In Memoriam Fernando del Paso Morante (Ciudad de México, 1 de abril de 1935-Guadalajara, 14 de noviembre de 2018)
Hace
algunos ayeres supe de la conferencia dictada por don Fernando del Paso en El Colegio de Michoacán dentro del coloquio
“Historia y Novela Histórica”, Zamora, Mich., 16 de agosto de 2001... Como no
pude ir al coloquio le pedí una copia y amablemente me la envió... a
continuación la comparto.
Mtro. José Antonio Robledo y Meza
Colegio de Filosofía, FFyL-BUAP
NOVELA E HISTORIA
Fernando del Paso
Transcripción ligeramente corregida de la conferencia dictada por Fernando del Paso en El Colegio de Michoacán dentro del coloquio “Historia y Novela Histórica”. Zamora, Mich., 16 de agosto de 2001
Doy gracias de la manera más cumplida por la invitación de El Colegio de Michoacán para participar en este coloquio en compañía de tan distinguidos colegas y también agradezco los comentarios que, en ausencia, expresa sobre Noticias del Imperio mi querido amigo Vicente Quirarte. Desde que terminé esa obra, me propuse no volver a leer nada sobre Carlota y Maximiliano porque después de diez años estaba completamente saturado del tema. Sin embargo, creo que, una vez publicada la novela, quedé condenado de por vida a que se esperen de mis opiniones sobre lo que es la novela histórica, sobre la función de la historia en la novela y sobre el papel de la novela en la historia.
Como no soy especialista en historia, ni en literatura, ni siquiera en novela histórica, me limitaré a hablar sobre mi experiencia como novelista en lo que se refiere a este último género, después de algunas breves consideraciones sobre el tema en general. En mi opinión, y creo que la comparto con muchos, toda novela es histórica en la medida en que refleja, con mayor o menor exactitud, o recrea, con mayor o menor talento, las costumbres y el lenguaje de una época, los hábitos y el comportamiento de una sociedad o de una parte de ella.
De esta manera, es evidente que la Comedia Humana de Balzac y, en menor medida, Los Rougon-Macquart de Zola nos ofrecen unos interesantísimos frescos históricos de la Francia del Siglo XIX y aquí me atrevería a incluir a todas las novelas y aún a ciertos relatos novelados no exentos de cursilería, como los de Victoriano Salado Álvarez, porque incluso ellos proporcionan una rica y muy aprovechable información, como ocurrió en mi caso.
Y aquí entramos a otro aspecto del tema: creo que la novela histórica se liga con la biografía novelada, donde tenemos grandes exponentes como Dimitri Merezkovskij y Stefan Sweig, por citar sólo algunos ejemplos entre la biografía novelada y la farsa (o la parodia que son igualmente válidas). Creo que entre ambos extremos existe una gama enorme de posibilidades. Pongo como ejemplo al tirano Lope de Aguirre, el vasco loco, que emuló la odisea amazónica Orellana y que no sólo se rebeló contra el Rey de España, sino que desafió la ira de Dios.
En un momento dado me interesé mucho por lo que se había escrito sobre Lope de Aguirre, en particular por las que son, quizá, las cuatro mejores novelas. El pequeño curso titulado “Cuatro autores en busca de un tirano” se basó en cuatro conferencias que escribí sobre El Camino del Dorado del venezolano Uslar Pietri; La epopeya equinoccial de Lope de Aguirre de Ramón J. Sender; Aguirre, Príncipe de la Libertad de Miguel Otero Silva; y Daimón de Abel Pose. Las tres primeras tratan el tema con mayor o menor fortuna y apego a la historia. Probablemente la de Otero Silva tiene una mayor carga poética es y le siguen esa pequeña obra maestra que es El Camino del Dorado de Uslar Pietri y una muy detallada de Ramón J. Sender, pero la cuarta, Daimón de Abel Pose, es una inmensa parodia de la tragedia y epopeya de Lope de Aguirre, una parodia del realismo fantástico estilo Gabriel García Márquez o Isabel Allende, y una parodia de lo que se ha llamado el post-modernismo.
El escritor que se dedica a la novela histórica, señala Otero Silva, goza de varias ventajas frente a la historia. Por ejemplo, no necesita poner notas al pie de página ni citar la bibliografía. Creo que no está mal mencionar, cuando menos, las fuentes principales; lo hizo Carlos Fuentes en Terra Nostra, pero no Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo, lo cual le valió, justificada o injustificadamente, que un historiador lo acusara de plagio. La acusación, en mi opinión, era injustificada porque se trataba de uno de esos historiadores que se sienten propietarios de la historia. Pero nadie es propietario de la historia y menos aún de las creaciones populares como los corridos o las canciones.
