Cabeza y
corazón, la disputa por la soberanía.
José Antonio
Robledo y Meza
Esta reflexión se centrará en el siglo XVII con el fin de describir la manera en que se elaboraron las representaciones del corazón sobre las cuales se construyó una devoción nueva para el mundo católico, se conoció científicamente el funcionamiento del corazón y, con ello, una perspectiva que iba más allá del mundo monárquico. El inicio de la separación entre la religión y la ciencia empezó, en el siglo XVII, con la representación del corazón. El corazón como símbolo ha variado a lo largo de la historia, pero fue en el siglo XVII que empezaron a convivir los discursos religiosos y científicos. Los discursos fueron construidos desde distintas perspectivas y su multiplicidad coexisten hasta ahora a principios del siglo XXI.
Discursos y prácticas construidos a partir del corazón de Cristo diferentes a los existentes desde los primeros siglos cristianos. Un mismo signo -el corazón- pero símbolos diferentes. En este mismo siglo XVII, en el campo de los conocimientos científicos se llevan a cabo avances que tienen que ver con la anatomía del corazón y cambian conceptos sobre su funcionamiento. La comprensión del corazón mejoró considerablemente a partir de la observación científica, cada vez más puntual, de hechos fisiológicos relativos al cuerpo, como parte del conocimiento alcanzado mediante nuevos métodos de la ciencia, cambios concebidos como una revolución científica. Estos cambios en la situación del conocimiento del corazón, que se dan en la línea cronológica en que aparece la devoción, nos llevan a preguntarnos por las formas y posibilidades de comunicación y de contacto entre esos ámbitos -política-religión-ciencia-, que a partir de entonces se fueron distinguiendo lenta y gradualmente. Los signos de esta distinción anuncian el principio de la modernidad.
La referencia religiosa dejó de ser integradora -el medio de unión en la sociedad- por, entre otras cosas, la aprobación la presencia de una pluralidad religiosa, como efecto de la reforma luterana (1519), del Acta de Supremacía (1534) que declaraba al Rey Enrique VIII como máximo jerarca de la Iglesia inglesa y hacer oficial la separación con Roma, la aparición de Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil (Hobbes, 1651) y la práctica de la lectura bíblica individual, que hizo avanzar la ley política para instaurar un nuevo orden. La separación paulatina entre la religión y la ciencia dio como resultado cambios en los códigos de inteligibilidad. Sin embargo, estas concepciones diferentes del corazón siguieron coexistiendo y relacionándose a lo largo de siglos, pero básicamente pueden distinguirse con claridad dos representaciones del corazón: la científica y la política-religiosa. Las representaciones fueron interdependientes y, en alguna medida, siguen siéndolo hasta ahora porque comparten algunas ideas derivadas de antiguas tradiciones.
La representación política-religiosa del corazón de Cristo ha estado ligado al simbolismo del amor y los afectos. Al mismo tiempo la representación científica ha proporcionado algunos de los elementos que han servido para construir el símbolo en su relación con el amor. Una consecuencia hasta ahora no suficientemente comprendida es la relación del corazón con la política, con el principio de autoridad teológico y el surgimiento del principio secular de autoridad, esto es, el desplazamiento de las monarquías por repúblicas hasta llegar a la Cuarta Trasformación.
La monarquía
y el corazón
“El corazón de los animales es la base de la vida, el principio de todo, el sol de su microcosmos y la fuente de la cual depende todo su crecimiento y emanan toda su fuerza y todo su poder. El Rey, de modo análogo, es base de su reino, sol de su microcosmos y corazón de su república, del cual emana todo poder y proviene toda gracia.” (William Harvey, Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus, 1628). La aplicación hecha por Harvey de la metáfora del corazón a la figura del rey no era algo nuevo para el mundo político de su época. La imagen del soberano que usó avalaba su creencia en que el corazón era el órgano primordial del cuerpo.
