José Antonio Robledo y
Meza
Colegio de Filosofía,
FFyL-BUAP
wa: 2223703233
Lidia. —¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de
mi tumba!
En los días que corren ¿los mexicanos vivimos con la
sensación de seguridad y calma? ¿Sentimos a México como nuestro hogar? ¿En
verdad vivimos bajo el incondicionado imperio de la Ley? ¿Hay autoridades reconocidas como
legítimas por la población? La aparición de la “fuerza débil” –la violencia-
hace su aparición con el autoritarismo que por ser débil se presenta como
brutal.
Si por Soberanía Popular entendemos el principio
teórico en el que se basan todas las concepciones de la democracia y aquella es
la fuente de todo poder y autoridad, entonces afirmo que la pérdida de Soberanía
Popular en México es un hecho. Como
doctrina política moderna la Soberanía Popular indica que son los integrantes
de un pueblo -unidad histórica de costumbres y hábitos de vida en común-
quienes acuerdan formar un Estado para gobernarse mejor en forma soberana (sin
otro poder por encima de él). Y si el pueblo constituye el Estado, entonces es
a él a quien corresponde controlarlo y cambiarlo si lo cree conveniente. En
esta concepción el pueblo no debe nada a sus gobernantes, que son servidores,
escribientes o mensajeros de la voluntad popular.
Ahora bien, si no es el
principio de la Soberanía Popular, entonces ¿cuál es el principio sobre el cual
se asienta el poder del Estado mexicano? ¿Lo que priva es algo distinto a un
sistema democrático? ¿En qué tipo de sistema vivimos en los hechos? ¿A quién
beneficia el actual estado de cosas y, por lo tanto, quienes pierden? ¿Son los
intereses de las élites quienes han sustituido, en los hechos, la Soberanía Popular?
Para restaurar su Soberanía ¿es necesario que el pueblo, ejerciendo su derecho
de resistencia, actue fuera del derecho para restablecerla?
Acaso ¿el contrato político se habrá perdido en un
bazar de antigüedades? ¿Hay alguna duda de que los hechos recientes nos
muestran un México sin autoridades? ¿Qué podemos hacer para recuperar el
ambiente hogareño? La obra de teatro “Un hogar sólido” escrita por Elena Garro ha
sido durante algún tiempo la fuente de nuestras reflexiones en torno al
ambiente que priva en México hoy día (2014); junto a ella he formulado
preguntas y junto a ella esbozaré algunas respuestas a las preguntas anteriores.
El ambiente teatral de la obra Un hogar sólido está definido así: el “Interior de un cuarto
pequeño, con los muros y el techo de piedra. No hay ventanas ni puertas. A la
izquierda, empotradas en el muro y también de piedra, unas literas. En una de
ellas. Mamá Jesusita, en camisón de encajes y cofia de dormir de encajes. La escena
muy oscura.” Ocho son los personajes de la obra “Clemente (60 años); Doña
Gertrudis (40 años); Mamá Jesusita (80 años); Catalina (5 años); Vicente Mejía
(23 años); Muni (28 años); Eva, extranjera (20 años); Lidia (32 años).”
Releer esta obra me dispuso a encontrarme con los
discursos políticos cada vez más vacíos, con un alto ingrediente de confusión
conceptual al enarbolar banderas, símbolos y consignas; propuestas y lemas
formulados por los partidos y sus candidatos que, en algunos casos, son votados
sin analizar su contenido, debido, tal vez a que exigen trabajo intelectual y,
en otros, se votan a los candidatos sin leer sus programas (y éstos, de todos
modos, es cierto, no suelen cumplirse porque lo confuso no puede ser tangible).
Los resultados no pueden conducir más que al desastre. Si no hay respuestas a
las preguntas ¿dónde estamos?, ¿a dónde nos dirigimos?, ¿cómo saber cómo le
hacemos para cambiar el actual estado de cosas?
La obra de Elena Garro es capaz de inspirar ideas que
me han hecho formular preguntas y me permite proponer soluciones. Es el valor estético
de la obra de Elena quién me ayudó a formular las preguntas y es así que la
obra de Elena se puede convertir en un elemento movilizador en política porque
en ella hay preguntas importantes, muchas veces implícitas, y esbozos de
respuestas.
La vida biológica de Elena Garro se inicia en Puebla en una fecha simbólica el
12 de diciembre de 1920 y
termina en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998. Su vida persistirá mientras los
humanes nos inspiremos en sus frutos literarios. Entre Puebla y Cuernavaca
vivió en Iguala, la Ciudad de México, Estados Unidos, España y Francia. Elena fue
tocada por la violencia de la Guerra Cristera, la masacre del 68 y del rechazo
de la comunidad intelectual.
