Solicitud de renuncia de 51
diputados a Juárez como Presidente Constitucional, 7 de septiembre de 1861, primera de dos partes.
José Antonio Robledo y Meza
Un
grupo de diputados pide la renuncia a Juárez como Presidente Constitucional
Los que suscribimos, ciudadanos mexicanos en
ejercicio de nuestros derechos, al ciudadano Presidente de la República,
exponemos:
Que, elegidos por el libre voto de nuestros
conciudadanos para venir a representarlos en el Congreso de la Unión, en
nuestra calidad de Diputados, hemos llenado hasta hoy nuestro deber, estudiando
la situación del país, el origen de los males que lo aquejan y los medios que,
aunque escasos, sean eficaces para salvarlo y, después de un maduro examen que
ha producido en nosotros la convicción más profunda respecto de las medidas
indispensables para organizar la marcha de la causa pública y para alcanzar la
salvación no sólo de los principios políticos conquistados sino aun de la
autonomía nacional, con ella y, cumpliendo un deber indeclinable que nos impone
nuestra conciencia de ciudadanos y haciendo abstracción de nuestro carácter de
Diputados, venimos a elevar una petición respetuosa al ciudadano Presidente,
usando del derecho que nos concede el artículo 8vo del Código fundamental.
Vemos en la situación actual un elemento mayor
que otro alguno de desorganización en la rotura casi absoluta de los lazos
federativos, que deberían ligar, haciendo una las diversas partes que
constituyen nuestra nacionalidad y la escisión de los Estados que tanto espanta
y con razón en la esfera de los hechos consumados, existe ya, así en el orden
administrativo como en el Legislativo y Judicial. Falta pues, la unidad
federativa y con ella faltará dentro de poco la unidad nacional, siendo
imposible, por lo mismo, todo Gobierno en el centro y quedando, cómo está
reducido a luchar estérilmente con su propia impotencia. La verdad de este
hecho tiene el carácter de la evidencia; a dónde pueda conducirnos esta
situación es demasiado fácil adivinarlo; cuál sea la causa de ella y cuál el
remedio es, pues, el asunto de que venimos a ocuparnos.
La gigantesca revolución que ha hecho triunfar
en los campos de batalla la bandera de la Reforma, no ha sido, ciudadano
Presidente, una de tantas revueltas que han agitado durante 40 años nuestro
desgraciado país; ha sido, sí, una verdadera revolución social, en que el
pueblo ha adquirido la conciencia de su fuerza y se ha puesto a la altura de
las conquistas que ha pretendido alcanzar; pero esa revolución, los combates y
las victorias no han sido, ni podido ser más que el prólogo, estando
encomendado su desarrollo y su consumación a la inteligencia política y
administrativa e importante es recordar que en esa lucha los que alcanzaron la
victoria, los que para ella sacrificaron su reposo y su hacienda, prodigando su
sangre fueron, sin duda, los pueblos del interior de la República y de la
frontera, que en el día del triunfo depusieron en el altar de la legalidad
todas sus conquistas. esperaron, con razón, el desarrollo y consumación de la
Reforma; con ella esperaron también ver curadas esas llagas que de antiguo
minan nuestra existencia social y que nos ponen bajo la dependencia de las
potencias extranjeras, que nos dominan con el título oprobiosos de acreedores;
esperaron ver organizar la administración pública sobre los elementos de
moralidad y de justicia, desterrados de ella tanto tiempo hace y, bajo el
halago de esa esperanza, quedaron ahogadas las ambiciones bastardas y por la
primera vez en la historia de nuestro país, el soldado victorioso acató la ley
y cedió el puesto al depositario del Supremo Poder de la Nación.
Mas, por desgracia, todas esas esperanzas han
salido fallidas; la revolución se ha detenido en su marcha, puesto que no ha
adelantado un solo paso en la esfera administrativa; la desmoralización se ha
entronizado en todas direcciones y luchando el Ejecutivo con la falta absoluta
de recursos, se ve el país amenazado por la guerra extranjera, devastado por
bandidos que, sin invocar un pretexto o un principio político al menos, todo lo
destrozan a su paso. Esto es porque a faltado vida y acción en el centro, que
ha visto desaparecer en menos de cien días inmensas riquezas acumuladas por el
clero en tres siglos de dominación absoluta; que no ha podido cumplir una sola
de las promesas mil que ha hecho al país; que ha tenido la desgracia de ver
levantar en la puerta de la Capital por pequeñas hordas de bandidos cadalsos en
que han perecido los hombres más prominentes de la revolución; que con el poder
omnímodo no ha podido destruir unas cuantas bandas de forajidos, ni alcanzar
siquiera asegurar la vida y las haciendas de los ciudadanos en el centro mismo
de la Capital; que, por último, se ha visto obligado a los cuatro meses de
existencia a buscar los medios de sostenerla en las fuentes mismas a que acudió
la reacción caduca y moribunda, en los últimos instantes de su agonía.
(Continuará)
2223703233
No hay comentarios.:
Publicar un comentario