martes, 25 de junio de 2019
México el árbol de los mil frutos: No soy Heterosexual Parte 1
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miércoles, 19 de junio de 2019
Guadalupe-Tonantzin nuestra madre
Por:
Lizzet González García
WA:
2225501220
La
verdad es que tengo muy pocos recuerdos de cuando fuimos uno el señor
Ometéotl y yo; creo que tenía visión, oído, tacto y todos los
demás sentidos; aunque realmente no sé para qué estaban esos
atributos en nosotros si no había nada que ver, escuchar o tocar. Yo
jamás nací, he existido desde el comienzo de todo; incluso antes
del tiempo.
En un inicio cuando moré, si
se le puede llamar así, en el señor Ometéotl; fuimos una sola
conciencia, de hecho, no tuve conciencia propia hasta que él decidió
que debíamos separarnos. Creo que lo que quería Ometéotl era una
extensión de su amor, comprensión y cariño; atributos que, por
supuesto se encontraban en él, mismos de los que después me colmó.
Mis características debían
especializarse o agudizarse, yo fui uno de los más grandes proyectos
del señor Ometéotl; debía ser una guerrera, pero delicada a la
vez; debía tener un carácter fuerte, pero también debía saber dar
palabras de aliento; debía velar los sueños de otros
anteponiéndolos incluso antes que los míos; en mí se eliminó
cualquier posibilidad de experimentar egoísmo, cansancio o sueño.
Era yo quien debía tener brazos fuertes que resistieran cualquier
carga, pero unas manos delicadas que supieran acariciar; se me
proveyó la suficiente sapiencia para poder resolver cualquier tipo
de problema; se me procuró el poder de curar cuerpos y corazones
heridos. Se me dieron piernas fuertes para acompañar a los míos por
los más sinuosos senderos; y unos labios suaves para poder besar y
transmitir todo mi ser y mi amor. Se me facilitó la capacidad de
alimentar con mi propio cuerpo a otros; incluso mi cuerpo sería la
primera morada de cualquiera de los seres que decidiera crear el
señor Ometeotl y esto es porque me había separado de él para que
pudiera ser madre. Así es, yo soy Tonacacíhualt, la primera madre,
algunos prefirieron llamarme Coatlicue.
Después de mi separación,
comenzó a haber cosas para ver, escuchar y tocar; puesto que
Ometéotl dedicó su ser a la creación de los trece cielos y los
nueve infiernos; dejando un espacio entre ambos para lo que fue la
creación del Tlaltipac.
Yo moraba en el Teteocán que
se encontraba en el duodécimo cielo; pero también tenía acceso al
Omeyocan o Tamoanchan; este lugar era solo para mí, era mi propia
morada, incluso hice un árbol, el Chichihuacuauhco, un árbol de
senos que me ayudaba a amamantar a las almas de los hombres que eran
enviados al Tlaltipac para que su espíritu llegara con una fortaleza
inquebrantable, llenos de amor, bondad y compasión por los otros.
Ometéotl había impuesto una
regla, y ésta era que las diosas como yo, solo podíamos quedar en
cinta una sola vez. Entonces, quedé en cinta una vez que me corté
con un cuchillo de obsidiana, di a luz a una hermosa niña que se
convirtió en la diosa Coyolxauhqui; pero mi matriz fue tan fértil
que junto con Coyolxauhqui nacieron otros 400 vástagos; todos mis
hijos y yo vivíamos en el Teteocán.
Los hijos son algo
maravilloso, te hacen experimentar el amor más puro y sincero en el
universo; sabes que rebasas tus límites por ellos; no sabes
realmente lo que eres y de qué estás hecha hasta que ellos sacan
ese verdadero ser. Sin embargo, como es bien sabido, los hijos
también son los jueces más rigurosos y esto lo comprobé una vez
que me acaeció un evento muy extraño que incluso a mí misma me
costó trabajo comprender. Y es que alguna vez, mientras barría en
el Tamoanchan, a lo lejos miré que se me aproximaba una pluma muy
hermosa, que encontró su lugar en mi regazo mientras me dedicaba a
reposar un momento; pero cuando reanudé mi faena, me di cuenta de
que había quedado en cinta una vez más. Varios de mis hijos al
enterarse tomaron esto como una falta muy grave; puesto que todos
sabían que una diosa solo podía estar en cinta una sola vez.
Coyolxauhqui aprovechó la ira de mis demás hijos para alentarlos a
que me asesinaran por mi falta.
Lo único que me quedó fue
huir; debía hacerlo porque en mí había una vida que proteger, no
pude quedarme ni en el Teteocán y mucho menos en el Tamoanchan; me
fugué con el corazón roto y el alma hecha trizas, no podía creer
que mis propios hijos me dieran la espalda. Cuahuitlicac, uno de mis
vástagos, me ayudó a esconderme durante todo el tiempo de gestación
en un cerro ubicado en el Tlaltipac, el cerro de Coatepec. Tuve
bastante miedo porque en ese entonces el Tlaltipac se encontraba
momentáneamente deshabitado; solo éramos Cuahuitlicac, el bebé que
llevaba en mis entrañas y yo en ese lugar que de momento estaba
olvidado por los habitantes del Teteocán.
Cuahuitlicac no podía
desaparecerse por completo del Teteocán, le pedí que volviera para
que nadie sospechara de él y le pudieran causar algún daño por
culpa mía; y así lo hizo. En los momentos de ausencia de
Cuahuitlicac conversaba con el ser que se gestaba en mi interior y
para mi asombro, este ser me respondía para tranquilizarme; para
decirme que todo estaría bien, que Ometéotl tenía una misión
especial para él en el Tlaltipac; una misión que implicaba a los
hombres que serían creados durante una quinta era solar. Y eso lo
comprendí en un futuro, cuando miré a mi hijo servir como guía de
uno de los pueblos que habitaron sobre el Tlaltipac; uno de los
pueblos que se convertirían en uno de los imperios más poderosos
después de esta travesía, los Aztecas.
En una de las veces, que me
visitó Cuahuitlicac; momento en el que comencé con dolores de
parto, Coyolxauhqui lo siguió y percatándose del lugar en el que
estábamos, no dudó en ir en busca de sus hermanos para darme
muerte. A los habitantes del Tlaltipac se les contó por mucho tiempo
que la luna que alumbraba sus noches había sido resultado del
sacrificio de uno de los dioses del Teteocán, se relataba que había
sido el sacrificio de Nanáhuatl; y aunque muy pocos la saben, lo que
les voy a contar es lo que en realidad sucedió.
Al momento en que parí a mi
hijo Huitzilopochtli, quien nació con el tótem de un colibrí,
adquirió de inmediato una forma adulta y una armadura que le
permitió protegerme de los ataques de mis primeros 400 hijos, los
Centzon Huiznáhuac; le tuvieron tanto miedo al poder que emanaba de
Huitzilopochtli que mejor huyeron hacia el sur, convirtiéndose en
las estrellas que adornaron el cielo y ayudan a alumbrar la noche en
la tierra. Mi pobre hija Coyolxauhqui tuvo un final más trágico,
pues, aunque traté de evitarlo, la rabia de Huitzilopochtli era
tanta que lo cegó y lo llevó a cortarle la cabeza a su hermana
mayor, Coyolxauhqui, y mientras su cuerpo desmembrado rodaba colina
abajo del cerro de Coatepec, su cabeza volaba por los aires hacia lo
más alto en el cielo.
