La Guadalupana y la construcción del
Estado mexicano 1648-1999[1]
Mtro. José
Antonio Robledo y Meza
Colegio de
Filosofía, FFyL-BUAP
Dar una visión panorámica de la presencia de la guadalupana en el proceso de construcción del Estado mexicano es el propósito. El proceso que nos interesa es el de la promoción de un sentimiento de fe hacia la guadalupana con el claro propósito político de construir un Estado, una nación y una identidad. El fenómeno nos exhorta a reflexionar sobre el carácter histórico que posee la pintura, su importancia presente y su proyección hacia el futuro. Se trata de ver a la imagen de la guadalupana en su papel de representación de la voluntad política de construir un Estado nacional.
Hoy día la Virgen de Guadalupe es símbolo de la unidad nacional. Su imagen evoca el sincretismo entre la deidad de los antiguos mexicanos -Tonantzin-, y María, la virgen madre de El Redentor. No hay duda de que la guadalupana como símbolo mexicano es simiente de una identidad. Y esto por una razón: el lienzo, ha dado cuerpo a la historia del pueblo mexicano, compuesto en su inmensa mayoría por mexicanos sin nombre quienes han contribuido significativamente a la formación de los sentimientos patrióticos y nacionales.
El primer
indicio de esta voluntad política lo encontramos en el texto Imagen de la
Virgen María, Madre de Dios de Guadalupe de Miguel Sánchez escrito en 1648. En
este texto Sánchez llama a sus compatriotas a reconocer que la Virgen mexicana
era un original de la milagrosa imagen de María que viera San Juan el
Evangelista y descrita en el capítulo doce del Apocalipsis. Aquí Sánchez
desplegó todos los recursos de la tipología bíblica para magnificar a la
guadalupana, de modo que motivos como la zarza ardiente y el Arca de la Alianza,
que habían sido aplicados a María desde la Iglesia primitiva, se consideraban
referencias específicas a la Virgen del Tepeyac. Se invocaba la tipología para
elucidar la significación de estos acontecimientos, puesto que el indio
figuraba como el Santiago de México, su San Diego, y revestido de la mayor
trascendencia, como el Moisés que llevó a la guadalupana, el arca de la Alianza
mexicana al Tepeyac, descrito alternadamente como el Sinaí o el Sión mexicano.
Este lenguaje en mucho coincide con el utilizado por los liberales en el
Congreso constituyente que fructificó en la Constitución de 1857. El
patriotismo de Sánchez tenía la intención de demostrar que la Iglesia mexicana
debía su fundación a la intervención directa de la Madre de Dios, con lo cual se
declaraba patrona especial y madre de ese pueblo.[2]
El texto de Sánchez aparece dentro del marco de justificación teológica de la
potestad de la monarquía católica de los Habsburgo, la cual fue aprovechada por
el clero criollo para dar a su patria una fundación espiritual autónoma.
Del vínculo de la imagen con la legitimación de la monarquía española nos da cuenta un sermón predicado en 1748 sobre el fin del mundo por Francisco Javier Carranza. En él se sostenía que, si bien el Anticristo asumiría el poder en Europa durante aquella época, en América Nuestra Señora de Guadalupe guardaría la fe católica, asegurando así que el papa y el rey de España huyeran a México, donde convertirían a la ciudad en capital de una nueva y universal monarquía católica. Seis años después, en 1754, la euforia de la elite criolla alcanzó su apogeo cuando Benedicto XVI no sólo confirmo a la Virgen del Tepeyac como patrona sino que la dotó de una fiesta el 12 de diciembre con misa propia y oficio. Puesto que solamente Nuestra Señora del Pilar había sido objeto de honor semejante en el mundo hispano, se puede afirmar que la Virgen mexicana rivalizaba con las imágenes marianas más célebres de Europa. La importancia de esta definición religiosa se confirma en 1859 cuando el 11 de agosto Benito Juárez ordena por decreto que se considere el 12 de diciembre fiesta nacional.
El origen
grandioso de la imagen se reitera en 1794 en el sermón que predicó el dominico
criollo Servando Teresa de Mier en el Tepeyac; sostenía que santo Tomás Apóstol
no sólo había predicado el Evangelio en México, sino que también había dejado
la imagen de Guadalupe impresa en su manto, y así había sido venerado siglos
antes de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo. Mier buscaba desviar las
dudas contemporáneas y dar a la Iglesia mexicana una fundación apostólica
equivalente a la Santidad en España. Ya entonces habían llegado a México
noticias de la Revolución Francesa. Muchos criollos jóvenes fueron
impresionados por el espectáculo de las conquistas de Napoleón y el ejemplo de
Estados Unidos, abrazaron la causa de la Independencia. Entre los sacerdotes
devotos, sin embargo, la profecía de Carranza se recordaba y citaba en los
sermones, de modo que mientras la Iglesia en Europa sufría la expropiación y la
clausura de sus monasterios, en México crecía la esperanza de que la Nueva
España se convirtiese en un bastión católico, en el refugio del papa y del rey
de España.
