viernes, 7 de junio de 2019

QUETZALCÓATL

Por: Lizzet González García 

Actualmente pocas personas observan el cielo ¿Alguna vez se han dado cuenta de la primera estrella que aparece durante el atardecer? Muy pocos lo saben, pero es la misma estrella que se queda hasta que ya no hay más estrellas en el cielo matutino; incluso se queda hasta que el sol ha salido. 

Algo que sí miran las personas de hoy, son películas de superhéroes; los niños los imitan, quisieran poseer sus grandes cualidades como salvar al mundo y hacer justicia. Creo que todo niño divaga con lo mismo, hay una edad en la que todos fantaseamos con ser superhéroes. 

Elegimos al superhéroe que queremos ser de acuerdo con sus habilidades; elegimos siempre ser el más fuerte, ágil, veloz… elegimos al mejor. Y es que mientras mis compañeros del colegio soñaban con ser algún héroe de los que aparecían en televisión; yo fantaseaba con ser un superhéroe que solo encontraba en las historias de mi chozno, yo quería ser Quetzalcóatl. 

No sé a qué se haya debido mi fortuna de haber conocido a mi chozno, esa palabra ya se ha olvidado hoy; en mi familia siempre existieron personas longevas; incluso se cuentan historias entre los integrantes de mi familia de que hubo alguien que alcanzó a vivir más allá de los 150 años. Mi chozno era un hombre que contaba las historias más asombrosas que jamás haya escuchado. Él fue “abrazado por la tierra” (como solía referirse al momento en que morimos) a la edad de 125 años; era un ser lleno de sabiduría a pesar de que ignoraba muchas de las cosas del mundo actual. 

La fuente de esa sabiduría se la atribuía a su vez a su chozno; él decía que todo lo que sabía se lo había contado él y a él a su vez se lo habían contado sus abuelos y a sus abuelos el primer abuelo Ahuehuecoyotl y la primera abuela Macehualtin. Pero ¿cómo es que los primeros abuelos conocían las historias que contaban a sus hijos? Habían sido los señores del Teteocán quienes les habían contado todo; porque en un inicio las deidades vivían entre los hombres, les servían de guía y les enseñaban cómo vivir en el Tlaltipac. 

En los momentos previos al Tlaltipac, el señor eterno Ometecuhtli decidió crear a una deidad masculina llamada Tonacatecuhtli y a su parte complementaria femenina Tonacacíhuatl. Dichas deidades engendraron cuatro hijos Xipetotec, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli y por su puesto Quetzalcóatl. 

Les voy a contar ahora porque Quetzalcóatl se había convertido en mi héroe ideal. Él había nacido dos veces; la vez primera en el Teteocán con los demás señores o deidades, para esta vez lo habían engendrado como ya lo mencioné antes; en este lugar vivían todos los señores creados por Ometecuhtli, quien era el señor de la dualidad y de quien todo proviene. Desde el Teteocán podían observarse todas las cosas creadas; se podían ver los cuatro cuadrantes en los que se dividía el universo: el Mictlampa, el Cihuatlampa, el Huitzlampa y el Tlalocan. Se veían también el Tlaltipac con sus mares y trozos de tierra; así como el cielo con sus trece horizontes y Mictlán con sus nueve ríos que debemos atravesar para llegar finalmente a la última morada. 

Ya desde su primer nacimiento comenzaron las grandes proezas de Quetzalcóatl, quien siguiendo las ordenes de sus padres y junto con su hermano Tezcatlipoca había asesinado a la bestia Tlaltecuhtli para poder crear el cielo y la tierra. Y como todo hijo obediente, recibió el reconocimiento de sus padres. Sin embargo, como todo héroe, tenía una contraparte, Tezcatlipoca. Durante la cruenta batalla contra Tlaltecuhtli, Tezcatlipoca había perdido uno de sus pies; se lo cortó ofreciéndolo a la bestia como carnada y porque sabía que a la bestia le enloquecía el sabor de la sangre de las divinidades. A pesar de este acto de sacrificio y dolor que atravesó Tezcatlipoca, nadie lo reconoció ni le festejó como lo merecía, la mayor parte de las consideraciones habían sido acaparadas por Quetzalcóatl. Si algo nos enseñaron las deidades mientras vivieron entre nosotros fue a amar a nuestros hermanos en la tierra; porque nos inyectaron de sus cualidades, pero también insertaron sus defectos y pasiones; porque no por ser seres supremos a nosotros se encuentran exentos de sentimiento alguno. De ellos también aprendimos a sentir rencor y enemistad como la que sintió en esos momentos Tezcatlipoca por su hermano Quetzalcóatl. 

