jueves, 20 de mayo de 2021

El Dios de Spinoza

El Dios de Spinoza

José Soto Pérez.


En el año de 1929, se le preguntó a Albert Einstein si creía en Dios. Su respuesta a esta interrogante es muy frecuentemente citada: “Yo creo en el Dios de Spinoza, quien se revela en la ordenada armonía del mundo, no en un Dios que está preocupado con los destinos y los pormenores de la humanidad.” Esta afirmación ha sido repetida una y otra vez, incluidos personajes científicos célebres como Carl Sagan y Neil DeGrasse Tyson, quienes parecen haber encontrado algo valioso en aquello percibido como el Dios de Spinoza.

Pero, ¿en qué consiste el Dios de Spinoza que hizo que Einstein se refiriera a él y qué tan precisas son estas discusiones en nuestros días?

Les agradezco a todos los aquí presentes, escuchando esta presentación, desde el ángulo de un físico, que es sólo un aficionado a esto que los demás denominan filosofía, y que es un fan de este personaje tan singular como lo es Baruch Spinoza.

Nuestro personaje vivió en los Países Bajos durante el siglo XVII E. C. y frecuentemente es visto como uno de los filósofos más significativos, no sólo del período moderno, sino de todos los tiempos. Sus ideas acerca de temas tales como Dios y la filosofía hasta nuestros días. Él nació en Ámsterdam en 1632 dentro de la comunidad intelectual judía sefardita. Spinoza demostró ser una joven promesa. Provenía de una familia modesta y como joven, ayudaría a su familia con su negocio de importaciones.

Sus intereses intelectuales comenzaron pronto, a principios de su vida adulta, causando revuelo y controversia dentro de la comunidad y sus autoridades. En el año de 1656, a la edad de 23 años, recibió el anatema de su comunidad, conocido como cherem:

“[…] desde hace mucho [se tenía] noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch Spinoza y por diversos medios y advertencias, han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieron resultado alguno […] resolvieron […] que éste fuera […] expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto […]: […] expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza […] ante los Santos Libros de la Ley con sus [seiscientas trece] prescripciones, con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición con que Eliseo maldijo a sus hijos y con todas las execraciones escritas en la Ley. Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo persone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. […]

Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, […] que nadie lea nada escrito o trascripto por él.”[1]

Mucho se ha especulado acerca de los motivos por los que fue expulsado y desterrado de sus “horrendas” y “abominables” “herejías” y varios afirmarán que esto tuvo algo que ver con las ideas que después expondrá en sus escritos filosóficos.

Debido a este hecho, Spinoza abandonó a Ámsterdam y vivió periódicamente en varios lugares en los Países Bajos antes de asentarse por el resto de su corta vida en La Haya, dedicándose a desarrollar sus ideas filosóficas.

Escribió varias de sus obras literarias y ejerció como docente personal usando el nombre de Benedicto o Benedictus. Entre sus obras se cuentan el “Tratado Teológico-Político” y una exposición sobre los principios de filosofías de Descartes, los cuales eran controversiales en su época. Sin embargo su obra maestra, por lo cual sería conocido en el mundo, es el de “Ética”, escrita entre los años de 1661 y 1675. Se publicó de manera póstuma en 1677, siendo reconocido como su obra maestra, estando dividida en cinco partes.

En la primera parte, Spinoza presenta sus argumentos y sus ideas sobre Dios, que ha inspirado a incontables personas a lo largos de los siglos. Sin embargo, las ideas de Espinoza sobre Dios pueden ser bastante complejos y no siempre son tan simples como podrían parecer a primera vista cuando se le asocia con una posición filosófica o teológica conocida como panteísmo (donde pan significa todo y theos significa Dios), por lo que la idea de que todo es Dios o que Dios es todo. Esto se debe a que existe el malentendido ampliamente extendido que identifica a Dios con la Naturaleza misma, lo cual vamos a abordar posteriormente. Ahora bien, esto no es del todo incorrecto.

No obstante, existe mucha mayor complejidad e insinuaciones que hacen que Spinoza resulte algo difícil de interpretar, por lo que existen varios puntos de vista en la comprensión de lo que realmente quiso decir.

En ocasiones se le han etiquetado de ateo, debido a su supuesta reducción a las leyes de la Naturaleza. Por el otro lado, los románticos alemanes lo han tildado de ser un hombre intoxicado por Dios. Estas dos caracterizaciones son completamente opuestas, pero son parcialmente legítimas, dependiendo de la perspectiva que uno elija para analizarlo.

Sin mayor preámbulo, entremos entonces en materia. Ya he mencionado que existen varias discrepancias y maneras de entender en cómo debería leerse el bosquejo general. Spinoza habla de algo llamado sustancia, que es un concepto que incluso antecede a Aristóteles y que ha sido empleado por los filósofos hasta nuestros días.

Se puede decir que la sustancia es algo que es independiente, algo que no requiere de otra cosa para su existencia y cito, “por sustancia entiendo lo que es en sí mismo y lo es concibe a través de sí mismo.”

De acuerdo con la mayoría de los filósofos, incluyendo aquellos contemporáneos con Spinoza, existen muchas sustancias en el mundo. Yo tengo una sustancia. Un perro tiene sustancia. Sin embargo, para Spinoza, existe sólo una Sustancia, que es la esencia perfecta infinita[2] con un número infinito de atributos, en los que todas las cosas en el Universo son sólo modos finitos[3] de esta Sustancia[4] consistiendo de una infinidad de atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita.

Por esto mismo podemos considerar a Spinoza como “monista” o en cierto sentido, que cree en una “Sustancia monista”, lo cual, hasta cierto punto, es una evolución natural del pensamiento originado desde el Rambam (el Rabí Moisés bin Maimónides).

Para Spinoza, sólo existe una esencia unificada que es Dios o Naturaleza, que es la sustancia de todas las cosas. Sin embargo, no debemos ver a la sustancia de la misma forma en que veríamos la esencia de una mesa. En vez de esto, se podría ver a la sustancia como la realidad subyacente de algo o, en este caso, de todas las cosas, la sustancia o de Dios que en sí no es finito, sino infinito, existiendo más allá de todas las sustancias, incluyendo el aspecto material.

De hecho, incluye a este como uno de sus atributos infinitos, aunque no esté limitado a él y debido a que sólo hay una Sustancia Divina, esto implica obviamente que no hay alguna otra Sustancia. Esto lo demuestra Spinoza por el método de reducción al absurdo.

Esto implica que todo objeto es, de alguna manera, una parte de Dios y esta faceta panteísta de su pensamiento llevó a algunos a concluir que todo lo que existe, existe en Dios y nada puede ser o concebirse por fuera de Dios (lo cual insinúa una discusión a cuatro bandas: todo vs. Todo, nada vs. Nada, todo vs. Nada y Todo vs. Nada).

