Voy a contarte una historia:
Había una vez un anciano que antes de morir decidió ir con el peluquero, pero sólo encontraba estilistas mujeres. No tuvo de otra, ir con una mujer a que le cortara el cabello.
Entró al establecimiento, se sentó y la señora le preguntó:
- ¿Con amor o sin amor?
Nuestro amigo no entendió la pregunta y le dijo:
- Sólo quiero que me corte el cabello. Pronto moriré. No importa si es con amor o sin amor, si quiere darme amor mientras corta, no me importa.
- Yo no le voy a dar amor. Me sobra mucho déjeme decirle, pero el amor es mío y de nadie más.
- Egoista igual que mi difunta esposa.
- ¿Por qué fue egoista?
- Antes de morir me dijo: "Eres un hombre vacío, tarde aprendí que el amor no se da a nadie, y tiré todo lo que tenía en tí, y ni un gracias recibí en 40 años juntos".
- ¿Eso le dijo su esposa?
- Sí.
- ¿Y qué le contestó?
- Yo no se lo pedí. La última vez que lo hice, fue cuando nació mi hijo. Amaba más a su hijo que a mí.
La estilista sólo movió la cabeza y le contestó:
- A veces pensamos que el amor se da o se recibe. A la mala aprendí que no es así.
El señor le preguntó:
- ¿Cómo es entonces? ¿Por qué hablamos de esto?
- Porque si no está consciente de lo que es el amor, no puedo cortarle el cabello, porque si lo hago sin que me responda, no le gustará y me echará la culpa de mi mal trabajo. Si no quiere hablar de cómo quiere su corte, con amor o sin amor, mejor váyase.
El señor comenzó a tener más curiosidad y le contestó:
- Voy a regresar a casa sólo para morir. Que me tardaré unos minutos más, no es problema. ¿Cómo es el amor según usted?
- Yo soy una fuente de amor, usted es una fuente de amor, todos somos una fuente de amor. Si somos una fuente de amor. ¿Por qué pedimos que nos quieran?
La señora guardó silencio. Esperaba una reacción del señor, pero no dijo ni hizo nada. Hasta que de repente comenzó a llorar.
- Señor, ¿Se encuentra bien? ¿Está llorando?
- Sí, soy una fuente, pero de odio y de tristeza.
La estilista continuó con la historia.
- Yo no lo veía así, que somos una fuente. Pensé que era recipiente vació y que los demás me tenían que dar amor y el excedente dárselo a los demás. Pero cuando nadie me daba amor, me quedaba esperando a que alguien me lo diera. Sólo que pasó algo mágico y aterrador a la vez.
- ¿Qué? - Preguntó el señor con un poco de angustia.
- Salía del fondo del recipiente un agua distinta, de colores, que me hacían sentir lo que usted me dijo: dolor, tristeza.
- ¿De donde venía esa agua?
- No lo sé. No lo sabía. Hasta que encontré a una señora, en éste local y me dijo: "Cuando te veas, no como un jarro innerte, y te veas como una fuente, sabrás qué necesitas para sentirte amada".
- Una fuente.
- Sí, una fuente. Y pasaron los años. La señora murió. Me heredó éste negocio, y desde el primer día, hago la misma pregunta que ella: "Cómo va a querer su corte. ¿Con amor o sin amor?".
El señor se levantó, dejó dinero en la mesa que tenía frente a él y se fue, se fue a morir a su casa. No se despidió, no dijo nada, sólo salió del local rumbo a su casa.
Al llegar, se recostó y se dijo así mismo: "Vamos cuerpo, es momento de morir. Nada tengo que hacer aquí".
Pasaron minutos, horas, días. No se moría. Tenía la necesidad de ir a ver a la estilista. En ese momento comenzó a bañarse, a procurarse, comenzó a trabajar de nuevo en lo que más le gustaba: hacer zapatos.
Un día, cuando estaba desocupado, quiso ir a ver a la señora estilista. Recordó que no le dio las gracias y lo más importante, no sabía su nombre. Al llegar, preguntó por la señora. Le dijeron que ya no trabaja allí. Le dieron una nota que decía:
Sé que iba a regresar. Quizá para entonces sea demasiado tarde. El día que se fue, lo vi pensativo. Supe en ese momento que, al igual que yo, me di cuenta que el amor no proviene de nadie, sino de uno mismo. Para cuando lea esto, yo quizá esté muerta. Si usted no fuera una fuente, en este momento sentiría rabia por esta situación, pero no, lo que usted siente es distinto. Espero esté sonriendo y llorando al mismo tiempo. Quizá sienta lo mismo que el día que lo conocí: odio y tristeza. Pero hay algo más: amor. El amor lo crea usted, nadie más. Yo estoy muerta, no le estoy dando amor, usted, como una fuente, la crea. No damos amor a nadie, pero nuestras acciones hacen que las personas produzcan amor, y eso las moverá, como espero suceda con usted, y no se haya muerto antes que yo, y entonces éste mensaje que le escribí con tanto amor, se pierda en el olvido. Confío en que lo lea, y si después de este mensaje, se quiere morir, nos veremos en el más allá.
El señor lloró como un niño. De repente, eso que tenía atorado en el pecho, desapareció. comenzó a sentirse mejor.
En su zapatería, antes de componer o crear un nuevo zapato, preguntaba: ¿Va a querer sus zapatos con amor o sin amor? Y así hasta que murió.
No sabremos si se vieron después de la muerte, pero descubrieron que el amor no se pide, no se espera, no se da, simplemente se necesita una acción, una intensión amorosa y auténtica, para que uno mismo produzca amor, la culpa desaparezca y el dolor y tristeza cada vez sean menos.
FIN
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