Para ganar un poco de simpatía con sus padres, Tezcatlipoca se ofreció en sacrificio para ser el sol de la primera era en el Tlaltipac, pero como no alumbró mucho sus padres pidieron a Quetzalcóatl que lo derribara; a lo que Quetzalcóatl accedió, aunque con mucha tristeza porque sabía de la gran ilusión que causaba a Tezcatlipoca alumbrar la creación de sus padres. Y el odio de Tezcatlipoca aumentó cuando supo que Quetzalcóatl alumbraría como sol en la siguiente era de la humanidad. 

La segunda era solar se distinguió por la abundancia de las cosechas en la tierra; todo parecía marchar bien para Quetzalcóatl, sus padres contentos y agradecidos con él no pensaron en la creación de otro sol, hasta que surgió un dilema. 

Se decía que para esta era solar estaría prohibido el contacto entre el hombre y las deidades, cuenta la leyenda que Ehécatl se enamoró perdidamente de una mujer moradora del Tlaltipac; sin embargo, no era correspondido porque en esta era solar los habitantes de la creación aún no podían experimentar sentimiento ni pasión alguna. Pero Ehécatl no podía vivir con la angustia de no poder ser amado por alguien a quien él amaba profundamente. 

Así que Ehécatl imprimió en cada uno de los seres del Tlaltipac la capacidad de experimentar sentimientos y pasiones; de esta manera la mujer y la deidad vivieron un idilio de amor. Lo que Ehécatl no advirtió era que no solo había dado a la humanidad la capacidad de amar, si no que ahora la humanidad también odiaba y padecía. Todo esto alteró el orden cósmico, cosa que disgustó a las deidades moradoras del Teteocán. Por su puesto que Ehécatl y la mujer tuvieron su castigo; tristemente convirtieron a la mujer en un diente de león, para que siempre que Ehécatl intentara acercarse a ella, la mujer transformada en esta florecilla, simplemente se desvaneciera, así jamás podrían volver a estar juntos. 

Sin embargo, las atribuciones que había concedido Ehécatl aquella vez a los moradores del Tlaltipac, quedaron impresas en la memoria con tal fuerza que cada vez que las deidades del Teteocán realizaban una nueva creación de seres, éstos volvían a poseer sentimientos y pasiones. Para compensar la falla y revertir lo que contribuía al desequilibrio del cosmos, los del Teteocán decidieron que ninguno de sus hijos guardaría relación alguna con los moradores de la tierra. Las deidades podían estar al pendiente de las acciones de los hombres, pero estaba prohibido intervenir o relacionarse con ellos; de lo contrario recibirían un castigo. 

Para el tercer sol se eligió a Tláloc, quien fue un sol bastante dadivoso con los habitantes del Tlaltipac, pero sus dádivas crearon hombres perezosos y viciosos. Ya Quetzalcóatl estaba molesto con la humanidad porque veía con gran pesar el sufrimiento y padecimiento de su hermano Ehécatl a causa de la mujer de la que se había enamorado. Lleno de enojo y de furia Quetzalcóatl pidió a Xiutecuhtli que dejara caer una lluvia de fuego sobre los habitantes de la tierra durante el tercer sol; a lo que Xiutecuhtli accedió. Era el castigo que Quetzalcóatl había impuesto a los hombres por no ser correspondidos con los agasajos que Tláloc les había ofrecido. 