Como en su obra hoy la violencia nos permite escuchar
la “Voz de Doña Gertrudis. —¡Clemente, Clemente! ¡Oigo pasos!” y el regaño de
la “Voz de Clemente. —¡Tú siempre estás oyendo pasos! ¿Por qué serán tan
impacientes las mujeres? Siempre anticipándose a lo que va a suceder,
vaticinando calamidades.”
A principios del siglo XXI los problemas son distintos
a los del siglo pasado y por lo tanto, imposibles de ser descritos, explicados
y comprendidos por las ortodoxias existentes. Ya no es suficiente la
movilización de las masas, es necesario construir un sistema de enunciados que permitan
entender su papel, su historia y su proyección hacia el futuro para después
intentar definir el método de movilización. Si bien es necesario cambiar ¿qué
cambio impulsar?, ¿cómo hacerlo? México necesita de una teoría que de identidad
en las creencias y las conductas; que de posibilidades de definir intencionalidades
colectivas, qué dé armonía a la movilización política. Por los resultados
obtenidos con anterioridad afirmamos que no son suficientes las marchas, las
veladoras encendidas, la indignación y el dolor.
Hay que darle consciencia e inteligencia a la
condición política de los ciudadanos porque se oyen los pasos de la violencia:
“Clemente (aparece en traje negro y puños blancos). —Creo que tienen razón.
¡Gertrudis! ¡Gertrudis! ¡Ayúdame a buscar mis metacarpios! Siempre los pierdo y
sin ellos no puedo dar la mano.
Vicente
Mejía (apareciendo en traje de oficial juarista). —Usted leyó mucho, Don
Clemente; de ahí le viene el mal hábito de olvidar las cosas. ¡Míreme a mí,
completito en mi uniforme, siempre listo para cualquier advenimiento!
Mamá
Jesusita (enderezándose en su litera y enseñando la cabeza cubierta con la
cofia de encajes). —¡Catita tiene razón! Los pasos vienen hacia acá (se coloca
una mano detrás de una oreja, en actitud de escuchar), se han detenido los
primeros... a no ser que a los Ramírez les haya sucedido una desgracia... esta
vecindad ya nos ha
hecho llevar muchos
chascos.
Catalina
(saliendo). —¡Tú, duérmete, Jesusita! A ti no te gusta sino dormir:
Dormir, dormir,
que cantan los gallos
de San Agustín.
¿Ya está el pan?”
Porque los humanes no somos tan racionales en nuestras
creencias como lo creemos, entonces ¿por qué habremos de serlo en nuestras acciones?
La irracionalidad alimentada por los videojuegos y desde los medios,
especialmente la televisión, con imágenes sugestivas ¿qué resultados han
logrado?
La contaminación de las consignas grandilocuentes de
los políticos ¿a dónde nos están llevando? ¿Qué cultura tenemos para suscitar
la reflexión de los ciudadanos?
“Jesusita. —¡Ya ves, hija, la vida es un
soplo! ...
Clemente (interrumpiendo). —¡Por piedad,
ahora no encuentro mi fémur!
Jesusita. —¡Qué falta de consideración!
¡Interrumpir a una señora! (Catita mientras tanto ha estado ayudando a Jesusita
a arreglarse la cofia.)
Vicente. —Yo vi a Catita jugar con él a la
trompeta.
Gertrudis. —Tía Catalina, ¿dónde olvidó usted
el fémur de Clemente?
Catalina. — ¡Jesusita! ¡Jesusita! ¡Me quieren
quitar mi corneta!
Mamá Jesusita. —¡Gertrudis, deja en paz a
esta niña! Y en cuanto a ti, te diré:
no es
tan malo que mi niña enfermara,
como la
maña que le quedara...
Gertrudis.
—Pero mamá, no seas injusta, ¡es el fémur de Clemente!
Catalina.
—¡Fea, mala! ¡Te pego! ¡No es su fémur, es mi cornetita de azúcar!”
¿Podemos justificar la “violencia“, como energía
creadora puesta al servicio de los intereses primordiales de las mayorías y la
civilización? ¿Podemos justificar la violencia que tiene como objetivo imponer
la organización de un determinado orden social en el que una minoría gobierna a
la mayoría?
¿Qué es lo que debemos
discutir? Importa considerar de entre las varias cuestiones aquellas que
resultan fundamentales para restablecer el orden en México. No resulta difícil
establecer las alternativas básicas. ¿Debemos elegir entre construir un estado
de cosas donde reine la razón o la fuerza’; ¿dónde reine el bien común o los
intereses de unos cuantos? ¿El fin a perseguir es el bienestar de todos o sólo
de los que detentan el poder?
