miércoles, 19 de junio de 2019

Autonomía, laicismo, democracia y la universidad pública mexicana


Autonomía, laicismo, democracia y la universidad pública mexicana.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Mtra. Karla Pérez Rodríguez
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
wa: 2223703233

De la evolución de tres conceptos podemos entender lo que hoy es la autonomía de una universidad pública y podemos derivar su proyección para el futuro. Nos referimos a los conceptos de “autonomía”, “laicismo” y “universidad pública”.
Para comprender el sentido de la autonomía de las universidades públicas y su proyección al futuro, es necesario conocer la evolución y aplicación del principio laico.

El laicismo surge a fines del siglo V (492) durante el papado de Gelasio I, quien expuso la teoría de las “dos espadas” en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo, desconocido por la Antigüedad clásica, ya que ésta no conoció conflicto alguno de principios entre las diferentes actividades humanas.

El principio laico fue introducido en el mundo académico por Guillermo de Occam. A principios del siglo XIV y a propósito de la condena de algunas de las proposiciones de Santo Tomás, de parte del Obispo de París, Occam sentenció: “Las aserciones principalmente filosóficas, que no conciernen a la teología, no deben ser condenadas o interdictas por nadie, ya que en ellas cada uno debe ser libre de decir libremente lo que guste” (Dialogus Inter magistrum et discipulum de imperatorum et pontificum potestates, I, II, 22 [escrito después de 1327]). Más adelante durante el Renacimiento y la Ilustración se consolida la progresiva prevalencia del laicismo en la vida política y civil de Occidente. Es importante recordar el célebre caso del siglo XVII. Galileo Galilei, reafirmó el principio de laicismo formulado por Occam con respecto a la ciencia, polemizando contra los límites y los obstáculos opuestos a la ciencia por la autoridad eclesiástica.

El principio del laicismo ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos. El laicismo, en efecto, es en el plano de las relaciones de las actividades humanas entre sí, lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres entre sí: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen la autonomía de sus reglas, o sea el laicismo.

Aquí surgen las preguntas ¿a quién interesa la defensa del laicismo? ¿La defensa del laicismo es de interés público? Respondemos que el principio del laicismo interesa a todos ya que la administración del Estado, las ciencias, la cultura, la educación y, en general, las esferas de la actividad humana, se organicen y rijan por principios que puedan ser reconocidos por todos, o sea que resulten independientes de la inevitable disparidad de creencias y de ideologías y que, por lo tanto, hagan eficaces y fecundas las actividades en las que se fundan.

El criterio laico es el fundamento del principio de la autonomía de las actividades humanas, o sea la exigencia de que tales actividades se desarrollen según reglas propias, que no le sean impuestas desde fuera, con finalidades o intereses diferentes a los que ellas mismas se dan. Este principio es universal y puede ser invocado a nombre de cualquier de cualquier actividad “legítima” (que no obstaculicen, destruyan o imposibiliten a las demás). El principio de autonomía ha servido para sustraer la esfera del saber, a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas, de los prejuicios de clase o de raza, etc.
No otro es el sentido que el México republicano vigente se acompañara de la reforma educativa encabezada por Gabino Barreda Flores en 1867 donde la Ley Orgánica de Instrucción organiza la enseñanza laica.

El principio del laicismo y la lucha por la autonomía en los campos de la enseñanza y la investigación ha sido uno de los fundamentos de la cultura moderna y, por lo tanto, ha resultado indispensable a la vida y al desarrollo de todos sus aspectos.

El laicismo es en el plano de las relaciones de las actividades humanas lo que es la libertad en el plano de las relaciones de los hombres: es el límite o la medida que garantiza a esas actividades la posibilidad de organizarse y desarrollarse, como la libertad es el límite y la medida que garantiza a las relaciones humanas la posibilidad de mantenerse y desarrollarse. El saber humanístico y el conocimiento científico exigen para su desarrollo de la autonomía de sus reglas.

A décadas de haber obtenido la autonomía varias de las universidades públicas resulta relevante que a partir del principio de laicidad que da sentido a la autonomía se dé respuesta a las muchas son las interrogantes existentes en torno a la naturaleza y legitimidad de la Universidad pública. Destacan en estos momentos, por ejemplo, la problemática definida por las cuestiones siguientes: ¿Cómo concebir la forma de educación? ¿La educación debe ser un fin en sí misma o debe ser pragmática y orientada a una profesión? ¿Qué tipo de aprendizaje debe atender y de qué manera está vinculada la educación general con él? ¿Conforme a que criterio de cultura (calidad y cantidad de las materias de enseñanza), deben formularse los planes de estudios? ¿Cuáles deben ser las actividades a desarrollar por los estudiantes? ¿Qué áreas de conocimiento y disciplinas deben proponerse dentro del tronco común? ¿Bajo qué criterios se impulsa una investigación y no otra?

La Universidad pública mexicana tiene dos fuentes de legitimidad. En primer lugar, ser una institución pública y, en segundo lugar, por su especificidad de ser una universidad. Esto nos conduce a la necesidad de referirnos a los fundamentos epistemológicos que pueden sustentar la educación en una universidad. Formular tal epistemología requiere de formular una concepción de la enseñanza y una del aprendizaje, con la definición, por supuesto, del tipo de conocimientos que justifiquen ambas teorías.

Hoy día, podemos decir que la escuela pública debe configurarse como el instrumento central de la oportunidad y la igualdad, de la reforma social, de la justicia social, de la productividad económica y del aprendizaje individual y socialmente relevante. Esto lo podemos constatar si observamos el marco jurídico de la educación pública –Constitución (Artículos 3, 5, 44, 45) y debe quedar claramente formulada en Ley General de Educación.

La sociedad mexicana -como sociedad democrática- al estar fincada en el sufragio universal está indisolublemente unida a la escolarización universal. Una sociedad democrática debe capacitar para el diálogo racional, para los acuerdos responsables y una conducta apegada a la ley, por ello debe proporcionar igualdad de oportunidades educativas: dando la mayor cantidad -y de la mejor calidad posible- de educación pública. Los cambios que precisamos deben asegurar la continuidad en la historia de nuestra sociedad e instituciones.

En otro instrumento jurídico -la Declaración de los Derechos Humanos- se alude, en su segundo párrafo, a los fines de la educación y a los valores que han de inspirarla, poniendo énfasis en aspectos que contribuyen a la formación de los ciudadanos del mundo: la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y grupos étnicos o religiosos, así como la promoción de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

Con estas premisas podemos derivar que el marco jurídico aludido expresa nuestros propósitos comunes, nuestro pluralismo, nuestro deseo de igualdad y excelencia educativa. Esto queda claramente expresado en la demanda de que cada uno de los planteles del sistema educativo proporcione a los futuros ciudadanos el conocimiento, las actitudes y los instrumentos que les permitan participar plenamente en la vida democrática y ejercer sus derechos y obligaciones. Para alcanzar esto se requiere de una educación que favorezca la adquisición de conocimientos básicos, el pensamiento crítico y la imaginación. Estas tres cosas es lo que definirían una educación con orientación a la excelencia. Cada retroceso en este sentido devaluaría a los estudiantes y pondría en peligro nuestra democracia.

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