jueves, 20 de febrero de 2020

Hablando de El nombre de la rosa


Hablando de El nombre de la rosa

En 1980 se publicó la novela de Humberto Eco, “El nombre de la rosa”; seis años después en 1986 Jean Jacques Annaud dirigió la película del mismo nombre y basada en la novela. Annaud había dirigido ya “La guerra del fuego”, “El oso” y “El amante”, basada en la novela de Marguerite Duras.

El nombre de la rosa es una obra que alude a rupturas históricas y al problema filosófico de los Universales; del contraste entre tradición e innovación; del paradigma indicial.

Hablemos del nombre, de la película “El nombre de la rosa”. En la novela que la inspiró encontramos en las últimas líneas la siguiente oración stat rosa pritina nomine, nomina nuda tenemus (aunque la rosa pristina está en el nombre, tenemos nombres desnudos).

Esta frase aparece en la obra El otoño de la edad media, de Joan Huizinga, atribuida a un tal Bernardo de Morlay; no aparece ahí la palabra “rosa” sino “roma”. También hay unos versos de Francois Villon que dicen: “¿dónde está la Flora, gentil romana / Y donde las nieves de antaño?”

La primera oración latina alude al problema de los nombres que se refieren a algo y de los nombres que carecen de referente, todo esto en el contexto del llamado problema de los universales, un problema filosófico planteado en la edad media. 

Hay otra vertiente de interpretación: la caducidad de las cosas. Los versos de Villon apuntan en esa dirección, y están citados en el libro, donde también se habla de la gloria pasada de Babilonia. 

En la película podrían referirse a la muchacha amada y a la cual no puede llamarse. Dice Adso “del único amor terrenal de mi vida no sabía, ni supe jamás, el nombre”. 

Ambas interpretaciones se aplican en El nombre de la rosa: existe alguien cuyo nombre se desconoce, alguien a quien se ama fugazmente y a quien luego hay que dejar atrás. No estamos aquí frente al placer que dura un instante ni ante el carpe diem (vive el momento), que proclaman los poetas (ver la película La sociedad de los poetas muertos). Sí ante la tristeza que dura toda la vida.

El nombre es fundamental para conocer la cosa; así lo establece la Cábala y otras doctrinas. Entre los amantes este desconocimiento es signo de ruptura, por más que los cuerpos desnudos se hubiesen conocido por algunos momentos. Adso de Melk estará condenado a recordar toda su vida a quien no pudo nombrar, y por eso su memoria tendrá algo trágico. 

El tema de la separación y la ruptura ha sido tratado en la película La muerte en Venecia, del italiano Luchino Visconti, donde el amante no puede siquiera nombrar la relación que lo puede unir con su amado, porque esa relación puede ser aberrante y no tiene nombre aceptarlo. Von Aschenbach tendrá que morir sin siquiera tocar con la mano al joven Tadzio. En la película Casablanca, de M. Curtiz, también ocurre el encuentro casual, momentáneo, que no puede repetirse y que sólo puede resolverse en la separación definitiva; en La mujer de al lado, de Francois Truffaut, el reencuentro definitivo se alcanza en la aniquilación de los amantes.

Hay también otras rupturas que se muestran en la película. Los franciscanos están casi al borde del cisma, a punto de romper con el Papa porque no quieren romper con sus convicciones evangélicas; Guillermo rompe con su pasado como inquisidor y la situación que envuelve a todos amenaza con una ruptura política en la Europa de ese tiempo, a finales de 1327. Los monjes benedictinos han roto también varias de sus reglas y algunos cometen pecados en contra de la naturaleza. Remigio de Varagine y Salvatore han roto ya con su pasado “dulciniano” y cuando vuelvan a encontrarlo hallarán también la hoguera. 

Cada ruptura tiene un nombre, cada ruptura esta mediada por un nombre que establece relaciones y que toma la apariencia de una batalla por los nombres, por una guerra al interior del lenguaje.
Aquí vale la pena analizar el retrato de Hans Holbein, el joven, 1533.