El novelista también tiene la libertad de elegir entre varias posibilidades que no se pueden demostrar, es decir, las posibilidades de que un hecho no hubiera sucedido así, sino de otra manera. Siempre suelo dar el ejemplo de Concepción Sedano, la amante que, se dice, tuvo Maximiliano en Cuernavaca. Digamos que un “x” número de historiadores, la mitad por decir algo, considera que el tema es trivial y no vale la pena tratarlo. Pero otros historiadores, algunos importantes, piensan que no es tan trivial el hecho de que Maximiliano tuviera una amante porque se necesitaban dos días para llegar de México a Cuernavaca y dos de regreso. Los frecuentes viajes a esa ciudad distraían a Maximiliano de responsabilidades fundamentales en su gobierno. No es un asunto trivial y, de hecho, dio la oportunidad para que Carlota demostrara su gran carácter y, sobre todo, su capacidad de decisión, que le faltaba en alto grado a Maximiliano.
Ahora bien, los historiadores que no se ponen de acuerdo si Concepción Sedano era la amante de Maximiliano en Cuernavaca, o si lo distraía de labores administrativas y gubernamentales, porque nunca sabrán quién era esta mujer, si era la esposa o la hija del jardinero en jefe. Yo elegí que a la esposa porque quise hacer un ejercicio poético sobre el abuso del poder.
De haber sido la hija, el padre no se habría disgustado tanto de que fuera la amante del Emperador y hasta hubiera buscado obtener algunas ventajas. En cambio, me propuse dibujar al jardinero Sedano como un hombre honrado, inmensamente enamorado de su mujer y temeroso de Dios, lo cual también quería decir que veía el dedo de Dios en el Emperador de México, puesto que los mismos emperadores creían que gobernaban por designio divino. De este modo, quise pintar la humillación enorme del marido de Concepción Sedano. Y ahí está precisamente la libertad del novelista: puede escoger entre varias posibilidades que nos ofrece la historia sobre algunos sucesos que posiblemente nunca habrán de aclararse.
Sin embargo, mi interés por la historia surgió en mi primera novela, José Trigo, donde se vislumbra, a vuelo de pájaro, la historia de México (y, en particular, la historia de Nonoalco Tlatelolco), la historia de los cristeros y la historia del ferrocarril, no solamente del ferrocarril en sí como máquina o medio de transporte, sino de los ferrocarriles en México y el mundo, así como la historia de los movimientos obreros con sus respectivas represiones.
En el primer caso, los dos capítulos que bauticé como la “Cristiada” no se apegan a la historia sino que, más bien, despegan de ella y levantan el vuelo, cosa que sucede también con muchas novelas que parten de casos muy concretos. Ángeles Mastretta escribió una novela inspirada en la vida de ese gran cacique que fue Maximino Ávila Camacho, pero de pronto despega hacia otra parte y lo transforma casi en otro personaje. Bueno, eso no importa porque al fin y al cabo estamos ante una novela.
Aunque esos dos capítulos están precedidos de noticias históricas y periodísticas de la época (como en la trilogía de John Dos Pasos), se trata, en realidad, de una ficción cuyo andamiaje interior o esqueleto está basado en la mitología hebreo-cristiana, ya que recrea el Éxodo, el Cantar de los Cantares, el episodio de David y Betsabé y, sobre todo, la expulsión del paraíso.
El segundo caso, la historia de los ferrocarriles se basa tanto en la mitología cristiana como en la de Anáhuac. En aquel tiempo yo estaba muy influido por Ulises, un libro cuyo andamiaje es la odisea de Homero. Tal vez la falta de seguridad me hizo acudir a símbolos muy conocidos de manera que el personaje principal no es José Trigo (que es, como el lenguaje, sólo un pretexto o un hilo conductor de la historia y las historias particulares), sino Luciano, el ferrocarrilero rebelde, y Manuel Ángel, el ángel punitivo. Luciano representa al ángel caído, luzbel; y Manuel Ángel al ángel punitivo, que acaba matando a Luciano no por una rivalidad política sino amorosa (un poco como en Las manos sucias de Jean Paul Sartre).
En la mitología náhuatl Luciano es Quetzacóatl y Manuel Angel, Tezcatlipoca. No sé si la historia se lleve en la sangre, pero desde que descubrí que el famoso tío Borja, colgado en una de las paredes de la sala de mis tías, era Francisco del Paso y Troncoso (quien tenía su nombre por San Francisco de Borja y no por San Francisco de Asís), me apasioné por la mitología náhuatl no al grado de hacerme un experto, pero si la utilicé lo mejor que pude en José Trigo.