La discusión es en
torno a la democracia y toda ella gira
alrededor de tres conceptos: Soberanía Popular, igualdad y autogobierno. La
razón de que esto sea así es porque estos conceptos se encuentran
interrelacionados. El pueblo es soberano en la medida en que todos quienes lo
forman son igualmente soberanos (una soberanía desigual implicaría que una
parte del pueblo es soberana y que otra parte no lo sea). Y quien es soberano
no es el objeto, sino el sujeto del gobierno –de ahí el autogobierno.
Tomada la decisión de
restaurar la Soberanía Popular el siguiente paso para superar el estado caótico
en el que México se encuentra es necesario ir más allá de la etapa de
considerar como problema “el quién gobierna” y sustituirlo por el problema de
“cómo se gobierna” y “para qué se gobierna”. Las propuestas que haré se derivan
de lo planteado por la vigente Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
específicamente en el Título segundo, capítulo I
que trata de la Soberanía Nacional y de la forma de gobierno. El artículo 39 establece que “la soberanía
nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. El pueblo tiene en
todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su
gobierno.” Y el artículo 41 puntualiza que “El pueblo ejerce su Soberanía por
medio de los poderes de la Unión. Establece todo lo concerniente a los partidos
políticos y la organización de elecciones.
Si quien ejerce el poder ha descuidado el cómo lo
ejerce al grado de que son flagrantes sus yerros jurídicos al mantener un
sistema de impunidad, entonces el nuevo orden pasa por construir un camino que
nos lleve a restaurar la Soberanía Popular; si esto es así, entonces debemos
considerar lo siguiente: para restaurar su soberanía ¿es necesario que el pueblo (el conjunto de ciudadanos que conforman la nación), ejerciendo su derecho
de resistencia, actue fuera del derecho para restablecerla? Cualquiera que sea
la respuesta los ciudadanos interesados en construir un nuevo orden deberemos
construir un programa de acción que deba, al menos, satisfacer tres
condiciones. Responder a las circunstancias específicas que vivimos; la
ejecución del programa deberá estar vinculada a la elección de los tiempos
(oportunidad); y finalmente, deberá aceptarse que el programa necesariamente
afectará a quienes han usurpado la Soberanía Popular.
La obra comentada de Elena termina con el siguiente
diálogo:
“Lidia.
—¡Un hogar sólido, Muni! Eso mismo quería yo... Y ya sabes, me llevaron a una
casa extraña y en ella no hallé sino relojes y unos ojos sin párpados, que
miraron durante años. Yo pulía los pisos, para no ver los miles de palabras
muertas que las criadas barrían por las mañanas. Lustraban los espejos, para
ahuyentar nuestras miradas hostiles. Esperaba que una mañana surgiera de su
azogue la imagen amorosa. Abría libros, para abrir avenidas en aquel infierno
circular. Bordaba servilletas, con iniciales enlazadas, para hallar el hilo
mágico, irrompible, que hace de dos nombres uno...
Muni.
—Lo sé, Lili.
Lidia.
—Pero todo fue inútil. Los ojos furiosos no dejaron de mirarme nunca. Si
pudiera encontrar la araña que vivió en mi casa —me decía a mí misma— con su
hilo invisible que une la flor a la luz, la manzana al perfume, la mujer al
hombre, cosería amorosos párpados a estos ojos que me miran, y esta casa
entraría en el orden solar. Cada balcón sería una patria diferente; sus muebles
florecerían; de sus copas
brotarían
surtidores; de las sábanas, alfombras mágicas para viajar al sueño; de las
manos de mis niños, castillos, banderas, y batallas... pero no encontré el
hilo, Muni...
Muni.
—Me lo dijiste en la Comisaría. En ese patio ajeno, lejos para siempre del otro
patio en cuyo cielo un campanario nos contaba las horas que nos iban quedando
para el juego.
Lidia.
—Sí, Muni. Y en ti guardé el último día que fuimos niños. Después sólo quedó
una Lidia sentada de cara a la pared, esperando...
Muni.
—Tampoco yo pude crecer, vivir en las esquinas. Yo quería mi casa...
Eva.
—También yo, Muni, hijo mío, quería un hogar sólido. Tanto que el mar lo
golpeara todas las noches ibum!, ibum!, y él se riera con la risa de mi padre,
llena de peces y de redes.
Clemente.
—¿Lili, no estás contenta? Hallarás el hilo y hallarás la araña. Ahora tu casa
es el centro del sol, el corazón de cada estrella, la raíz de todas las
hierbas, el punto más sólido de cada piedra.
Muni.
—Sí, Lili, todavía no lo sabes, pero de pronto no necesitas casa, ni necesitas
río. No nadaremos en el Mezcala: seremos el Mezcala.