Pero todas estas cosas ya han pasado, y quizá la ruptura es el síntoma que expresa la caducidad de las cosas, por terribles que sean, de todas las cosas que han sido nombradas por la boca de los hombres: nomina nuda tenemus (nombres desnudos tenemos).

Detalles de la película.
Contrastes entre personajes y situaciones complementarias, como por ejemplo, el contraste entre jóvenes y viejos; el narrador, ya anciano recuerda no sin zozobra ciertos acontecimientos que ocurrieron cuando era joven, cuando viajaba y aprendía con y de su maestro Guillermo de Baskerville, monje franciscano. Un primer contraste: el joven benedictino, miembro de una orden ya añeja y aprendiz de un monje maduro que pertenece a una orden en ese entonces muy joven (los franciscanos), con menos de un siglo de existencia. De alguna manera estos personajes encarnan una problemática que involucra la tradición y la innovación, a través precisamente de sus respectivas órdenes religiosas; los franciscanos muestran una actitud más abierta a los cambios de la época, incluyendo el uso de artefactos tecnológicos, y propicios también a un cambio de actitud con respecto a problemas teológicos con fuertes consecuencias políticas. 

El debate teológico ocurre entre franciscanos y teólogos de la corte papal siendo los benedictinos una suerte de territorio neutral que proporciona el escenario para la disputa. Es un debate entre teorías de la soberanía: soberanía del rey contra soberanía del papa. Los benedictinos ofrecen una abadía para que en ella se realice un encuentro entre facciones rivales y pueda cada una exponer sus puntos de vista y tratar de llegar a un acuerdo o mostrar que no hay posibilidad de acuerdo alguno. La misión de Guillermo es exponer los puntos de vista de los teólogos imperiales (defienden la supremacía del emperador con respecto al Papa en lo que a asuntos del poder terrenal se refiere); el problema central lo constituye la pobreza de la Iglesia, y no se trata solamente de dinero, sino de si la Iglesia pueda y deba constituirse en poder terrenal político y económico.


El lugar del encuentro es interesante. Una abadía de cuyo nombre y ubicación no quiere acordarnos el narrador, donde suceden cosas extrañas, donde mueren monjes jóvenes y donde vive un venerable y viejo monje ciego, Jorge de Burgos; una abadía que brinda hospitalidad a un viejo místico franciscano, Ubertino de Casale, quien interpreta los eventos a la luz del Apocalipsis (aquí difiere la película de la novela), y que contrasta en actitud con fray Guillermo; una abadía que guarda un secreto, un libro escondido en un laberinto de libros en un lugar donde los hombres viven entre, por y para los libros. En esa abadía suceden cosas raras: las noches se pueblan de personajes furtivos, de monjes ortodoxos que no pueden leer a la luz del día un libro prohibido, de monjes heréticos que intercambian en penumbras, comida por favores carnales, de pasadizos ocultos que muy pocos conocen. A esa abadía han llegado Adso de Melk y Guillermo de Baskerville.

El paradigma indicial.
Nuestros personajes son miembros del género policial; Guillermo es un detective del siglo catorce, con una misión que cumplir y con muchos recursos a los que puede echar mano en los momentos cruciales; es un clérigo, ¿y qué otra cosa podría ser un hombre de su época en un mundo de finales del medioevo? Es un ascendiente de Holmes que dice en algún momento “¡Elemental, mi querido Adso!”. Guillermo es un letrado, un hombre que sabe leer en los caracteres del mundo y que por eso leerá en una tumba visitada por los cuervos que hubo una muerte reciente, por eso sabrá donde ubicar los baños en un lugar que nunca antes había visitado, por eso sabrá reconstruir a partir de una palabra el pasado herético de un monje franciscano que habla la lengua de Babel. 