Lo que esto quiere decir es que todo pertenece (en el sentido de la operación lógica de la teoría de conjuntos) a Dios; i. e., todos los objetos simplemente son partes de un todo, un Todo que es Dios en la manera en que se ocupa este significado en este durante siglos.

Sin embargo, parece ser claro que Spinoza sí hace la diferencia entre Dios y sus atributos, por un lado, y el mundo por el otro, al afirmar que el primero es básicamente idéntico, mientras que el mundo se describe como los modos de los atributos de Dios y cito: “de la necesidad de la naturaleza divina se sigue que hay un número infinito de muchos objetos en un número infinito de modos, debido a que ya hemos visto que Dios es infinito en su esencia y tiene un número infinito e ilimitado de atributos, los cuales son todos idénticos a la esencia de Dios, pero que expresan su infinita naturaleza en diferentes maneras y que los modos que conforman al Universo son expresiones de aquellos atributos.

Spinoza afirma que los modos son las afecciones de los atributos o modos de Dios en los que los atributos de Dios son expresados de una cierta y determinada manera. En otras palabras, la Sustancia Absoluta Infinita, que es Dios, está expresada en una forma finita limitada[5] a través de los modos del Universo.

De esta manera, todo[6] es Dios, como lo mencionamos anteriormente. Él identifica a Dios con la Naturaleza, con lo cual estoy de acuerdo. La Naturaleza y sus leyes son simplemente expresiones directas de la Naturaleza Divina y Spinoza considera que existen dos aspectos o vertientes a la Naturaleza:

-          El primero lo define como natura naturans, el principio activa que es la causa de todo lo demás y que es directamente idéntica a Dios.

-          El segundo lo establece con el nombre de natura naturata, que es resultado del primer aspecto, el cual es producido por el aspecto activo.

Este segundo aspecto deriva en uno de los puntos principales en los que los estudiosos no se ponen de acuerdo, que es en si Spinoza identifica a Dios sólo con la naturaleza en la Naturaleza o si Dios también es idéntica a la naturaleza producida (el segundo de los aspectos.

Esto tiene relevancia para saber si se le debe entender a él como un panteísta o no. ¿Acaso Dios está separado del Universo como siendo al menos la causa del Universo y el Universo siendo los modos o expresiones de los atributos de Dios, aunque permaneciendo en cierto sentido separado, o si se le identifica completamente con el Universo manifestado? Esta última interrogante es la que algunos estudiosos usan para sostener que Spinoza identifica completamente a Dios con el mundo creado y que Dios simplemente es un sinónimo de la Naturaleza, avalando aquellos que lo califican como ateo.

Otros están de desacuerdo, señalando a varias secciones en su libro “Ética,” en donde hace una distinción más clara entre los dos. Dios es la causa de la cual proviene el Universo, pero para él, existe una cierta diferencia debido a que el Universo sólo es un conjunto finito de expresiones o manifestaciones; es decir, los modos de los atributos infinitos de Dios, aunque Dios mismo, al ser infinito, sigue siendo mayor que esta manifestación o expresión limitada.

¿Puede Spinoza ser entonces calificado como panteísta si seguimos a la segunda teoría y también definimos al panteísmo como la completa identificación de Dios con el mundo creado o la totalidad del mundo?

Ahora bien, yo no afirmo ser un experto en la filosofía, y menos en la de Spinoza en particular y no deseo responder a esta interrogante en este momento, pero si me parece que resulta claro que Spinoza coloca a Dios como una parte central de su sistema filosófico y que el propósito completo de su libro “Ética” lleva a la conclusión de que uno deberá vivir en constante amor y admiración de Dios.

Luego entonces, teniendo todo esto en cuenta, ¿por qué se le califica tan frecuentemente como un ateo? Esto es debido a que hay ciertos aspectos en su teología que colisionan directamente con la teología clásica expresada en las religiones abrahámicas.

Spinoza rechaza completamente la idea de una deidad personal. Para él, Dios no es aquel que juzga o que le importa si comes o no, o si rezas o no. Ni siquiera creó al mundo de manera deliberada, sino por la necesidad de su Naturaleza. Esta es una negación directa a la deidad que responde a los rezos o que habla en la forma de escrituras sagradas.

Spinoza incluso niega a la existencia de los milagros, ya que todo en el mundo deberá seguir las leyes de la Naturaleza. Recuerden que Dios es idéntico (en el sentido de la operación lógica) a la Naturaleza, por lo que, si existiese algo que quebrantara estas leyes, sería equivalente a afirmar que Dios va en contra de sí mismo, lo cual sería un absurdo.

Además, se desprende de su teología que la creencia en cualquier divinidad personal que interfiere en el mundo o que le importa lo actuado por la humanidad es vil y llana superstición.

El Dios de Spinoza es una abstracción filosófica impersonal. Es por esto que sus puntos de vista han suscitado tanta controversia, siendo calificado como ateo debido a que niega que haya un Dios personal, lo cual representa, de acuerdo con la mayoría, uno de los supuestos centrales de la creencia religiosa y que afirman que resulta equivalente a afirmar que no cree en Dios alguno.

Esto es lo que hace tan atractiva la postura de Spinoza para el marco estructural de los científicos modernos y por lo que es tan perseguido por los ministros de culto de las religiones abrahámicas.

En mi opinión, su teología plantea nuevas oportunidades para conocer a la realidad y rompe esquemas que permiten imaginarse al mundo de otras formas. Sin embargo, creo que los conceptos de lo finito e infinito no están correctamente definidos por cuestiones históricas y del avance del lenguaje matemático. El que tendría oportunidad de hacerlo es Cantor, pero eso estaba a casi un cuarto de milenio en el futuro, por lo que sería injusto y anacrónico señalarlo por estas impresiones.

Les agradezco a todos su paciencia y atención. Me encantaría saber qué opinan ustedes al respecto.



[1] Barylko, Jaime (1977). Introducción al Judaísmo. Fleisman & Fischbein, p. 100.

[2] Para Spinoza, el término “infinito” es sólo en el sentido literal, un “sin fin”. En su época no estaba definido de manera formal. Esto sólo sucedió hasta la llegada de Cantor, en la segunda mitad del siglo XIX.

[3] Primer error conceptual, aunque sólo lo es de manera anacrónica.

[4] A lo cual refiero usando mayúsculas, al referirme a los atributos de Dios, por consistencia y para evitar confusiones.

[5] Paradoja de cardinalidad, es decir, de comparación de diferentes órdenes de infinito.

[6] ¿Todo, así, con mayúsculas?