En lo que respecta a los movimientos obreros, hice una mezcla de las protestas de los ferrocarrileros de los años cuarenta y cincuenta y los junté en un solo movimiento que culminó con una matanza en Tlatelolco, que en mi novela es una especie de Apocalipsis y ha sido considerada premonitoria, ya que José Trigo se publicó dos años antes de la masacre de 1968.
Esta masacre se transforma en el llamado capítulo pivote porque la novela entera gira alrededor a ella. Y fue el capítulo pivote de Palinuro de México cuando mi personaje se me impuso como estudiante de medicina de esa generación y me impuso también su muerte en 1968. No es una pose de los novelistas: Los personajes escogen su destino. A la mitad del camino, se me presentó un doble problema, porque lo que yo quería era recrear mi infancia y, sobre todo, mi adolescencia como estudiante en la Preparatoria de San Ildefonso y sus alrededores. Todo ese sitio maravilloso que está en plena decadencia: de la calle de Santo Domingo a Justo Sierra lleno de tiendas, de torterías, de merengueros que perdían la mercancía en volados y de evangelistas que escribían las cartas de los que no podían escribir. En fin yo quería recrear esa parte tan rica y colorida de la ciudad, con sus cantinas y cabarets y se me presentó un personaje que vive en 1968 y que ya estudiaba en Ciudad Universitaria, un lugar frío y lejano.
El otro problema es que yo había escrito una novela en toda mi vida y que el personaje ya había muerto en Tlatelolco. No podía escribir una segunda novela y matar al personaje en el mismo lugar. Entonces decidí que Palinuro muriera a consecuencia de una paliza que recibe en el Zócalo y, a pesar de que mi personaje era de 1968, lo hice vivir en la ciudad de México de los años cincuenta. Al mezclar dos tiempos distintos, mi personaje enfrentó lo más grave de 1968, pero vivió en los años cincuenta de mi juventud y hasta ahora no he recibido ninguna protesta por eso.
Algo hay también de la historia de la primera guerra mundial, muy influida por la historia personal de mi tío húngaro Soltan Mest, (que se convirtió en el tío Esteban en Palinuro de México) y del posible destino del escritor y periodista Ambroise Bierce, que se unió a Pancho Villa cuando ya tenía más de setenta años y despareció sin que nunca se supiera que había pasado con él. Sigue en el misterio si lo fusiló Pancho Villa por creerlo espía o si cayó a un barranco o si falleció de un infarto. El capítulo llamado “una bala cerca del corazón” está basado en esa posibilidad (en qué fue lo que le pasó) y en un cuento del propio Bierce: “El sargento Parker Adison, filósofo”.
En Palinuro el personaje no recibe ese nombre sino se le llama el “viejo gringo” y es la primera vez que aparece en la literatura mexicana, varios años antes que el libro de Fuentes. Con esto no insinúo nada. Recién aparecido Palinuro Carlos Fuentes me invitó a comer en el restaurante Bellinhausen de la ciudad de México y me dijo: sé que tú tratas el misterio de la desaparición de Ambroise Bierce y yo tengo desde hace muchos años en el cajón la idea de escribir sobre el mismo tema, de modo que no voy a leer tu novela hasta que escriba mi historia.
Y llego así a Noticias del Imperio. En una entrevista, Mario Vargas Llosa dijo que el novelista no tiene la obligación de serle fiel a la historia. Aunque estoy totalmente de acuerdo, esto no quiere decir que el novelista tenga la obligación de serle infiel a la historia. Pienso que su responsabilidad ante la historia es un asunto realmente privado.
En Noticias del Imperio, sin que nadie me lo pidiera o exigiera, y tampoco espero que nadie lo premie o elogie, yo asumí varias responsabilidades. Veamos varios ejemplos. Poco antes de la Batalla de Puebla, el 5 de mayo de 1862, el general Laurencez había escrito desde Veracruz a Napoleón III que con seis mil hombres era el dueño de México. Laurencez cometió el gran error de dirigirse a Puebla y, en lugar de pasar de largo a la capital que estaba desprotegida, pretendió conquistar a la ciudad mejor abaluartada de todo el país. Naturalmente fue derrotado. Pero, según la historia, también la lluvia, el viento, el lodo y la neblina contribuyeron en gran parte en la derrota de los franceses. De este modo, ese 5 de mayo se convirtió en una gran fecha nacional. Nada menos que por la derrota de uno de los ejércitos más importantes del mundo, invicto desde Waterloo y triunfador de Magenta y Solferino. Pero, para mí, esa derrota fue un triunfo pírrico, relativamente fácil y pobre.
