miércoles, 19 de junio de 2019

Guadalupe-Tonantzin nuestra madre


Guadalupe-Tonantzin nuestra madre
Por: Lizzet González García
WA: 2225501220

La verdad es que tengo muy pocos recuerdos de cuando fuimos uno el señor Ometéotl y yo; creo que tenía visión, oído, tacto y todos los demás sentidos; aunque realmente no sé para qué estaban esos atributos en nosotros si no había nada que ver, escuchar o tocar. Yo jamás nací, he existido desde el comienzo de todo; incluso antes del tiempo.

En un inicio cuando moré, si se le puede llamar así, en el señor Ometéotl; fuimos una sola conciencia, de hecho, no tuve conciencia propia hasta que él decidió que debíamos separarnos. Creo que lo que quería Ometéotl era una extensión de su amor, comprensión y cariño; atributos que, por supuesto se encontraban en él, mismos de los que después me colmó.

Mis características debían especializarse o agudizarse, yo fui uno de los más grandes proyectos del señor Ometéotl; debía ser una guerrera, pero delicada a la vez; debía tener un carácter fuerte, pero también debía saber dar palabras de aliento; debía velar los sueños de otros anteponiéndolos incluso antes que los míos; en mí se eliminó cualquier posibilidad de experimentar egoísmo, cansancio o sueño. Era yo quien debía tener brazos fuertes que resistieran cualquier carga, pero unas manos delicadas que supieran acariciar; se me proveyó la suficiente sapiencia para poder resolver cualquier tipo de problema; se me procuró el poder de curar cuerpos y corazones heridos. Se me dieron piernas fuertes para acompañar a los míos por los más sinuosos senderos; y unos labios suaves para poder besar y transmitir todo mi ser y mi amor. Se me facilitó la capacidad de alimentar con mi propio cuerpo a otros; incluso mi cuerpo sería la primera morada de cualquiera de los seres que decidiera crear el señor Ometeotl y esto es porque me había separado de él para que pudiera ser madre. Así es, yo soy Tonacacíhualt, la primera madre, algunos prefirieron llamarme Coatlicue.

Después de mi separación, comenzó a haber cosas para ver, escuchar y tocar; puesto que Ometéotl dedicó su ser a la creación de los trece cielos y los nueve infiernos; dejando un espacio entre ambos para lo que fue la creación del Tlaltipac.

Yo moraba en el Teteocán que se encontraba en el duodécimo cielo; pero también tenía acceso al Omeyocan o Tamoanchan; este lugar era solo para mí, era mi propia morada, incluso hice un árbol, el Chichihuacuauhco, un árbol de senos que me ayudaba a amamantar a las almas de los hombres que eran enviados al Tlaltipac para que su espíritu llegara con una fortaleza inquebrantable, llenos de amor, bondad y compasión por los otros.

Ometéotl había impuesto una regla, y ésta era que las diosas como yo, solo podíamos quedar en cinta una sola vez. Entonces, quedé en cinta una vez que me corté con un cuchillo de obsidiana, di a luz a una hermosa niña que se convirtió en la diosa Coyolxauhqui; pero mi matriz fue tan fértil que junto con Coyolxauhqui nacieron otros 400 vástagos; todos mis hijos y yo vivíamos en el Teteocán.

Los hijos son algo maravilloso, te hacen experimentar el amor más puro y sincero en el universo; sabes que rebasas tus límites por ellos; no sabes realmente lo que eres y de qué estás hecha hasta que ellos sacan ese verdadero ser. Sin embargo, como es bien sabido, los hijos también son los jueces más rigurosos y esto lo comprobé una vez que me acaeció un evento muy extraño que incluso a mí misma me costó trabajo comprender. Y es que alguna vez, mientras barría en el Tamoanchan, a lo lejos miré que se me aproximaba una pluma muy hermosa, que encontró su lugar en mi regazo mientras me dedicaba a reposar un momento; pero cuando reanudé mi faena, me di cuenta de que había quedado en cinta una vez más. Varios de mis hijos al enterarse tomaron esto como una falta muy grave; puesto que todos sabían que una diosa solo podía estar en cinta una sola vez. Coyolxauhqui aprovechó la ira de mis demás hijos para alentarlos a que me asesinaran por mi falta.

Lo único que me quedó fue huir; debía hacerlo porque en mí había una vida que proteger, no pude quedarme ni en el Teteocán y mucho menos en el Tamoanchan; me fugué con el corazón roto y el alma hecha trizas, no podía creer que mis propios hijos me dieran la espalda. Cuahuitlicac, uno de mis vástagos, me ayudó a esconderme durante todo el tiempo de gestación en un cerro ubicado en el Tlaltipac, el cerro de Coatepec. Tuve bastante miedo porque en ese entonces el Tlaltipac se encontraba momentáneamente deshabitado; solo éramos Cuahuitlicac, el bebé que llevaba en mis entrañas y yo en ese lugar que de momento estaba olvidado por los habitantes del Teteocán.

Cuahuitlicac no podía desaparecerse por completo del Teteocán, le pedí que volviera para que nadie sospechara de él y le pudieran causar algún daño por culpa mía; y así lo hizo. En los momentos de ausencia de Cuahuitlicac conversaba con el ser que se gestaba en mi interior y para mi asombro, este ser me respondía para tranquilizarme; para decirme que todo estaría bien, que Ometéotl tenía una misión especial para él en el Tlaltipac; una misión que implicaba a los hombres que serían creados durante una quinta era solar. Y eso lo comprendí en un futuro, cuando miré a mi hijo servir como guía de uno de los pueblos que habitaron sobre el Tlaltipac; uno de los pueblos que se convertirían en uno de los imperios más poderosos después de esta travesía, los Aztecas.

En una de las veces, que me visitó Cuahuitlicac; momento en el que comencé con dolores de parto, Coyolxauhqui lo siguió y percatándose del lugar en el que estábamos, no dudó en ir en busca de sus hermanos para darme muerte. A los habitantes del Tlaltipac se les contó por mucho tiempo que la luna que alumbraba sus noches había sido resultado del sacrificio de uno de los dioses del Teteocán, se relataba que había sido el sacrificio de Nanáhuatl; y aunque muy pocos la saben, lo que les voy a contar es lo que en realidad sucedió.

Al momento en que parí a mi hijo Huitzilopochtli, quien nació con el tótem de un colibrí, adquirió de inmediato una forma adulta y una armadura que le permitió protegerme de los ataques de mis primeros 400 hijos, los Centzon Huiznáhuac; le tuvieron tanto miedo al poder que emanaba de Huitzilopochtli que mejor huyeron hacia el sur, convirtiéndose en las estrellas que adornaron el cielo y ayudan a alumbrar la noche en la tierra. Mi pobre hija Coyolxauhqui tuvo un final más trágico, pues, aunque traté de evitarlo, la rabia de Huitzilopochtli era tanta que lo cegó y lo llevó a cortarle la cabeza a su hermana mayor, Coyolxauhqui, y mientras su cuerpo desmembrado rodaba colina abajo del cerro de Coatepec, su cabeza volaba por los aires hacia lo más alto en el cielo.