Del Ateísmo Pesimista de Schopenhauer y la Genética de la Espiritualidad de Hamer

Del Ateísmo Pesimista de Schopenhauer y la Genética de la Espiritualidad de Hamer

Laura Kérlegan Serrano


Ateísmo Pesimista de Schopenhauer

Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán que vivió de 1788 a1860, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX. Su filosofía la construye a partir de la de Kant y Platón, y la nutre con las principales filosofías orientales (budismo, taoísmo, vedanta). Es el máximo representante del pesimismo filosófico​ y fue uno de los primeros filósofos en manifestarse abiertamente como ateo. ​

Para construir lo que se conoce como su filosofía del Voluntarismo, Schopenhauer tomó de la filosofía de Kant la distinción entre fenómeno y noúmeno, entre las cosas y su esencia. Para él, lo que existe es una Voluntad (la cosa en sí) que se objetiva o se manifiesta en los diferentes seres (fenómenos) que conforman el mundo. Esta objetivación se manifiesta en una serie de gradaciones, yendo desde la vida inorgánica (como las leyes físicas y la materia) a la orgánica (los seres vivos, como las plantas y animales), en los que se manifiesta como voluntad de vivir, hasta alcanzar su grado más distinto y completo: el ser humano. La Voluntad no es en Schopenhauer un sinónimo del concepto psicológico de querer, sino que se refiere a un ser o esencia de índole metafísica, al núcleo de toda la realidad.  Es un impulso, un ímpetu que no es racional ni tiene motivos, finalidad ni propósito, sólo es una mera tendencia ciega a existir, y esto le confiere una característica esencial: al ser todos los seres manifestaciones u objetivaciones de la Voluntad, todos tienden hacia los otros, se adecuan y se acompañan de manera recíproca, todos se necesitan entre sí para su conservación y sobrevivencia. De modo que esta adaptación de los diferentes seres tiene como límite la sola conservación de la especie, pero no la de los individuos; y así nos encontramos ante una Voluntad que se devora a sí misma, y se manifiesta en una lucha general, el conflicto, que podemos observar en la naturaleza como una guerra eterna sin cuartel que se hacen los individuos de una misma especie o entre especies para arrebatarse la materia que asegura su existencia.

La Voluntad alcanza su grado máximo de objetivación con el ser humano por la razón y la conciencia, pues es en él donde se concibe como deseo consciente. Sin embargo, esas características son las que hacen de la vida humana la más dolorosa forma de vida: es el único ser que se da cuenta de su finitud y de dimensión infinitamente pequeña, de que su existencia está verdaderamente limitada por un perpetuo y constante caminar hacia la muerte, con un cuerpo que día a día muere a pesar de todos los cuidados y la satisfacción que pueda dársele a sus necesidades. La esencia de la Naturaleza que no piensa, la Voluntad, es una constante aspiración sin fin y sin descanso, lo cual se percibe mejor en el hombre. Querer y ambicionar es la esencia del hombre, pero la base de todo querer es la falta de algo, la privación, el sufrimiento; por su origen y su esencia, la voluntad está condenada al dolor. Incluso cuando ha satisfecho sus aspiraciones, pues de inmediato siente la saciedad, un vacío aterrador, el tedio, el hastío, el aburrimiento. Así, la vida humana oscila cual péndulo entre el sufrimiento y el tedio, sus elementos constitutivos. Sí, el humano es la más perfecta de las objetivaciones de la Voluntad, pero es al mismo tiempo la que tiene más necesidades: toda su vida lo absorben los cuidados que requiere la conservación de su cuerpo, sufre del imperativo de propagar la especie, por todas partes le acechan peligros de toda especie, contingencias y adversarios, y requiere de una continua vigilancia para evitarlos.

Tal es el dolor y el sufrimiento de este mundo que, para Schopenhauer, vivimos en el peor de los mundos posibles, y he aquí donde radica su pesimismo filosófico. Las filosofías y religiones optimistas, para Schopenhauer, son aquellas que plantean la existencia de este mundo como justificada por sí misma, como un regalo o don de Dios para los hombres, por lo que la elogian y ensalzan. En cambio, la visión pesimista del mundo es la que lo concibe como consecuencia de nuestra culpa y que por lo tanto no debería ser, y la que reconoce que el dolor y la muerte no pueden radicar en el orden eterno, originario e inmutable de las cosas, en aquello que a todos los efectos debería ser.

El pesimismo que anega la visión del mundo de Schopenhauer le permite afirmar con rotundidad su ateísmo, argumentando contra el teísmo y el panteísmo. Contra el teísmo (que afirma la existencia de un Dios creador del universo y que interviene en su evolución) afirma que no podríamos explicarnos las razones que tendría un ser todopoderoso y omnisciente para haber creado un mundo atormentado y si, inclusive, le atribuimos la cualidad de la suprema bondad, su decisión se convierte en absurda. Resulta incluso peor el panteísmo (según el cual todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios es inmanente al mundo), pues el mismo Dios creador es el infinitamente atormentado, el que, solamente en esta pequeña Tierra, muere una vez a cada segundo; y lo hace por libre decisión: ¡eso es absurdo! Ningún ser inteligente, mucho menos uno omnisciente, se pondría a sí mismo en la situación que caracteriza nuestro mundo.

Antes que afirmar la absurda existencia de Dios a partir del peor de los mundos posibles, para Schopenhauer sería mucho más correcto identificar el mundo con el diablo. El mal y la maldad deben tener su germen en el origen o en la esencia del mundo, pues no pueden surgir de la nada; pero aquello que tuvo el poder de crearlos, también debería tener el poder de evitarlos. La evidencia del mal en nuestro mundo sería una acusación contra Dios; pero como no hay Dios creador, esta acusación es contra la naturaleza y contra nosotros mismos, los hombres. Y si no se identifica al mundo con el diablo, sí por lo menos puede pensarse que fue resultado de la fatalidad, de un terrible error de una fuerza tan inmensa que para producir y mantener este mundo se dirija al mismo tiempo contra su propio provecho.

De esto, se desprende otro concepto central del pesimismo: reconocer la verdad honda y dolorosamente sentida por todos de que nuestro estado es sumamente miserable y al mismo tiempo culpable, tiene como consecuencia la necesidad y la posibilidad de la redención. La única forma de eludir el dolor es dejar de buscar su causa y asumir como fuerte convicción que el dolor es esencial e inseparable del mundo y de la vida, que no proviene del exterior y de los accidentes, sino que lo llevamos dentro de nosotros como un manantial que nunca se agota. Aceptar que esto es así nos llevará a la verdadera salvación, a la negación de la voluntad y a la redención de este mundo, con lo cual nuestro sufrimiento terminará. Schopenhauer enumera los medios de huida del sufrimiento:

Estética: que es contemplación de la obra de arte, porque nos aparta de la vida real transformándonos en espectadores desinteresados.

Ética: con la práctica de la compasión moral (al sentir el dolor y sufrimiento del otro como propios) y del altruismo.

Ascetismo: que es autonegación del yo, la negación de la voluntad de vivir.

