Gonzalo
Salgado Villa
gvilla_salgado@hotmail.com
En
cuarentena, filosofando.
La
rebelión de los no humanos
(Un
pequeño homenaje a toda la banda de la 66)
No
hace mucho tiempo que Carlos Marx (1818-1883), famoso filósofo contemporáneo,
padre de la economía moderna, se atrevió a clasificar a la sociedad del siglo
XIX: proletariado y capitalista. Durante muchos años —me atrevo a decir que aún
hoy— la clasificación hecha por Marx fue básica para el discurso político: el
burgués el poderoso y dueño de los medios de producción por un lado; y por otro el proletariado, los trabajadores; bien todo se puede traducir de manera errada como el
rico y el pobre o como el amo y el esclavo.
En
la primera mitad del siglo XX, nació un grupo filosófico que pretendió analizar
el surgimiento de los Estados totalitarios, es decir: analizar los problemas
sociales, las estructuras políticas
derivadas de la teoría marxista, la creciente industria con sus avances
tecnológicos en Europa y posteriormente
en todo el mundo. A ese grupo, los estudiantes de filosofía lo conocimos como “La Escuela de Frankfort”; los análisis y reflexiones dieron como resultado
el surgimiento de una línea filosófica llamada “teoría crítica”, ideas
penetrables en las teorías políticas y de las ciencias sociales actuales.
Uno
de los integrantes de la Escuela de Francfort, Marcuse (1898-1979), en su obra
sumamente influenciable para los movimientos estudiantiles de los sesentas “El hombre unidimensional”, se percató de un
fenómeno social que se dio entre el proletario y el capitalista: la satisfacción
de los derechos y de las necesidades de
parte del capitalista al proletariado, esto como una forma de perpetuar su dominio; los
dos crearon una sola razón, los dos perseguirían el mismo fin; maniatadas las
formas de vivir se perseguirá la perpetuidad del mismo modelo social con miras
al progreso. Es decir, parece que los seres humanos, con sus acciones, con sus
pensamientos, con sus producciones, con su intelecto, con la tecnología y la
ciencia, siguen el mismo camino: el del supuesto progreso social basado en las
formas liberales capitalistas; con el
trabajo nace cierta conformidad y privilegios, se produce un
engaño para seguir alimentando y prolongando el mismo sistema capitalista. A
ojos de Marcuse esa conformidad arraigada en el proletariado, no se ve en una
clase social que Marx no consideró: un sector de la sociedad no productivo: las
amas de casa y los estudiantes.
Gracias a la crítica de Marcuse, algunos
sociólogos y economistas dividieron en tres estratos a la sociedad para su
mejor comprensión: clase alta (capitalista o empresarial), la clase media (o
trabajadora) y la clase baja (o no productiva, de escasos recursos). Cada una
de los estratos sociales pueden dividirse, a su vez, conforme a sus condiciones
y posibilidades económicas, dependiendo si se está más cerca de un punto o de
otro —y nadie quiere estar más cerca del
borde inferior, sino del superior por llamarlo de algún modo— en ese
sentido seguimos pensando unidimensionalmente, como lo dijo Marcuse: tratando
de alcanzar la cúspide de la pirámide social.
El
problema actual se centra en el equilibrio del poder: cada estrato social se
empodera de diferente forma políticamente hablando, dependiendo de la
predominación en sus actividades: los estudiantes, las feministas, los
políticos, los empresarios, los maestros, la comunidad LGBTTQ, médicos, la
delincuencia, los obreros, los funcionarios públicos. La participación política
en la sociedad determina el predominio sobre
aquel sistema que le quiere someter. El juego del poder es una de las formas
por las cuales se hace valer la existencia de una parte de la sociedad sobre
otra; nos revela la armonía existente de la entidad política.
Todo
ese choro sale a la luz, a causa de reflexionar el fenómeno de nombrar
coloquialmente a los estratos sociales y de darles una personificación candonga
en México; por ahí viene a mí me moría la imagen del pelado, el naco, el chaka,
la prole, la bola, el gachupin, el nice, los fresas, el bobarista, el chingón,
el nini, la feminazi, los chavos banda, la chaviza, el pudiente, el fifí, el
estudihambre, el punk, los no humanos, los sin cerebro, las luchonas, los
santos.
A
partir del cambio de régimen, se han venido afianzando en los discursos
políticos dos formas llamar al estrato social que no
comparte los ideales del libre mercado mundial, de la libertad a partir del capital: los “no
humanos” o “los sin cerebro”. Por el otro lado, se designa como “fifí” a la clase social que comparte ideas
neoliberales o pertenecientes a una clase alta-empresarial. La llamada clase fifí, con la acción más paradójica para
un revolucionario, ha salido a las calles a manifestarse (en carros de lujo
o a pie) en contra del proyecto del actual gobierno (de AMLO, la 4T);
aseguran que aquellos votantes: los trabajadores y el grueso de la población de escasos recursos, los que antes vendían su
voto por una pantalla o una despensa, los que apoyaron la idea de una cuarta
transformación, inclusive los empresarios e intelectuales que convergen con el
actual gobierno, son los sin cerebro y los no humanos. La rebelión comenzó en
las urnas, en las redes sociales, sin violencia, sin pensar pero si con el
sentimiento más peligroso para ser humano: la esperanza…
Aquella clase que estuvo en el poder durante
más de medio siglo, asegura que el
actual gobierno no tiene un contrapeso; en los curules del congreso son mayoría los que están a favor del proyecto de la Nueva
República; esa acción es para ellos el inicio de un estado totalitario, entonces
me pregunto yo ¿no era un estado
totalitario los gobiernos anteriores,
cuando se hacía y se vendía el patrimonio nacional al extranjero a diestra y
siniestra sin tener en consideración a los habitantes de las tierras expropiadas, el pacto por México en la cámara de diputados
y senadores, el silenciar, asesinar y desaparecer
a estudiantes de las escuelas
rurales, el someter a la población a punta de pistola?
