual de un modo consciente como lo poseen por simple competencia
inconsciente de locutor oyente.
Por lo anteriormente dicho, se proponen los siguientes objetivos
de la formación de los ciudadanos -laicos y humanistas-.
Objetivo General: deberán
mostrar que aprendieron a pensar.
Para ello deberán desarrollar cuatro tipos de habilidades:
lógico-lingüísticas, de toda persona educada, cognitivas e interdisciplinarias.
I) Las tres diferentes habilidades lógico-lingüísticas:
operaciones, modos y actos.
a) Las operaciones lógico-lingüísticas de hablar, escuchar,
entender, escribir, leer, interpretar, traducir, etc.
b) Los modos lógico-lingüísticos de monologar, dialogar, discutir,
razonar, planear, etc.
c) Los actos lógico-lingüísticos de describir, preguntar, ordenar,
expresar, etc.
II) Las habilidades que debe poseer toda persona educada:
conocimientos, comprensión, disposición y habilidades.
III) Las tres habilidades cognitivas que permiten
a) Estructurar significativamente el conocimiento;
b) Detectar y formular problemas;
c) Resolver problemas (metodología).
IV) la habilidad para establecer relaciones interdisciplinarias.
De esta manera, dividimos el proceso de formación de los ciudadanos
-laicos y humanistas- en las siguientes dos etapas:
Primera Etapa
En esta etapa
se formularán como objetivos que los ciudadanos adquiera las siguientes competencias:
a) Saber escuchar.
b) Saber cuándo y qué preguntar
c) Saber cuándo la evidencia es insuficiente
d) Aprender a: buscar información, buscar evidencia, a negociar, a
explicar, a deliberar para la acción.
e) Buscar alternativas
f) Participar en una discusión
g) Organizar una discusión
h) Distinguir los usos de las discusiones: querellas, debates,
discusión crítica, justificación, defensa.
i) Distinguir distintos actos de habla: oraciones, proposiciones,
aseveraciones y enunciaciones.
j) Distinguir los usos del lenguaje: emotivo, metafórico,
retórico, eufemístico, informativo, directivo y lógico.
k) Apoyar con razones
l) Aceptar consecuencias
m) Saber contextualizar, repetir, parafrasear, dar ejemplos,
buscar apoyos, usar ejemplos, usar contraejemplos, usar y distinguir
pseudo-ejemplos, usar y distinguir pseudo-contraejemplos, usar reducción al
absurdo.
n) Clarificar el discurso
ñ) Tomar en cuenta el contexto de discusión
o) Reconocer la estructura de un argumento
Segunda etapa.
Las competencias consideradas
serían:
a) Saber analizar argumentos: identificar el tema, clarificar los
términos clave, eliminar ambigüedades y vaguedades, distinguir la extensión e
intensión de un concepto, manejar los distintos tipos de definición (nominal,
real, normativa, descriptiva) y sus reglas, identificar la conclusión y las
premisas mediante partículas indicadoras, eliminar material (repeticiones,
disgresiones, ilustraciones, retórica).
b) Saber cómo pasar en limpio argumentos: uniformar expresiones,
diagramar argumentos y debates complejos (divergentes, convergentes y
seriales), añadir premisas implícitas, añadir conclusiones implícitas, identificar
consecuencias teóricas y prácticas.
c) Evaluar premisas: verdad, probabilidad, aceptabilidad,
relevancia, suficiencia (cuando vale un ejemplo y contraejemplo).
d) Evaluar las fuentes: usar fuentes confiables y mencionarlas,
identificar fuentes expertas y reconocidas, exigir que las fuentes usen
procedimientos establecidos y confiables, la mínima inferencia, reportes
actualizados, reportes directos, documentados y corroborados, condiciones
adecuadas de observación, incluyendo instrumentos.
e) Evaluar inferencias: distinguir verdad de validez, reconocer el
tipo de argumentos (y de evidencia): deductivos, inductivos, abductivos, por
analogía, probabilísticos, estadísticos, reconocer las relaciones entre partes
de un argumento: causales, temporales, retóricas, lógicas.
f) Reconocer las más comunes falacias formales, materiales y
probabilísticas.
Criterio de evaluación, no de calificación.
Ya que se propone para la formación de los ciudadanos laicos y
humanistas la adquisición de capacidades abiertas, esto es, de capacidades que
nunca llegan a dominarse totalmente, el éxito del mismo se comprobará sólo y
solo si los aprendices muestran que han adquirido las capacidades abiertas
propuestas en los objetivos. Y ¿cuál es la prueba de que el aprendiz ha
adquirido una capacidad abierta? La prueba es la siguiente: dará pasos que no
se le enseñó a dar. Dará pruebas de que “hace lo inesperado, lo hace bien, con
eficiencia y en el momento preciso”, esto es, que la adquisición de estas
capacidades lo llevan a actuar con creatividad e inventiva.
Finalmente, el
aprendiz que logre los objetivos planteados deberá sentir algún placer en su
logro.
No debe
olvidarse que de todas las capacidades amplias la de aprender es la fundamental
desde el punto de vista educativo y las escuelas, aunque no crean esa capacidad
pueden hacer mucho por desarrollarla.
Puebla, Pue., Arboledas de Guadalupe, 23 de mayo de 2020
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