Hemos dicho que la objetivación más perfecta de la Voluntad es el ser humano. Esto es así porque en él la Voluntad asciende hasta aparecer como razón, como reflexión; y entonces se asombra de su existencia, de sus propias obras y se pregunta qué es ella misma. Pero entonces es aquí donde, por vez primera, se enfrente conscientemente a la muerte y a la banalidad de todos los esfuerzos por evitarla. Con este asombro y esta reflexión es que nace la necesidad metafísica del hombre que le da la disposición de asombrarse de lo habitual y cotidiano y lo induce a convertir la totalidad del fenómeno (el mundo) en un problema, a preguntarse por qué existe el mundo y por qué tiene precisamente esta condición, buscándole una explicación más allá de la experiencia; preguntándose por lo que se oculta tras la naturaleza y la hace posible.

La fuerza del impulso a la reflexión filosófica y a la interpretación metafísica del mundo estarán determinadas por dos factores:

1) Del asombro de que el mundo exista, pero además de que sea un mundo tan triste con la presencia del sufrimiento y la necesidad de la vida, del mal, de la maldad y de la muerte.

2) El nivel intelectual y de instrucción en que se encuentre cada hombre en particular.

En tanto un hombre este agobiado y atenazado por satisfacer las necesidades de su cuerpo y de su sobrevivencia, su vida no será más que una lucha constante por su existencia y lo que le hará persistir en esta fatigosa lucha no será tanto el amor a la vida como el miedo a la muerte. El hombre que vive así –que son la mayoría- más bajo se encuentra en lo intelectual y, por lo mismo, para él la existencia misma menos tiene de enigmático, le parece que las cosas son fáciles de entender porque así son y él mismo se encuentra ligado a la naturaleza como parte integral de ella, capta al mundo de manera puramente objetiva. Sólo el hombre que con un desarrollo superior de la inteligencia y con mayor instrucción está condicionado para el asombro y reflexión filosóficos.

Es así como Schopenhauer distingue dos formas distintas de satisfacer esa necesidad metafísica tan pronunciada, pues esta diferencia de grado de inteligencia e instrucción en los hombres impide la existencia de una metafísica para todos. Hay entonces dos tipos de metafísica:

La metafísica que tiene su acreditación fuera de sí misma, la llamada metafísica popular porque está hecha para la mayoría de los hombres, que no son capaces de pensar sino solamente de creer, que no son receptivos a las razones sino a la autoridad. Esta metafísica popular la conforman las religiones, su acreditación es externa y se presenta a través de la Revelación con signos y milagros. Sus argumentos son principalmente amenazas de males eternos y temporales, dirigidas a los incrédulos o a los que dudan. Las religiones tienen un privilegio: son enseñadas desde la más tierna infancia para que sus preceptos queden grabados como un segundo intelecto innato. Dado que está destinada a un incontable número de hombres incapaces de demostraciones y pensamientos, que nunca comprenderían las verdades más profundas y difíciles, otra de sus características es que su única obligación es ser verdadera en sentido alegórico. Esta naturaleza alegórica de la religión es la única forma de hacer tangible al sentido común y al entendimiento rudo lo que le resultaría inconcebible (las cosas en sí), la exenta de demostraciones y sólo exige fe, una aceptación libre de que eso es así. Las religiones son un mal necesario, pues llenan el espacio de la necesidad metafísica; además, para efectos prácticos son norte del obrar de la masa y estandarte de la rectitud y la virtud, y por otro lado ofrecen consuelo en el duro sufrimiento de la vida.

La metafísica que tiene su acreditación en sí misma, que exige reflexión, instrucción, esfuerzo y juicio; sólo puede ser accesible para un número extraordinariamente pequeño de hombres; la constituye la Filosofía. Su característica principal es su pretensión y obligación de ser verdadera, pues se dirige al pensamiento y a la convicción.

 

Genética de la Espiritualidad de Hamer

Dean Hamer es uno de los genetistas más prestigiosos del mundo, además de autor y productor de filmes documentales. Doctorado en Medicina por la Universidad de Harvard nacido en 1951, desde hace 35 años es investigador en Instituto Nacional de Salud (National Institute of Health) y es jefe de Estructura Genética y Reglamentación (Gene Structure and Regulation Section) en el Laboratorio de Bioquímica del Instituto Nacional de Cáncer (National Cancer Institute), en Bethesda, Maryland. Es conocido por sus contribuciones a la biotecnología y a la prevención del VIH/SIDA; y sobre todo por sus investigaciones sobre el papel que la genética juega en el comportamiento humano, incluyendo la felicidad, la orientación sexual (gen gay) y la espiritualidad (gen de Dios). Ha ganado numerosos premios, incluyendo el Premio Joven Científico Distinguido de Maryland (Maryland Distinguished Young Scientist Award) y el Premio Ariens Kappers por Neurobiología (Ariens Kappers Award for Neurobiology); sus investigaciones y publicaciones han revolucionado el conocimiento en estas áreas y generado enormes controversias.

Ha publicado, además de numerosos artículos en revistas científicas y divulgativas, libros como:

- La ciencia del Deseo: en búsqueda del Gen Gay y la Biología del Comportamiento (The Science of Desire: The Search for the Gay Gene and the Biology of Behavior), 1994

- Viviendo con nuestros genes: por qué importan más de lo que pensamos (Living with Our Genes: Why They Matter More Than You Think), 1999

- El gen de Dios: Cómo la fe está determinada en nuestros genes (God gene: How Faith is Hardwired into our Genes) 2004

En éste último libro afirma que nuestra inclinación hacia la fe religiosa está determinada por factores genéticos y no sólo por el contexto social, cultural y educativo de los individuos, y dedica varios capítulos a una detallada descripción de los diferentes momentos de la investigación y de sus procesos que le brindan la evidencia científica que sustenta dicha afirmación. En su capítulo introductorio explica las limitaciones de la investigación: entre ellas que el estudio intenta explicar por qué los humanos creen, pero no si sus creencias son verdaderas (es decir, no pretende afirmar la existencia de Dios), y también que no pretende dar una explicación total de la espiritualidad.

De inicio, Hamer distingue la espiritualidad de la religiosidad. La conducta espiritual tiene una base biológica que comparte con otros factores (como el entorno familiar y social, el desarrollo embrionario y otras variables); y la religiosidad es más bien un constructo de naturaleza sociocultural que se manifiesta en la pertenencia a una religión y el seguimiento de sus doctrinas, creencias y ritos. La espiritualidad se perfila, al margen de credos religiosos, no sólo como la devoción por un Dios, sino que contempla rasgos de la personalidad tales como:

Olvido de uno mismo: capacidad de perderse a sí mismo y experimentar la trascendencia espacio-temporal (ignorar el transcurrir del tiempo y lo que sucede alrededor) cuando se ejecuta alguna actividad (música, pintura, arte, trabajo, deporte, estar en oración).

Identificación transpersonal: capacidad que tienen las personas para ir más allá de sí mismas, para percibirse como formando parte de una totalidad, el sentimiento de conexión o comunión con la naturaleza, con el universo o con Dios, llevándolas al punto de estar dispuestas a sacrificarse para salvar, por ejemplo, a las ballenas, los árboles o al planeta por la fuerte conexión que sienten con la naturaleza.