De pronto la ira de Quetzalcóatl se tornó en tristeza al ver el sufrimiento que causaba a los moradores de esta era; sintió un profundo arrepentimiento por lo que había ocasionado y pidió a sus padres la oportunidad de una nueva era en la humanidad; a lo que accedieron formando un cuarto sol. Para la formación del nuevo astro se eligió a Chalchiutlicue una de las esposas de Tláloc quien, para cobrar venganza contra Quetzalcóatl, no dejó que la humanidad prosperara, pues todos los días dejaba llover los cielos, hasta que finalmente dejó caer los cielos sobre los moradores del Tlaltipac. Quetzalcóatl trató de evitarlo a toda costa para enmendar el error que había cometido en el tercer sol, pero la fuerza y furia de Chalchiutlicue perseveraron sobre la resistencia de Quetzalcóatl. 

Se dijo entonces que la vida sobre el Tlaltipac ya había sido creada cuatro veces, era hora de crear un quinto sol, el cual superaría a los anteriores. Quetzalcóatl seguía abatido y triste por su falta en contra de la humanidad, por lo que se enfocó en la idea de que la creación del hombre debía ser excepcional. 

En el Mictlán existían unos “huesos preciosos” custodiados y guardados celosamente por Mictlantecuhtli; Quetzalcóatl sabía de la existencia de estos huesos y se le ocurrió que con ellos se podía fabricar al hombre. Quetzalcóatl se adentró en el Mictlán, aún a sabiendas de que nadie había salido con vida de ese lugar. A su encuentro con Mictlantecuhtli, le explicó el motivo de su visita, le mencionó que iba por los “huesos preciosos” para la elaboración del hombre. 

Mictlantecuhtli le ofreció un trato a Quetzalcóatl; si la serpiente emplumada lograba hacer sonar el caracol del señor del inframundo, los “huesos preciosos” le pertenecerían a Quetzalcóatl. En un primer intento, el caracol marino no sonó porque era una pieza completamente sólida, pero Quetzalcóatl no se dio por vencido y con un canto hizo que vinieran unos gusanos que perforaron el caracol para que después soplando Quetzalcóatl lo hiciera sonar. 

De acuerdo con el trato los “huesos preciosos” ahora eran de Quetzalcóatl, entonces los tomó y cuando creyó que saldría victorioso del Mictlán, el lugar comenzó a derrumbarse, lo que provocó que Quetzalcóatl quedara sepultado y tanto sus huesos como los “huesos preciosos” se quebraron. 

Mictlantecuhtli, ni siquiera se molestó en ir a buscar a Quetzalcóatl, pues sabía que éste perecería. Pero el ahínco de Quetzalcóatl era lo suficientemente grande que logró levantarse, salir de los escombros y se dirigió hacia el Teteocán con los “huesos preciosos” casi hechos polvo. 

Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl tomaron los “huesos preciosos”, agregaron agua y fabricaron barro; con este barro hicieron un hombre y una mujer; los cuales se llenaron de vida cuando Quetzalcóatl vertió su sangre de las heridas sufridas en el Mictlán sobre las figurillas de barro. Sobre el Tlaltipac apareció el hombre del quinto sol Ahuehuecóyotl y su compañera Macehualtin; nuestros primeros abuelos; con quienes conversó Ometecuhtli para ponerlos al tanto de lo padecido en el cosmos hasta ese entonces; pidiendo que contaran a sus descendientes lo ocurrido en otras eras; para que los errores no volvieran a repetirse. Ometecuhtli les dijo que ya ninguna deidad intervendría para salvarlos o generarles prosperidad, que incluso entre deidades y hombres no se hablaría la misma lengua; pues ya que de sentimientos no los podían privar; al menos estarían resguardados los secretos del cosmos en la lengua del Teteocán, dónde el hombre jamás podría acceder. 

A pesar de que Quetzalcóatl siempre había sido un hijo obediente; hubo veces que el amor a la humanidad ganó la batalla en su interior y se acercó a los hombres para ayudarlos; para esto se dió a la tarea de aprender su lengua para poder comunicarse con ellos; claro que no debían saberlo en el Teteocán puesto que no quería que la humanidad fuera castigada una vez más. 

Aunque el Tlaltipac le ofrecía todo al hombre para poder vivir, hubo una vez que la comida escaseó; Quetzalcóatl que ya llevaba tiempo observándolos, sintió compasión por los hombres que perdían a sus seres queridos debido al hambre y tomo la decisión de ayudarlos. Quetzalcóatl bajó al Tlaltipac en forma de una hormiga negra y convenció a una de las hormigas rojas para que le mostrara en lugar en el que guardaban sus granos de maíz; a lo que la hormiguita roja accedió. 

