José Antonio Robledo y Meza
Colegio de Filosofía, FFyL, BUAP
robledomeza@yahoo.com.mx
WA: 2223703233
De la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la autonomía de una universidad pública y podemos derivar su proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de “autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.
El laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre las diferentes actividades humanas. Esta teoría -la de los dos
poderes distintos, derivados ambos de Dios, el del papa y el del emperador- sirvió a Gelasio para reivindicar la autonomía de la esfera religiosa con relación a la política. Fue doctrina oficial de la Iglesia durante muchos siglos. Todavía en el siglo XII el canonista Esteban de Tournai la expresó con extrema precisión en la introducción de su Summa Decretorum. En 1302 Juan de París en su tratado Sobre la potestad regia y papal utiliza la misma doctrina cuando se invierten los papeles, para defender el poder político contra el poder eclesiástico.
En 1313 Dante en su De Monarchia vuelve a defender el poder político contra el poder eclesiástico, esto es, defiende al Imperio contra las injerencias excesivas de la Iglesia buscando una nueva interpretación de la naturaleza y puesto del Imperio –como instrumento para la realización de la humana civilitas-, con el fin
de conseguir una nueva y más sólida concordia entre los poderes temporal y espiritual.
El principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo de Ockam. A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente filosóficas, que no conciernen a la teología, no
deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestates, I, II, 22). Más adelante durante el Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia del laicismo en la vida política y civil de Occidente.
Es importante recordar el célebre caso del siglo XVII. Galileo Galilei, reafirmó el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a la ciencia por la autoridad eclesiástica. La Sagrada Escritura y la naturaleza –decía Galileo- proceden ambas del Verbo divino, pero en tanto que la palabra de Dios ha debido adaptarse al limitado entendimiento de los hombres a los cuales
se dirigía, la naturaleza es inexorable e inmutable y nunca trasciende los términos de las leyes que le son impuestas, porque no se cuida de que sus recónditas razones sean o no comprendidas por los hombres y, de tal manera, “lo que los efectos naturales o la sensata experiencia nos pone ante los ojos o lo que también las demostraciones necesarias afirman, de ninguna manera debe ser puesto en duda, ni tampoco condenado, en virtud de que fragmentos de la Escritura tuvieran diferente significación” (Lett. Alla Grand. Cristina, en Op., V, 316)
Como podemos ver el principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos. En el mundo de hoy los auténticos adversarios del laicismo son las direcciones políticas totalitarias, esto es, las direcciones que pretenden adueñarse del poder político y ejercerlo con la única finalidad de conservarlo para siempre. Tales direcciones, en efecto, pretenden adueñarse del cuerpo y del alma del hombre para impedirle toda crítica o rebelión. Una dirección política totalitaria puede ser reconocida con facilidad precisamente en
relación con el principio del laicismo: ya se apoye en una confesión religiosa, en una ideología racista o clasista o en otra cualquiera, tiende en primer lugar a disminuir y por último a destruir la autonomía de las esferas espirituales, como tiende a disminuir y a destruir los derechos de libertad del ciudadano. El laicismo, en efecto, es en el plano de las relaciones de las actividades humanas
entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el laicismo.
Aquí surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La defensa del laicismo es de interés público?
Respondemos que el principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan. Es bastante evidente que una administración política que favorezca a determinados grupos de ciudadanos en perjuicio de los demás es simplemente una administración ineficaz y corrompida. Una ciencia que sirva los intereses de partidos, creencias e ideologías, no puede considerarse meritoria bajo ningún título y no es, en efecto, una ciencia. Sería parecida a un arte médico que admitiera como criterio de diagnosis, prognosis y cura los deseos del paciente o de otras personas o, más exactamente, un arte médico semejante sería un caso de ciencia “no laica” o sea clerical o partidista. El laicismo es un criterio que interesa a todos, ya que se supone que el interés de todos es el desarrollo armonioso de las actividades que aseguren la supervivencia del hombre en el mundo.
El criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas, de los prejuicios de clase o de raza, etc.
No otro es el sentido que el México republicano vigente se acompañara de la reforma educativa encabezada por Gabino Barreda Flores en 1867 donde la Ley Orgánica de Instrucción organiza la enseñanza laica.