Ya no pude hacer nada, todo
ese suceso me pesó mucho, lo único que pude hacer por mi hija para
mantenerla viva fue permitirle convertirse en un astro de luz que, a
mi parecer, es el más bello durante la noche, le concedí un
resplandor fastuoso, la convertí en la luna. Pedí a Ometéotl que
esta historia no se contara a los hombres y aunque fue así durante
algún tiempo, finalmente la verdad salió a la luz.
Una madre no puede dejar de
querer a ninguno de sus hijos; a pesar de las faltas cometidas, los
errores o los traspiés que éstos lleguen a cometer; nos duele en el
alma que los hijos sufran; quisiera uno evitarles cualquier tropiezo
o humillación; sin embargo existen veces en las que no se puede y
menos aun cuando en la era del quinto sol se nos prohibió intervenir
en la vida de los hombres sobre el Tlaltipac, a quienes la ambición
y el deseo de riquezas los llevó a cometer actos fatales en contra
de sí mismos. Entonces había guerras entre los hombres, peleaban
por territorios sin darse cuenta de que los dioses les habían
permitido habitar donde quisieran sin necesidad de pelear por ello;
reñían por tesoros y riquezas, sin saber que la mayor de ellas era
vivir sobre la tierra para poder mirar, tocar y escuchar todo lo que
ésta les ofrecía; contendían para despojar al otro de lo que
ostentaba.
Hubo una vez en la que a uno
de los pueblos del Tlaltipac no solo quisieron despojarlo de sus
riquezas o tesoros; también intentaron borrar de su memoria la
existencia de los habitantes del Teteocán. Hubo una vez en la que se
intentó sustraer sus creencias, su cultura y cosmovisión. Lo que no
sabían los sustractores, era que las almas de los sisados habían
sido alimentadas en el Tamoanchán con el Chichihuacuauhco y jamás
olvidarían su origen; jamás olvidarían que los del Teteocán les
había provisto de cuanto habían disfrutado en la tierra. Jamás
olvidarían a su Coatlicue; aunque ahora me llamen
Guadalupe-Tonantzin.
Puebla,
Pue. 18 de junio del 2019
Autonomía, laicismo, democracia y la universidad pública mexicana
Autonomía,
laicismo, democracia y la universidad pública mexicana.
Mtro.
José Antonio Robledo y Meza
Mtra.
Karla Pérez Rodríguez
Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla
wa:
2223703233
De
la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la
autonomía de una universidad pública y podemos derivar su
proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de
“autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.
Para
comprender el sentido de la autonomía de las universidades públicas
y su proyección al futuro, es necesario conocer la evolución y
aplicación del principio laico.
El
laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio
I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y
en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con
claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad
clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios
entre las diferentes actividades humanas.
El
principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo
de Occam. A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de
algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de
París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente
filosóficas, que no conciernen a la teología, no deben ser
condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser
libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus
Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum
potestates,
I, II, 22 [escrito después de 1327]). Más adelante durante el
Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia
del laicismo en la vida política y civil de Occidente. Es importante
recordar el célebre caso del siglo XVII. Galileo Galilei, reafirmó
el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la
ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a
la ciencia por la autoridad eclesiástica.
El
principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura
moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al
desarrollo de todos sus aspectos. El laicismo, en efecto, es en el
plano de las relaciones de las actividades humanas entre sí, lo que
es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí:
es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la
posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el
límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la
posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el
conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el
laicismo.
Aquí
surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La
defensa del laicismo es de interés público? Respondemos que el
principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del
Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las
esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios
que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten
independientes de la inevitable disparidad de creencias y de
ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las
actividades en las que se fundan.
El
criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las
actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se
desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde
fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas
se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de
cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no
obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio
de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las
influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas,
de los prejuicios de clase o de raza, etc.
No
otro es el sentido que el México republicano vigente se acompañara
de la reforma educativa encabezada por Gabino Barreda Flores en 1867
donde la Ley Orgánica de Instrucción organiza la enseñanza laica.
El
principio del laicismo y la lucha por la autonomía en los campos de
la enseñanza y la investigación ha sido uno de los fundamentos de
la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la
vida y al desarrollo de todos sus aspectos.
El
laicismo es en el plano de las relaciones de las actividades humanas
lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres:
es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la
posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el
límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la
posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el
conocimiento científico exigen para su desarrollo de la autonomía
de sus reglas.
A
décadas de haber obtenido la autonomía varias de las universidades
públicas resulta relevante que a partir del principio de laicidad
que da sentido a la autonomía se dé respuesta a las muchas son las
interrogantes existentes en torno a la naturaleza y legitimidad de la
Universidad pública. Destacan en estos momentos, por ejemplo, la
problemática definida por las cuestiones siguientes: ¿Cómo
concebir la forma de educación? ¿La educación debe ser un fin en
sí misma o debe ser pragmática y orientada a una profesión? ¿Qué
tipo de aprendizaje debe atender y de qué manera está vinculada la
educación general con él? ¿Conforme a que criterio de cultura
(calidad y cantidad de las materias de enseñanza), deben formularse
los planes de estudios? ¿Cuáles deben ser las actividades a
desarrollar por los estudiantes? ¿Qué áreas de conocimiento y
disciplinas deben proponerse dentro del tronco común? ¿Bajo qué
criterios se impulsa una investigación y no otra?
La
Universidad pública mexicana tiene dos fuentes de legitimidad. En
primer lugar, ser una institución pública y, en segundo lugar, por
su especificidad de ser una universidad. Esto nos conduce a la
necesidad de referirnos a los fundamentos epistemológicos que pueden
sustentar la educación en una universidad. Formular tal
epistemología requiere de formular una concepción de la enseñanza
y una del aprendizaje, con la definición, por supuesto, del tipo de
conocimientos que justifiquen ambas teorías.
Hoy
día, podemos decir que la escuela pública debe configurarse como el
instrumento central de la oportunidad y la igualdad, de la reforma
social, de la justicia social, de la productividad económica y del
aprendizaje individual y socialmente relevante. Esto lo podemos
constatar si observamos el marco jurídico de la educación pública
–Constitución (Artículos 3, 5, 44, 45) y debe quedar claramente
formulada en Ley General de Educación.
La
sociedad mexicana -como sociedad democrática- al estar fincada en el
sufragio universal está indisolublemente unida a la escolarización
universal. Una sociedad democrática debe capacitar para el diálogo
racional, para los acuerdos responsables y una conducta apegada a la
ley, por ello debe proporcionar igualdad de oportunidades educativas:
dando la mayor cantidad -y de la mejor calidad posible- de educación
pública. Los cambios que precisamos deben asegurar la continuidad en
la historia de nuestra sociedad e instituciones.
En
otro instrumento jurídico -la Declaración de los Derechos Humanos-
se alude, en su segundo párrafo, a los fines de la educación y a
los valores que han de inspirarla, poniendo énfasis en aspectos que
contribuyen a la formación de los ciudadanos del mundo: la
comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y
grupos étnicos o religiosos, así como la promoción de las
actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
Con
estas premisas podemos derivar que el marco jurídico aludido expresa
nuestros propósitos comunes, nuestro pluralismo, nuestro deseo de
igualdad y excelencia educativa. Esto queda claramente expresado en
la demanda de que cada uno de los planteles del sistema educativo
proporcione a los futuros ciudadanos el conocimiento, las actitudes y
los instrumentos que les permitan participar plenamente en la vida
democrática y ejercer sus derechos y obligaciones. Para alcanzar
esto se requiere de una educación que favorezca la adquisición de
conocimientos básicos, el pensamiento crítico y la imaginación.