Regresó con los hombres Quetzalcoatl y les entregó el grano de maíz, acto seguido les enseñó a cultivarlo para que jamás volvieran a padecer de hambre en el Tlaltipac. 

Quetzalcóatl era un ser demasiado benevolente y se dio cuenta de que viviendo en el Teteocan no iba a poder hacer mucho por los hombres; entonces decidió trasladar su ser al Tlaltipac, para poder vivir entre los hombres. Eligió entonces que tomaría forma humana y se puso a buscar un vientre que lo alojara para que su cuerpo pudiera ver la luz del quinto sol desde la tierra. De entre todas las mujeres que había en el Tlaltipac, eligió a Ximalma; una bellísima mujer que vivía con sus ancianos padres y que estaba llena de bondad y amor. 

Quetzalcóatl tuvo que intervenir en su propio nacimiento, pues mientras Ximalma se bañaba en el río, hizo que se tragara por accidente una piedra de jade en la que moraba el ser de Quetzalcoatl. Cuando Ximalma trago la piedra, Quetzalcóatl utilizando su fuerza se instaló en el vientre de Ximalma y ésta quedó embarazada. Todo esto lo hizo Quetzalcóatl con muy poca precaución y no se dio cuenta de que uno de sus hermanos observó toda la escena. 

Había sido Tezcatlipoca quien lo había visto todo y utilizando su forma de jaguar intentó devorar a Ximalma unos días después; deseaba desgarrar su vientre para extraer a Quetzalcóatl y llevarlo frente a sus padres. Pero Ximalma escapó gracias a que la defendió un guerrero de nombre Mixcoatl; quien estaba enamorado de ella y a quien no le importaba dar la vida por ella. 

Quetzalcóatl tomó la decisión de hablarle a Ximalma desde su vientre; le explicó las razones por las que había decidido engendrarse en ella y Ximalma comprendió que debía dar a luz a Quetzalcóatl sin importar los riesgos o las vicisitudes que esto le pudiera ocasionar. Y así fue, hasta el día del alumbramiento se mantuvo oculta y resguardando al ser que llevaba en sus entrañas; le fue de gran ayuda Mixcoatl quien sabía su secreto y la había cuidado y protegido todo este tiempo. 

El momento del alumbramiento, fue un momento de vulnerabilidad por completo; pues mientras Mixcoatl ayudaba a Ximalma a dar a luz, Tezcatlipoca en su forma de jaguar lo atacó por la espalda y le dió muerte; acto seguido asesinó a Ximalma para después desgarrar su vientre y extraer a Quetzalcóatl, quien era bastante frágil y vulnerable en su nueva condición humana. 

Tezcatlipoca tomó al recién nacido entre sus fauces para llevarlo a la penca de un maguey, para abandonarlo durante la noche y esperando que alguna bestia lo devorara, ya que no podía asesinarlo él mismo o sus padres lo castigarían. Cuál fue la sorpresa de Tezcatlipoca al ver que el maguey abrazaba a Quetzalcóatl para cobijarlo y protegerlo del frío; al mismo tiempo que las hormigas se acercaban con maíz para alimentar a la criatura indefensa. 

Quetzalcóatl había sacrificado mucho por los seres del Tlaltipac desde el inicio; había pasado bastante tiempo en esas tierras y ahora esas tierras le demostraban la misma bondad que Quetzalcóatl les había mostrado. Quizás hubo un momento en que la bestia Tlaltecuhtli se había enfadado con Quetzalcoatl por haberla sometido a una muerte cruel con tal de crear el cielo y la tierra; pero Tlaltecuhtli también comprendía que Quetzalcóatl le había permitido una nueva oportunidad de vida haciendo que de las lágrimas de su sufrimiento surgieran los ríos; que de sus miles de ojos nacieran lagos; que sus cavidades sirvieran como cuevas de refugio a los desolados. Quetzalcóatl le había dado el poder de la germinación a Tlaltecuhtli y le gustaba verse a sí misma como una fuente de alimento y fertilidad; por todo eso estaba agradecida por que en realidad Quetzalcóatl no la había dejado morir aquel día, si no que la había transformado en dadora de vida. Quizás fue por todo esto que Quetzalcóatl había recibido un mayor reconocimiento que Tezcatlipoca, quien solamente había empuñado una espada para clavarla en la bestia. Sus padres, Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl, le tomaron más importancia a aquella genialidad que había mostrado Quetzalcoatl y poco se fijaron en el pie que había perdido Tezcatlipoca. Le iba a costar trabajo a Tezcatlipoca deshacerse del hijo predilecto de sus padres. 