Misticismo: condición humana para experimentar el sentido de lo sagrado, para creer en los misterios y captar la realidad de las cosas inefables, que no pueden explicarse (la emoción que provoca un poema, la creatividad o el origen de la vida).

En la primera fase de su investigación la inquietud de Hamer era averiguar en qué medida la espiritualidad es una característica heredable, y qué papel juegan factores ambientales y/o educativos.  Para dilucidarlo utilizó test psicológicos llamados Inventario sobre Temperamento y Carácter (o ITC) creados por el psicólogo Robert Cloninger en 1994 para medir numéricamente estos diversos aspectos de la autotrascendencia o la capacidad para la espiritualidad; y los aplicó a más de mil personas, que eran diferentes tipos de gemelos y hermanos. Los primeros resultados mostraron que los genes desempeñaban un papel importante en la autotrascendencia, del mismo orden que los factores ambientales.

Pero Hamer no sólo quería sostener la base genética de la espiritualidad, el siguiente paso de la investigación consistió en buscar la identificación del gen específico asociado a la espiritualidad; el libro relata en su mayor parte cómo fue este proceso. Partió de los avances de las neurociencias, la farmacología y la psiquiatría genetista que ya han estudiado y distinguido el grupo de genes que controlan la producción de las llamadas monoaminas, sustancias que tienen efectos diversos en los estados anímicos y la conducta del ser humano, entre ellas los neurotransmisores dopamina y serotonina, que están ligadas a sentimientos como el placer, la motivación o la ansiedad[1]. Los primeros estudios moleculares de las personas que obtuvieron mayores puntajes en los test de autotrascendencia no mostraron resultados que permitieran esclarecer que algún grupo de genes pudiera tener una asociación directa con la espiritualidad.

La investigación tenía dos problemas: la muestra era demasiado pequeña y sesgada, y los genes a estudiar eran demasiados (59) para los siete grupos o grados de espiritualidad que Hamer había preestablecido; modificó sus muestras (mayores y menos sesgadas, o con grupos de individuos relacionados genéticamente) y se concentró sólo en los genes que te­nían alguna relación con las monoaminas (sólo nueve) para unos nuevos estudios moleculares.

Los resultados, en esta ocasión, sí revelaron un vínculo entre esa medida de la espiritualidad y un gen; el VMAT2 (vesicular monoamine transporter, transportador vesicular de monoaminas). Este gen codifica para una proteína que tiene por misión empaquetar (en vesículas) las diferentes monoaminas en vehículos de secreción entre las neuronas que controlan su liberación y garantizan su tráfico óptimo en el cerebro, es decir, maneja todas las monoaminas de forma simultánea. La proteína que este gen produce es tan relevante que, incluso aunque las monoaminas se produzcan con buenos niveles, la falta de esta proteína genera que se degraden antes de lograr transmitirse y cumplir con sus diferentes funciones. Pero además se halló que dicho gen aparecía con dos variantes[2], de modo que quienes poseían una versión determinada de ese gen, daban resultados mayores en los test de autotrascendencia.

La investigación de Hamer no sólo es relevante en cuanto ha hallado la instanciación biológica que nos predispone a creer en Dios y a la vida espiritual, sino que sus conclusiones lo llevan a afirmar que el gen de Dios –como lo bautizó- nos brinda posibles ventajas para nuestra supervivencia y evolución como especie, por lo que creer en Dios podría ser adaptativo. Según esta visión, el gen de Dios ha jugado un papel crucial en la selección natural pues les proporciona a los seres humanos un innato sentido del optimismo, acompañado de satisfacción personal, felicidad y de la capacidad de darle sentido a la vida a pesar de las adversidades y del medio hostil; de modo que, a lo largo de la evolución de la humanidad, creer en deidades, en fuerzas sobrenaturales o en otras vidas nos pudo haber ayudado a seguir adelante, a luchar contra los elementos y a procrear pese a nuestro inevitable destino: la muerte.

Si la espiritualidad es algo debido en parte a la genética, sería así mismo hereditario: un grupo de humanos con una mayor proporción del gen VMAT2 tiene mayores posibilidades de éxito biológico que otro desprovisto de este gen, con lo que nuestra especie podría tener un mayor éxito evolutivo.

 Los resultados de Hamer han sido muy polémicos. Sólo por citar dos críticas antagónicas: están por un lado los que utilizan sus resultados para afirmar que encontrar el gen de Dios es la prueba de que no existe Dios y que la religión entonces es sólo un programa para engañarse a uno mismo; por otro lado, están los creyentes, quienes ven en este gen un signo más de la inventiva del creador: una forma inteligente de ayudar a los humanos a comprender y aceptar su presencia.

 

Preguntas para la reflexión

¿Qué diría Schopenhauer acerca de las investigaciones de Hamer? ¿Confirman o refutan su ateísmo pesimista?

¿Podrían ambas visiones conciliarse para dar una sola explicación del mundo?

Partiendo de la visión pesimista del mundo de Shopenhauer, ¿cómo explicaría el optimismo que este gen brinda al ser humano y que le reporta una ventaja evolutiva?

Si el gen de Dios está en el ser humano y determina su sobrevivencia y evolución, ¿sigue siendo posible la existencia de la Voluntad como impulso irracional y sin finalidad? ¿Cómo se explicaría la Voluntad schopenhaueriana desde la ciencia genética?

¿Dónde queda la metafísica de (Schopenhauer) que explica y fundamenta el mundo con los resultados y avances de las ciencias hoy en día, en especial de la genética?

¿El misticismo al que nos capacita el gen de Dios tiene relación con la necesidad metafísica que describe Schopenhauer?

Si misticismo implica creer y necesidad metafísica, asombro y reflexión, ¿cómo pueden conciliarse?

¿Cómo encaja en las investigaciones de Hamer la necesidad metafísica que caracteriza al hombre al asombrarse ante lo común y cotidiano según Shopenhauer?

¿La presencia del gen de Dios en unos pocos humanos (como lo mostraron las investigaciones de Hamer) es equivalente a la capacidad intelectual que caracteriza a los que están predispuestos al asombro y la reflexión filosóficos?

¿Dónde queda la razón y el poder intelectual en la estructura genética que nos propicia la experiencia espiritual?

 

Fuentes:

Castro, Oscar: La religión parece responder a patrones neuronales. Artículo publicado en Tendencias 21; el 27 de junio de 2008. https://tendencias21.levante-emv.com/la-religion-parece-responder-a-patrones-neuronales_a2379.html

Domínguez, Martí: El Gen de Dios, de Dean Hamer. Artículo publicado en Metode, Universitat de Valencia; el 22 de julio de 2007. https://metode.es/revistas-metode/llibres-revistes-revistes/el-gen-de-dios-de-dean-hamer-2.html#:~:text=Hamer%20ha%20localizado%20%C2%ABun%20gen,experiencias%20de%20autotrascendencia%20y%20misticismo.