La utilización de las metáforas corporales en el terreno político fue legada por la antigüedad grecorromana al cristianismo medieval; éste construyó un sistema de metáforas corporales basado fundamentalmente en la pareja cabeza/corazón. Para explicar el uso de estas metáforas políticas relacionadas con el cuerpo humano es necesario referirnos al desarrollo del concepto de “cuerpo místico”, en su origen religioso. En la cultura occidental el concebir a la Iglesia católica como corpus mysticum cuya cabeza es Cristo, tiene un principio en las ideas expresadas por san Pablo al respecto, pero se definió en el siglo XII y quedó oficialmente declarado en la bula Unam Sanctam (1302) que obligaba a creer en una santa Iglesia Católica, Apostólica, sin la cual no habría salvación posible. Así, el término “cuerpo místico” evolucionó para dejar de designar al sacramento de la Eucaristía y aplicarse a la institución eclesiástica y a la iglesia militante, con lo cual el antiguo concepto litúrgico se transformó en una noción político-jurídica. Al considerar a la Iglesia como un cuerpo, Cristo, que es la cabeza, será representado por el pontífice romano en la función de dirigir a todos los miembros. Se hablará igualmente de los dos cuerpos del Señor, cuerpos natural y místico, personal y corporativo, individual y colectivo, idea que en el terreno político se convertirá en “los dos cuerpos del Rey” desarrollada especialmente por los juristas ingleses.
La imagen de la Iglesia y la sociedad cristiana que forman un cuerpo de carácter espiritual fue tornada por los juristas y trasladada a la esfera estatal. Los teóricos; del estado secular se apropiaron de conceptos de los derechos romano, canónico y de la teología, en su intención de dotar a las instituciones estatales de una aureola religiosa y para ello explotaron la riqueza de los conceptos eclesiásticos. Así, en el siglo XIII se generalizó la noción de cuerpo político y el término “cuerpo místico” se hizo aplicable a cualquier organismo moral y político; a mediados del siglo Vicente de Beauvais en su Speculum Majus hablaba del “cuerpo místico de la república”. A mediados del siglo XIV se cita a Séneca, señalando a la república como el cuerpo del príncipe y, por lo tanto, a éste como la cabeza del reino. John Fortescue en De laudibus legum Angliæ (In Commendation of the Laws of England, 1616), se refirió al cuerpo místico del reino y señaló que dicho cuerpo no podía existir sin su real cabeza.
Una cuestión es entender en qué momento y cómo se da el paso en esta utilización metafórica, para centrar la atención en el corazón y dejar el lugar de la cabeza para representar otras funciones. En el escrito Rex pacificus (1302), es un ejemplo interesante del uso de las metáforas corporales, que surgieron para apoyar al rey en medio de un conflicto entre el monarca de Francia Felipe IV y el papa Bonifacio VIII. En dicho tratado, la cabeza y el corazón son los órganos principales del hombre, microcosmos de la sociedad; el papa es la cabeza y quien da la verdadera doctrina en representación de Cristo: “El príncipe es el corazón desde donde emanan las venas que distribuyen la sangre. Del mismo rey proceden las ordenanzas, las leyes y las costumbres legítimas que transportan la sustancia nutricia, es decir, la justicia a todas las partes del organismo social. El hecho de que la sangre sea el elemento vital por excelencia, el más importante de todo el cuerpo humano, determina que las venas sean más preciosas que los nervios, así como que el corazón predomine sobre la cabeza. El rey es, pues, superior al papa”. Lo anterior resulta importante ya que el corazón se convierte en el centro metafórico del cuerpo político, lo cual se explica en un momento en que las circunstancias políticas requerían una definición. Esta centralidad es una expresión de la evolución del estado monárquico. Otro ejemplo es el tratado Cirugía (1312) obra de Henri de Mandeville, cirujano del mismo rey francés, que atribuye al corazón una importancia primordial y que apoyaba la concepción política de la centralidad real.
El caso de
Harvey es muy posterior a los ejemplos citados antes, pero vuelve al mismo
simbolismo. En uno de los párrafos en que Harvey explica en qué consiste el
movimiento de la sangre, señala que las diversas partes del cuerpo son
“alimentadas, acariciadas y revitalizadas por la sangre más caliente” y cómo la
sangre se enfría al contacto con los miembros, por lo cual se requiere “que
vuelva a su soberano el corazón, como a su fuente o a la morada más íntima del
cuerpo, para recobrar su estado de excelencia y perfección”. Así, la utilización
del concepto de soberano aparece expresamente.
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