Esto lo aprendí también cuando leí el diario del Coronel Troncoso sobre el sitio de Puebla de 1863. Un año después, los franceses, muchísimo mejor pertrechados y con más hombres sitiaron Puebla (la ciudad que perdió y ganó los ángeles varias veces) por 62 días. Este sitio fue dos días más largo que el sitio de Zaragoza, España (independientemente de la coincidencia de que hubiera sido un general Zaragoza el comandante de la plaza). Desde mi punto de vista, fue una defensa mucho más heroica, ya que se peleó barrio por barrio, calle por calle, manzana por manzana, casa por casa y casi habitación por habitación. Además hubo una hambruna tremenda. Primero se acabaron los animales usualmente comestibles y después, los perros, los gatos, los caballos, los burros y hasta las ratas.
Entonces decidí darle una importancia muy especial en mi novela al sitio de Puebla de 1863, en contraste con la batalla de 1862. Olvidamos el sitio de Puebla porque las derrotas no se festejan. ¿O sí se festejan? Bueno, en abril de 1863 poco más de 60 legionarios franceses fueron sitiados por más de mil lanceros mexicanos en el casco de la hacienda abandonada de Camarón cerca del arroyo del mismo nombre, en Veracruz. Entre paréntesis podemos decir que había de todo entre los legionarios menos franceses, con unas cuantas excepciones como el capitán D`Anjou, quien tenía una mano de madera que no se puede decir que había perdido sin pena ni gloria, porque la perdió sin gloria pero sí con pena cuando se le disparó un fusil que estaba limpiando en Argelia. Lo curioso es que los franceses sí festejan esa derrota inevitable con un homenaje a la mano de este capitán muerto en Camarón, no la mano que vendía el merolico (porque éste, por supuesto, tenía varias en reserva) sino la mano verdadera que llegó a Francia. Como cuento en mi novela, esa fecha, el 23 de abril del 1863, se convirtió en el Día de la Legión Extranjera. Cada año en un cuartel de Francia, la mano del capitán D´Anjou es colocada en un pedestal, sobre un cojín de terciopelo rojo y la Legión entera desfila delante para hacerle homenaje. Luego se brinda con ron dulce de las Antillas Francesas. Yo me burló de todo esto porque nos han llamado surrealistas sólo porque durante mucho tiempo veneramos la mano de Obregón. Bueno, cuando menos era la mano verdadera y no una mano de madera.
No toda Francia pensaba como Napoleón y Eugenia y hubo críticas muy fuertes sobre la conveniencia política y la inconveniencia económica de la famosa expedición mexicana. También quedó demostrado que buena parte del fracaso de Francia ante los prusianos fue causado por el debilitamiento tanto del ejército como de la economía francesa con la aventura mexicana. La consecuencia fue la derrota de Francia, el terrible sitio de París, la hambruna espantosa y la segunda y también terrible Comuna de París.
También hubo críticas de carácter moral de algunos parlamentarios franceses valientes y honestos como Emile Olivié. En mi novela, me enfrenté con el dilema de la crítica que surge aquí y allá contra la expedición francesa. Pero poner en boca de un mexicano una crítica profunda y razonada habría sonado como una perogrullada y, por eso, inventé la correspondencia incompleta entre dos hermanos, miembros de la aristocracia. Uno es oficial del ejército expedicionario francés en México y el otro es un socialista, un intelectual, y ambos se escriben entre sí. Así pongo la crítica moral contra la intervención francesa en boca de un ciudadano francés para lograr una mayor efectividad y, de paso, hacer un pequeño homenaje a los defensores franceses de Juárez y la República, entre ellos Víctor Hugo.
En el caso de Miguel López la responsabilidad que asumí fue casi la de un historiador, ya que de todo lo leído sólo saqué en conclusión que no hay una conclusión, que nunca sabremos si el compadre rubio de Maximiliano, el coronel Miguel López, fue o no el traidor de Querétaro. Si no lo fue, entonces el traidor fue su compadre Maximiliano y no al revés. Aunque asumí mi responsabilidad frente a otros personajes principales, vale la pena decir que sí la imparcialidad es una virtud, la imparcialidad absoluta es una imposibilidad.
En el caso de Benito Juárez, a pesar de todos los errores cometidos antes de la intervención y el Imperio (como el tratado McLane-Ocampo, que por fortuna no cuajó, ni fue el menor) y de los cometidos después (como el haberse aferrado como casi todo el mundo al poder), leí la correspondencia con su yerno Pedro Santacilia y descubrí tal entereza, tal dignidad, tal fortaleza que decidí retratarlo en dos capítulos y así fue como llegué a concebirlo. Un crítico austriaco dijo que en Noticias del Imperio el realismo fantástico estaba al revés: Juárez era el personaje con los pies en la tierra y Maximiliano el que vivía en la fantasía y con él muchos europeos que lo apoyaron en su aventura.