Ya no pude hacer nada, todo ese suceso me pesó mucho, lo único que pude hacer por mi hija para mantenerla viva fue permitirle convertirse en un astro de luz que, a mi parecer, es el más bello durante la noche, le concedí un resplandor fastuoso, la convertí en la luna. Pedí a Ometéotl que esta historia no se contara a los hombres y aunque fue así durante algún tiempo, finalmente la verdad salió a la luz.

Una madre no puede dejar de querer a ninguno de sus hijos; a pesar de las faltas cometidas, los errores o los traspiés que éstos lleguen a cometer; nos duele en el alma que los hijos sufran; quisiera uno evitarles cualquier tropiezo o humillación; sin embargo existen veces en las que no se puede y menos aun cuando en la era del quinto sol se nos prohibió intervenir en la vida de los hombres sobre el Tlaltipac, a quienes la ambición y el deseo de riquezas los llevó a cometer actos fatales en contra de sí mismos. Entonces había guerras entre los hombres, peleaban por territorios sin darse cuenta de que los dioses les habían permitido habitar donde quisieran sin necesidad de pelear por ello; reñían por tesoros y riquezas, sin saber que la mayor de ellas era vivir sobre la tierra para poder mirar, tocar y escuchar todo lo que ésta les ofrecía; contendían para despojar al otro de lo que ostentaba.

Hubo una vez en la que a uno de los pueblos del Tlaltipac no solo quisieron despojarlo de sus riquezas o tesoros; también intentaron borrar de su memoria la existencia de los habitantes del Teteocán. Hubo una vez en la que se intentó sustraer sus creencias, su cultura y cosmovisión. Lo que no sabían los sustractores, era que las almas de los sisados habían sido alimentadas en el Tamoanchán con el Chichihuacuauhco y jamás olvidarían su origen; jamás olvidarían que los del Teteocán les había provisto de cuanto habían disfrutado en la tierra. Jamás olvidarían a su Coatlicue; aunque ahora me llamen Guadalupe-Tonantzin.

Puebla, Pue. 18 de junio del 2019

Autonomía, laicismo, democracia y la universidad pública mexicana


Autonomía, laicismo, democracia y la universidad pública mexicana.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla Pérez Rodríguez
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
wa: 2223703233

De la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la autonomía de una universidad pública y podemos derivar su proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de “autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.
Para comprender el sentido de la autonomía de las universidades públicas y su proyección al futuro, es necesario conocer la evolución y aplicación del principio laico.

El laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre las diferentes actividades humanas.

El principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo de Occam. A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente filosóficas, que no conciernen a la teología, no deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestates, I, II, 22 [escrito después de 1327]). Más adelante durante el Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia del laicismo en la vida política y civil de Occidente. Es importante recordar el célebre caso del siglo XVII. Galileo Galilei, reafirmó el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a la ciencia por la autoridad eclesiástica.

El principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos. El laicismo, en efecto, es en el plano de las relaciones de las actividades humanas entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el laicismo.

Aquí surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La defensa del laicismo es de interés público? Respondemos que el principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan.

El criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas, de los prejuicios de clase o de raza, etc.
No otro es el sentido que el México republicano vigente se acompañara de la reforma educativa encabezada por Gabino Barreda Flores en 1867 donde la Ley Orgánica de Instrucción organiza la enseñanza laica.

El principio del laicismo y la lucha por la autonomía en los campos de la enseñanza y la investigación ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos.

El laicismo es en el plano de las relaciones de las actividades humanas lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen para su desarrollo de la autonomía de sus reglas.

A décadas de haber obtenido la autonomía varias de las universidades públicas resulta relevante que a partir del principio de laicidad que da sentido a la autonomía se dé respuesta a las muchas son las interrogantes existentes en torno a la naturaleza y legitimidad de la Universidad pública. Destacan en estos momentos, por ejemplo, la problemática definida por las cuestiones siguientes: ¿Cómo concebir la forma de educación? ¿La educación debe ser un fin en sí misma o debe ser pragmática y orientada a una profesión? ¿Qué tipo de aprendizaje debe atender y de qué manera está vinculada la educación general con él? ¿Conforme a que criterio de cultura (calidad y cantidad de las materias de enseñanza), deben formularse los planes de estudios? ¿Cuáles deben ser las actividades a desarrollar por los estudiantes? ¿Qué áreas de conocimiento y disciplinas deben proponerse dentro del tronco común? ¿Bajo qué criterios se impulsa una investigación y no otra?

La Universidad pública mexicana tiene dos fuentes de legitimidad. En primer lugar, ser una institución pública y, en segundo lugar, por su especificidad de ser una universidad. Esto nos conduce a la necesidad de referirnos a los fundamentos epistemológicos que pueden sustentar la educación en una universidad. Formular tal epistemología requiere de formular una concepción de la enseñanza y una del aprendizaje, con la definición, por supuesto, del tipo de conocimientos que justifiquen ambas teorías.

Hoy día, podemos decir que la escuela pública debe configurarse como el instrumento central de la oportunidad y la igualdad, de la reforma social, de la justicia social, de la productividad económica y del aprendizaje individual y socialmente relevante. Esto lo podemos constatar si observamos el marco jurídico de la educación pública –Constitución (Artículos 3, 5, 44, 45) y debe quedar claramente formulada en Ley General de Educación.

La sociedad mexicana -como sociedad democrática- al estar fincada en el sufragio universal está indisolublemente unida a la escolarización universal. Una sociedad democrática debe capacitar para el diálogo racional, para los acuerdos responsables y una conducta apegada a la ley, por ello debe proporcionar igualdad de oportunidades educativas: dando la mayor cantidad -y de la mejor calidad posible- de educación pública. Los cambios que precisamos deben asegurar la continuidad en la historia de nuestra sociedad e instituciones.

En otro instrumento jurídico -la Declaración de los Derechos Humanos- se alude, en su segundo párrafo, a los fines de la educación y a los valores que han de inspirarla, poniendo énfasis en aspectos que contribuyen a la formación de los ciudadanos del mundo: la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y grupos étnicos o religiosos, así como la promoción de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

Con estas premisas podemos derivar que el marco jurídico aludido expresa nuestros propósitos comunes, nuestro pluralismo, nuestro deseo de igualdad y excelencia educativa. Esto queda claramente expresado en la demanda de que cada uno de los planteles del sistema educativo proporcione a los futuros ciudadanos el conocimiento, las actitudes y los instrumentos que les permitan participar plenamente en la vida democrática y ejercer sus derechos y obligaciones. Para alcanzar esto se requiere de una educación que favorezca la adquisición de conocimientos básicos, el pensamiento crítico y la imaginación. Estas tres cosas es lo que definirían una educación con orientación a la excelencia. Cada retroceso en este sentido devaluaría a los estudiantes y pondría en peligro nuestra democracia.

martes, 18 de junio de 2019

México el árbol de los mil frutos: Lluvia

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Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación


Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla Rodríguez Pérez
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Cel: 2223703233