Los antagonistas de Guillermo son Jorge de Burgos y Bernardo Gui. Jorge es el custodio del secreto; sabe del libro escrito por el Filósofo, cuya autoridad en ese tiempo es ya indiscutible; sabe y calla, y quiere hacer callar. Bernardo es la encarnación del poder, un personaje investido con autoridad sobre la vida y la muerte de quienes están bajo su jurisdicción, un lector que sabe leer la culpa y la herejía en los ojos de quienes acusa; es también una sombra del pasado de Guillermo. Porque Guillermo ha sido inquisidor, ha sido también perseguido y ha encontrado que retractarse de la verdad no conduce a la hoguera y que en la verdad y en la hoguera el hereje no se distingue gran cosa del místico; por eso ha renunciado. Jorge y Bernardo representan una verdad que se clausura, una verdad que no ríe y que aniquila a los marginados; Guillermo anda tras la verdad que se expande, que asimila y se hace pública, una verdad que ríe y que libera, una verdad que se esconde en un laberinto.

El laberinto es la biblioteca, o el mundo; hay que buscarla con nuevos ojos, ojos quizá frágiles pero imprescindibles. El joven novicio y el monje maduro unen sus fuerzas en esta búsqueda; en algún momento dejan de ser maestro y alumno para convertirse en amigos (tema que no aparece en la novela); en algún momento el joven novicio descubre la verdad, la verdad del cuerpo y del amor que antes no aparecía en su horizonte. El que busca encuentra, pero ¿encuentra solamente lo que busca? Hay que buscar en los indicios, en las pistas, en los íconos, en los signos; los signos también conducen a otros signos, por eso los libros remiten a otros libros (y las películas a otras películas, ¿cómo no recordar La muerte en Venecia”). El laberinto supone Ariadna y su hilo, aunque tal vez la salida no coincida con la entrada: Adso tuvo la experiencia pero nunca conoció el nombre del único amor terrenal de su vida: nomina nuda tenemus.

Guillermo de Baskerville.

Guillermo de Baskerville tiene que enfrentar una misión peligrosa, sirve a su majestad y es hombre de muchos recursos propios de su época: los artefactos desconocidos para sus contemporáneos, entre ellos el astrolabio y los lentes, el dominio de las lenguas griega y latina, pero sobre todo una inteligencia pulida por el ejercicio en el arte del razonamiento, en la inducción, la deducción, la abducción y en la experimentación (no en balde es inglés y discípulo de Francis Bacon). Como hombre de su época es un clérigo, es un monje franciscano que sabe leer en cada acontecimiento que se le presenta: una visitada por un cuervo, un monje que corre hacía cierto lugar y luego regresa ya sin urgencias.

La misión que debe de enfrentar es doble: exponer los puntos de vista de los franciscanos sobre cierto problema teológico-político y descubrir al culpable de ciertos crímenes que ocurren en la abadía benedictina donde debe debatirse ese problema teológico. En esa abadía ha muerto ya un monje y a la llegada de Guillermo y su discípulo habrán de morir más, cada uno como siguiendo un plan preconcebido. Guillermo investiga, interroga, saca conclusiones; para seguir investigando debe acceder a un lugar prohibido. Sus pesquisas lo llevan a la biblioteca, sus preguntas se responden de tal manera que no conduzcan ahí y Guillermo sabe entonces debe buscar; busca, en efecto, pero sin saber exactamente qué debe buscar. Poco a poco se va perfilando la respuesta: debe buscar un libro en la biblioteca, ¿qué otra cosa puede ser? pero ¿qué libro? Visita la biblioteca descubriendo en ella lo que para cualquier erudito sería un paraíso; encuentra que la biblioteca es también un laberinto cuyas partes reflejan las partes impresas en los libros. Pero también encuentra que la biblioteca es un lugar clandestino: ahí se esconde un libro prohibido y ahí van los monjes para poder leerlo en la oscuridad.


Mientras tanto no debe olvidar la otra parte de su misión: exponer ante los teólogos del Papa los puntos de vista de los franciscanos ante el problema de la pobreza, y sus implicaciones. El problema se formula de varias maneras: ¿fue Cristo dueño del manto que lo cubría?, ¿los bienes de la Iglesia han de considerarse como posesión o simplemente como uso?


La película no nos dejará seguir el debate; la otra trama, la del libro captará la atención del espectador y la de los protagonistas. El secreto de la atención sigue siendo la biblioteca. 

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