Estas tres cosas es lo que definirían una educación con orientación
a la excelencia. Cada retroceso en este sentido devaluaría a los
estudiantes y pondría en peligro nuestra democracia.
martes, 18 de junio de 2019
México el árbol de los mil frutos: Lluvia
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Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación
Sistema Nacional
de Mejora Continua de la Educación.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla Rodríguez Pérez
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Cel: 2223703233
De acuerdo a la fracción IX del 3° constitucional el Sistema
Nacional de Mejora Continua de la Educación deberá a) Realizar estudios,
investigaciones especializadas y evaluaciones diagnósticas, formativas e
integrales del Sistema Educativo Nacional. En esta reflexión solo prestaremos
atención a este primer inciso de la fracción
IX del 3° constitucional.
Evaluar
el sistema educativo la educación no se limita a evaluar al docente que si bien
es parte importante del sistema no puede sustituirlo.
El
sistema educativo es un sistema complejo cuyos subsistemas son a su vez
complejos. Veámoslo.
En esta reflexión
consideraremos al sistema escolar como un sistema intencional que comprende
tres niveles: básico, medio y superior. Es una reflexión filosófica en las que presentaremos
las bases de una teoría que nos permita comprender la proyección del sistema
escolar. Nos aproximaremos muy tangencialmente a las ciencias cognitivas debido
a la necesidad de contar con una explicación materialista que nos permita
predecir el futuro de instituciones que están estrechamente vinculada a los
cerebros y mentes de quienes la conforman. Todo lo que se afirme es debatible
y, por lo tanto, es necesario que se presenten refutaciones y contraargumentos
a lo aquí expuesto.
Se trata de
filosofar y, por ende, de producir nuevas maneras de ver la escuela mexicana,
de pensar en ella, de formular preguntas y de ver qué es lo importante y por
qué. Se trata de abrir un diálogo entre las mentes dispuestas a ello. Así que
vale la pena mencionar, desde ya, cuales son los problemas tácticos en torno a
esta cuestión y qué problemas se tratarán de resolver.
Habrá de
identificarse, en este diálogo, los errores conceptuales acerca de los
fenómenos que interesan, las opciones teóricas existentes y los requisitos que
hay que cumplir para ofrecer una explicación adecuada del futuro de la escuela mexicana.
Habrá que
reconocer la dificultad que ofrece el objeto más complejo que hasta ahora se ha
encontrado en el universo: el cerebro humano y lo a él está asociado: la mente
humana.
Reiteramos que la
escuela mexicana se ofrece como un objeto complejo y digno de ser pensado al
margen de intuiciones facilonas y persistentes. El análisis filosófico que
presentaremos debe producir perplejidad pero estamos obligados a no quedarnos
en ella.
Cuando el niño y joven
sea hombre, es preciso que por su educación no olvide que no es lícito pensar
exclusivamente para sí mismo, que no es moralmente aceptable olvidarse de la
humanidad y de la patria.
La escuela
entonces recuperará la potencia suficiente para coordinar las líneas
directrices del carácter nacional, y delante de la conciencia del pueblo
mexicano proyectar el faro del ideal, de un ideal de amor, de justicia, de
verdad, de bondad y de belleza.
La escuela por
construir no debe reducir todo a reglamentos que hagan de los espacios de
trabajo en espacios de labor malhumorada. La nueva escuela deberá surgir de la
conjunción de dos culturas: la del libro de papel y las nuevas tecnologías porque
ambas son vehículos de contacto intelectual entre los humanes del pasado, del
presente y el futuro. De entrambas culturas deberá surgir la nueva escuela
pública mexicana.
Los egresados de
la escuela mexicana deberán aceptarse como deudores de la substancia popular y
que asumen como ideal político y social el que se resume así: el Pueblo
Soberano como base, la Nueva República como Fin y la Cuarta Trasformación como
medio.
La escuela
pública mexicana está encargada, ni más ni menos, de la educación nacional en
todos los niveles: básico, medio y superior. La escuela mexicana deberá
organizar la selección de sus elementos en todos los niveles de manera tal que
el nivel medio reciba lo que envía el básico y lo que aquél envía al superior.
Los criterios que
deben guiar la educación están especificados en el artículo 3° constitucional.
Sistema escuela mexicana-Sociedad
Podemos
considerar varios sistemas sociales que tengan como universo común el conjunto
de elementos de la escuela mexicana. La escuela mexicana es un universo formado
por: una serie de personas –alumnos, profesores, administradores, etc.-
El sistema escuela
mexicana en la relación de enseñanza y de aprendizaje. A este sistema lo
denominaremos sistema de docencia; en la relación de investigación lo
denominaremos sistema de investigación; considerada por las entradas al sistema
(requisitos de alumnos, maestros, trámites burocráticos, etc.), sus salidas
(reprobación, deserción, certificación, etc.) sus estados internos
(reglamentación, selección, condiciones físicas, poder, autoridad) y ciertas
relaciones entre sus entradas, estados y salidas, por ejemplo, eficiencia
terminal, expulsiones, legitimación, etc., lo llamaremos sistema de
administración.
Hay otros
sistemas más: pirámides de edades (si nos fijamos en sus edades y en sus
interrelaciones de coetaneidad), económico (si nos fijásemos en sus ingresos,
gastos, ahorros, consumo, etcétera; biológico (si nos fijamos en sus relaciones
de parentesco biológico); jurídico (si nos fijamos en sus relaciones de
parentesco jurídico); afectivo (si nos fijamos en sus relaciones afectivas y
sentimentales; sanguíneo (si nos fijamos en los grupos sanguíneos de la
población); protocolario (si nos fijamos en las relaciones de prioridad
protocolaria que se manifiestan en el lugar ocupado por los integrantes en
ciertas ceremonias); político-burocrático (si nos fijamos en las relaciones de
poder, subordinación); y podemos seguir estableciendo “n” sistemas de la escuela
mexicana.
Todas estas
distintas relaciones dan lugar a sistemas distintos. También podemos combinar
varias de ellas en un nuevo sistema más complejo. Lo único importante es que
especifiquemos claramente en cada caso qué conjunto (o conjuntos) de cosas
vamos a considerar como universo (o universos) del sistema, y en qué relaciones
(y funciones, propiedades o posiciones) vamos a fijarnos explícitamente. Con
ello quedará definido el sistema.
El Sistema
Nacional de Mejora Continua de la Educación deberá para cumplir con sus tareas
(a) Realizar estudios, investigaciones especializadas y evaluaciones
diagnósticas, formativas e integrales del Sistema Educativo Nacional) deberá
considerar lo siguiente:
PRIMERA
CONSIDERACIÓN: Tres son los niveles escolares atendidos por la escuela mexicana:
básico, medio y superior. En todos ellos existen alumnos, profesores e
investigadores en específicas a) relaciones económicas: ingresos, gastos,
ahorros, consumo, etc.; b) específicas relaciones de poder y subordinación
tanto al interior como al exterior; c) específicas relaciones afectivas y
sentimentales tanto al interior como al exterior.
SEGUNDA
CONSIDERACIÓN: es necesario pensar y planificar actividades que permitan
mejorar las relaciones económicas, políticas y afectivas y que consientan
integrar a los miembros de la comunidad en torno a una “Ética de la escuela mexicana”.
