jueves, 16 de mayo de 2019

La dificultad de pensar

Guillermo Hurtado TEATRO DE SOMBRAS
14 mayo, 2019

Se supone que algo que nos distingue de los animales es que nosotros pensamos y ellos no. Que no se ofendan los defensores de las bestias. Hay animales no humanos muy inteligentes. Pero pensar es otra cosa. Pensar es más que usar la inteligencia para resolver los problemas a los que nos enfrentamos en la cotidianidad. Pensar es ir más allá de las exigencias del momento. Pensar es descubrir, es crear, es elevarse.
 
A los niños y a los jóvenes rara vez se les enseña a pensar. Los planes de estudio están diseñados para aprender matemáticas, física, biología, español, historia e incluso filosofía. Pero uno puede pasar por todos esos cursos sin jamás haber pensado de verdad.
 
Es evidente que se puede triunfar en la escuela sin pensar. Pero lo mismo pasa en cualquier otro sitio. Se puede triunfar sin pensar en la política, en los negocios, en los medios de comunicación, en las relaciones personales. La sociedad no nos exige que pensemos. Por eso las instituciones educativas no se sienten obligadas a que aprendamos a hacerlo.
 
Son rarísimos los casos de personas que aprenden a pensar por sí mismas. Normalmente, para aprender a pensar nos hace falta un maestro. Con algo de suerte encontramos uno en la escuela. Y con muchísima suerte lo encontramos en otros lados.
 
Aprender a pensar exige una formación larga y rigurosa. No se aprende a pensar en cinco minutos ni en cinco horas, ni en cinco días, ni siquiera en cinco meses. A decir verdad, uno nunca deja de aprender a pensar. La tarea es tan exigente que siempre nos falta tiempo. Para colmo, ahora es más difícil pensar que antes.
 
Me explico: para pensar hay que razonar; pero no siempre que se razona se piensa. Es más, ciertos procesos de razonamiento estorban al pensamiento.
 
Mientras más regimentada esté la razón, menos oportunidad habrá para pensar. Y es que para pensar, como para correr, hace falta espacio. La progresiva automatización de la vida social nos ha dejado con poco campo libre para el pensamiento. No razonamos menos que antes, pero ahora, cuando lo hacemos, dependemos de máquinas, de algoritmos, de recursos patentados. Nuestra época es la de la razón regimentada. Los resultados prácticos son admirables, pero no se han obtenido sin pagar un precio. Nuestro razonamiento está canalizado y administrado.
 
Por eso digo que a pesar de tanto progreso, de tantos desplantes de inteligencia, natural y artificial, antes era más fácil pensar. Quizá hay más pensamiento en los fragmentos de los filósofos presocráticos que en todos los productos académicos de nuestras universidades.
 
Se ha dicho que para pensar se requiere libertad. Pero para ser libre –en un sentido pleno– también se requiere pensar. Es una triste paradoja de nuestros tiempos que esa libertad cada vez nos quede más lejana.

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