Gertrudis.
—A veces, tendrás mucho frío; y serás la nieve cayendo en una ciudad
desconocida, sobre tejados grises y gorros rojos.
Catalina. —A mí lo que más me gusta es ser
bombón en la boca de una niña, o cardillo, ¡para hacer llorar a los que leen
cerca de una ventana!
Muni. —No te aflijas cuando tus ojos empiecen
a desaparecer, porque entonces serás todos los ojos de los perros mirando pies
absurdos.
Mamá Jesusita. —Ay, ojalá, y nunca te toque
ser ojos ciegos de pez ciego en lo más profundo de los mares. No sabes la
impresión terrible que tuve: era como ver y no ver.
Catalina (riéndose y palmoteando). —¡También
te asustaste mucho cuando eras el gusano que te entraba y salía por la boca!
Vicente. —Pues para mí lo peor ha sido ser el
puñal del asesino.
Mamá Jesusita. —Ahora volverán las tuzas. No
grites cuando tú misma corras por tu cara.
Clemente. —No le cuenten eso, la van a
asustar. Da miedo aprender a ser todas las cosas.
Gertrudis. —Sobre todo que en el mundo apenas
si aprende uno a ser hombre.
Lidia. — ¿Y podré ser un pino con un nido de
arañas y construir un hogar sólido?
Clemente. —Claro. Y serás el pino y la
escalera y el fuego.
Lidia. —¿Y luego?
Mamá Jesusita. —Luego Dios nos llamará a su
seno.
Clemente. —Después de haber aprendido a ser
todas las cosas, aparecerá la lanza de San Miguel, centro del Universo. Y a su
luz surgirán las huestes divinas de los ángeles y entraremos en el orden
celestial.
Muni. —iYo quiero ser el pliegue de la túnica
de un ángel!
Mamá Jesusita. —Tu color irá muy bien, dará
hermosos reflejos. ¿Y yo qué haré, enfundada en este camisón?
Catalina. — ¡Yo quiero ser el dedo índice de
Dios Padre!
Todos a coro. — ¡Niña!
Eva. —¡Y yo una ola salpicada de sal,
convertida en nube!
Lidia. — ¡Y yo los dedos costureros de la
Virgen, bordando... bordando...!
Gertrudis. —Y yo la música del arpa de Santa
Cecilia.
Vicente. —Y yo el furor de la espada de San
Gabriel.
Clemente. —Y yo una partícula de la piedra de
San Pedro.
Catalina. —¡Y yo la ventana que mire al
mundo!
Mamá Jesusita. —Ya no habrá mundo, Catita,
porque todo eso lo seremos después del
Juicio Final.
Catalina
(llora). —¿Ya no habrá mundo? ¿Y cuándo lo voy a ver? Yo no vi nada. Ni siquiera
aprendí el silabario. Yo quiero que haya mundo.
Vicente.
— ¡Velo ahora, Catita! (A lo lejos se oye una trompeta.)
Mamá
Jesusita. —¡Jesús, Virgen Purísima! ¡La trompeta del Juicio Final! ¡Y yo en
camisón! Perdóname, Dios mío, esta impudicia...
Lidia.
—No, abuelita. Es el toque de queda. Hay un cuartel junto al panteón.
Mamá
Jesusita. —¡Ah! Sí, ya me lo habían dicho; y siempre se me olvida. ¿A quién se
le ocurre poner un cuartel tan cerca de nosotros? ¡Qué gobierno! ¡Se presta a
tantas confusiones!
Vicente.
—¡El toque de queda! Me voy. Soy el viento. El viento que abre todas las
puertas que no abrí, que sube en remolino las escaleras que nunca subí, que
corre por las calles nuevas para mi uniforme de oficial y levanta las faldas de
las hermosas desconocidas... ¡Ah, frescura! (Desaparece.)
Mamá
Jesusita. —¡Pícaro!
Clemente.
—¡Ah, la lluvia sobre el agua! (Desaparece.)
Gertrudis.
—¡Leño en llamas! (Desaparece.)
Muni.
—¿Oyen? Aúlla un perro. ¡Ah, melancolía! (Desaparece.)
Catalina.
—¡La mesa donde comen nueve niños! ¡Soy el juego! (Desaparece.)
Jesusita.
—¡El cogollito fresco de una lechuga! (Desaparece.)
Eva.
—¡Centella que se hunde en el mar negro! (Desaparece.)
Lidia.
—¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de mi tumba! (Desaparece.)
México…
¿Un hogar sólido?... ¿Estaremos esculpiendo las losas de nuestra tumba? No a
menos de que recuperemos la Soberanía Popular y reconozcamos la autoridad de
quienes la tienen y a nadie más.
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