De acuerdo a la fracción IX del 3° constitucional el Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación deberá a) Realizar estudios, investigaciones especializadas y evaluaciones diagnósticas, formativas e integrales del Sistema Educativo Nacional. En esta reflexión solo prestaremos atención a este primer inciso de la fracción IX del 3° constitucional.
Evaluar el sistema educativo la educación no se limita a evaluar al docente que si bien es parte importante del sistema no puede sustituirlo.
El sistema educativo es un sistema complejo cuyos subsistemas son a su vez complejos. Veámoslo.
En esta reflexión consideraremos al sistema escolar como un sistema intencional que comprende tres niveles: básico, medio y superior. Es una reflexión filosófica en las que presentaremos las bases de una teoría que nos permita comprender la proyección del sistema escolar. Nos aproximaremos muy tangencialmente a las ciencias cognitivas debido a la necesidad de contar con una explicación materialista que nos permita predecir el futuro de instituciones que están estrechamente vinculada a los cerebros y mentes de quienes la conforman. Todo lo que se afirme es debatible y, por lo tanto, es necesario que se presenten refutaciones y contraargumentos a lo aquí expuesto.
Se trata de filosofar y, por ende, de producir nuevas maneras de ver la escuela mexicana, de pensar en ella, de formular preguntas y de ver qué es lo importante y por qué. Se trata de abrir un diálogo entre las mentes dispuestas a ello. Así que vale la pena mencionar, desde ya, cuales son los problemas tácticos en torno a esta cuestión y qué problemas se tratarán de resolver.
Habrá de identificarse, en este diálogo, los errores conceptuales acerca de los fenómenos que interesan, las opciones teóricas existentes y los requisitos que hay que cumplir para ofrecer una explicación adecuada del futuro de la escuela mexicana.
Habrá que reconocer la dificultad que ofrece el objeto más complejo que hasta ahora se ha encontrado en el universo: el cerebro humano y lo a él está asociado: la mente humana.
Reiteramos que la escuela mexicana se ofrece como un objeto complejo y digno de ser pensado al margen de intuiciones facilonas y persistentes. El análisis filosófico que presentaremos debe producir perplejidad pero estamos obligados a no quedarnos en ella.
Cuando el niño y joven sea hombre, es preciso que por su educación no olvide que no es lícito pensar exclusivamente para sí mismo, que no es moralmente aceptable olvidarse de la humanidad y de la patria.
La escuela entonces recuperará la potencia suficiente para coordinar las líneas directrices del carácter nacional, y delante de la conciencia del pueblo mexicano proyectar el faro del ideal, de un ideal de amor, de justicia, de verdad, de bondad y de belleza.
La escuela por construir no debe reducir todo a reglamentos que hagan de los espacios de trabajo en espacios de labor malhumorada. La nueva escuela deberá surgir de la conjunción de dos culturas: la del libro de papel y las nuevas tecnologías porque ambas son vehículos de contacto intelectual entre los humanes del pasado, del presente y el futuro. De entrambas culturas deberá surgir la nueva escuela pública mexicana.
Los egresados de la escuela mexicana deberán aceptarse como deudores de la substancia popular y que asumen como ideal político y social el que se resume así: el Pueblo Soberano como base, la Nueva República como Fin y la Cuarta Trasformación como medio.
La escuela pública mexicana está encargada, ni más ni menos, de la educación nacional en todos los niveles: básico, medio y superior. La escuela mexicana deberá organizar la selección de sus elementos en todos los niveles de manera tal que el nivel medio reciba lo que envía el básico y lo que aquél envía al superior.
Los criterios que deben guiar la educación están especificados en el artículo 3° constitucional.

Sistema escuela mexicana-Sociedad
Podemos considerar varios sistemas sociales que tengan como universo común el conjunto de elementos de la escuela mexicana. La escuela mexicana es un universo formado por: una serie de personas –alumnos, profesores, administradores, etc.-
El sistema escuela mexicana en la relación de enseñanza y de aprendizaje. A este sistema lo denominaremos sistema de docencia; en la relación de investigación lo denominaremos sistema de investigación; considerada por las entradas al sistema (requisitos de alumnos, maestros, trámites burocráticos, etc.), sus salidas (reprobación, deserción, certificación, etc.) sus estados internos (reglamentación, selección, condiciones físicas, poder, autoridad) y ciertas relaciones entre sus entradas, estados y salidas, por ejemplo, eficiencia terminal, expulsiones, legitimación, etc., lo llamaremos sistema de administración.
Hay otros sistemas más: pirámides de edades (si nos fijamos en sus edades y en sus interrelaciones de coetaneidad), económico (si nos fijásemos en sus ingresos, gastos, ahorros, consumo, etcétera; biológico (si nos fijamos en sus relaciones de parentesco biológico); jurídico (si nos fijamos en sus relaciones de parentesco jurídico); afectivo (si nos fijamos en sus relaciones afectivas y sentimentales; sanguíneo (si nos fijamos en los grupos sanguíneos de la población); protocolario (si nos fijamos en las relaciones de prioridad protocolaria que se manifiestan en el lugar ocupado por los integrantes en ciertas ceremonias); político-burocrático (si nos fijamos en las relaciones de poder, subordinación); y podemos seguir estableciendo “n” sistemas de la escuela mexicana.
Todas estas distintas relaciones dan lugar a sistemas distintos. También podemos combinar varias de ellas en un nuevo sistema más complejo. Lo único importante es que especifiquemos claramente en cada caso qué conjunto (o conjuntos) de cosas vamos a considerar como universo (o universos) del sistema, y en qué relaciones (y funciones, propiedades o posiciones) vamos a fijarnos explícitamente. Con ello quedará definido el sistema.
El Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación deberá para cumplir con sus tareas (a) Realizar estudios, investigaciones especializadas y evaluaciones diagnósticas, formativas e integrales del Sistema Educativo Nacional) deberá considerar lo siguiente:
PRIMERA CONSIDERACIÓN: Tres son los niveles escolares atendidos por la escuela mexicana: básico, medio y superior. En todos ellos existen alumnos, profesores e investigadores en específicas a) relaciones económicas: ingresos, gastos, ahorros, consumo, etc.; b) específicas relaciones de poder y subordinación tanto al interior como al exterior; c) específicas relaciones afectivas y sentimentales tanto al interior como al exterior.
SEGUNDA CONSIDERACIÓN: es necesario pensar y planificar actividades que permitan mejorar las relaciones económicas, políticas y afectivas y que consientan integrar a los miembros de la comunidad en torno a una “Ética de la escuela mexicana”.
OBJETIVO: el fin es pensar, planificar y administrar la escuela mexicana con un sentido integral, sistémico. Si bien ahora existen miles de escuelas en México es necesario transformarlas en una sola guiados por una “Ética de la escuela mexicana”. En pocas palabras es necesario invitar a las comunidades a pensar la escuela mexicana como una institución integrada a una sociedad a través de relaciones económicas, políticas y culturales específicas. Si estas últimas cambian aquella debe hacerlo. La escuela mexicana debe constituirse en una institución cuya función central sea el campo cultural donde se debe ejecutar excelente docencia, producir investigación disciplinaria, multi e interdisciplinaria que contemple sus recursos intelectuales desde el nivel básico hasta el posgrado y que está subordinada a específicas relaciones sociales.
Debemos pensar la escuela mexicana como una institución de gran potencial en lo que respecta no solamente a la enseñanza, investigación y extensión sino pensarla como un sistema que debe construir los canales de comunicación entre el nivel básico y los institutos y en lo que respecta a la transformación de las vigentes relaciones económicas, políticas y culturales en un mundo relacionado globalmente.
PROPUESTA: la escuela mexicana estará en condiciones de integrarse socialmente siempre y cuando se formulen propuestas guiadas por una Ética-escuela mexicana. Y solo se podrá definir esta ética si se formulan ideas y se discuten abiertamente.
Partamos de lo que éticamente está plasmado en el tercero constitucional.
1) Toda persona tiene derecho a recibir educación (no importando género, edad, creencias religiosas…)
2) La educación tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.
3) Los materiales y métodos, la organización, la infraestructura, la idoneidad de los académicos y directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de la comunidad…
4) la educación será laica, basada en los resultados de la investigación científica, contrarrestará los servilismos, los fanatismos, los prejuicios…
5) será democrática en su estilo de vida… no solamente en consideración de su estructura jurídica y régimen político
6) atenderá la comprensión de nuestros problemas, aprovechamiento de nuestros recursos, defensa de nuestra independencia económica y la continuidad y acrecentamiento de nuestra cultura.