OBJETIVO: el fin
es pensar, planificar y administrar la escuela mexicana con un sentido
integral, sistémico. Si bien ahora existen miles de escuelas en México es
necesario transformarlas en una sola guiados por una “Ética de la escuela mexicana”.
En pocas palabras es necesario invitar a las comunidades a pensar la escuela mexicana
como una institución integrada a una sociedad a través de relaciones
económicas, políticas y culturales específicas. Si estas últimas cambian
aquella debe hacerlo. La escuela mexicana debe constituirse en una institución
cuya función central sea el campo cultural donde se debe ejecutar excelente
docencia, producir investigación disciplinaria, multi e interdisciplinaria que
contemple sus recursos intelectuales desde el nivel básico hasta el posgrado y
que está subordinada a específicas relaciones sociales.
Debemos pensar la
escuela mexicana como una institución de gran potencial en lo que respecta no
solamente a la enseñanza, investigación y extensión sino pensarla como un
sistema que debe construir los canales de comunicación entre el nivel básico y
los institutos y en lo que respecta a la transformación de las vigentes
relaciones económicas, políticas y culturales en un mundo relacionado
globalmente.
PROPUESTA: la escuela
mexicana estará en condiciones de integrarse socialmente siempre y cuando se
formulen propuestas guiadas por una Ética-escuela mexicana. Y solo se podrá
definir esta ética si se formulan ideas y se discuten abiertamente.
Partamos de lo
que éticamente está plasmado en el tercero constitucional.
1) Toda persona
tiene derecho a recibir educación (no importando género, edad, creencias
religiosas…)
2) La educación
tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y
fomentará en él, a la vez, el amor a la patria, el respeto a los derechos
humanos y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y
en la justicia.
3) Los materiales
y métodos, la organización, la infraestructura, la idoneidad de los académicos
y directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de la comunidad…
4) la educación
será laica, basada en los resultados de la investigación científica,
contrarrestará los servilismos, los fanatismos, los prejuicios…
5) será democrática
en su estilo de vida… no solamente en consideración de su estructura jurídica y
régimen político
6) atenderá la
comprensión de nuestros problemas, aprovechamiento de nuestros recursos,
defensa de nuestra independencia económica y la continuidad y acrecentamiento
de nuestra cultura.
Conceptos básicos de la legislación en materia educativa
Hacia la
constitución de un Sistema de Educación. Un sistema para todos.
Mtro. José
Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla
Rodríguez Pérez
Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla
Cel: 2223703233
El tema
fundamental de la discusión en torno a la educación es el de construir una comunidad
emocional que une a los individuos en su vida cotidiana, unidos por la experiencia
de un pasado común, al sentimiento que acepta la lealtad suprema del individuo
a la Nación-Estado y tener aspiraciones comunes para el futuro. La propuesta
avalada por el resultado de las elecciones del 1 de julio de 2018 se resume en
la divisa “El Pueblo Soberano como base, la Nueva República (nuevo proyecto de
nación) como fin y la Cuarta Transformación como medio”.
Varios son los
factores operan a favor de esta intención: 1) un gobierno común (legal y
legítimo); 2) Contacto estrecho entre los mexicanos a través de la cultura y el
idioma español; 3) el interés común de mantener vigente a la Nación-Estado en
el contexto internacional y 4) cierto grado de sentimiento y de voluntad de
llevar a cabo tareas comunes: aportar valores universales al resto del mundo,
coadyuvar a la cultura de paz entre las naciones y desarrollar una conciencia
de que los humanes formamos parte de una comunidad.
El objetivo de la propuesta es participar en
el diálogo en torno a la construcción de un sistema dónde se establezcan las
relaciones necesarias entre los distintos niveles del sistema escolar para que
funcione como tal (sustituir los enfoques individualista y holista por un
enfoque sistémico). Se trata de convertir al sistema escolar en un recurso que
acompañe permanentemente a las autoridades legítimas y legalmente constituidas
que representan la voluntad del Pueblo Soberano en la tarea de unir a los mexicanos
por medio de la construcción y difusión de las “ideas fuerza” necesarias para
posibilitar, en esta coyuntura, la reconciliación política y con esto avanzar
en la construcción de una Nueva República.
Interpretar los resultados del pasado 1 de
julio del 2018 como el deseo de los mexicanos de promover los fundamentos y
objetivos de la “Nueva República” nos obliga éticamente a impulsar los cambios
sistémicos necesarios para que la sociedad cambie dirigida por tres ideas
fuerza: Pueblo Soberano (PS), Nueva República (NR) y Cuarta Transformación
(4T).
Si la divisa de los tiempos por venir es
considerar al Pueblo Soberano como base, la Cuarta Transformación como medio y
la Nueva República como fin es fácil advertir la importancia del sistema
escolar como recurso en la formación de los nuevos ciudadanos que hagan posible
la construcción de la Nueva República. En esta tarea el sistema escolar será
-junto con las nuevas tecnologías- el recurso insustituible en los próximos años
porque su tarea fundamental será la de participar en la educación de los
mexicanos y convertirlos en la energía para lograr la concreción de los
mandatos definidos por libre voluntad de los mexicanos el 1 de julio del 2018.
La reforma educativa –como parte de la Cuarta
Transformación- debe entenderse entonces como un cambio planificado que nos debe
conducir de las circunstancias actuales hacia la Nueva República. Por lo tanto,
si la reforma educativa cambia las circunstancias sociales que la alojan debe
concebirse a la reforma educativa como un instrumento en permanente cambio y es
coherente con el Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación.
Si el objetivo es caminar hacia una Nueva Republica
entonces se debe hablar de modificar las relaciones hasta ahora existentes
entre los tres subsistemas básicos de la sociedad: el cultural, el político y
el económico. Esta modificación deberá ser radical y básica utilizando la
racionalidad mostrada en las elecciones pasadas convenciendo no imponiendo.
La educación de los nuevos ciudadanos debe estar
directamente vinculada a la búsqueda de una reconciliación entre los mexicanos.
La voluntad del Pueblo Soberano manifestada el
1 de julio del 2018 y expresada en la reforma del 3° constitucional está
motivada por la idea de un nuevo proyecto de nación.
Se ha considerado
que lo mucho de lo positiva y de lo negativo que hay en la personalidad del
mexicano tiene relación con el aprendizaje de la historia nacional y su enfoque
en conceptos básicos como “amor”, “justicia”, “belleza”, “verdad”, “laicidad”,
“democracia”, “derechos humanos”, “dignidad de la persona”, “estudio”,
“investigación”, “capacidades”, “creatividad” y “criticismo”, “bienestar”,
“excelencia”, “equidad”, “formación intelectual”, “información”, “honestidad”,
“integralidad”, “inclusividad”, “libertad”, “paz”, “educación pública”,
“respeto”, “solidaridad”, “universal”, “valores”, “virtudes”.
Estos conceptos
deberán orientar no solo la formulación de las leyes secundarias en materia
educativa sino las prácticas y objetivos del sistema educativo en sus tres
niveles: básico, medio y superior.
Por todo lo dicho
la Ley General de la Educación deberá establecer que:
1) La educación es un derecho de toda persona para
alcanzar su bienestar y desarrollo intelectual. El Estado garantizará la
educación en las niñas, niños, jóvenes y ciudadanos…
2) La educación que se imparta en el país,
deberá incluir en sus planes de estudio la promoción de las destrezas, las
habilidades, los conceptos, las normas, valores y virtudes racionalmente
pertinentes, el conocimiento de la historia, el
filosofar, la geografía, la cultura… medio ambiente.
