Guillermo Hurtado TEATRO DE SOMBRAS
14
mayo, 2019
Se
supone que algo que nos distingue de los animales es que nosotros
pensamos y ellos no. Que no se ofendan los defensores de las bestias.
Hay animales no humanos muy inteligentes. Pero pensar es otra cosa.
Pensar es más que usar la inteligencia para resolver los problemas a
los que nos enfrentamos en la cotidianidad. Pensar es ir más allá
de las exigencias del momento. Pensar es descubrir, es crear, es
elevarse.
A los niños y a los jóvenes
rara vez se les enseña a pensar. Los planes de estudio están
diseñados para aprender matemáticas, física, biología, español,
historia e incluso filosofía. Pero uno puede pasar por todos esos
cursos sin jamás haber pensado de verdad.
Es evidente que se puede
triunfar en la escuela sin pensar. Pero lo mismo pasa en cualquier
otro sitio. Se puede triunfar sin pensar en la política, en los
negocios, en los medios de comunicación, en las relaciones
personales. La sociedad no nos exige que pensemos. Por eso las
instituciones educativas no se sienten obligadas a que aprendamos a
hacerlo.
Son rarísimos los casos de
personas que aprenden a pensar por sí mismas. Normalmente, para
aprender a pensar nos hace falta un maestro. Con algo de suerte
encontramos uno en la escuela. Y con muchísima suerte lo encontramos
en otros lados.
Aprender a pensar exige una
formación larga y rigurosa. No se aprende a pensar en cinco minutos
ni en cinco horas, ni en cinco días, ni siquiera en cinco meses. A
decir verdad, uno nunca deja de aprender a pensar. La tarea es tan
exigente que siempre nos falta tiempo. Para colmo, ahora es más
difícil pensar que antes.
Me explico: para pensar hay
que razonar; pero no siempre que se razona se piensa. Es más,
ciertos procesos de razonamiento estorban al pensamiento.
Mientras más regimentada esté
la razón, menos oportunidad habrá para pensar. Y es que para
pensar, como para correr, hace falta espacio. La progresiva
automatización de la vida social nos ha dejado con poco campo libre
para el pensamiento. No razonamos menos que antes, pero ahora, cuando
lo hacemos, dependemos de máquinas, de algoritmos, de recursos
patentados. Nuestra época es la de la razón regimentada. Los
resultados prácticos son admirables, pero no se han obtenido sin
pagar un precio. Nuestro razonamiento está canalizado y
administrado.
Por eso digo que a pesar de
tanto progreso, de tantos desplantes de inteligencia, natural y
artificial, antes era más fácil pensar. Quizá hay más pensamiento
en los fragmentos de los filósofos presocráticos que en todos los
productos académicos de nuestras universidades.
Se ha dicho que para pensar se
requiere libertad. Pero para ser libre –en un sentido pleno–
también se requiere pensar. Es una triste paradoja de nuestros
tiempos que esa libertad cada vez nos quede más lejana.
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