martes, 3 de mayo de 2022

Política es lo que hacen los políticos.

Política es lo que hacen los políticos.

José Antonio Robledo y Meza

 

La historia de la política en México es la historia de la construcción de conflictos y la elaboración de acuerdos. Conociendo algo de esta historia ayuda a comprender por qué los políticos proceden de un modo peculiar, o por qué se proponen producir determinados resultados. Más que nada, éste es un buen modo de formar nuestra manera de ver las características peculiares de las decisiones políticas y de acrecentar nuestra sensibilidad para los más finos matices de diferencia. Acaso sea éste el único medio de aprender a comprender las decisiones políticas en su contexto.

Aparentemente hablar diestramente acerca de la política no es muy difícil, porque las palabras que emplean los críticos o “politiqueros” han sido usadas en tantos sentidos que ya han perdido toda precisión. Se trata de palabras vagas producto de inteligencias de corto alcance que no están hechas para captar el significado y sentido de una decisión política. Pero observar decisiones políticas con ojos limpios y aventurarse en un viaje de descubrimiento es una tarea mucho más difícil, aunque también mucho mejor recompensada. Es difícil precisar cuánto ganamos con esta tarea.

Lo que con frecuencia resulta impresionante es ver cómo, a pesar de todo, los políticos se esfuerzan en plasmar las decisiones que quieren transmitir. No existe mayor obstáculo para entender las grandes decisiones políticas que nuestra repugnancia a despojarnos de costumbres y prejuicios. Una decisión política que parece tomada de manera inesperada es condenada a menudo por no mejor razón que la de no parecer exacta.

La idea más importante con la que tenemos que familiarizarnos es que las que nosotros llamamos decisiones políticas no constituyen el resultado de alguna misteriosa actividad, sino que son objetos realizados por y para seres humanos. Una decisión política parece algo muy distante cuando se le saca de contexto. Pero originariamente fueron tomadas para ser admitidas o rechazadas. Pensemos también que cada uno de sus trazos es resultado de una decisión del político que pudo reflexionar acerca de ellas y cambiarlas muchas veces, que pudo titubear entre quitar tal detalle o cambiarla del todo. Muchas decisiones que ahora sorprenden no se concibieron para ser aplaudidas, sino que se ejecutaron para una determinada ocasión y con un propósito definido, que estuvieron en la mente del político cuando éste se puso a trabajar en ellas.

Lo que le preocupa a un político cuando proyecta una decisión, cuando realiza apuntes o cuando titubea acerca de cuándo ha de manifestar su decisión, es algo mucho más difícil de expresar con palabras. Él tal vez diría que lo que le preocupa es si es acertada. Ahora bien, solamente cuando hemos comprendido lo que el político quiere decir con tan simple palabra como acertar, empezamos a comprender efectivamente.

Considero que únicamente podemos confiar en esta comprensión si examinamos nuestra propia experiencia. Claro es que no somos políticos, que nunca nos hemos propuesto dedicarnos a la política profesionalmente ni nos ha pasado tal idea por la cabeza. Pero esto no quiere decir que no nos hayamos encontrado frente a problemas semejantes a los que integran la vida del político.

Lo que en ocasiones puede constituir una mala costumbre en la vida real y es, por ello, suprimido o disimulado, puede encajar perfectamente en el terreno de la política. Cuando se trata de reunir formas o colocar expresiones, un político debe ser siempre exagerado o, más aún, quisquilloso en extremo. Él puede ver diferencias en formas y matices que nosotros apenas advertiríamos. Por añadidura, su tarea es infinitamente más compleja que todas las experiencias que nosotros podamos realizar en nuestra vida corriente. No sólo tiene que equilibrar dos o tres decisiones sino jugar con infinitos matices. Tiene, literalmente, sobre la realidad, centenares de posibilidades y de formas que debe combinar hasta que parezcan acertadas.

Puede forcejear en torno a un problema; pasar noches sin dormir pensando en él; estarse todo el día delante de él tratando de colocar un toque aquí o allí, y borrarlo todo otra vez, aunque no podamos damos cuenta del cambio. Pero cuando ha vencido todas las dificultades y ha logrado algo en lo que nada puede ser añadido, estamos frente a algo que es acertado, y se constituye en un ejemplo de perfección en nuestro muy imperfecto mundo.

Resulta fascinante observar a un político luchando de este modo por conseguir el equilibrio justo, pero si le preguntáramos por qué hizo tal cosa o suprimió aquella otra, probablemente no sabría contestamos. No siguió ninguna regla fija. Intuyó lo que tenía que hacer. Es cierto que algunos políticos, o algunos críticos en determinadas épocas, han tratado de formular las leyes de su arte; pero inevitablemente resulta que los políticos mediocres no consiguen nada cuando tratan de aplicar leyes semejantes, mientras que los grandes políticos podrían prescindir de ellas y lograr sin embargo una nueva armonía como nadie imaginara anteriormente. La verdad es que resulta imposible dictar normas de esta clase, porque nunca se puede saber por anticipado qué efectos desea conseguir el político. Puede incluso permitirse un detalle poco usual porque percibe que en él está el acierto.

Después de todo, ya que los grandes políticos se han entregado por entero a la política, han sufrido por ella y por ella han sudado sangre, tienen el derecho a pedirnos que tratemos de comprender lo que se propusieron realizar. Nunca se acaba de aprender en lo que a la política se refiere. Siempre existen cosas nuevas por descubrir. Las grandes decisiones políticas parecen diferentes cada vez que uno las considera. Parecen tan inagotables e imprevisibles como los seres humanos. Es un inquieto mundo propio, con sus particulares y extrañas leyes, con sus aventuras propias. Nadie debe creer que lo sabe todo en él, porque nadie ha podido conseguir tal cosa. Nada, sin embargo, más importante que esto precisamente: para comprender las grandes decisiones políticas debemos tener una mente limpia, capaz de percibir cualquier indicio y hacerse eco de cualquier armonía oculta; un espíritu capaz de elevarse por encima de todo, no enturbiado con palabras altisonantes y frases hechas. Es infinitamente mejor reconocer que nada se sabe acerca de la política que poseer esa especie de conocimiento a medias propio del esnob.

 

robledomeza@yahoo.com.mx

Cel: 2223703233

 

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