3) Pondrá especial énfasis en el uso del
español[1], sin
menoscabo de las otras lenguas originarias, como el recurso prioritario de la
comunicación en las escuelas así como impulsar las capacidades para leer,
escribir, estudiar, hablar, argumentar y el uso de las matemáticas porque se
aplican en una variedad amplia de circunstancia, además impulsará las
capacidades didácticas (comunicar, formular y responder preguntas) y las
capacidades lógicas (extraer conclusiones de las premisas y formular hipótesis
a partir de la información disponible).
4) El Estado establecerá directrices y medidas
tendientes a expresar los propósitos comunes, el pluralismo, el deseo de
igualdad y excelencia educativa además de garantizar la equidad de la educación… la expresión
imaginativa y del pensamiento crítico porque son la llave de la inteligencia
flexible.
[1] Peculiaridades del español. La
mayoría de hispanohablantes se encuentran en Hispanoamérica. De todos los
países con una mayoría hispanohablante sólo España y Guinea Ecuatorial están
situados fuera de América. A principio del siglo XXI México
es el país con el mayor número de hablantes (casi una cuarta parte del total).
Al nivel nacional, el español es la lengua oficial de Argentina, Bolivia
(cooficial el quechua, el aymara y el guaraní), Chile, Colombia, Costa Rica,
Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México
(cooficial con las lenguas indígenas de cada territorio), Nicaragua, Panamá,
Paraguay (cooficial el guaraní), Perú (cooficial con las lenguas indígenas de
cada territorio), Uruguay y Venezuela. El español también es la lengua oficial
en Puerto Rico (cooficial el inglés). Se estima que, para el año 2050, Estados Unidos, cuya lengua
oficial es la inglesa, será el primer país hispanohablante del mundo.
El español tiene una larga historia en los Estados Unidos (muchos estados y
accidentes geográficos fueron nominados en ese idioma) y se ha fortalecido por
la inmigración proveniente del resto de América. El español, además, es la
lengua más enseñada en el país. Estados Unidos es el quinto país con mayor
número de hispanohablantes. Se encuentra una realidad lingüística singular en
Estados Unidos, debido al avance progresivo del bilingüismo, especialmente en
ciudades cosmopolitas como Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Miami, Houston,
San Antonio, Denver, Baltimore, Seattle.
Idiomas como el francés o el alemán son monopolares. El inglés y
el portugués son bipolares. Inglaterra y Portugal, por ser cunas del idioma
respectivo, tienen en las decisiones un peso mucho mayor de lo que podría
sugerir la importancia comparativa de sus economías y poblaciones frente a
Estados Unidos y Brasil. El español es la única lengua multipolar del mundo.
México tiene más población que cualquier otro país; la economía de España es
más fuerte; países como Argentina o Colombia tienen tradiciones culturales muy
potentes; países pequeños como Chile o Guatemala dan premios Nóbel como Neruda
o Asturias; la diminuta Nicaragua ofreció al idioma y al mundo un genio como
Rubén Darío. En ese contexto, lo lógico sería que cada uno de esos países
importantes desarrollara sus propias normas y las tratara de imponer a los
demás, y que a la larga imperara el caos cuando no nos aviniéramos. Eso no ha
ocurrido. Los castellanohablantes tenemos una ortografía unitaria, una
gramática sin fisuras y apenas diferencias léxicas y de uso de algunas palabras.
El español goza de tan buena salud que puede soportar sin mella alguna que
determinados hablantes nieguen la unidad del idioma.
miércoles, 12 de junio de 2019
ADIÓS A LAS HUMANIDADES
Todo conocimiento admite dos usos
distintos: puede servir a un propósito inmediato, como guía de una
actividad técnica, y puede servir a una finalidad más permanente y
menos visible al orientar el pensamiento y la conducta a largo plazo.
Al segundo uso le llamamos humanidades, y alude al refinamiento y al
embellecimiento de la vida. Su carácter es formativo.
Como decía William James: las
humanidades ayudan “a reconocer a un hombre bueno cuando lo tengas
delante”. ¿Pero cuál es el estado actual de las humanidades? Con
elegancia, con sensibilidad y modestia, Jacques Barzun acomete el
riesgo que entraña esta pregunta.
ADIÓS
A LAS HUMANIDADES
Traducción
de Beatriz Martínez de Murguía
¡Ay
las humanidades! de dientes para afuera todo el mundo habla de su
importancia, todo el mundo está de acuerdo en que no hay nada mejor
que un humanista completo, pero lo cierto es que ni los estudiantes
se humanizan en su contacto con las humanidades ni tampoco las eligen
masivamente, y la opinión mayoritaria, aunque velada, es que las
humanidades son sólo para quienes quieren dedicarse profesionalmente
a alguna de sus ramas.
Si
esto es cierto, y tengo muy buenas razones para creer que lo es, eso
significa que la atención que se ha dedicado a las humanidades
durante su larga y pública agonía ha estado mal dirigida. ¿En qué
consiste la equivocación? Para empezar, ¿sabemos realmente cuáles
son las humanidades? Por lo general se cuenta el estudio de la lengua
y la literatura, la historia de las artes, la filosofía; en
ocasiones, la historia, aunque eso depende del capricho de los
científicos sociales; en cualquier caso no tiene mayor importancia.
La triple división -ciencias, ciencias sociales, humanidades-, útil
en términos de organización académica, contiene el germen del mal
que ha infectado prácticamente todo intento de dar un nuevo impulso
a las humanidades y hacerlas provechosas. El hecho de que se agrupen
determinadas “materias” por su oposición a otras materias
denominadas no humanistas ha dado lugar a que las humanidades se
transformen, al igual que esas otras materias, en meras
especializaciones. Como consecuencia, su propósito original se ha
perdido o ha quedado pervertido.
Tan
es así que la literatura y las artes se estudian ya de una forma
puramente técnica. No se estudia poesía y narrativa o arte y música
para recibir y disfrutar lo que en sí ofrecen, sino para poner en
práctica algún complicado método que excluye cuidadosamente las
sensaciones, el placer y la meditación. Estos “enfoques”, como
se les denomina (y acertadamente puesto que no llegan al corazón del
asunto), pueden ser o no adecuados para aquellos estudiantes que
deseen especializarse en lo que alguna vez fue una materia
humanística. Lo que importa no es su valor, sino que si las
humanidades se convierten en otras tantas ciencias sociales o
ciencias de cualquier clase, no puede esperarse que de ello resulte
una mayor humanización.
En
realidad, esta afirmación es una tautología velada, pero implica el
criterio básico de que la enseñanza de humanidades a quienes no son
especialistas requiere una actitud humanista. El maestro debe extraer
de las humanidades todo lo que éstas tienen que decir sobre el ser
humano, y tanto el programa de estudios como el departamento, el
decano y las asociaciones profesionales deben permitírselo. La
conclusión ofrece descubrimientos inesperados. Escuchemos hablar
sobre ello a William James, en una reunión de las primeras mujeres
graduadas en universidades norteamericanas.
Hace
tiempo ya que lo que se enseña en particular en las universidades
recibe el nombre de “humanidades” y éstas a menudo se
identifican con el griego y el latín. Pero el griego y el latín
tienen un valor humanístico general en cuanto literaturas, no en
cuanto idiomas; de modo que en un sentido amplio el término
humanidades se refiere fundamentalmente a la literatura e incluso, en
un sentido más amplio, al estudio de las grandes obras maestras en
prácticamente cualquier campo de la actividad humana. La literatura
mantiene la primacía, puesto que no sólo se compone de obras
maestras sino que trata en gran medida de obras maestras, y cuando
adopta la forma de crítica o historia apenas es algo más que una
interesante crónica de grandes golpes maestros.