Conceptos básicos de la legislación en materia educativa


Hacia la constitución de un Sistema de Educación. Un sistema para todos.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla Rodríguez Pérez
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Cel: 2223703233

El tema fundamental de la discusión en torno a la educación es el de construir una comunidad emocional que une a los individuos en su vida cotidiana, unidos por la experiencia de un pasado común, al sentimiento que acepta la lealtad suprema del individuo a la Nación-Estado y tener aspiraciones comunes para el futuro. La propuesta avalada por el resultado de las elecciones del 1 de julio de 2018 se resume en la divisa “El Pueblo Soberano como base, la Nueva República (nuevo proyecto de nación) como fin y la Cuarta Transformación como medio”.
Varios son los factores operan a favor de esta intención: 1) un gobierno común (legal y legítimo); 2) Contacto estrecho entre los mexicanos a través de la cultura y el idioma español; 3) el interés común de mantener vigente a la Nación-Estado en el contexto internacional y 4) cierto grado de sentimiento y de voluntad de llevar a cabo tareas comunes: aportar valores universales al resto del mundo, coadyuvar a la cultura de paz entre las naciones y desarrollar una conciencia de que los humanes formamos parte de una comunidad.

El objetivo de la propuesta es participar en el diálogo en torno a la construcción de un sistema dónde se establezcan las relaciones necesarias entre los distintos niveles del sistema escolar para que funcione como tal (sustituir los enfoques individualista y holista por un enfoque sistémico). Se trata de convertir al sistema escolar en un recurso que acompañe permanentemente a las autoridades legítimas y legalmente constituidas que representan la voluntad del Pueblo Soberano en la tarea de unir a los mexicanos por medio de la construcción y difusión de las “ideas fuerza” necesarias para posibilitar, en esta coyuntura, la reconciliación política y con esto avanzar en la construcción de una Nueva República.
Interpretar los resultados del pasado 1 de julio del 2018 como el deseo de los mexicanos de promover los fundamentos y objetivos de la “Nueva República” nos obliga éticamente a impulsar los cambios sistémicos necesarios para que la sociedad cambie dirigida por tres ideas fuerza: Pueblo Soberano (PS), Nueva República (NR) y Cuarta Transformación (4T).
Si la divisa de los tiempos por venir es considerar al Pueblo Soberano como base, la Cuarta Transformación como medio y la Nueva República como fin es fácil advertir la importancia del sistema escolar como recurso en la formación de los nuevos ciudadanos que hagan posible la construcción de la Nueva República. En esta tarea el sistema escolar será -junto con las nuevas tecnologías- el recurso insustituible en los próximos años porque su tarea fundamental será la de participar en la educación de los mexicanos y convertirlos en la energía para lograr la concreción de los mandatos definidos por libre voluntad de los mexicanos el 1 de julio del 2018.
La reforma educativa –como parte de la Cuarta Transformación- debe entenderse entonces como un cambio planificado que nos debe conducir de las circunstancias actuales hacia la Nueva República. Por lo tanto, si la reforma educativa cambia las circunstancias sociales que la alojan debe concebirse a la reforma educativa como un instrumento en permanente cambio y es coherente con el Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación.
Si el objetivo es caminar hacia una Nueva Republica entonces se debe hablar de modificar las relaciones hasta ahora existentes entre los tres subsistemas básicos de la sociedad: el cultural, el político y el económico. Esta modificación deberá ser radical y básica utilizando la racionalidad mostrada en las elecciones pasadas convenciendo no imponiendo.
La educación de los nuevos ciudadanos debe estar directamente vinculada a la búsqueda de una reconciliación entre los mexicanos.
La voluntad del Pueblo Soberano manifestada el 1 de julio del 2018 y expresada en la reforma del 3° constitucional está motivada por la idea de un nuevo proyecto de nación.
Se ha considerado que lo mucho de lo positiva y de lo negativo que hay en la personalidad del mexicano tiene relación con el aprendizaje de la historia nacional y su enfoque en conceptos básicos como “amor”, “justicia”, “belleza”, “verdad”, “laicidad”, “democracia”, “derechos humanos”, “dignidad de la persona”, “estudio”, “investigación”, “capacidades”, “creatividad” y “criticismo”, “bienestar”, “excelencia”, “equidad”, “formación intelectual”, “información”, “honestidad”, “integralidad”, “inclusividad”, “libertad”, “paz”, “educación pública”, “respeto”, “solidaridad”, “universal”, “valores”, “virtudes”.
Estos conceptos deberán orientar no solo la formulación de las leyes secundarias en materia educativa sino las prácticas y objetivos del sistema educativo en sus tres niveles: básico, medio y superior.
Por todo lo dicho la Ley General de la Educación deberá establecer que:
1) La educación es un derecho de toda persona para alcanzar su bienestar y desarrollo intelectual. El Estado garantizará la educación en las niñas, niños, jóvenes y ciudadanos…
2) La educación que se imparta en el país, deberá incluir en sus planes de estudio la promoción de las destrezas, las habilidades, los conceptos, las normas, valores y virtudes racionalmente pertinentes, el conocimiento de la historia, el filosofar, la geografía, la cultura… medio ambiente.
3) Pondrá especial énfasis en el uso del español[1], sin menoscabo de las otras lenguas originarias, como el recurso prioritario de la comunicación en las escuelas así como impulsar las capacidades para leer, escribir, estudiar, hablar, argumentar y el uso de las matemáticas porque se aplican en una variedad amplia de circunstancia, además impulsará las capacidades didácticas (comunicar, formular y responder preguntas) y las capacidades lógicas (extraer conclusiones de las premisas y formular hipótesis a partir de la información disponible).
4) El Estado establecerá directrices y medidas tendientes a expresar los propósitos comunes, el pluralismo, el deseo de igualdad y excelencia educativa además de garantizar la equidad de la educación… la expresión imaginativa y del pensamiento crítico porque son la llave de la inteligencia flexible.