Hamer, Dean: El Gen de Dios. Cómo la fe está determinada en nuestros genes. La Esfera de los Libros, Madrid. 2006 (2004).

Lino, Manuel: La ciencia del sentido de la vida. Artículo publicado en Eje Central; el 23 de junio de 2019. https://www.ejecentral.com.mx/la-ciencia-del-sentido-de-la-vida/

Moya, Andrés: Dios y la Biología. Artículo publicado en Revista de Libros, Segunda Época; el 1 de septiembre de 2007. https://www.revistadelibros.com/articulos/el-gen-de-dios-dean-hamer

Schopenhauer, Arthur: El mundo como voluntad y representación, I. Porrúa, México. 1998 (1818).

__________: El mundo como voluntad y representación, II. Trotta, Madrid. 2005 (1844).

__________: Parerga y Paralipómena, I. Trotta, Madrid. 2009 (1851).

__________: Parerga y Paralipómena, II. Trotta, Madrid. 2013 (1862).

 



[1] Las monoaminas son neurotransmisores con diversas funciones de neuromodulación, a través de los cuales nuestro cerebro se comunica con otras partes del cuerpo, por lo que son esenciales para nuestro bienestar. Están distribuidas a lo largo y ancho de todo el sistema nervioso central y periférico. Reciben y liberan material sináptico que contiene información para cada una de las complejas actividades que realizamos, como la atención, los estados emocionales y las funciones viscerales. Se dividen en dos subclases: catecolaminas e indolaminas. A su vez, dentro de las catecolaminas, estarían tres neurotransmisores: la noradrenalina (crea un terreno favorable para el despertar, el aprendizaje, la sociabilidad, la sensibilidad a las señales emocionales y el deseo sexual; cuando se interrumpe su síntesis o liberación, puede aparecer abstinencia, desprendimiento, desmotivación, depresión, baja libido), la dopamina (afecta el movimiento muscular, al crecimiento de los tejidos o al funcionamiento del sistema inmune; asociada con los comportamientos de exploración, vigilancia, búsqueda del placer y la evitación activa del castigo. Su baja actividad genera depresiones melancólicas, caracterizadas por una disminución en la actividad motora e iniciativa. Las sustancias que la activan aumentan la agresión, la actividad sexual y la iniciativa) y la adrenalina (nos prepara orgánicamente para reaccionar rápidamente; en especial, aumenta su liberación cuando detectamos una amenaza). Dentro de la categoría de las indolaminas solo estaría la serotonina (su destrucción conduce a una desinhibición del control reflexivo sobre el comportamiento: da paso a comportamiento impulsivo, agresivo o incluso muy violento; también conduce a la desinhibición de la actividad sexual).

[2] Había dos variantes genéticas, o alelos, de VMAT2, en una posición concreta del citado gen. La variante minoritaria (28 por 100 de la población de alelos) correspondía al alelo «espiritual». Los portadores en homocigosis (dos copias del alelo espiritual) o heterocigosis (una sola copia de ese alelo y otra del alelo no espiritual) mostraban niveles altos de autotrascendencia. Teniendo en cuenta que la información en el ADN está cifrada por las proteínas adenina, timina, guanina y citosina, la diferencia entre las dos variantes del gen VMAT2 es que la variante espiritual tiene una adenina donde la variante no espiritual tiene una citosina.

 

viernes, 14 de mayo de 2021

La política creo a Dios. La construcción de Dios como fuente de autoridad y poder.

La política creo a Dios. La construcción de Dios como fuente de autoridad y poder.

De Akenaton al Pueblo Soberano.

José Antonio Robledo y Meza

 

Este material es complementario al publicado anteriormente https://mexicoelarboldelosmilfrutos.blogspot.com/

Siete son los ejemplos en los que apoyaré la tesis de que fueron las relaciones políticas las que obligaron a los humanes a construir el principio de soberanía, de autoridad y poder político. La autoridad y el poder político tenía que trascender a la autoridad y al poder de los hombres. El objeto tenía que servir de modelo ejemplar por su poder creador.

En el 3300 Ac, antes de la primera dinastía, Egipto estaba dividido en dos reinos el del Alto (Ta Shemau) y el del Bajo Egipto (Ta Mehu). Los primeros reyes del Alto Egipto convencieron a sus súbditos de dos sucesos fundamentales: que eran los responsables tanto de las crecidas del río, como de la unión con el Bajo Egipto, hechos que no olvidaron, construyendo y manteniendo todo un rango de símbolos: el trono, la corona doble, los cetros, así como la identificación con los dioses; ya en tiempos predinásticos, el rey estaba «homologado» con Horus[1], que se encarnaba en cada faraón. El dios supremo del Alto Egipto era Seth[2] y el símbolo la corona Blanca (Hedyet), la diosa buitre Nejbet y la flor blanca de loto; otro símbolo fue el junco, frecuentemente representado junto con la abeja del Bajo Egipto, precediendo al cartucho que contenía el nombre del faraón. La corona Blanca se unificó, al inicio de la primera dinastía, con la Corona Roja del Bajo Egipto, originando la Corona Doble, principal símbolo de los faraones como reyes del Alto y Bajo Egipto.

Estando así las cosas el itinerario que nos interesa recordar comienza alrededor del año 3050 aC cuando, en un ambiente politeísta con dos reyes egipcios[3], Menes (Narmeri) (c. 3200-3000 aC) al unificar el Alto y el Bajo Egipto alrededor del 3050 Ac se convirtió en el primer rey.

El siguiente paso lo dio Akenatón durante los años 1353-1336 aC al promover un monoteísmo perceptual.

Akenatón es célebre por haber impulsado transformaciones radicales en la sociedad egipcia, al convertir al dios Atón (Todo) en la única deidad del culto oficial del Estado, en perjuicio del, hasta el momento, predominante culto a Amón[4]. El nuevo culto se centraba en la superioridad del dios Atón[5] por encima de los demás dioses egipcios, es decir, una religión con una base monoteísta, dejando al resto del panteón egipcio fuera de todo culto. El propio faraón sería el intermediario del dios. Este cambio suscitó discrepancias entre la sociedad, ya que eliminaba de cuajo el culto a los antiguos dioses, que hasta ese momento era politeísta. Akenatón es el primer rey reformador religioso del que se tiene registro histórico. Su reinado implicó cambios en los ámbitos religioso, políticos y artísticos.