Debemos
tomar la definición que ofrece James de manera literal: los “golpes
maestros humanos” incluyen los grandes logros de los científicos
físicos:
Si
se enseña históricamente casi cualquier cosa puede tener un valor
humanístico. La geología, la economía y la mecánica son
humanidades cuando se enseñan en relación a los logros
sucesivamente alcanzados por los genios a quienes estas ciencias
deben su razón de ser. Si no se enseña de esta manera la literatura
se reduce a una gramática, el arte a un catálogo, la historia a una
lista de fechas y las ciencias naturales a una hoja de fórmulas y
pesos y medidas.
La
criba de la creación humana: a eso debemos referimos cuando hablamos
de humanidades.
La
exclamación final de James no pretende intimidar a los departamentos
de ciencias para que se orienten hacia las humanidades, aunque
algunos científicos ya lo hagan y otros más estén deseando
hacerlo. James vio como una auténtica posibilidad lo que en parte ya
se lleva a cabo en los cursos de historia y filosofía de la ciencia,
donde se estudia la creación científica como parte de la biografía
y la historia cultural humanas.
Pero
la enseñanza implícita en las palabras de James puede aplicarse de
manera aún más general. Lo que dice es que todo conocimiento puede
tener dos usos distintos: puede servir a un propósito inmediato y
tangible en cuanto guía de la actividad técnica, y puede servir a
una finalidad más permanente y menos visible al orientar el
pensamiento y la conducta a largo plazo. Si al primer uso le
denominamos vocacional o profesional, el segundo puede llamarse
social o moral (o filosófico o civilizador); el término no importa.
Uno alude al conocimiento práctico y el otro al refinamiento.
Durante
los últimos cien años, las escuelas y universidades americanas han
confundido ambos usos sin saberlo, con la esperanza de que sus
estudiantes se beneficiaran de los dos. Es un buen propósito. Las
dos actividades merecen la pena y son valiosas desde el punto de
vista práctico, pero requieren usos distintos tanto de la materia
que se imparte como de la mente, y no es posible fundirlos en uno
solo.
¿Cómo
llegó a cometerse este error? A finales del siglo XIX las
universidades estaban sometidas a una gran presión por parte de las
ciencias naturales, de la economía organizada, de las tecnologías
en crecimiento y de las nuevas profesiones. Además, los estudios de
postgrado estaban subiéndose al carro de la especialización. De
alguna manera los cursos de licenciatura tenían que justificar de
nuevo su existencia. Sólo podían aferrarse al campo de las letras
para tener una función diferenciada, de modo que para atender la
demanda social de profesionales y la demanda académica de
especialistas, las universidades acabaron con el plan de estudios
clásico y tradicional e inventaron el sistema electivo. El gran
exponente de este cambio fue el doctor Eliot de Harvard, que era
químico.
Como
científico, el doctor Eliot seguramente esperaría que un futuro
químico o geólogo cursara tres, cuatro, seis o más años de su
materia para convertirse en un consumado científico. Pero estaba muy
satisfecho si ese mismo estudiante de licenciatura cursaba, aparte de
sus materias científicas, un semestre de una cosa y otro de otra
durante cuatro años, quizá cuatro años de estudio iniciales. La
necesidad de construir, de manera rigurosa y controlada una educación
humanista se olvidó se extravió en el cambio. El plan de estudios
universitario se rompió en pedacitos y los departamentos se
transformaron en pequeños principados que competían por los
estudiantes y buscaban su prestigio en la especialización.
No
todos los pensadores de la educación cometieron la misma
equivocación. William James se dio cuenta de ello, también John Jay
Chapman, así como Woodrow Wilson, director de Princeton, que vivió
más de cerca el conflicto institucional. En 1910 dirigió un
discurso en Madison, Wisconsin, a la Asociación de Universidades
Americanas acerca de “la importancia de la carrera de letras como
diferente de las carreras profesionales y semiprofesionales”.
Inició diciendo: “Toda especialización, incluida la formación
profesional, es nítidamente individualista en su objetivo... El
objetivo... es el interés particular de la persona que busca esa
formación”. En su opinión dicha exclusividad era “el peligro
intelectual y económico de nuestra época”: un peligro intelectual
porque el individuo que sólo ha sido formado es una herramienta y no
una mente, y un peligro económico porque la sociedad requiere de
mentes y no sólo de herramientas. Wilson temía la osificación
social e institucional producida por las rutinas establecidas.
Consideraba que “para cuando un hombre llega a la edad en que su
hijo puede asistir a la universidad, está tan inmerso en una
especialización que ya no puede entender el país ni la época en
que vive”. Por ello la tarea de la universidad (debía ser)
re-generalizar cada generación a medida que apareciera”.
La
afirmación de Wilson es precisa además de sugerente:
re-generalizar, es decir, corregir un defecto recurrente. Para
lograrlo deseaba “una disciplina cuyo objetivo sea hacer del hombre
que la recibe un ciudadano del mundo social e intelectual moderno, en
contraposición... con una disciplina que tenga por objetivo
convertirlo en discípulo aventajado de una cierta especialización”.
Abogaba por un cuerpo de estudios que tuviese como finalidad “una
orientación general, la generación de una visión del área de
conocimiento... el desarrollo de la capacidad de comprensión”.
William
James y Woodrow Wilson ayudan a comprender que las humanidades, las
letras, se sitúan en el extremo opuesto de las especializaciones
profesionales, incluido el estudio académico de las humanidades;
parece fácil de comprender, pero está claro que resulta difícil de
recordar. ¿Por qué? Porque el impulso hacia las profesiones provoca
la pregunta escéptica de ¿qué utilidad pueden tener las letras
para la formación profesional? ¿No serán un obstáculo para la
instrucción o se verán perjudicadas por ésta? Ni James ni Wilson
se oponen a la especialización o a la formación profesional. Las
reticencias se originan en el lado contrario, el de los oficios y las
profesiones, y hace falta confrontarlas. Así lo hizo James en
una frase ya famosa aunque no siempre se entienda: “Después de
reflexionarlo largamente, ésta es la respuesta más concisa que me
es posible ofrecer: el mejor reclamo que una institución educativa
puede hacer sobre uno, lo mejor que puede aspirar a alcanzar para uno
mismo es: que te ayude a reconocer a un hombre bueno cuando lo tengas
delante”. (Está claro que al referirse a un hombre no se refería
a un varón sino a un ser humano). Al dirigirse a las mujeres,
Wilson, añadía: Esto es tan cierto en el caso de las escuelas
masculinas como en el de las femeninas, y me esforzaré en mostrar
que esto ni es una broma ni tampoco una abstracción sesgada”. La
explicación de su aforismo era la siguiente:
Se
dice que en las escuelas (vocacional y profesional) se obtiene una
habilidad práctica relativamente estrecha, mientras que en las
“universidades” se recibe una cultura más liberal, un punto de
vista más amplio, una perspectiva histórica, un clima filosófico o
algo parecido a lo que frases de este tipo intentan expresar. Se oye
decir que en las escuelas se transforma a la persona en un
instrumento eficaz para la realización de una determinada cosa, pero
aparte de ello es posible que quede como una especie de petróleo
crudo y humeante incapaz de proyectar la luz... ¿Qué significa esto
realmente? Para empezar, no cabe duda de que la formación
profesional u ocupacional más estrecha no sólo convierte a la
persona en una herramienta práctica y habilidosa en su campo, sino
que también le hace capaz de evaluar la habilidad de los demás...
