El culto a
Juárez
José Antonio
Robledo y Meza
El culto a
Juárez comenzó dos años después de su muerte cuando Gustavo Baz publica Vida de Benito Juárez,
quien fuera calificada por Francisco Bulnes –en Juárez y las revoluciones de
Ayutla y de Reforma de 1905-, como “caramelos literarios”. En esta obra -dice
Bulnes- Baz hace de Veracruz “un nuevo Sinaí” y a Juárez un Moisés entregando a
su pueblo las Tablas de la Ley.
Las obras de Bulnes hacen responder a Justo Sierra con la obra Juárez, su obra y su tiempo (1905) donde se propone “limpiar del negror del humo” la figura del “gran indígena” convirtiendo a Juárez en “el símbolo y el alma de una obra imperecedera”.
En 1906 -centenario del natalicio de Juárez- se lleva a cabo un acto de desagravio a Juárez cuando ya eran evidentes los cuestionamientos de legitimidad al gobierno de Porfirio Díaz, mediante un concurso donde fueron premiadas las obras de Rafael de Zayas Enríquez: Benito Juárez, su vida, su obra –donde Juárez es presentado como el hombre “del patriotismo puro, de la virtud acrisolada, de la energía sin desfallecimiento...”-, de Andrés Molina Enríquez: Juárez y la Reforma –quien identifica la Reforma con Juárez, de la cual es autor y no un sencillo ejecutante-, de Ricardo García Granados: La Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma en México, y de Porfirio Parra: Sociología de la Reforma –quien desarrolla expresamente la metáfora de Baz: “El, nuevo Moisés del pueblo mexicano, apoyado en la Constitución de 1857, tablas de la ley y arca de la alianza entre la nación y el progreso...”
Existieron razones políticas para desarrollar, en esa época, el culto a Juárez. La primera razón radica en legitimar la autoridad política de Porfirio Díaz, presidente cuestionado por la polémica en torno a la Constitución y la dictadura. El presidente Juárez de 1867 y 1871 parece estar más implicado en eso, que el liberal de 1859; la implícita comparación sirve de fianza para Díaz.
La segunda razón es que la energía, la
paciencia y la impasibilidad representada en Juárez, representante de la
legalidad en el momento de la Guerra de los Tres Años, de la Intervención y el
Imperio han hecho de él uno de esos estandartes vivos con los que se encariña
una historia anecdótica y altamente atractiva, uno de esos símbolos que
muestran al pueblo para agudizar su patriotismo. En esta perspectiva la epopeya
eclipsó una historia más austera, la del movimiento profundo de un pueblo en
formación.
La tercera razón está en relación con los orígenes indios de Juárez, y su fulgurante ascensión social que proporcionaron al estandarte un brillo ejemplar, hicieron de Juárez un símbolo de igualdad democrática que, al utilizarlo de forma demagógica, se acercó al alibí.
Finalmente, la visión de un México, de quien el mestizo es la esperanza, halla su justificación en el héroe Juárez tal y como lo pintan Justo Sierra (Benito Juárez, su obra y su tiempo, 1905) y Porfirio Parra (Sociología de la Reforma, 1906), pero, sobre todo, la Oración cívica de Gabino Barreda de 1867.
Quien se acerca a la obra De la educación moral de Gabino Barreda puede constatar que las prescripciones barredianas formuladas fueron aplicadas en la construcción de las figuras que fueran ejemplos de moralidad y de verdadera virtud, que fueran motivo de imitación y reverencia.
Para terminar esta colaboración enlistaré los rasgos atribuidos a Juárez por tres autores
Gabino Barreda: Benemérito, Inmaculado, Constante, Personificación del gobierno Nacional, Adalid.
Justo Sierra: Gran indígena, Símbolo y el alma de una obra imperecedera, Hombre dotado de una brillante inteligencia.
Porfirio Parra: El nuevo Moisés del pueblo
mexicano, apoyado en la Constitución de 1857, tablas de la ley y arca de la
alianza entre la nación y el progreso, Hombre
dotado de una brillante inteligencia.
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