Polemizar en torno al “humanismo mexicano”.
José Antonio Robledo y Meza
Todo lo que se discute se reduce a tres cuestiones: si existe la
cosa,
qué es la cosa y cómo es la cosa. Cicerón, El Orador,
14,45.
En nuestra anterior entrega nos comprometimos a responder a las siguientes preguntas ¿qué es el humanismo mexicano?, y ¿si es valioso para los mexicanos y la humanidad dicho concepto?
En esta oportunidad reflexionaremos sobre la pregunta formulada antes de darle respuesta. Esclareceremos la pregunta misma.
¿De qué hablamos cuando hablamos de humanismo mexicano?
La cuestión
¿Qué es lo más importante para abordar una discusión? Saber de qué se discute. La experiencia cotidiana muestra la facilidad con que nos enzarzamos en disputas mal establecidas. Tan absurdo como encargar un traje sin conocer quién lo vestirá es preparar argumentos antes de averiguar qué debemos defender y cuáles son las exigencias de su defensa. Así pues, el principal mandamiento para quien pretenda participar en un intercambio de ideas, dice que, lejos de malgastar sus primeras energías en un acopio tal vez inútil de razonamientos, deberá precisar el objeto sobre el que intenta dialogar: ¿en qué consisten los desacuerdos? ¿dónde radica el meollo de la discrepancia? ¿qué se niega? ¿qué se pretende concretamente rechazar?
Por ejemplo, el 7 de octubre de 2011, el entonces presidente Felipe Calderón afirmó, en la clausura de la Conferencia de Líderes de la Organización Demócrata Cristiana en América (OCDA), que la única opción viable para México era el “humanismo político”.
Aceptando que tenemos dos posturas con una diferencia significativa con respecto al apellido que debe llevar humanismo, dejaremos para otra ocasión el análisis del concepto “humanismo político”. Aquí hablaremos en torno al humanismo mexicano. Esclareceremos que entiende el autor de la propuesta por ello. Esto es importante porque cuando no establecemos adecuadamente los límites de la cuestión, resulta una bataola en el que nadie se entiende porque cada uno trata sobre cosas diferentes. No es raro escuchar debates en los que un participante porfía que los hechos no han ocurrido, mientras que otros sostienen que son una transgresión, y los terceros afirman que está muy bien o mal, cuestiones todas manifiestamente distintas e incompatibles. Es preciso, pues, determinar la cuestión para abrir la controversia.
Delimitando la cuestión
Aunque pudiera parecer que las posibilidades de controversia son infinitas, la cuestión se reduce a tres variedades porque únicamente son tres las dudas o cosas dudosas sobre las que podemos discutir:
a. Si el
humanismo mexicano existe o no, por ejemplo, si se ha producido o no.
b. En qué
consiste y qué nombre le corresponde.
c. Si nos
parece bien o mal.
Al primer tipo de cuestión se le llama de hechos o conjetural, porque en ella discutimos sobre conjeturas para saber si algo (un hecho o una intención) se da o pudiera darse.
Aceptando que los hechos han ocurrido, o que pueden ocurrir, cabe la discusión sobre qué nombre hemos de ponerles. A esta variedad se le llama cuestión nominal o de palabras porque en ella se debate el nombre de la cosa, para conocer qué es, en qué consisten.
Solo estando de acuerdo en que los hechos son ciertos, e independientemente de la denominación que merezcan, se puede discutir si está bien o están mal y si conviene o perjudica. De este modo se debatirá, por ejemplo, si el humanismo mexicano es útil o improductivo. A este tipo de cuestión se le llama evaluativa o de valoración, porque en ella se confrontan juicios de valor para establecer si la cosa es buena o mala y en qué grado.
Estas son, pues, las tres posibilidades de debate que ofrece el asunto en torno al “humanismo mexicano”. A todo lo anterior se denomina cuestión de conocimiento porque nos sirve para explicar y juzgar el hecho. Tocaremos cada una de ellas. Así, por ejemplo, mirando al pasado, vamos a discutir sucesivamente: si la cosa ha ocurrido (cuestión conjetural), cómo la llamaremos (cuestión nominal) y qué nos parece (cuestión de valoración).
Un debate que suscita la acción.
Nada impide
polemizar sobre una o varias de las cuestiones básicas planteadas, pero el debate
no se limita a ellas. Discutimos al servicio de la acción (praxis). Queremos
dejar sentado cómo son las cosas porque nos esperan preguntas adicionales:
¿hay que hacer algo?, ¿qué es lo que habría que hacer?, ¿cómo conseguirlo?
Estamos hablando de cuestiones de acción. Nos interesan las cuestiones de
conocimiento como preludio y fundamento de nuestras decisiones.
Aquí ocurre
también que los debates imaginables son infinitos pero sus variedades se
reducen sustancialmente a dos: la deliberación (¿qué hacer?) y el
enjuiciamiento (¿quién es el responsable?).
En la deliberación nos ocupamos del futuro, no para vaticinarlo, como corresponde a una cuestión puramente conjetural, sino para escoger cómo nos conviene actuar.
¿Se debe admitir el concepto de humanismo mexicano para formar parte de la cultura política mexicana? El admitirlo ¿obliga al Estado a modificar su trato para con los ciudadanos? ¿El Estado debe redefinir su política de primero los pobres?
Son cuestiones de acción que no podremos resolver sin repasar antes las cuestiones de conocimiento en cada una de las alternativas disponibles.
En el enjuiciamiento discutimos sobre personas para delimitar responsabilidades, lo que nos obliga a tocar cuestiones conjeturales (¿intervino?), de nombre (¿imprudencia temeraria o accidente?), y de valoración (hizo bien, hizo mal, hizo lo que pudo), para concluir con una deliberación (¿merece reconocimiento o rechazo?).
Bien se ve que tanto la deliberación como el enjuiciamiento son debates mixtos que pueden albergar discrepancias múltiples.
En suma: el primer paso en toda polémica debe servir para precisar la cuestión: ¿qué es lo que se discute? ¿sobre qué asunto y sobre qué aspecto de dicho asunto? A esto nos referimos cuando hablamos de centrar el debate o acotarlo.
Delimitadas
de esta manera las cuestiones posibles, conviene ahora que las veamos un poco
más despacio y en orden lógico, porque cada una de ellas impone modos
peculiares para la defensa o la refutación. Comenzaremos por la primera, es
decir: la cuestión conjetural. Eso lo haremos en nuestra próxima entrega.
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