Buen trabajo, trabajo limpio, trabajo terminado: mal trabajo, trabajo
descuidado, trabajo mal terminado: estas palabras expresan un
contraste idéntico en muchos y muy diversos sectores de actividad...
...Puesto
que lo que precisamente reivindica nuestra educación es no padecer
esa “estrechez”, ¿también permite que seamos buenos jueces
de lo que es de primera calidad y de lo que es de segundo orden?
La
respuesta es Sí, por supuesto:
Al
estudiar de esta manera se aprende cuáles son las actividades .que
han resistido el paso del tiempo; se adquieren criterios para
reconocer lo excelente y duradero. Todas las letras y ciencias y las
instituciones representan la búsqueda de la perfección... y cuando
se ve la diversidad de las clases de excelencia, la variedad de los
criterios, la flexibilidad de sus adaptaciones, se obtiene una
comprensión más rica del significado de términos como “mejor”
y “peor”... Nuestras capacidades críticas se desarrollan de una
manera más precisa y menos dogmática. Se simpatiza más con los
errores de los hombres incluso en el momento en que se entienden;
se percibe el patbos de causas perdidas y de las equivocaciones de
tiempos pasados incluso cuando se celebra aquello que los venció,..
Lo que se conoce como el sentido crítico, el sentido de los valores
ideales, es la simpatía por el trabajo bien hecho de un hombre
dondequiera que se haya realizado, la admiración por lo realmente
admirable, el menosprecio de aquello que es barato, de mala calidad y
poco duradero, Es lo más importante de lo que los hombres llaman
sabiduría.
Todo
ello nos remite a eso que todavía hoy proclamamos como “la
búsqueda de la excelencia”. Si esta máxima no es hipócrita, sí
resulta ineficaz. La educación superior otorga títulos que
certifican en teoría la excelencia, pero luego se requieren pilas de
cartas de recomendación para poder distinguir a la persona realmente
meritoria de las demás. Hace falta también suponer que entre las
cartas haya una que sea veraz y contribuya a hacerse un juicio
acertado. Como no parece suficiente, también se solicita el
resultado de exámenes supuestamente objetivos. Es decir que no nos
es posible reconocer a un buen hombre cuando lo tenemos delante. No
es capaz de reconocerlo la oficina de ingresos, ni el jefe de
personal y con demasiada frecuencia tampoco el electorado. Se podría
decir, como réplica a eso, que para poder formarse una opinión
atinada hace falta experiencia. Cierto, pero no es menos cierto que
una educación humanista no sólo ofrece una experiencia indirecta
sino que también prepara a la persona para absorber rápidamente la
experiencia que le proporcione la vida.
Hace
falta inculcar a los estudiantes desde el inicio estas respuestas a
la pregunta de ¿para qué sirve la disciplina' humanista? Es
necesario hacerles entender, o al menos aceptar provisionalmente, que
sus estudios son intensamente prácticos. Debidamente aprendidas, las
humanidades transformarán su mente y su carácter de una manera que
no puede ser descrita, pero que les será útil a lo largo de su
vida.
Es
tan importante hacer explícita esa expectativa como abstenerse de
emitir falsas promesas. El estudio de las humanidades no hace a la
persona más ética, más tolerante, más alegre, más leal, más
amable de corazón, más exitosa con el sexo opuesto o más popular.
Es posible que contribuya a que algo de eso suceda, aunque sólo sea
indirectamente, mediante la consecución de una mente bien
organizada, capaz de inquirir y distinguir lo falso de lo verdadero y
los hechos de la mera opinión; una mente formada y capacitada para
escribir, leer y calcular; una mente atenta al mundo y abierta a
cualquier buena influencia, aunque sólo sea por haber estimulado la
curiosidad y por estar seguro de uno mismo.
Estas
son cosas que uno puede esperar, pero no hay garantía de que se
logren. La vida, como la medicina, no ofrece certeza alguna, pero se
sigue viviendo y acudiendo al médico. Por eso debe señalarse una
vez más que, sin exagerar las pretensiones de las humanidades, lo
que hace falta es que el maestro, el departamento, la junta de
profesores, la administración, el grupo indispensable de asesores,
compartan todos ellos la convicción de que su cuerpo de estudios
tiene una utilidad, una utilidad práctica en la vida cotidiana, a
pesar de que nadie pueda llegar a decir “Mi exposición ante el
consejo de administración ha sido mucho mejor gracias al estudio de
Esquilo”. El siguiente requisito es obvio aunque difícil, el
conjunto de materias debe ser diseñado e impartido por humanistas.
Aunque existen no se les puede contratar al por mayor. De acuerdo con
el principio expuesto por James de poder reconocer a un buen hombre
cuando se le tiene delante, hace falta un humanista para encontrar a
otro que también lo sea. Eso no significa lanzarse a la búsqueda de
genios. Lo que hace falta no es un talento excepcional sino una
determinada actitud y hábito pedagógico. En la actualidad y a lo
largo de todo el país los departamentos de lengua inglesa, de
filosofía y de historia están llenos de gente muy competente y
erudita, pero sólo una minoría sería capaz de enseñar las
humanidades como humanidades. La experiencia de cincuenta años en
Columbia ha demostrado una y otra vez la validez de esta verdad
empírica. Algunos de los que han sido seleccionados para impartir
los cursos de Civilización Contemporánea y de Humanidades, o el
Coloquio sobre los Libros Clásicas, han fracasado, a menudo por el
disgusto que les provocaba la tarea y con frecuencia también por su
temperamento muy poco humanista.
En
parte, la razón del fracaso es que no es posible enseñar las
humanidades mediante conferencias, la preparación de clases o la
memorización. El método socrático es el adecuado. Es el método de
la discusión, pero no tal como se suele practicar. El auténtico
método supone un intercambio dirigido y disciplinado, que se
caracteriza por el orden y la secuencia lógica. El instructor no
debe forzar a que los alumnos hablen de acuerdo con unos parámetros
ya establecidos, sino que debe, según la frase de Swift, “enfriar
al sabihondo y despertar al estúpido”, con el fin de desarrollar
los temas pero sin dejar que el interés decaiga.
El
resultado es una conversación en sentido incluyente. Invita al
conocimiento, a la fluidez verbal, la sensibilidad hacia las
palabras, la cortesía, la rápida apreciación de la fuerza de una
observación, la lógica y a la conciencia permanente de que la
materia de las humanidades es social no sólo en su génesis sino
también en sus consecuencias. En las humanidades, el Hombre ideal se
dirige a otros hombres en cuanto hombres y en una interminable
variedad de formas: a través del lenguaje en muchos idiomas
distintos; a través de la poesía, oral o escrita; a través del
discurso de la prosa y el teatro; la música y la danza; la oratoria
política y forense; la historia oral y escrita; el mito, la religión
y la teología. Todas estas actividades, que pensamos que surgieron
de los folletos universitarios o los comités de profesores, son en
realidad actividades sociales muy antiguas. Vistas en su conjunto nos
ofrecen toda la experiencia de la humanidad.