El tercer momento que queremos considerar es la propuesta hecha por Platón en el año 370 ane en su obra la República. El tema central de la República es la reflexión sobre qué es la justicia y cómo se expresa en el hombre, lo que lleva a Platón a abordar la organización de la ciudad-estado ideal. Glaucón argumenta que el origen de la justicia está en los contratos sociales y que todos los que la practican lo hacen por miedo al castigo, para ello usa el mito del anillo de Giges[6]. Glaucón desea que Sócrates demuestre que la justicia no solo es deseable, sino que pertenece a la clase más alta de cosas deseables: aquellas que se desean tanto por su propio bien como por sus consecuencias. Sócrates sugiere que busquen justicia en una ciudad para comprenderla en el hombre individual. Para que la ciudad sea justa, debe estar diferenciada en tres clases sociales con su función y lugar diferenciado en esta. La justicia es la cualidad que se tiene dentro de la sociedad para que cada individuo cumpla con el rol que se le ha asignado. En general, la justicia es la virtud del orden. Sócrates contraargumenta este mito de Giges con el Mito de Er[7] y su intelectualismo moral, donde sostiene que “es peor cometer una injusticia que padecerla”, pues la injusticia destruye el alma (Platón: La República, II, 612b.).

Cuarto momento. El primer precedente europeo de una monarquía, bajo el término concreto de «reino» (regnum), se dio tras la llegada de los suevos a la provincia romana de la Gallaecia (noroeste de Hispania) en el año 409, cuando acuerdan un foedus con Roma en el 410, por el que se establecen en la provincia y se otorga a su caudillo Hermerico (409-438) el título de rey (rex), aceptando como superior la autoridad del emperador de Roma. Así, es la Gallaecia, el primer reino (regnum) de Europa y se consolida el primer paso hacia la estructuración del poder político en el espacio europeo medieval en reinos bajo la autoridad moral, cada vez más teórica, de un emperador. «Monarquía» proviene del griego μονος mónos ‘uno’, y αρχειν arkhein: ‘mandar, guiar, gobernar’, «gobierno de uno solo».

Quinto momento. Dominium mundi es el nombre de la idea de dominio universal desarrollada en la Edad Media. Inspirada en el recuerdo del antiguo Imperio Romano, este propósito implicaba el reconocimiento de una autoridad suprema, lo que generó una prolongada pugna política y espiritual entre el poder imperial y el poder eclesiástico, representados en el Sacro Imperio Romano Germánico y la Iglesia católica, los que erigían como máximos líderes al Emperador y al Papa. La idea de dominio universal marcó una época, durante gran parte del medievo, dividiendo a la sociedad en dos bandos: güelfos y gibelinos. Los primeros apoyaron a la Iglesia, mientras los segundos al Imperio. Tras la Querella de las Investiduras, los siglos XII y XIII mostraron preponderancia de los pontífices (como Inocencio III o Gregorio IX), pero existía mutua dependencia entre ambos (Iglesia e Imperio). En el siglo XIV el desarrollo de los nacientes Estados y Reinos, como Francia, pusieron en serios aprietos a la Iglesia, tras el atentado que sufriera Bonifacio VIII. En el siglo XV el Papado obtenía gran prestigio y la Iglesia seguía siendo la rectora de la vida intelectual, aunque la idea del Dominium mundi no volvió a aparecer en su esencia original, a pesar de que ambos poderes universales subsistieron. Desde el siglo XVI en adelante, los monarcas pasaron a ser dueños no solo de la propiedad, sino incluso de la vida y la muerte de sus súbditos. Se iniciaba la época absolutista, y ello implicaba "absolutismo teológico", por lo que el poder papal quedaba muy por debajo del poder imperial. Desde el siglo XVIII el poder de los monarcas declinó, y fue trasladado paulatinamente a los "pueblos" a través de las democracias; la Iglesia ya no sería la rectora de la vida intelectual y moral como lo fuera en el Siglo XV.

Sexto momento. Se conoce como Reforma protestante al movimiento religioso Cristiano iniciado en Alemania en el siglo XVI por Martín Lutero, que llevó a un cisma de la Iglesia católica para dar origen a numerosas iglesias y corrientes religiosas agrupadas bajo la denominación de protestantismo. La Reforma tuvo su origen en las críticas y propuestas con las que diversos religiosos, pensadores y politicos europeos buscaron provocar un cambio profundo y generalizado en los usos y costumbres de la Iglesia católica, además de negar la jurisdicción del papa sobre toda la Cristiandad; para los protestantes el papa es solo el "obispo de Roma" y sus doctrinas religiosas serán conocidas como papismo y las políticas como cesaropapismo. Su intención inicial era reformar el catolicismo con el fin de retornar a un cristianismo primitivo o puro, y debido a la importancia que tuvo la Protesta de Espira, presentada por algunos príncipes y ciudades alemanas en 1529 contra un edicto del emperador Carlos V tendente a derogar la tolerancia religiosa que había sido anteriormente concedida a los principados alemanes. Este movimiento hundía sus raíces en elementos de la tradición católica medieval, como el de los Alumbrados y la reforma del Cardenal Cisneros en España, y también el movimiento de la Devoción moderna en Alemania y los Países Bajos, que era una piedad laica antieclesiástica y centrada en Cristo. Además, la segunda generación del humanismo la siguió en gran medida. Comenzó con la predicación del sacerdote agustino Martín Lutero, que revisó la doctrina de la Iglesia católica según el criterio de su conformidad a las Sagradas Escrituras. En particular, rechazó la teología sacramental católica que, según Lutero, permitía y justificaba prácticas como la «venta de indulgencias», consideradas un secuestro del Evangelio, el cual debía ser predicado libremente y no vendido.

Séptimo momento, la Reforma mexicana. La nación estaba dividida en dos grandes grupos: Liberales y Conservadores. Momento de transición de la estructura política en la cual se buscó establecer el sistema capitalista democrático y terminar con el que había desde la Colonia y el Imperio. En este nuevo sistema, se formó un Estado nacional basado en el orden constitucional, en la necesidad del pueblo mexicano por una reestructuración al intentar terminar con los privilegios de las clases dominantes (igualdad ante la ley), la reactivación de la economía y la restauración del trabajo. Por un tiempo, liberales y conservadores tuvieron gobiernos paralelos, con la sede del gobierno conservador en Ciudad de México y los liberales en Veracruz.​

José Antonio Robledo y Meza

Colegio de Filosofía, FFyL-BUAP

Paseo de las Fuentes, Puebla, Pue. 14 de mayo de 2021

 



[1] Horus ("el elevado", "el distante") era el dios celeste en la mitología egipcia. Se le consideraba como el iniciador de la civilización egipcia. Era el dios de la realeza en el cielo, de la guerra y de la caza. Su nombre egipcio era Hor; Horus es su nombre helenizado, la divinidad griega asociada fue Apolo. Era el hijo de la diosa Isis y el dios de la resurrección Osiris.