Fue en 1881 que como diputado Justo Sierra planteo por primera vez la autonomía de la universidad. En 1914 Félix Palavicini presentó nuevamente ante el Congreso un proyecto de ley para la autonomía de la universidad.
En 1920 José Vasconcelos al tomar posesión de la Rectoría dijo: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir que la Universidad trabaje para el pueblo”.
En 1929 se expide la Ley de Autonomía. En 1979 el Congreso elevó la autonomía de las universidades públicas a rango constitucional.
Resulta relevante que a partir del principio de laicidad que, como hemos visto, da sentido a la autonomía se dé respuesta a las muchas son las interrogantes existentes en torno a la naturaleza y legitimidad de la Universidad pública. Destacan en estos momentos, por ejemplo, la problemática definida por las cuestiones siguientes: ¿Cómo concebir la forma de educación? ¿La educación debe ser un fin en sí misma o debe ser pragmática y orientada a una profesión? ¿Qué tipo de aprendizaje debe atender y de qué manera está vinculada la educación general con él? ¿Conforme a que criterio de cultura (calidad y cantidad de las materias de enseñanza), deben formularse los planes de estudios? ¿Cuáles deben ser las actividades a desarrollar por los estudiantes? ¿Qué áreas de conocimiento y disciplinas deben proponerse?
La Universidad Pública tiene dos fuentes de legitimidad. En primer lugar, ser una institución pública y, en segundo lugar, por su especificidad de ser una universidad. Esto nos conduce a la necesidad de referirnos a los fundamentos epistemológicos que pueden sustentar la educación en una universidad. Formular tal epistemología requiere de formular una concepción de la enseñanza y una del aprendizaje, con la definición, por supuesto, del tipo de conocimientos que justifiquen ambas teorías.
Analicemos cada uno de estos aspectos y a partir de él derivemos las cuatro conclusiones básicas relacionadas con la caracterización de la educación, las metas, los fines y los objetivos de la universidad pública.
En la historia de México la enseñanza ha estado ligada a otras manifestaciones socio-culturales como la religión, la ciudadanía, la alfabetización, la moralidad y el patriotismo. Los nexos de la educación con la moral y la religión se debilitaron en distintos momentos históricos y se volvieron más relativas. La alfabetización incluyó la lectura, la escritura y la comprensión de ideas y al expandirse el núcleo común de conocimientos necesarios se volvió fragmentado. El patriotismo incorporó perspectivas críticas del propio país y de sus instituciones, y, por esto, las expectativas hacia la educación crecieron hasta incluir la igualdad de oportunidades.
Hoy día, podemos decir que la escuela pública se configura como el instrumento central de la oportunidad y la igualdad, de la reforma social, de la justicia social, de la productividad económica y del aprendizaje individual y socialmente relevante. Esto lo podemos constatar si observamos el marco jurídico de la educación pública –Constitución (Artículos 3, 5, 44, 45) y Ley Federal de Educación- en nuestro país.
La sociedad mexicana -como sociedad democrática- al estar fincada en el sufragio universal está indisolublemente unida a laescolarización universal. El sufragio sin escolarización de la mejor calidad posible produce demagogia, da lugar a un electorado ignorante y equivale a una mistificación de las instituciones y procesos democráticos.
Una sociedad democrática debe capacitar para el diálogo racional, para los acuerdos responsables y una conducta apegada a la ley, por ello debe proporcionar igualdad de oportunidades educativas: dando la mayor cantidad -y de la mejor calidad posible- de educación pública. Los cambios que precisamos deben asegurar la continuidad en la historia de nuestra sociedad e instituciones.
En otro instrumento jurídico -la Declaración de los Derechos Humanos- se alude, en su segundo párrafo, a los fines de la educación y a los valores que han de inspirarla, poniendo énfasis en aspectos que contribuyen a la formación de los ciudadanos del mundo: la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y grupos étnicos o religiosos, así como la promoción de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
La Ley de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, establece en su artículo 1§ que la Universidad como Organismo Público Descentralizado del Estado tiene por objeto contribuir a la prestación de los servicios educativos (...); realizar investigación (..) y coadyuvar al estudio, preservación, acrecentamiento y difusión de la cultura. Para ello se regirá por los principios normativos básicos de las libertades de cátedra, de expresión e investigación.
