miércoles, 11 de enero de 2023

El filósofo y el detective

El filósofo y el detective

José Antonio Robledo y Meza

 

“La sabia historia de las aulas no es menos ilusoria que esa mitología de la nada…El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente.” Jorge Luis Borges. Los Conjurados.

“¡Datos! ¡Datos”, gritó con impaciencia. No puedo fabricar ladrillos sin arcilla”, el Dr. Gradgring en Tiempos Difíciles, de Dickens

“Si Dios pudiese contar la historia del Universo, el Universo se convertiría en ficción”.

 

El siguiente texto debe acompañarse de la película Se7en (1995). Se trata de señalar las cualidades principales del filósofo-detective encarnado en el detective William Somerset. 

Cuatro son las cualidades principales del detective como investigador (filósofo); cada una de ellas representan los pasos fundamentales de su método:

1) conocimientos (estudio de disciplinas que proporcionan una vasta gama de conocimientos técnicos -teorías y metodologías-e información histórica (datos-hechos),

2) capacidad de observación,

3) capacidad de deducción,

4) la práctica del escepticismo sistemático.

El propósito es formular y resolver problemas.

El punto de partida será siempre una pregunta seguida por la observación y recolección minuciosa de datos –de pistas- para descubrir al criminal. Pero es la teoría la que ordena la observación, dado que el diagnóstico de los datos ya visibles depende de su relación con los datos todavía invisibles, y que sólo la hipótesis permitirá descubrir, parece correcto concluir que la epistemología del detective está muy lejos de la que propone el positivismo.

Si todos los hechos fuesen directamente observables, entonces la observación agotaría en sí misma todo el proceso del conocimiento. Por el contrario, nunca disponemos de observaciones perfectas que vuelvan prescindible toda inferencia. Todo conocimiento científico apela a la observación indirecta, al establecimiento de datos por medio de inferencias.

En cuanto a la ciencia detectivesca, el establecimiento de hechos no observados de manera directa es tan característico como en la filosofía. Si un crimen es observado por alguien ajeno e imparcial no habrá investigación, sencillamente porque no hay problema. Un crimen característico es aquél en el que no intervienen más que dos personas: el asesino y la víctima; esta última jamás podrá atestiguar, como es obvio, mientras que el asesino no deseará hacerlo, o proporcionará falso testimonio o, como el asesino serial John Doe, dejará pistas enigmáticas. El detective, por lo general, no “ve” el crimen, sino sus indicios: cadáveres, mensajes bíblicos, huellas digitales, huellas digitales y cosas por el estilo. Por definición, un crimen que es un enigma no fue observado por nadie ni nadie podrá hacerlo, particularmente el detective-investigador.

La idea corriente, sin embargo, es que tanto el detective como el historiador promedio constituyen personificaciones del empirista nato: observar los hechos, respetarlos, compilarlos, no contaminarlos de teoría, “dejarlos hablar por sí solos”. Imposible es que un investigador piense y actúe (o crea actuar) de tal modo.

En la vocación del empirista más recalcitrante, sin embargo, -y esto trasciende al filósofo o al buscador de criminales- su actitud frente a los hechos es largamente menos pasiva que lo que estaría dispuesto a admitir. Se encuentra, por el contrario, una mayor proximidad con el planteo popperiano del conocimiento como “faro” antes que como “receptáculo”, citando la afirmación de Popper de que “una observación es una percepción planeada y preparada”.

El personaje William Somerset es “un eminente filósofo de la ciencia”.

Podemos señalar en este punto un marcado paralelismo entre los procedimientos de William Somerset y los del filósofo-detective. En Seven, los siete pecados capitales, William Somerset explicita su predilección por un modelo de pesquisa en el cual el enigma debe ser resuelto de manera teórica; los hechos o pistas deben deducirse de unos pocos datos. Claro que la observación y recolección de información constituyen para él un punto de partida imprescindible, a la vez que un auxilio permanente en fases posteriores de la investigación. Pero un apego exagerado a los datos empíricos y cargados de emoción repugna a William Somerset como si lo hace su compañero el detective David Mills, y prosigue la investigación apoyándose tan sólo en sus conjeturas racionales. La falta de datos es para Somerset una virtud. Toda investigación policial es una investigación a partir de datos escasos, porque en la cadena de los acontecimientos pretéritos abundan los eslabones perdidos. El detective se ve obligado a sustituirlos con sus conjeturas.

Para el detective su conocimiento será siempre inacabado, incompleto, puesto sólo puede saber de la existencia de sus personajes por lo que se muestra en la superficie. Lo observable de una persona consiste en sus actos y en ese residuo de su existencia intencional y cultural que apenas puede deducirse de aquellos, pero de la que no tenemos información directa ni completa. El Homo Sapiens siempre tendrá secretos que no se pueden conocer. El Homo Sapiens es un ser de la vida real, alguien que presenta una faz visible y otra invisible, una vida pública y otra secreta.

El filósofo es como el detective. Su ciencia consiste en la capacidad para tratar a los datos como lo que son: como indicios de una verdad necesariamente oculta. El contraste entre un simple colector de hechos, y el filósofo capaz de penetrar más allá de su significación aparente conforma la tensión dramática entre Somerset y el detective David Mills en la película.

Las deducciones magistrales y la solución del caso corren por cuenta del detective Somerset. La lectura de indicios requirió de todas las capacidades del filósofo-detective: meticulosidad en la observación, amplia preparación científica e información general, gran poder de razonamiento lógico para elaborar sus inferencias. Para quien no posee estas cualidades -el detective Mills por ejemplo-, un dato o un indicio le conducen a inferencias erróneas, o más comúnmente, el indicio ni siquiera es registrado como tal, y por lo tanto a nada le conduce. El detective David Mills vive por este motivo en estado de perplejidad ante las hazañas intelectuales del héroe.

La relación del filósofo con los datos se ilustra en el doble nivel del diálogo entre el investigador y los hechos: los indicios o evidencias de un hecho pueden ser espontáneos o intencionales, y el investigador debe estar preparado para llegar hasta ese nivel intencional. En el caso mencionado, el criminal produce indicios deliberadamente para guiar al detective. Los datos fueron producidos para un ojo experto, que puede descifrar las huellas dejadas. Ante los ojos de un profano, tales indicios permanecerían mudos e infértiles como fuentes de conocimiento. El dato simplemente no existe mientras no se presente un investigador capaz de registrarlo.

El investigador perspicaz debe leer los datos -los signos- a distintos niveles, si no desea incurrir en “ingenuidad epistemológica”. Y no basta la pericia técnica en la lectura de los indicios; se requiere también de un principio metodológico, que podemos denominar como la práctica del escepticismo sistemático: si formulamos una hipótesis que parece como la más probable, hasta casi segura, debemos proponer sin embargo una hipótesis alternativa, por improbable que parezca.

El detective de moral más perfecta y de mayor destreza técnica en su oficio no solo buscara datos a favor de su teoría.

 

robledomeza@yahoo.com.mx

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