[1] Peculiaridades del español. La mayoría de hispanohablantes se encuentran en Hispanoamérica. De todos los países con una mayoría hispanohablante sólo España y Guinea Ecuatorial están situados fuera de América. A principio del siglo XXI México es el país con el mayor número de hablantes (casi una cuarta parte del total). Al nivel nacional, el español es la lengua oficial de Argentina, Bolivia (cooficial el quechua, el aymara y el guaraní), Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México (cooficial con las lenguas indígenas de cada territorio), Nicaragua, Panamá, Paraguay (cooficial el guaraní), Perú (cooficial con las lenguas indígenas de cada territorio), Uruguay y Venezuela. El español también es la lengua oficial en Puerto Rico (cooficial el inglés). Se estima que, para el año 2050, Estados Unidos, cuya lengua oficial es la inglesa, será el primer país hispanohablante del mundo. El español tiene una larga historia en los Estados Unidos (muchos estados y accidentes geográficos fueron nominados en ese idioma) y se ha fortalecido por la inmigración proveniente del resto de América. El español, además, es la lengua más enseñada en el país. Estados Unidos es el quinto país con mayor número de hispanohablantes. Se encuentra una realidad lingüística singular en Estados Unidos, debido al avance progresivo del bilingüismo, especialmente en ciudades cosmopolitas como Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Miami, Houston, San Antonio, Denver, Baltimore, Seattle.
Idiomas como el francés o el alemán son monopolares. El inglés y el portugués son bipolares. Inglaterra y Portugal, por ser cunas del idioma respectivo, tienen en las decisiones un peso mucho mayor de lo que podría sugerir la importancia comparativa de sus economías y poblaciones frente a Estados Unidos y Brasil. El español es la única lengua multipolar del mundo. México tiene más población que cualquier otro país; la economía de España es más fuerte; países como Argentina o Colombia tienen tradiciones culturales muy potentes; países pequeños como Chile o Guatemala dan premios Nóbel como Neruda o Asturias; la diminuta Nicaragua ofreció al idioma y al mundo un genio como Rubén Darío. En ese contexto, lo lógico sería que cada uno de esos países importantes desarrollara sus propias normas y las tratara de imponer a los demás, y que a la larga imperara el caos cuando no nos aviniéramos. Eso no ha ocurrido. Los castellanohablantes tenemos una ortografía unitaria, una gramática sin fisuras y apenas diferencias léxicas y de uso de algunas palabras. El español goza de tan buena salud que puede soportar sin mella alguna que determinados hablantes nieguen la unidad del idioma.


miércoles, 12 de junio de 2019

ADIÓS A LAS HUMANIDADES


Todo conocimiento admite dos usos distintos: puede servir a un propósito inmediato, como guía de una actividad técnica, y puede servir a una finalidad más permanente y menos visible al orientar el pensamiento y la conducta a largo plazo. Al segundo uso le llamamos humanidades, y alude al refinamiento y al embellecimiento de la vida. Su carácter es formativo.

Como decía William James: las humanidades ayudan “a reconocer a un hombre bueno cuando lo tengas delante”. ¿Pero cuál es el estado actual de las humanidades? Con elegancia, con sensibilidad y modestia, Jacques Barzun acomete el riesgo que entraña esta pregunta.

ADIÓS A LAS HUMANIDADES

Por: Jacques Barzun
Traducción de Beatriz Martínez de Murguía

¡Ay las humanidades! de dientes para afuera todo el mundo habla de su importancia, todo el mundo está de acuerdo en que no hay nada mejor que un humanista completo, pero lo cierto es que ni los estudiantes se humanizan en su contacto con las humanidades ni tampoco las eligen masivamente, y la opinión mayoritaria, aunque velada, es que las humanidades son sólo para quienes quieren dedicarse profesionalmente a alguna de sus ramas.

Si esto es cierto, y tengo muy buenas razones para creer que lo es, eso significa que la atención que se ha dedicado a las humanidades durante su larga y pública agonía ha estado mal dirigida. ¿En qué consiste la equivocación? Para empezar, ¿sabemos realmente cuáles son las humanidades? Por lo general se cuenta el estudio de la lengua y la literatura, la historia de las artes, la filosofía; en ocasiones, la historia, aunque eso depende del capricho de los científicos sociales; en cualquier caso no tiene mayor importancia. La triple división -ciencias, ciencias sociales, humanidades-, útil en términos de organización académica, contiene el germen del mal que ha infectado prácticamente todo intento de dar un nuevo impulso a las humanidades y hacerlas provechosas. El hecho de que se agrupen determinadas “materias” por su oposición a otras materias denominadas no humanistas ha dado lugar a que las humanidades se transformen, al igual que esas otras materias, en meras especializaciones. Como consecuencia, su propósito original se ha perdido o ha quedado pervertido.

Tan es así que la literatura y las artes se estudian ya de una forma puramente técnica. No se estudia poesía y narrativa o arte y música para recibir y disfrutar lo que en sí ofrecen, sino para poner en práctica algún complicado método que excluye cuidadosamente las sensaciones, el placer y la meditación. Estos “enfoques”, como se les denomina (y acertadamente puesto que no llegan al corazón del asunto), pueden ser o no adecuados para aquellos estudiantes que deseen especializarse en lo que alguna vez fue una materia humanística. Lo que importa no es su valor, sino que si las humanidades se convierten en otras tantas ciencias sociales o ciencias de cualquier clase, no puede esperarse que de ello resulte una mayor humanización.

En realidad, esta afirmación es una tautología velada, pero implica el criterio básico de que la enseñanza de humanidades a quienes no son especialistas requiere una actitud humanista. El maestro debe extraer de las humanidades todo lo que éstas tienen que decir sobre el ser humano, y tanto el programa de estudios como el departamento, el decano y las asociaciones profesionales deben permitírselo. La conclusión ofrece descubrimientos inesperados. Escuchemos hablar sobre ello a William James, en una reunión de las primeras mujeres graduadas en universidades norteamericanas.

Hace tiempo ya que lo que se enseña en particular en las universidades recibe el nombre de “humanidades” y éstas a menudo se identifican con el griego y el latín. Pero el griego y el latín tienen un valor humanístico general en cuanto literaturas, no en cuanto idiomas; de modo que en un sentido amplio el término humanidades se refiere fundamentalmente a la literatura e incluso, en un sentido más amplio, al estudio de las grandes obras maestras en prácticamente cualquier campo de la actividad humana. La literatura mantiene la primacía, puesto que no sólo se compone de obras maestras sino que trata en gran medida de obras maestras, y cuando adopta la forma de crítica o historia apenas es algo más que una interesante crónica de grandes golpes maestros.