Con estas premisas podemos derivar que el marco jurídico aludido expresa nuestros propósitos comunes, nuestro pluralismo, nuestro deseo de igualdad y excelencia educativa. Esto queda claramente expresado en la demanda de que cada uno de los planteles del sistema educativo proporcione a los futuros ciudadanos el conocimiento, las actitudes y los instrumentos que les permitan participar plenamente en la vida democrática y ejercer sus derechos y obligaciones. Para alcanzar esto se requiere de una educación que favorezca la adquisición de conocimientos básicos, el pensamiento crítico y la imaginación. Estas tres cosas es lo que definirían una educación con orientación a la excelencia, esto es, del pensar bien. Cada retroceso en este sentido devaluaría a los estudiantes y pondría en peligro nuestra democracia.
¿Cómo puede la Universidad pública involucrarse en esta empresa social? Veámoslo.
La finalidad última de la universidad pública es la promoción del desarrollo de los jóvenes en una doble dimensión: su nivel de competencia para aprender y su nivel de conocimientos mediante el aprendizaje de las experiencias culturalmente organizadas y a través de la asimilación de las destrezas, las habilidades, los conceptos, las normas y los valores, racionalmente pertinentes.
De este compromiso es que la escolarización en una universidad pública está ineludiblemente vinculada a la promoción de la inteligencia de los alumnos. De aquí la exigencia a los estudiantes a pensar por sí mismos y motivarlos a responder preguntas importantes. La universidad pública debe capacitar a los
estudiantes para que puedan desarrollar argumentaciones y con ello defender puntos de vista, entender puntos de vista opuestos para tomar en consideración las alternativas.
De lo dicho se desprende la función de la universidad pública como un instrumento que promueve de manera simultánea la igualdad de oportunidades educativas y la excelencia académica. Nada está más alejado de los verdaderos derechos de los jóvenes que una educación mediocre teniendo la posibilidad de algo mejor. De aquí que se proponga como metas educativas el desarrollo de la expresión imaginativa y del pensamiento crítico. La llave de la inteligencia flexible es el pensamiento imaginativo y crítico, el pensar bien.
Al cultivar la expresión imaginativa sólo se estaría cultivando una capacidad inherente a los estudiantes y que necesita ser liberada. Sin embargo, el cultivo del comportamiento imaginativo, requiere de una guía bien pensada cuidadosa y disciplinada. Esta enseñanza no debe confundirse con el simple dejar correr libremente la imaginación, al margen de las restricciones de las normas, de las instituciones o del conocimiento. La expresión imaginativa debe estar apoyada de conocimientos, técnica, disciplina y propósito. Es necesario reconocer que, la imaginación hace posible ver el mundo de otra manera, permite ver posibilidades y fomenta una percepción de las alternativas.
Hay que aceptar, en relación al pensamiento crítico, que éste es una perspectiva, una forma de buscar relaciones y sentidos másallá de la rutina y el lugar común. Esto no es lo mismo, como generalmente se malentiende, con estar siempre “en contra” de todo.
Pensar críticamente significa, fundamentalmente, tres cosas actuar sobre un cuerpo de conocimientos, actuar sobre un conjunto de hábitos y actitudes con el objeto de probar, analizar y resolver cuestiones problemáticas y evaluar los resultados. El pensamiento crítico no se da en el vacío: el dominio del conocimiento y de información es esencial. Para que los estudiantes sean críticos necesitan algo sustancial en qué pensar.
Pero el pensamiento crítico va más allá de una mera adquisición de conocimientos e información. Involucra una comprensión de la naturaleza de ese conocimiento y de esa información y de las inevitables predisposiciones que son parte del conocimiento. Significa reconocer los límites de la certeza o la posibilidad de un conocimiento completo, los límites impuestos al conocimiento científico por el problema a tratar, por los datos buscados y utilizados o por el método de interpretar esos datos. Significa comprender la “interpretación” en historia, literatura u otras disciplinas.
Desarrollar la capacidad para pensar críticamente es importante para decidir y escoger lo que está construido con fundamento de lo que está sin él; para separar lo serio de lo trivial; lo significativo de lo insustancial; para regir las modas, trivialidades y cultos de toda clase.
Establecer el pensamiento crítico como meta educativa es poner un especial énfasis en problemas que no tienen respuestas claras y que son asuntos controvertidos.
