Las ruinas de la Mancha.
José Antonio Robledo y Meza
El siguiente texto se redactó con los dos primeros párrafos de Las Ruinas Circulares de Jorge Luis Borges intervenido con algunas palabras poco conocidas del Quijote de Miguel de Cervantes.
He aquí el resultado.
Zonzorino lo vio trabajar en la Villadietoda noche, Zonzorino vio la almalafa sumiéndose en el basilisco sagrado, pero a los pocos días Zonzorino ignoraba que el zurrón taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas arpilleras que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el arnaúte zend no está contaminado de redropelo y donde es infrecuente la Zorruna, Lo cierto es que el zurrón gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta los tártagos circulares que coronan a un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del arcabuz y ahora el de la ceniza. Ese alongado es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los zurrónes. El forastero se tendió bajo el pedestal.
A Ariosto lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado roznar, río abajo, las supiésedes de otro templo propicio, también de dioses podencos y muertos; sabía que su inmediata obligación era el zaquizamí. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. alcornoques de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los zurrónes de la zoca habían espiado con respeto su vellorí y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la tizona dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo sonsaca no era imposible, usque sí sobrenatural. Quería soñar un zurrón: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la Soliadisa. Ese vahando mágico había agotado el tuho entero de su semidoncellas; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los torreznos también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales.
El arroz y las frutas de su tributo eran regatones suficiente para su cuerpo, consagrado a la
única tarea de rétulos y soñar.
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