Quetzalcóatl vivió un largo tiempo entre los hombres, siempre cauteloso de su más grande enemigo, pero no podía escapar para siempre. Un mal día Tezcatlipoca engañó a Quetzalcoatl, haciéndolo creer que harían las pases y le ofreció a beber pulque. A Quetzalcóatl le gustó tanto el sabor que bebió y bebió hasta saciarse, lo que él no sabía era que la bebida había surtido un efecto embriagante en su condición mortal. Tezcatlipoca lo condujo de regreso a casa, a convivir con la humanidad que tanto amaba, pero antes utilizó algunos artilugios que hicieron que Quetzalcóatl experimentara visiones y se convirtiera en un ser desalmado, agresivo y grosero; a lo que la gente del pueblo respondió con desagrado, pues Quetzalcóatl jamás había mostrado dichos comportamientos. 

Al día siguiente, cuando Quetzalcóatl despertó y se dio cuenta del mal que había hecho a su gente, volvió a experimentar ese sentimiento de angustia, desesperación y arrepentimiento, como cuando había dejado caer la lluvia de fuego sobre los habitantes del tercer sol. Los habitantes del Tlaltipac no lo miraban con la misma luz en sus ojos. Quetzalcóatl comprendió que todo se trataba de la venganza de Tezcatlipoca. 

Quetzalcóatl ya no podía vivir más en la tierra con los hombres, su pena le hizo embarcarse y desaparecer en el horizonte; no sin antes decirle a los habitantes del Tlaltipac que los seguía amando y que los seguiría divisando sin importar que ya no viviera con ellos. Les dijo que durante el día se ocultaría debido a su gran pesar por la afrenta que les había causado; pero que por la noche velaría sus sueños y les ofrecería protección. 

En aquel atardecer que desapareció Quetzalcóatl los pocos habitantes del Tlaltipac que aún creían en él y que no dejaron de observar como se alejaba en el horizonte; cuentan que observaron claramente como Quetzalcóatl ascendía a los cielos en forma de estrella. Dicen que no desapareció que se convirtió en un astro de luz en una estrella vespertina. Y hubo quienes siguieron observando al astro de luz toda la noche y también por la mañana; argumentando que esa estrella se quedó ahí por la mañana hasta que todas las demás desaparecieron del cielo sobre el Tlaltipac. 

Y a eso se acostumbraron los moradores del Tlaltipac a observar el cielo al atardecer para observar a la primera estrella vespertina, seguros de que era la deidad que vivió entre los hombres. Así mismo todos se quedaban pendientes de la desaparición de la última estrella por la mañana; aguardaban a ver si el Señor Quetzalcóatl había superado su pena y se dignaba a bajar de nuevo para volver a vivir entre los hombres. 

Existen muchas cosas que como humanidad olvidamos; quizás por ello estamos condenados a repetir la misma historia una y otra vez. Mi chozno me decía que Quetzalcóatl jamás nos ha olvidado, que por eso seguía saliendo por la tarde y se ocultaba por la mañana. Mi abuelito, mi chozno siempre dijo que Quetzalcóatl esperaba poder encontrar alguien con suficiente bondad en el corazón para preparar su regreso al Tlaltipac. De niña solo me preocupó acumular la suficiente bondad para lograr ser un buen prospecto del Señor Quetzalcóatl; fantaseaba con convertirme en la nueva serpiente emplumada.

2 comentarios:

  1. Excelente ensayo beba ahora yo siento por ti lo q tu d niña por mi

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  2. Me agrada mucho la forma de transmitir los valores que se requieren en la humanidad. Es una excelente aportación para la sociedad y no dudare ponerla como ejemplo con mis alumnos.
    Gracias y sigue creando maravillas.

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