La complejidad tecnológica, la interrelación y la confusión entre los problemas políticos, científicos, sociales y económicos, las fluctuación y divergencia de valores entre diversos grupos y un ejército de otras incertidumbres, ponen en tensión nuestra capacidad de conocer y de cumplir con nuestras obligaciones, de decidir y actuar por nuestro propio bien y por el de la sociedad.
La capacidad de pensar críticamente no ofrece certezas ni promete decisiones buenas y correctas; permite hacer elecciones libres, informadas por la inteligencia, decisiones que afirman la voluntad humana y la dignidad del individuo.
La expresión imaginativa y el pensamiento crítico son, pues, fundamentales para cualquier definición de excelencia en la educación.
La universidad pública como una institución con finalidades primordialmente académicas orienta la conducta de sus integrantes hacia la búsqueda de un valor: la verdad.
Decir que la búsqueda de la verdad es el fin último que orienta nuestras exigencias cognoscitivas es imponer un código de conducta. Es señalar que los aprendizajes suscitados estén subordinados a aquellos conocimientos obtenidos con método, con coherencia, con inteligencia, con paciencia, con seriedad y con escrúpulo.
Entender la verdad de esta manera nos permite entender por qué la misión de la universidad incluye aspectos como formar los investigadores que la sociedad requiere, formar y seleccionar su propio cuadro docente, conservarse como un lugar de tradición cultural y de renovación social todo unido a las funciones de enseñar, producir, divulgar y usar conocimientos.
Puebla, Paseo de las fuentes, 19 de febrero de 2019
Colegio de Filosofía, FFyL, BUAP
robledomeza@yahoo.com.mx
WA: 2223703233
Dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude, / incipe ("Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a pensar, empieza"). Epístola II
de Horacio del Epistularum liber primus. La frase fue acuñada por Horacio en el siglo I a. C. y se encuentra en una epístola a su amigo Lolius. Tiene muchas traducciones, pero en el contexto de la carta (en la cual trata sobre los múltiples procedimientos que Ulises usó en su regreso de Troya para superar las pruebas a las que se enfrentó) se puede entender como «tener el valor de usar tu habilidad para pensar». Otros la traducen como «atreverse a pensar». Desde entonces se utiliza muy frecuentemente como lema de varias universidades.
Su divulgación se debe al filósofo Immanuel Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?
De la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la autonomía de una universidad pública y podemos derivar su proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de “autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.
El laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre las diferentes actividades humanas. Esta teoría -la de los dos
poderes distintos, derivados ambos de Dios, el del papa y el del emperador- sirvió a Gelasio para reivindicar la autonomía de la esfera religiosa con relación a la política. Fue doctrina oficial de la Iglesia durante muchos siglos. Todavía en el siglo XII el canonista Esteban de Tournai la expresó con extrema precisión en la introducción de su Summa Decretorum. En 1302 Juan de París en su tratado Sobre la potestad regia y papal utiliza la misma doctrina cuando se invierten los papeles, para defender el poder político contra el poder eclesiástico.
Fragmento de la portada del libro de Thomas Hobbes, Leviatán, o La materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, 1651.
En 1313 Dante en su De Monarchia vuelve a defender el poder político contra el poder eclesiástico, esto es, defiende al Imperio contra las injerencias excesivas de la Iglesia buscando una nueva interpretación de la naturaleza y puesto del Imperio –como instrumento para la realización de la humana civilitas-, con el fin
de conseguir una nueva y más sólida concordia entre los poderes temporal y espiritual.
Guillermo de Ockam, (c. 1280/1288-1349) fue un fraile franciscano, filósofo y lógico. Como miembro de la Orden Franciscana dedicó la vida a la pobreza extrema. Murió a causa de la peste negra. Se le conoce principalmente por la Navaja de Ockham, un principio metodológico e innovador, y por sus obras significativas en lógica, medicina y teología.
El principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo de Ockam. A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente filosóficas, que no conciernen a la teología, no
deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestates, I, II, 22). Más adelante durante el Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia del laicismo en la vida política y civil de Occidente.