Sin embargo, no quise dar un juicio personal definitivo sobre Juárez y me reservé el derecho casi al final del libro de hacer un capítulo titulado “Qué vamos a hacer contigo Benito”, donde expongo de una manera novelada los argumentos de sus apologistas y sus detractores. Creo que a Carlota habría que dejarla para otra ocasión porque habría mucho de qué hablar.
Para terminar voy a citar un párrafo de la novela porque es la voz de Carlota, la principal defensa de Maximiliano. Creo oportuno agregar que, a lo largo de esos años, Maximiliano me inspiró cierta ternura y acabé por matarlo dos o casi tres veces. La primera, como registra la historia, en el Cerro de las campanas. La otra, en el corrido El Tiro de Gracia. (Aquí vale la pena contar una anécdota: en un coloquio en Estados Unidos un profesor norteamericano se puso de pie y me dijo que yo era afortunado por haber conseguido ese corrido que él conocía desde hacía tiempo; bueno, yo no me atreví a decirle que lo había inventado).
Después me dio mucha pena que haya muerto con tanta valentía (no se puede decir que con tanta virilidad porque sería chauvinista) y de una manera tan romántica gritando Viva México en el Cerro de las Campanas, un cerro pelón donde ya las piedras ni siquiera suenan como campanas como decían que sonaban y que por eso se le llamó el Cerro de Las Campanas.
Entonces inventé el ceremonial para el fusilamiento de un Emperador, como si él mismo, que tanto le gustó la pompa y que hasta se empeñó en crear un gran ceremonial para la corte mexicana (inspirado en el modelo Habsburgo-español y el francés), hubiera escrito la ceremonia de su propia muerte.
Como decía, pongo la defensa de Maximiliano en la voz de Carlota y así termina su penúltimo monólogo (donde habla de Juárez):
“De todos modos no se me va a escapar. El prometió que la historia los juzgaría a los dos y tendrá que entender que si lo fuiste todo: Maximiliano el impávido, Maximiliano el digno, Maximiliano el magnánimo, el bondadoso, el sordo, el inmisericorde, el inflexible, se lo voy a recordar todos los días. Se lo pediré por la memoria de su santa madre que piense que si fuiste rencoroso y ridículo, incrédulo, imprevisor, Maximiliano el ciego y el abandonado, el testarudo y el ignorante Maximiliano, le rogaré por la vida de sus hijos, el Maximiliano mediocre y el aventurero, el mentiroso, el ilustrado, el comprensivo, el iluso y el orgulloso de Maximiliano, le diré que sí fuiste todo eso: el valiente, el hipócrita Maximiliano, el filósofo y el artista, el heroico, el ingenuo, el deportista, le llevaré flores a su tumba, el desprendido, el romántico, el paciente, el agradecido, el atento, el cultivado Maximiliano, rezaré cada noche por su alma con tal de que se lo diga a México, Maximiliano el memorioso, el generoso, el noble, el sabio, el liberal, el mecenas, el sibarita, el elegante, para que no se le olvide y te perdone, para que comprenda que si tuviste todos los vicios y todas las virtudes y fuiste Maximiliano el justo, el ambicioso, el fracasado, el despreciado, el olvidado Maximiliano, le haré un altar y le prenderé una veladora en tu nombre, en nombre de Maximiliano el humorista, Maximiliano el inocente, el optimista, Maximiliano el altruista, el desidioso, el tonto, el débil, el crédulo, el cándido, el confiado, el arrogante, el holgazán, el soñador, el temerario, el falso, el imbécil Maximiliano para que entienda que como casi todos los seres humanos fuiste de todo un poco muchas veces, pero no una sola cosa siempre, para siempre usurpador e impostor, como te quieren los que no te quieren, o, como yo y porque tanto te quiero te quisiera, para siempre víctima y mártir”.
Muchas
Gracias.
Del Paso, tatarasobrino o más, pero descendiente de Del Paso y Troncoso, es el dato que me cautiva; por lo demás su juego de erudición como comentarista de la llamada novela histórica y sus confesiones sobre el proceso de construcción de sus novelas, arroja luz, enriqueciendo, sobre una visión más sobre esa forma de novelar. Discrepo con que sea un género pues histórica o no pertenece al aristotélico género de épica o, contemporaneamente, a la narrativa, y en un más allá a la novelística.
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