No
es posible absorber, ni siquiera adquirir un leve barniz de esta masa
cristalizada de pensamiento y emociones en una carrera universitaria,
ni aun en toda una vida. Por eso es importante seleccionar bien
cuando se quiere enseñar a los jóvenes, o a los que ya no lo son
tanto, el significado de ser humano. Como James indicó, hace falta
cribar la creación humana y utilizar los ejemplos más adecuados
para dejar una impresión duradera en las mentes que por edad,
formación o circunstancias no hayan podido percatarse de este
tesoro.
Lo
que condujo a la idea de los Libros Clásicos fue la necesidad de
escoger. La idea se le ocurrió a George Edward Woodberry, de la
Universidad de Columbia, a principios del siglo XX; John Erskine
transformó la idea en un curso y posteriormente Mortimer Adler y
Robert Hutchins la introdujeron en Chicago y Saint John's. Esta idea
ha cobrado ya su propia vida, aunque de ningún modo sea la única
manera de introducirse en las humanidades. Está claro que parte del
contenido debe consistir en obras originales y no ser una tarea
descriptiva o crítica de segunda mano. Resulta mejor y más
entretenido leer a Shakespeare que a un comentarista de su obra y
escuchar a Beethoven que hurgar en las notas del programa. No hay
duda de que un humanista recalcitrante y de vocación estará en
capacidad de elaborar un plan de estudios de humanidades.
Pero
debe ser un plan de estudios, una secuencia, no un conjunto de cursos
en los que se picotee. A lo largo de los cuatro años debe exigirse
que se cumpla con las distintas partes de dicha secuencia en el orden
adecuado. Un poco de aquí y un poco de allá no lleva a ninguna
parte y desde luego no conduce a la adquisición de conocimientos
sólidos ni a una forma de pensar. Nadie puede esperar que egrese un
licenciado “humanizado” después de haber recibido una manita de
literatura universal y otra de historia del arte. La naturaleza misma
del propósito humanista excluye el sistema optativo. La persona no
preparada desde un punto de vista humanista no puede tener más que
opiniones de oídas, o ninguna en absoluto, sobre las materias a
elegir y las que nunca verá en absoluto. Una vez más hace falta
señalar que la naturaleza social de las humanidades está
lógicamente relacionada con el hecho de compartir una formación
común y un cuerpo común de conocimientos. La formación debe ser
progresiva, tanto si el plan de estudios se organiza históricamente
como por temas, y debe por ello enfrentarse al placer de poner en
práctica un conocimiento cada vez mayor a medida que se avanza sobre
los distintos segmentos. Las humanidades son, de todas las materias
imaginables, las que menos se prestan a ser acotadas y encajonadas.
Recordemos el deseo de Wilson de re-generalizar a la nueva
generación.
Al
defender la idea de que la formación profesional es individualista y
la cultura generalizadora como social, Wilson puso sobre el tapete
una cuestión política que hace falta airear. Con demasiada
frecuencia se discute empleando términos vagos como “democracia”
y “elitismo”: supuestamente, las humanidades favorecerían lo
último y remarían en contra de lo primero. Este tipo de argumentos
son tontamente inconsistentes. La ignorancia de una persona en
literatura y las artes no le convierte en un demócrata ni su
conocimiento de ellas le hace un elitista. La posesión de
conocimientos sirve para someter a los demás a un poder injusto sólo
si se Utilizan con ese preciso propósito: un físico, un abogado o
un clérigo pueden explotar o humillar a otros, o pueden actuar de
manera humanitaria y benéfica. En cualquier caso resulta absurdo
invocar la existencia de una “élite” que maquina la opresión de
los demás detrás de cualquiera que saque partido de su status
educativo. Como Wilson sabía, los humanistas también son
individualistas. En cuanto tales son las últimas personas de las que
se podría sospechar que conspirarían contra los legos, que es todo
lo que se quiere decir con el estúpido término elitismo.
Lo
que realmente representa un peligro, mucho más que esa élite
imaginaria, es la combinación actual de una educación humanista
especializada y a medio hacer. Corremos el riesgo de convertimos en
un país de pedantes. Empleo la palabra literal y democráticamente
para hacer referencia a los millones de personas movidos por un
cierto tipo de pasión en su tiempo libre y en su vocación. En los
dos aspectos de su vida esta pasión se manifiesta en un parloteo
pedante. Pienso en los observadores de pájaros y los amantes de la
naturaleza, en los jóvenes que coleccionan discos y siguen de cerca
la vida de los cantantes de música y las estrellas de cine; me
refiero al tipo de conocimiento que tienen los fans de todas clases:
los adictos al béisbol y los fanáticos de la ópera, los devotos de
los trenes eléctricos y los coleccionistas de objetos, desde una
primera edición hasta el netsuke.
No
sólo son pedantes porque saben y recitan una enorme cantidad de
datos (clamarían contra la tiranía si una escuela les pidiera que
aprendieran todo eso). Lo que horroriza no es la cantidad de
información que poseen, sino la ausencia de toda reflexión al
respecto, algún sentido de la relación entre ello y ellos y el
mundo. No tienen nada con lo que comparar o contrastar, no adquieren
ninguna perspectiva desde la cima de su monstruosa masa de datos y no
emerge ninguna generalización que ilumine la monotonía de su
esfuerzo. Todo su aprendizaje es dinero estéril, carece de todo
interés porque en un sentido estricto no tiene utilidad ninguna.
Alguien podría argumentar que sí se utiliza este conocimiento de
datos cuando llega el momento de comprar más libros raros, bandejas
de plata o sellos de correos. Pero eso no es utilizar el conocimiento
para embellecer la vida y destilar sabiduría, tal como puede hacerse
con el conocimiento que se tiene y se utiliza de manera humanista.
Estos
comentarios no son los de un outsider desdeñoso. Me encantan el
béisbol, la ópera, los trenes eléctricos y las historias
policíacas, y sé algo de ello. Pero me deja consternado que otras
personas, que saben mucho más, no sepan hacer nada con ello excepto
reunirse con sus pares para intercambiar algunos datos...
Los
defensores de la educación humanista tienden, como ha sido mi caso,
a enfatizar la importancia total que tiene en cuanto disciplina de la
mente. Hablan de su carácter formativo, y no tanto informativo, y
exhortan a los maestros a no olvidar que no les debe preocupar .tanto
una exposición larga y detallada de la materia sino el desarrollo de
formas de pensamiento y sentimientos. Algunos humanistas mencionan
con un gesto de orgullo que no les importa si diez años después un
egresado ha olvidado todo lo que ahí aprendió. Esta aseveración
parece querer distinguir la elevación de las humanidades de la
inclinación mundana de las profesiones. Es una pose ridícula. Si un
estudiante entiende de verdad lo que son las humanidades y para qué
son, no podrá evitar recordar en detalle los sucesivos elementos que
le llevaron a poseer una mente cultivada.
Por
otra parte, las humanidades son un gran vocabulario formado por
términos, frases, nombres, alusiones, caracteres, acontecimientos,
máximas, réplicas: miles de significados incorporados con los que
es posible pensar y evaluar el mundo. Todos estos son datos, todo
esto es un conocimiento qué recordar de manera precisa e
inteligente. En ese sentido las humanidades proporcionan, como cuerpo
de conocimiento, un lenguaje común. Se pide a gritos la
“comunicación” y se habla de que se carece de ella. Lo que se
debería pedir en lugar de ello es que haya más conversación, que a
duras penas practican los pedantes. Pues la conversación es el
principio de una buena sociedad y una buena vida. Es la llave que
abre las celdas que son nuestras profesiones, nuestros hobbies y, en
no menor medida, nuestras bellas artes y nuestra vida académica.
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