Justus Sustermans, Portrait of Galileo Galilei, 1636
Es importante recordar el célebre caso del siglo XVII. Galileo Galilei, reafirmó el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a la ciencia por la autoridad eclesiástica. La Sagrada Escritura y la naturaleza –decía Galileo- proceden ambas del Verbo divino, pero en tanto que la palabra de Dios ha debido adaptarse al limitado entendimiento de los hombres a los cuales
se dirigía, la naturaleza es inexorable e inmutable y nunca trasciende los términos de las leyes que le son impuestas, porque no se cuida de que sus recónditas razones sean o no comprendidas por los hombres y, de tal manera, “lo que los efectos naturales o la sensata experiencia nos pone ante los ojos o lo que también las demostraciones necesarias afirman, de ninguna manera debe ser puesto en duda, ni tampoco condenado, en virtud de que fragmentos de la Escritura tuvieran diferente significación” (Lett. Alla Grand. Cristina, en Op., V, 316)
Como podemos ver el principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos. En el mundo de hoy los auténticos adversarios del laicismo son las direcciones políticas totalitarias, esto es, las direcciones que pretenden adueñarse del poder político y ejercerlo con la única finalidad de conservarlo para siempre. Tales direcciones, en efecto, pretenden adueñarse del cuerpo y del alma del hombre para impedirle toda crítica o rebelión. Una dirección política totalitaria puede ser reconocida con facilidad precisamente en
relación con el principio del laicismo: ya se apoye en una confesión religiosa, en una ideología racista o clasista o en otra cualquiera, tiende en primer lugar a disminuir y por último a destruir la autonomía de las esferas espirituales, como tiende a disminuir y a destruir los derechos de libertad del ciudadano. El laicismo, en efecto, es en el plano de las relaciones de las actividades humanas
entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el laicismo.
Aquí surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La defensa del laicismo es de interés público?
Respondemos que el principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan. Es bastante evidente que una administración política que favorezca a determinados grupos de ciudadanos en perjuicio de los demás es simplemente una administración ineficaz y corrompida. Una ciencia que sirva los intereses de partidos, creencias e ideologías, no puede considerarse meritoria bajo ningún título y no es, en efecto, una ciencia. Sería parecida a un arte médico que admitiera como criterio de diagnosis, prognosis y cura los deseos del paciente o de otras personas o, más exactamente, un arte médico semejante sería un caso de ciencia “no laica” o sea clerical o partidista. El laicismo es un criterio que interesa a todos, ya que se supone que el interés de todos es el desarrollo armonioso de las actividades que aseguren la supervivencia del hombre en el mundo.
El criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas, de los prejuicios de clase o de raza, etc.
Gabino Eleuterio Juan Nepomuceno Barreda Flores (Puebla, 19 de febrero de 1818 – Ciudad de México, 20 de marzo de 1881) fue un médico, filósofo positivista y político mexicano. Primer director de la Escuela Nacional Preparatoria. Introdujo el método científico en la enseñanza elemental.
No otro es el sentido que el México republicano vigente se acompañara de la reforma educativa encabezada por Gabino Barreda Flores en 1867 donde la Ley Orgánica de Instrucción organiza la enseñanza laica.
Justo Sierra Méndez
Félix Fulgencio Palavicini Loria
Fue en 1881 que como diputado Justo Sierra planteo por primera vez la autonomía de la universidad. En 1914 Félix Palavicini presentó nuevamente ante el Congreso un proyecto de ley para la autonomía de la universidad.
José Vasconcelos Calderón
En 1920 José Vasconcelos al tomar posesión de la Rectoría dijo: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir que la Universidad trabaje para el pueblo”.
En 1929 se expide la Ley de Autonomía. En 1979 el Congreso elevó la autonomía de las universidades públicas a rango constitucional.
Resulta relevante que a partir del principio de laicidad que, como hemos visto, da sentido a la autonomía se dé respuesta a las muchas son las interrogantes existentes en torno a la naturaleza y legitimidad de la Universidad pública. Destacan en estos momentos, por ejemplo, la problemática definida por las cuestiones siguientes: ¿Cómo concebir la forma de educación? ¿La educación debe ser un fin en sí misma o debe ser pragmática y orientada a una profesión? ¿Qué tipo de aprendizaje debe atender y de qué manera está vinculada la educación general con él? ¿Conforme a que criterio de cultura (calidad y cantidad de las materias de enseñanza), deben formularse los planes de estudios? ¿Cuáles deben ser las actividades a desarrollar por los estudiantes? ¿Qué áreas de conocimiento y disciplinas deben proponerse?