Debemos tomar la definición que ofrece James de manera literal: los “golpes maestros humanos” incluyen los grandes logros de los científicos físicos:
Si se enseña históricamente casi cualquier cosa puede tener un valor humanístico. La geología, la economía y la mecánica son humanidades cuando se enseñan en relación a los logros sucesivamente alcanzados por los genios a quienes estas ciencias deben su razón de ser. Si no se enseña de esta manera la literatura se reduce a una gramática, el arte a un catálogo, la historia a una lista de fechas y las ciencias naturales a una hoja de fórmulas y pesos y medidas.

La criba de la creación humana: a eso debemos referimos cuando hablamos de humanidades.

La exclamación final de James no pretende intimidar a los departamentos de ciencias para que se orienten hacia las humanidades, aunque algunos científicos ya lo hagan y otros más estén deseando hacerlo. James vio como una auténtica posibilidad lo que en parte ya se lleva a cabo en los cursos de historia y filosofía de la ciencia, donde se estudia la creación científica como parte de la biografía y la historia cultural humanas.

Pero la enseñanza implícita en las palabras de James puede aplicarse de manera aún más general. Lo que dice es que todo conocimiento puede tener dos usos distintos: puede servir a un propósito inmediato y tangible en cuanto guía de la actividad técnica, y puede servir a una finalidad más permanente y menos visible al orientar el pensamiento y la conducta a largo plazo. Si al primer uso le denominamos vocacional o profesional, el segundo puede llamarse social o moral (o filosófico o civilizador); el término no importa. Uno alude al conocimiento práctico y el otro al refinamiento.

Durante los últimos cien años, las escuelas y universidades americanas han confundido ambos usos sin saberlo, con la esperanza de que sus estudiantes se beneficiaran de los dos. Es un buen propósito. Las dos actividades merecen la pena y son valiosas desde el punto de vista práctico, pero requieren usos distintos tanto de la materia que se imparte como de la mente, y no es posible fundirlos en uno solo.

¿Cómo llegó a cometerse este error? A finales del siglo XIX las universidades estaban sometidas a una gran presión por parte de las ciencias naturales, de la economía organizada, de las tecnologías en crecimiento y de las nuevas profesiones. Además, los estudios de postgrado estaban subiéndose al carro de la especialización. De alguna manera los cursos de licenciatura tenían que justificar de nuevo su existencia. Sólo podían aferrarse al campo de las letras para tener una función diferenciada, de modo que para atender la demanda social de profesionales y la demanda académica de especialistas, las universidades acabaron con el plan de estudios clásico y tradicional e inventaron el sistema electivo. El gran exponente de este cambio fue el doctor Eliot de Harvard, que era químico.

Como científico, el doctor Eliot seguramente esperaría que un futuro químico o geólogo cursara tres, cuatro, seis o más años de su materia para convertirse en un consumado científico. Pero estaba muy satisfecho si ese mismo estudiante de licenciatura cursaba, aparte de sus materias científicas, un semestre de una cosa y otro de otra durante cuatro años, quizá cuatro años de estudio iniciales. La necesidad de construir, de manera rigurosa y controlada una educación humanista se olvidó se extravió en el cambio. El plan de estudios universitario se rompió en pedacitos y los departamentos se transformaron en pequeños principados que competían por los estudiantes y buscaban su prestigio en la especialización.

No todos los pensadores de la educación cometieron la misma equivocación. William James se dio cuenta de ello, también John Jay Chapman, así como Woodrow Wilson, director de Princeton, que vivió más de cerca el conflicto institucional. En 1910 dirigió un discurso en Madison, Wisconsin, a la Asociación de Universidades Americanas acerca de “la importancia de la carrera de letras como diferente de las carreras profesionales y semiprofesionales”. Inició diciendo: “Toda especialización, incluida la formación profesional, es nítidamente individualista en su objetivo... El objetivo... es el interés particular de la persona que busca esa formación”. En su opinión dicha exclusividad era “el peligro intelectual y económico de nuestra época”: un peligro intelectual porque el individuo que sólo ha sido formado es una herramienta y no una mente, y un peligro económico porque la sociedad requiere de mentes y no sólo de herramientas. Wilson temía la osificación social e institucional producida por las rutinas establecidas. Consideraba que “para cuando un hombre llega a la edad en que su hijo puede asistir a la universidad, está tan inmerso en una especialización que ya no puede entender el país ni la época en que vive”. Por ello la tarea de la universidad (debía ser) re-generalizar cada generación a medida que apareciera”.

La afirmación de Wilson es precisa además de sugerente: re-generalizar, es decir, corregir un defecto recurrente. Para lograrlo deseaba “una disciplina cuyo objetivo sea hacer del hombre que la recibe un ciudadano del mundo social e intelectual moderno, en contraposición... con una disciplina que tenga por objetivo convertirlo en discípulo aventajado de una cierta especialización”. Abogaba por un cuerpo de estudios que tuviese como finalidad “una orientación general, la generación de una visión del área de conocimiento... el desarrollo de la capacidad de comprensión”.

William James y Woodrow Wilson ayudan a comprender que las humanidades, las letras, se sitúan en el extremo opuesto de las especializaciones profesionales, incluido el estudio académico de las humanidades; parece fácil de comprender, pero está claro que resulta difícil de recordar. ¿Por qué? Porque el impulso hacia las profesiones provoca la pregunta escéptica de ¿qué utilidad pueden tener las letras para la formación profesional? ¿No serán un obstáculo para la instrucción o se verán perjudicadas por ésta? Ni James ni Wilson se oponen a la especialización o a la formación profesional. Las reticencias se originan en el lado contrario, el de los oficios y las profesiones, y hace falta con­frontarlas. Así lo hizo James en una frase ya famosa aunque no siempre se entienda: “Después de reflexionarlo largamente, ésta es la respuesta más concisa que me es posible ofrecer: el mejor reclamo que una institución educativa puede hacer sobre uno, lo mejor que puede aspirar a alcanzar para uno mismo es: que te ayude a reconocer a un hombre bueno cuando lo tengas delante”. (Está claro que al referirse a un hombre no se refería a un varón sino a un ser humano). Al dirigirse a las mujeres, Wilson, añadía: Esto es tan cierto en el caso de las escuelas masculinas como en el de las femeninas, y me esforzaré en mostrar que esto ni es una broma ni tampoco una abstracción sesgada”. La explicación de su aforismo era la siguiente:

Se dice que en las escuelas (vocacional y profesional) se obtiene una habilidad práctica relativamente estrecha, mientras que en las “universidades” se recibe una cultura más liberal, un punto de vista más amplio, una perspectiva histórica, un clima filosófico o algo parecido a lo que frases de este tipo intentan expresar. Se oye decir que en las escuelas se transforma a la persona en un instrumento eficaz para la realización de una determinada cosa, pero aparte de ello es posible que quede como una especie de petróleo crudo y humeante incapaz de proyectar la luz... ¿Qué significa esto realmente? Para empezar, no cabe duda de que la formación profesional u ocupacional más estrecha no sólo convierte a la persona en una herramienta práctica y habilidosa en su campo, sino que también le hace capaz de evaluar la habilidad de los demás... Buen trabajo, trabajo limpio, trabajo terminado: mal trabajo, trabajo descuidado, trabajo mal terminado: estas palabras ex­presan un contraste idéntico en muchos y muy diversos sectores de actividad...