La invasión de España por las tropas francesas, la abdicación de Fernando séptimo y la imposición de José Bonaparte en el trono precipitó el movimiento de independencia en la Nueva España. Todos sabemos que en 1810 el párroco de Dolores, Miguel Hidalgo, llamó a las masas rurales a rebelarse contra el dominio español y para ello tomó como bandera el estandarte de la Virgen de Guadalupe.
Junto a la
guadalupana Hidalgo grito:
—¡Viva la
América y muera el mal gobierno!
—¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Mueran los gachupines!
Con estos gritos enfrentó la imagen de la Virgen novohispana con la de la Virgen española de los Remedios. La Virgen india desafiaba a la Virgen blanca; la Virgen que eligió a un indio pobre en la colina de Tepeyac marchó contra la Virgen que salvó a Hernán Cortés en la huida de Tenochtitlán. Bajo el contexto de la rebelión el ejército realista vistió a Nuestra Señora de los Remedios como generala y el pelotón de fusilamiento acribillará el estandarte de Guadalupe por orden del virrey.
La patrona de
la Nueva España se convirtió así en símbolo y bandera de una potencial nación
que libraba una guerra civil para alcanzar su Independencia. Todos sabemos que,
de hecho, la Nueva España alcanzó la libertad en 1821, cuando el coronel
monárquico Agustín de Iturbide organizó una revuelta militar en contra de las
medidas anticlericales de los coroneles españoles. Al asumir el poder, los
predicadores aclamaron a Iturbide, y agradecieron a Nuestra Señora de Guadalupe
que reuniese a quienes buscaban la Independencia y expresaron su confianza en
que ella protegería a su Iglesia de los excesos revolucionarios de Europa. Agustín
de Iturbide en su condición de emperador del Anáhuac, acudió al Tepeyac y
rodeado de los principales jefes del ejército Trigarante, la declaró Patrona de
la Nación.
La función política de la imagen volvió a mostrarse durante los siete lustros que gobernó Porfirio Díaz. Con él, la Iglesia gradualmente rehabilitó sus instituciones y buscó restablecer su influencia social. Inspirado por el ejemplo de Lourdes, los obispos obtuvieron autorización del papado para coronar la imagen de Guadalupe. Durante todo el mes de octubre de 1875, se recibió a los peregrinos diocesanos llegados al Tepeyac para participar de la misa y escuchar los sermones de la celebración. El director del proyecto, José Antonio Plancarte, invitó a los obispos de toda Norteamérica y el Caribe, de modo que el 12 de octubre, cuando se escenifico la coronación, veintidós arzobispos y obispos mexicanos estuvieron acompañados por catorce prelados de Estados Unidos y otros tres de Québec, La Habana y Panamá. Durante esta celebración se recordaron las figuras bíblicas que propusiera Miguel Sánchez 227 años atrás. El obispo de Colima sintetizó el espíritu de la ocasión al exclamar que había acudido al Tepeyac, “el Sión mexicano”, para escudriñar en las tablas el destino del país. Los predicadores sostuvieron que la fundación de México databa de la aparición de la Virgen María en el Tepeyac, puesto que en ese entonces ella había liberado a su pueblo de la servidumbre de la idolatría y la tiranía. Reconocieron en la Virgen a la fundadora de una nueva nación mestiza, pues en su santuario se reconciliaron españoles e indios, unidos en una devoción y fe comunes. El énfasis puesto en la función social de la guadalupana por parte de los predicadores coincidía con las afirmaciones del radical Ignacio Manuel Altamirano hechas en el siglo XIX que reconoció que, para los mexicanos, “en último extremo, en los casos desesperados, el culto a la Virgen mexicana es el único vínculo que los une (…)”.
Dos episodios
más de la función política de la imagen se dio durante los años conocidos como
Revolución mexicana donde los zapatistas usaron la imagen como estandarte y en
los años de 1926-1929 cuando sobrevino la cristiada. En ambos casos, en los
pendones rebeldes aparecía la figura de la guadalupana.
La reconciliación entre la Iglesia y el Estado iniciada después de la segunda guerra mundial se concreta en 1976, año en que se consagra la nueva y espaciosa basílica en el Tepeyac sufragada en buena parte por el gobierno. Esta acción muestra lo que en la realidad existe: la subordinación de la Iglesia al Estado y no lo que se pregona: la separación del Estado y la Iglesia.
El avance de la guadalupana como símbolo lo extendió Juan Pablo II en 1999 cuando proclamó a la Virgen patrona de toda América. De este modo, el Vaticano designó de manera implícita a la guadalupana como la principal imagen mariana dentro de la iglesia católica, puesto que, ya fuese por su significación teológica, ya por la extensión geográfica, ¿dónde puede hallarse una comparable?
Hoy día
Nuestra Señora de Guadalupe no es simplemente una representación mexicana de la
Virgen María, Madre de Dios, es la opción que la misma Iglesia ha promovido
para revertir los excesos del capitalismo actual. La historia de la guadalupana
está ya asociada a esta lucha global por rescatar el mundo para el hombre.
En la
actualidad millones de peregrinos de todo el mundo visitan su santuario
anualmente.
Símbolo de lo
sagrado y lo profano, la Virgen de Guadalupe es hoy un importante símbolo
político; está presente en la cotidianeidad de muchos humanes.
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