La Universidad Pública tiene dos fuentes de legitimidad. En primer lugar, ser una institución pública y, en segundo lugar, por su especificidad de ser una universidad. Esto nos conduce a la necesidad de referirnos a los fundamentos epistemológicos que pueden sustentar la educación en una universidad. Formular tal epistemología requiere de formular una concepción de la enseñanza y una del aprendizaje, con la definición, por supuesto, del tipo de conocimientos que justifiquen ambas teorías.
Analicemos cada uno de estos aspectos y a partir de él derivemos las cuatro conclusiones básicas relacionadas con la caracterización de la educación, las metas, los fines y los objetivos de la universidad pública.
En la historia de México la enseñanza ha estado ligada a otras manifestaciones socio-culturales como la religión, la ciudadanía, la alfabetización, la moralidad y el patriotismo. Los nexos de la educación con la moral y la religión se debilitaron en distintos momentos históricos y se volvieron más relativas. La alfabetización incluyó la lectura, la escritura y la comprensión de ideas y al expandirse el núcleo común de conocimientos necesarios se volvió fragmentado. El patriotismo incorporó perspectivas críticas del propio país y de sus instituciones, y, por esto, las expectativas hacia la educación crecieron hasta incluir la igualdad de oportunidades.
Hoy día, podemos decir que la escuela pública se configura como el instrumento central de la oportunidad y la igualdad, de la reforma social, de la justicia social, de la productividad económica y del aprendizaje individual y socialmente relevante. Esto lo podemos constatar si observamos el marco jurídico de la educación pública –Constitución (Artículos 3, 5, 44, 45) y Ley Federal de Educación- en nuestro país.
La sociedad mexicana -como sociedad democrática- al estar fincada en el sufragio universal está indisolublemente unida a laescolarización universal. El sufragio sin escolarización de la mejor calidad posible produce demagogia, da lugar a un electorado ignorante y equivale a una mistificación de las instituciones y procesos democráticos.
Una sociedad democrática debe capacitar para el diálogo racional, para los acuerdos responsables y una conducta apegada a la ley, por ello debe proporcionar igualdad de oportunidades educativas: dando la mayor cantidad -y de la mejor calidad posible- de educación pública. Los cambios que precisamos deben asegurar la continuidad en la historia de nuestra sociedad e instituciones.
En otro instrumento jurídico -la Declaración de los Derechos Humanos- se alude, en su segundo párrafo, a los fines de la educación y a los valores que han de inspirarla, poniendo énfasis en aspectos que contribuyen a la formación de los ciudadanos del mundo: la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y grupos étnicos o religiosos, así como la promoción de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
La Ley de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, establece en su artículo 1§ que la Universidad como Organismo Público Descentralizado del Estado tiene por objeto contribuir a la prestación de los servicios educativos (...); realizar investigación (..) y coadyuvar al estudio, preservación, acrecentamiento y difusión de la cultura. Para ello se regirá por los principios normativos básicos de las libertades de cátedra, de expresión e investigación.
Con estas premisas podemos derivar que el marco jurídico aludido expresa nuestros propósitos comunes, nuestro pluralismo, nuestro deseo de igualdad y excelencia educativa. Esto queda claramente expresado en la demanda de que cada uno de los planteles del sistema educativo proporcione a los futuros ciudadanos el conocimiento, las actitudes y los instrumentos que les permitan participar plenamente en la vida democrática y ejercer sus derechos y obligaciones. Para alcanzar esto se requiere de una educación que favorezca la adquisición de conocimientos básicos, el pensamiento crítico y la imaginación. Estas tres cosas es lo que definirían una educación con orientación a la excelencia, esto es, del pensar bien. Cada retroceso en este sentido devaluaría a los estudiantes y pondría en peligro nuestra democracia.
¿Cómo puede la Universidad pública involucrarse en esta empresa social? Veámoslo.
La finalidad última de la universidad pública es la promoción del desarrollo de los jóvenes en una doble dimensión: su nivel de competencia para aprender y su nivel de conocimientos mediante el aprendizaje de las experiencias culturalmente organizadas y a través de la asimilación de las destrezas, las habilidades, los conceptos, las normas y los valores, racionalmente pertinentes.
De este compromiso es que la escolarización en una universidad pública está ineludiblemente vinculada a la promoción de la inteligencia de los alumnos. De aquí la exigencia a los estudiantes a pensar por sí mismos y motivarlos a responder preguntas importantes. La universidad pública debe capacitar a los
estudiantes para que puedan desarrollar argumentaciones y con ello defender puntos de vista, entender puntos de vista opuestos para tomar en consideración las alternativas.