Ellos definieron “lo humano” al través de los
siglos, construyeron la historia, decidieron que “el ser humano” dependía de la
libertad y ésta solo se puede afianzar con la propiedad privada, las leyes no
deben de impedirla, deben garantizarla. Es claro que el concepto de “humanidad” depende de un bienestar:
sin dinero, sin recursos, sin posesiones, sin autonomía, sin educación, sin
voluntad, sin espíritu, sin producción, sin vida no es posible ser un “humano”
desde aquella perspectiva.
Con
la pandemia, la sección empresarial se dice falta de apoyo y los programas
públicos son de predilección para el Gobierno mexicano. Algunas empresas se han
declarado en contra de las medidas sanitarias, con motivo de combatir una
recesión económica (mundial, evidente, irreversible) para el país. Invitaron a
sus empleados a quedarse en casa, a cuenta de vacaciones, con la mitad de su
sueldo o sin goce de sueldo. En los
medios fomentan las noticias de superación de la pandemia, muestran ejemplos de
otros países de Europa y de Asia, en
general de las potencias mundiales que han obtenido mejores resultados, sin
considerar las circunstancias o el
contexto de cada país; llaman a desacatar las medidas sanitarias, divulgan y
señalan incongruencias en las
disposiciones oficiales.
Desde
sus mansiones, los “humanos” se guardan e invitan a quedarse en casa: sus
videos muestran las diferencias del espacio, los recursos para poder quedarse,
se pueden dedicar a nuevos aprendizajes porque
pueden costearlo: internet, tarjeta de crédito, tapete para yoga,
computadora o iphone; le temen a la muerte porque en ellos todo es vida. Tienen
que difundir mensajes de esperanza, lanzan retos, hacen tik toks, pueden hacer
canciones, donar víveres y caretas, tienen cubrebocas N95. Están informados y
tristes por no poder ir a las playas ni reunirse con sus seres queridos;
utilizan zoom para hacer reuniones grupales a distancia o para tomar clases en
línea; sus preocupaciones giran en torno a sus empresas, no tienen con qué
pagarle a sus trabajadores, se dicen faltos de apoyo económico o de estrategias
que les ayuden a seguir llevando dinero a sus arcas, mismo que distribuyen
entre el pueblo, unos para evadir impuestos, otros por que en verdad son
altruistas; deben de tomar decisiones drásticas.
Los
“no humanos” no pudieron seguir la cuarentena: tenían que ganarse la vida, en
el campo o en el trabajo, tratando de realizar su oficio, porque no tenía
ahorros (¿qué es eso? ¿a poco se puede con lo que me pagan o gana?). Salieron a
las calles sin cubrebocas o con los que improvisaron; unas veces por diversión,
otras veces para apañar las cervezas, otras para conseguir dinero o apoyar a
otra persona con alimento, a sobrevivir,
porque no hay espacio suficiente en la casa, porque en casa todo es caos o un
infierno, porque el único medio de vida es un empleo inseguro; por costumbre;
porque no le teme a la muerte: amiga, deidad, compañera del día a día; si,
todos los días se juega su existencia en una esquina, boleando zapatos, delinquiendo,
vendiendo o cargando bolsas en el mercado, porque la debe, a eso se dedica: a
ajustar cuentas con la muerte: “Macario” debes pagarle. El “no humano” parece
que se revela a todo porque no tiene otra opción, porque así lo han enseñado
las calles y “la bandera” (el grupo de amigos del barrio) con la caguama
banquetera al ritmo de las rolas del Charlie Monttana o el Haragán o una cumbia
tocada por el Sonido Pancho, interrumpida por los saludos hacia las bandas de
los distintos barrios del lugar en que tocaron. Sale porque ni las opciones ni los medios ni los
recursos son para él; la muerte lo cobija con su manto todos los días y lo
acompaña al igual que la virgen; su vida
nunca le ha pertenecido, ya la entregó desde que nació, devino en
trabajo y luego en chupe, en vicios, en activo, en la familia, en alimento, en
pañales y leche pal chamaco, en medicamento. La esencia de su rebeldía viene de
la muerte: no es humano porque no tiene los medios para serlo, porque otros lo
son a costa suya y no lo dejan ser: lo tachan, lo estereotipan, lo definen, lo
estudian, lo segregan y seleccionan, lo exprimen, lo explotan, fomentan su ignorancia
y su entretenimiento: él es principal consumidor de las ideas y productos de los “humanos”.
Advertencia:
si alguno de los lectores de este divague se siente identificado con alguno de
estos dos grupos, es mera coincidencia… si
de repente logra identificarse con la forma de proceder de los dos
grupos al mismo tiempo… también.
Muchas gracias por el filosofar. Es lo que hemos visto y vivido. Hay miedo y pánico en algunos, por eso la obediencia, por otro lado, hay que trabajar o actuar para tener dinero que permita continuar ésta existencia. Parece que todo gira en dinero, tener más o menos. Los políticos con todo a toda política, los dolidos y los que buscan continuar con otro periodo, como el estadounidense. Sólo mantenerse sin ver ni pensar en la gente, solo ve votos. En fin.....
ResponderBorrarExactamente así es la vida en éste momento. Felicidades por el análisis Dios te bendiga.
ResponderBorrarFelicidades hijo .. saludos y muy buena información ...así es
ResponderBorrarEs triste que todo lo hacen con un fin ... DINERO...sin querer mportar a la quien lastiman
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