...Puesto que lo que precisamente reivindica nuestra educación es no padecer esa “estre­chez”, ¿también permite que seamos buenos jueces de lo que es de primera calidad y de lo que es de segundo orden?

La respuesta es Sí, por supuesto:

Al estudiar de esta manera se aprende cuáles son las actividades .que han resistido el paso del tiempo; se adquieren criterios para reconocer lo excelente y duradero. Todas las letras y ciencias y las instituciones representan la búsqueda de la perfección... y cuando se ve la diversidad de las clases de excelencia, la variedad de los criterios, la flexibilidad de sus adaptaciones, se obtiene una comprensión más rica del significado de términos como “mejor” y “peor”... Nuestras capacidades críticas se desarrollan de una manera más precisa y menos dogmática. Se simpatiza más con los errores de los hombres incluso en el momento en que se entien­den; se percibe el patbos de causas perdidas y de las equivocaciones de tiempos pasados incluso cuando se celebra aquello que los venció,.. Lo que se conoce como el sentido crítico, el sentido de los valores ideales, es la simpatía por el trabajo bien hecho de un hombre dondequiera que se haya realizado, la admiración por lo realmente admirable, el menosprecio de aquello que es barato, de mala calidad y poco duradero, Es lo más importante de lo que los hombres llaman sabiduría.

Todo ello nos remite a eso que todavía hoy proclamamos como “la búsqueda de la excelencia”. Si esta máxima no es hipócrita, sí resulta ineficaz. La educación superior otorga títulos que certifican en teoría la excelencia, pero luego se requieren pilas de cartas de recomendación para poder distinguir a la persona realmente meritoria de las demás. Hace falta también suponer que entre las cartas haya una que sea veraz y contribuya a hacerse un juicio acertado. Como no parece suficiente, también se solicita el resultado de exámenes supuestamente objetivos. Es decir que no nos es posible reconocer a un buen hombre cuando lo tenemos delante. No es capaz de reconocerlo la oficina de ingresos, ni el jefe de personal y con demasiada frecuencia tampoco el electorado. Se podría decir, como réplica a eso, que para poder formarse una opinión atinada hace falta experiencia. Cierto, pero no es menos cierto que una educación humanista no sólo ofrece una experiencia indirecta sino que también prepara a la persona para absorber rápidamente la experiencia que le proporcione la vida.

Hace falta inculcar a los estudiantes desde el inicio estas respuestas a la pregunta de ¿para qué sirve la disciplina' humanista? Es necesario hacerles entender, o al menos aceptar provisionalmente, que sus estudios son intensamente prácticos. Debidamente aprendidas, las humanidades transformarán su mente y su carácter de una manera que no puede ser descrita, pero que les será útil a lo largo de su vida.

Es tan importante hacer explícita esa expectativa como abstenerse de emitir falsas promesas. El estudio de las humanidades no hace a la persona más ética, más tolerante, más alegre, más leal, más amable de corazón, más exitosa con el sexo opuesto o más popular. Es posible que contribuya a que algo de eso suceda, aunque sólo sea indirectamente, mediante la consecución de una mente bien organizada, capaz de inquirir y distinguir lo falso de lo verdadero y los hechos de la mera opinión; una mente formada y capacitada para escribir, leer y calcular; una mente atenta al mundo y abierta a cualquier buena influencia, aunque sólo sea por haber estimulado la curiosidad y por estar seguro de uno mismo.

Estas son cosas que uno puede esperar, pero no hay garantía de que se logren. La vida, como la medicina, no ofrece certeza alguna, pero se sigue viviendo y acudiendo al médico. Por eso debe señalarse una vez más que, sin exagerar las pretensiones de las humanidades, lo que hace falta es que el maestro, el departamento, la junta de profesores, la administración, el grupo indispensable de asesores, compartan todos ellos la convicción de que su cuerpo de estudios tiene una utilidad, una utilidad práctica en la vida cotidiana, a pesar de que nadie pueda llegar a decir “Mi exposición ante el consejo de administración ha sido mucho mejor gracias al estudio de Esquilo”. El siguiente requisito es obvio aunque difícil, el conjunto de materias debe ser diseñado e impartido por humanistas. Aunque existen no se les puede contratar al por mayor. De acuerdo con el principio expuesto por James de poder reconocer a un buen hombre cuando se le tiene delante, hace falta un humanista para encontrar a otro que también lo sea. Eso no significa lanzarse a la búsqueda de genios. Lo que hace falta no es un talento excepcional sino una determinada actitud y hábito pedagógico. En la actualidad y a lo largo de todo el país los departamentos de lengua inglesa, de filosofía y de historia están llenos de gente muy competente y erudita, pero sólo una minoría sería ca­paz de enseñar las humanidades como humanidades. La experiencia de cincuenta años en Columbia ha demostrado una y otra vez la validez de esta verdad empírica. Algunos de los que han sido seleccionados para impartir los cursos de Civilización Contemporánea y de Humanidades, o el Coloquio sobre los Libros Clásicas, han fracasado, a menudo por el disgusto que les provocaba la tarea y con frecuencia también por su temperamento muy poco humanista.

En parte, la razón del fracaso es que no es posible enseñar las humanidades mediante conferencias, la preparación de clases o la memorización. El método socrático es el adecuado. Es el método de la discusión, pero no tal como se suele practicar. El auténtico método supone un intercambio dirigido y disciplinado, que se caracteriza por el orden y la secuencia lógica. El instructor no debe forzar a que los alumnos hablen de acuerdo con unos parámetros ya establecidos, sino que debe, según la frase de Swift, “enfriar al sabihondo y despertar al estúpido”, con el fin de desarrollar los temas pero sin dejar que el interés decaiga.

El resultado es una conversación en sentido incluyente. Invita al conocimiento, a la fluidez verbal, la sensibilidad hacia las palabras, la cortesía, la rápida apreciación de la fuerza de una observación, la lógica y a la conciencia permanen­te de que la materia de las humanidades es social no sólo en su génesis sino también en sus consecuencias. En las humanidades, el Hombre ideal se dirige a otros hombres en cuanto hombres y en una interminable variedad de formas: a través del lenguaje en muchos idiomas distintos; a través de la poesía, oral o escrita; a través del discurso de la prosa y el teatro; la música y la danza; la oratoria política y forense; la historia oral y escrita; el mito, la religión y la teología. Todas estas actividades, que pensamos que surgieron de los folletos universitarios o los comités de profesores, son en realidad actividades sociales muy antiguas. Vistas en su conjunto nos ofrecen toda la experiencia de la humanidad.

No es posible absorber, ni siquiera adquirir un leve barniz de esta masa cristalizada de pensamiento y emociones en una carrera universitaria, ni aun en toda una vida. Por eso es importante seleccionar bien cuando se quiere enseñar a los jóvenes, o a los que ya no lo son tanto, el significado de ser humano. Como James indicó, hace falta cribar la creación humana y utilizar los ejemplos más adecuados para dejar una impresión duradera en las mentes que por edad, formación o circunstancias no hayan podido percatarse de este tesoro.