De lo dicho se desprende la función de la universidad pública como un instrumento que promueve de manera simultánea la igualdad de oportunidades educativas y la excelencia académica. Nada está más alejado de los verdaderos derechos de los jóvenes que una educación mediocre teniendo la posibilidad de algo mejor. De aquí que se proponga como metas educativas el desarrollo de la expresión imaginativa y del pensamiento crítico. La llave de la inteligencia flexible es el pensamiento imaginativo y crítico, el pensar bien.
Al cultivar la expresión imaginativa sólo se estaría cultivando una capacidad inherente a los estudiantes y que necesita ser liberada. Sin embargo, el cultivo del comportamiento imaginativo, requiere de una guía bien pensada cuidadosa y disciplinada. Esta enseñanza no debe confundirse con el simple dejar correr libremente la imaginación, al margen de las restricciones de las normas, de las instituciones o del conocimiento. La expresión imaginativa debe estar apoyada de conocimientos, técnica, disciplina y propósito. Es necesario reconocer que, la imaginación hace posible ver el mundo de otra manera, permite ver posibilidades y fomenta una percepción de las alternativas.
Hay que aceptar, en relación al pensamiento crítico, que éste es una perspectiva, una forma de buscar relaciones y sentidos másallá de la rutina y el lugar común. Esto no es lo mismo, como generalmente se malentiende, con estar siempre “en contra” de todo.
Pensar críticamente significa, fundamentalmente, tres cosas actuar sobre un cuerpo de conocimientos, actuar sobre un conjunto de hábitos y actitudes con el objeto de probar, analizar y resolver cuestiones problemáticas y evaluar los resultados. El pensamiento crítico no se da en el vacío: el dominio del conocimiento y de información es esencial. Para que los estudiantes sean críticos necesitan algo sustancial en qué pensar.
Pero el pensamiento crítico va más allá de una mera adquisición de conocimientos e información. Involucra una comprensión de la naturaleza de ese conocimiento y de esa información y de las inevitables predisposiciones que son parte del conocimiento. Significa reconocer los límites de la certeza o la posibilidad de un conocimiento completo, los límites impuestos al conocimiento científico por el problema a tratar, por los datos buscados y utilizados o por el método de interpretar esos datos. Significa comprender la “interpretación” en historia, literatura u otras disciplinas.
Desarrollar la capacidad para pensar críticamente es importante para decidir y escoger lo que está construido con fundamento de lo que está sin él; para separar lo serio de lo trivial; lo significativo de lo insustancial; para regir las modas, trivialidades y cultos de toda clase.
Establecer el pensamiento crítico como meta educativa es poner un especial énfasis en problemas que no tienen respuestas claras y que son asuntos controvertidos.
La complejidad tecnológica, la interrelación y la confusión entre los problemas políticos, científicos, sociales y económicos, las fluctuación y divergencia de valores entre diversos grupos y un ejército de otras incertidumbres, ponen en tensión nuestra capacidad de conocer y de cumplir con nuestras obligaciones, de decidir y actuar por nuestro propio bien y por el de la sociedad.
La capacidad de pensar críticamente no ofrece certezas ni promete decisiones buenas y correctas; permite hacer elecciones libres, informadas por la inteligencia, decisiones que afirman la voluntad humana y la dignidad del individuo.
La expresión imaginativa y el pensamiento crítico son, pues, fundamentales para cualquier definición de excelencia en la educación.
La universidad pública como una institución con finalidades primordialmente académicas orienta la conducta de sus integrantes hacia la búsqueda de un valor: la verdad.
Decir que la búsqueda de la verdad es el fin último que orienta nuestras exigencias cognoscitivas es imponer un código de conducta. Es señalar que los aprendizajes suscitados estén subordinados a aquellos conocimientos obtenidos con método, con coherencia, con inteligencia, con paciencia, con seriedad y con escrúpulo.
Entender la verdad de esta manera nos permite entender por qué la misión de la universidad incluye aspectos como formar los investigadores que la sociedad requiere, formar y seleccionar su propio cuadro docente, conservarse como un lugar de tradición cultural y de renovación social todo unido a las funciones de enseñar, producir, divulgar y usar conocimientos.
Puebla, Paseo de las fuentes, 19 de febrero de 2019
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