Un hogar sólido ¿la obsolescencia del
mexicano?
Tercera y última parte
José Antonio Robledo y Meza
Si analizamos cada pregunta que nos hemos planteado en nuestras entregas anteriores, nos percataremos que ellas tienen tanto componentes teóricos como prácticos. Y todas ellas nos conducen a las preguntas siguientes: ¿Qué somos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué sentido tiene la vida? Todas las preguntas tienen una íntima relación con la pregunta inicial que hemos formulado: ¿México existe? De cómo entendamos esta última pregunta depende lo que entendamos al preguntarnos ¿Creo en México? y ¿México para qué?
Por el momento démosle relevancia a la segunda pregunta ¿Qué tengo que hacer? para responder a la pregunta ¿México existe?
¿Qué tengo que hacer? implica un cuestionamiento sobre nuestro actuar sobre nuestro quehacer, en términos de su adecuación a un deber ser o norma. Es una pregunta que enfrenta nuestra acción con un deber ser vinculante, que experimentamos como algo que nos obliga interiormente, más allá de nuestros gustos o preferencias. Nos obliga a entender el pensar como una actividad que exige un cuidadoso examen y análisis de los “modos de ver” en la vida cotidiana, de ‘evaluar modelos de pensar’. Pero si un modelo de pensar existe es porque está armado con conceptos y si esto es así, entonces, debemos hacer un ‘análisis conceptual’ del modelo vigente. Así que observaremos los conceptos (palabras) más importantes, e intentaremos determinar lo que queremos significar por ellos. El camino exige reflexión y discusión. De lo que se trata es de reflexionar y discutir, hablar y escribir.
A menudo usamos los términos “México”, “existir, “creer”, “saber”, “conocer” en nuestras conversaciones ¿qué queremos decir con esas palabras? ¿En qué nos apoyamos? Con las preguntas planteadas lo que queremos es comprender mejor las cosas y tener una segura base para sustentar nuestras creencias, como también para desprendernos de aquello que no podemos apoyar en razones para creer. No debemos buscar cualquier respuesta sino conseguir respuestas que un hombre racional pueda aceptar luego de la más reflexiva consideración. No debemos sentirnos satisfechos con cualquier respuesta sino con aquella que ha sido considerada cuidadosamente. Debemos considerar los argumentos y analizarlos. ¿Son argumentos válidos? ¿Son las premisas verdaderas? ¿Qué suposiciones [aseveraciones tomadas por verdaderas pero nunca explicitadas] y pre-suposiciones (premisa asumidas como hipótesis pero no necesariamente creídas] están tras los argumentos? ¿Están estas suposiciones/presuposiciones justificadas?
Es el momento de percatarnos de lo característico de nuestras preguntas. No son preguntas que pueden ser respondidas mirando en torno en busca de algunos hechos. No queremos desacreditar el valor de los hechos - los hechos son de importancia para aclarar cualquier pregunta- pero estos no pueden proporcionar una respuesta definida. Nuestra indagación no tiene el propósito de compartir el mismo punto de vista coherente y unitario. De hecho las preguntas formuladas surgen del hecho de que tenemos puntos de vista diferentes en esta materia, y algunos de ellos no son correctos. Nuestras visiones del mundo son generadas por el sentido común, pero desgraciadamente son muchas y a veces incompatibles. El desafío es, por consiguiente, intentar hallar pautas de pensamiento que podrían darnos la mejor visión del mundo posible. Hay ocasiones en que nuestros sentidos nos traicionan - alucinaciones, ilusiones ópticas... ¿Significa esto que debemos abandonar nuestras visiones del mundo de sentido común? Por supuesto que no. No debemos admitir como actitud la del pedante que se coloca como un dios observando los asuntos de los hombres. Nuestra reflexión es profundamente humana y está, como el resto, comprometido en todas las actividades humanas. Cualquier cosa que propongamos sigue siendo humana. La diferencia es que nuestra reflexión parte de que tenemos conciencia de que cuanto ocurre es humano.
Hay una limitación que impondremos a nuestros avances: satisfacer estándares mínimos de coherencia, claridad y credibilidad. Cuando hablamos o pensamos, debemos guardarnos de autocontradecirnos. También debemos esforzarnos por ser tan claros como sea posible, aunque hay diferentes niveles de claridad. Por último, lo que decimos o pensamos debe encajar en el cuerpo de creencias que sostenemos como verdaderas.
En fin, requerimos construir ideas que nos permita a los mexicanos construir un plan de vida racional y colectiva, definir una política para trasformar la realidad en el sentido ético que definamos.
Gracias
Puebla, Pue. Paseo de las fuentes, 2016
robledomeza@yahoo.com.mx
cel: 2223703233
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