Lo que condujo a la idea de los Libros Clásicos fue la necesidad de escoger. La idea se le ocurrió a George Edward Woodberry, de la Universidad de Columbia, a principios del siglo XX; John Erskine transformó la idea en un curso y posteriormente Mortimer Adler y Robert Hutchins la introdujeron en Chicago y Saint John's. Esta idea ha cobrado ya su propia vida, aunque de ningún modo sea la única manera de introducirse en las humanidades. Está claro que parte del contenido debe consistir en obras originales y no ser una tarea descriptiva o crítica de segunda mano. Resulta mejor y más entretenido leer a Shakespeare que a un comentarista de su obra y escuchar a Beethoven que hurgar en las notas del programa. No hay duda de que un humanista recalcitrante y de vocación estará en capacidad de elaborar un plan de estudios de humanidades.

Pero debe ser un plan de estudios, una secuencia, no un conjunto de cursos en los que se picotee. A lo largo de los cuatro años debe exigirse que se cumpla con las distintas partes de dicha secuencia en el orden adecuado. Un poco de aquí y un poco de allá no lleva a ninguna parte y desde luego no conduce a la adquisición de conocimientos sólidos ni a una forma de pensar. Nadie puede esperar que egrese un licenciado “humanizado” después de haber recibido una manita de literatura universal y otra de historia del arte. La naturaleza misma del propósito humanista excluye el sistema optativo. La persona no preparada desde un punto de vista humanista no puede tener más que opiniones de oídas, o ninguna en absoluto, sobre las materias a elegir y las que nunca verá en absoluto. Una vez más hace falta señalar que la naturaleza social de las humanidades está lógicamente relacionada con el hecho de compartir una formación común y un cuerpo común de conocimientos. La formación debe ser progresiva, tanto si el plan de estudios se organiza históricamente como por temas, y debe por ello enfrentarse al placer de poner en práctica un conocimiento cada vez mayor a medida que se avanza sobre los distintos segmentos. Las humanidades son, de todas las materias imaginables, las que menos se prestan a ser acotadas y encajo­nadas. Recordemos el deseo de Wilson de re-generalizar a la nueva generación.

Al defender la idea de que la formación profesional es individualista y la cultura generalizadora como social, Wilson puso sobre el tapete una cuestión política que hace falta airear. Con demasiada frecuencia se discute empleando términos vagos como “democracia” y “elitismo”: supuestamente, las humanidades favorecerían lo último y remarían en contra de lo primero. Este tipo de argumentos son tontamente inconsistentes. La ignorancia de una persona en literatura y las artes no le convierte en un demócrata ni su conocimiento de ellas le hace un elitista. La posesión de conocimientos sirve para someter a los demás a un poder injusto sólo si se Utilizan con ese preciso propósito: un físico, un abogado o un clérigo pueden explotar o humillar a otros, o pueden actuar de manera humanitaria y benéfica. En cualquier caso resulta absurdo invocar la existencia de una “élite” que maquina la opresión de los demás detrás de cualquiera que saque partido de su status educativo. Como Wilson sabía, los humanistas también son individualistas. En cuanto tales son las últimas personas de las que se podría sospechar que conspirarían contra los legos, que es todo lo que se quiere decir con el estúpido término elitismo.

Lo que realmente representa un peligro, mucho más que esa élite imaginaria, es la combinación actual de una educación humanista especializada y a medio hacer. Corremos el riesgo de convertimos en un país de pedantes. Empleo la palabra literal y democráticamente para hacer referencia a los millones de personas movidos por un cierto tipo de pasión en su tiempo libre y en su vocación. En los dos aspectos de su vida esta pasión se manifiesta en un parloteo pedante. Pienso en los observadores de pájaros y los amantes de la naturaleza, en los jóvenes que coleccionan discos y siguen de cerca la vida de los cantantes de música y las estrellas de cine; me refiero al tipo de conocimiento que tienen los fans de todas clases: los adictos al béisbol y los fanáticos de la ópera, los devotos de los trenes eléctricos y los coleccionistas de objetos, desde una primera edición hasta el netsuke.

No sólo son pedantes porque saben y recitan una enorme cantidad de datos (clamarían contra la tiranía si una escuela les pidiera que aprendieran todo eso). Lo que horroriza no es la cantidad de información que poseen, sino la ausencia de toda reflexión al respecto, algún sentido de la relación entre ello y ellos y el mundo. No tienen nada con lo que comparar o contrastar, no adquieren ninguna perspectiva desde la cima de su monstruosa masa de datos y no emerge ninguna generalización que ilumine la monotonía de su esfuerzo. Todo su aprendizaje es dinero estéril, carece de todo interés porque en un sentido estricto no tiene utilidad ninguna. Alguien podría argumentar que sí se utiliza este conocimiento de datos cuando llega el momento de comprar más libros raros, bandejas de plata o sellos de correos. Pero eso no es utilizar el conocimiento para embellecer la vida y destilar sabiduría, tal como puede hacerse con el conocimiento que se tiene y se utiliza de manera humanista.

Estos comentarios no son los de un outsider desdeñoso. Me encantan el béisbol, la ópera, los trenes eléctricos y las historias policíacas, y sé algo de ello. Pero me deja consternado que otras personas, que saben mucho más, no sepan hacer nada con ello excepto reunirse con sus pares para intercambiar algunos datos...

Los defensores de la educación humanista tienden, como ha sido mi caso, a enfatizar la importancia total que tiene en cuanto disciplina de la mente. Hablan de su carácter formativo, y no tanto informativo, y exhortan a los maestros a no olvidar que no les debe preocupar .tanto una exposición larga y detallada de la materia sino el desarrollo de formas de pensamiento y sentimientos. Algunos humanistas mencionan con un gesto de orgullo que no les importa si diez años después un egresado ha olvidado todo lo que ahí aprendió. Esta aseveración parece querer distinguir la elevación de las humanidades de la inclinación mundana de las profesiones. Es una pose ridícula. Si un estudiante entiende de verdad lo que son las humanidades y para qué son, no podrá evitar recordar en detalle los sucesivos elementos que le llevaron a poseer una mente cultivada.

Por otra parte, las humanidades son un gran vocabulario formado por términos, frases, nombres, alusiones, caracteres, acontecimientos, máximas, réplicas: miles de significados incorporados con los que es posible pensar y evaluar el mundo. Todos estos son datos, todo esto es un conocimiento qué recordar de manera precisa e inteligente. En ese sentido las humanidades proporcionan, como cuerpo de conocimiento, un lenguaje común. Se pide a gritos la “comunicación” y se habla de que se carece de ella. Lo que se debería pedir en lugar de ello es que haya más conversación, que a duras penas practican los pedantes. Pues la conversación es el principio de una buena sociedad y una buena vida. Es la llave que abre las celdas que son nuestras profesiones, nuestros hobbies y, en no menor medida, nuestras bellas artes y nuestra vida académica.


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