[2] Seth es un dios ctónico, deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso, lo incontenible. Señor del caos, dios de la sequía y del desierto, también es el hermano de Osiris. Su nombre egipcio es Suty o Sutej (Setesh, Seteh), y el griego, Set (Seth). La deidad griega asociada fue Tifón. Seth fue hermano del dios de la muerte llamado Osiris. Osiris se casó con Isis, se cree que fueron los primeros gobernantes egipcios, según Manetón reino 29 años durante el período Protodinástico de Egipto. Se dice que cuando Osiris fue asesinado por su hermano (Seth), su esposa Isis lo revivió convirtiéndolo en el dios de la muerte (ya que fue el primer hombre que descendió al inframundo y revivió), pasando a ser Isis la diosa de la maternidad, el matrimonio y la salud.

[3] Horus Escorpión II y Horus Ka.

[4] Amon-Ra. Durante el Imperio Nuevo de Egipto Amón-Ra conservó su estatus de dios principal en el panteón egipcio (excepto durante el periodo amarniense). Amón-Ra en este período (siglos xvi al xi a. C.) ocupaba la posición de divinidad trascendental, creadora de sí misma por excelencia, era el dios de los pobres y de la piedad personal. 

[5] Atón (significa ‘todo’ o ‘completoʼ en egipcio) era una deidad solar del Antiguo Egipto que representaba al disco solar en el firmamento. Se consideraba el espíritu que alentaba la vida en la Tierra. El rey Akenatón, en el decurso de su reinado, veneró a Atón pretendiéndolo como divinidad única y exclusiva. En los primeros mitos sobre la creación de Egipto se afirma que él es el creador supremo.

[6] Este mito ha tenido gran influencia en la filosofía, ya que da a entender que el ser humano hace el bien hasta que puede hacer el mal cuando «se hace invisible», y puede acceder a cosas que no son suyas, con lo que llevado por esas circunstancias la persona se corrompe irremediablemente. Según este supuesto, la persona no sería libre.

[7] Las ideas centrales que refiere la narración son: la inmortalidad del alma, la existencia de premios y castigos expiatorios en un plano escatológico, la armonía entre libertad y destino, la sabiduría y la justicia como virtud (ἀρετή), la armonía del cosmos, la atingencia de los dioses con las elecciones humanas y la transmigración. Las ideas centrales que refiere la narración son: la inmortalidad del alma, la existencia de premios y castigos expiatorios en un plano escatológico, la armonía entre libertad y destino, la sabiduría y la justicia como virtud (ἀρετή), la armonía del cosmos, la atingencia de los dioses con las elecciones humanas y la transmigración.

domingo, 9 de mayo de 2021

La política creo a Dios. La construcción de Dios como fuente de autoridad y poder.

 

La política creo a Dios.
La construcción de Dios como fuente de autoridad y poder.

Segunda tertulia del Primer ciclo de conferencias “Filosofar entre dos mundos”

Tertulia dedicada a nuestro amigo don Gustavo Rodríguez Zárate.

19 de mayo, 2021, 20 horas

José Antonio Robledo y Meza

Colegio de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, BUAP

 

Supongo, Gorgias, que tú también tienes la experiencia de numerosas discusiones y que has observado en ellas que difícilmente consiguen los interlocutores precisar el objeto sobre el que intentan dialogar. Sócrates.[1]

 

Todo lo que se discute se reduce a tres cues­tiones: Si existe la cosa, qué es la cosa y cómo es la cosa. Cicerón.[2]

La historia de Dios en la teología

La historia del concepto de Dios está asociada a la historia de la teología y ésta a la historia de los mitos y las religiones. Aquí excluiremos la historia de Dios en relación a las segundas. Algo diremos acerca de los mitos (narraciones), sus interpretaciones y de la teología y su relación con la política.

Jenófanes de Colofón (570 aC-475 aC), fue el primer teólogo de la historia de la cultura, el primero que trató el problema de Dios. A él se atribuye la primera declaración. Según Sexto Empírico (Adversus Mathematicus, IX 193 y I 289), Jenófanes afirmó lo siguiente: “Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo cuanto es vergüenza e injuria entre los hombres, y narrado muy a menudo acciones injustas de los dioses: robar, cometer adulterio y engañarse unos a otros.[3] Jenófanes también criticó el antropomorfismo de los dioses tradicionales a la par que predicaba un nuevo y único dios -que no respira y es ingénito, inmóvil y que todo lo mueve con la fuerza de su mente, de características sorprendentemente próximas a la divinidad de la teología del posterior cristianismo[4].

Junto con Jenófanes algunos griegos antiguos[5] mostraron un vivo interés por la interpretación de la tradición mítica. Los relatos de Homero y Hesíodo fueron sometidos a crítica, dándose así diversos intentos de interpretación y análisis que no estaban exentos de participación en las ontologías de la época: monismo, pluralismo y metempsicosis pitagórica. Para Jenófanes y sus seguidores los mitos eran reinterpretados atribuyéndoles un carácter moralista que preservara la figura de las divinidades y permitiera construir mediante ellas una teología, o justificar un sistema de creencias establecido.

Para otros griegos como Hecateo de Mileto, Herodoro de Heraclea, Heródoto, Sócrates-Platón, Evémero de Messina (s.III-IV ane), Palefato, Lucrecio (96-95 ane), y Marco Tulio Cicerón (106-43 ane) reducían los mitos a algo externo al mismo, ya fueran alegorías, que habían dejado de ser comprendidas, o bien historia, deformada por la imaginación de las gentes. Su postura es crítica, polémica y, en ocasiones, agresiva con las creencias míticas, en tanto que las considera como una suerte de ofensa a la razón y de ultraje al entendimiento. La meta que persigue es proveer a los mitos de cualquier elemento fantástico o milagroso, con el fin de captar la realidad histórica subyacente a los acontecimientos que plasman los mitos.

Platón, por boca de Sócrates, reconoce la utilidad y el poder de los mitos cuando éstos están en manos de ‘buenos gobernantes’ (la famosa “mentira útil” platónica[6]). Según Vernant, Platón utilizó el mito en sus diálogos como medio de expresar “lo que está más allá y lo que está más acá del lenguaje filosófico”, y en Timeo (29b-c) explicitó que, en lo que concierne a los dioses y al nacimiento del mundo, es imposible aportar logoi homologumenoi, esto es, razonamientos enteramente coherentes, y es necesario contentarse con una fábula verosímil o eikota mython[7]. Con Platón nace la utilización de los mitos con intencionalidad política y pedagógica.

Evémero de Messina[8] vivió en las postrimerías del s.IV a. C., en un momento histórico en el que las campañas de Alejandro Magno revitalizaron la literatura de viajes, abundante ésta en descripciones fantásticas de pueblos extraños y exóticos. Evémero mantuvo la teoría de que los dioses eran una magnificación de figuras históricas relevantes, esto es, que los dioses eran hombres que fueron divinizados en tiempos remotos a causa de su poder y su sabiduría; de esta manera, Zeus pudo ser el nombre de un poderoso rey. Esta doctrina, conocida como evemerismo, es la primera tesis radical de reducción historicista de la que tenemos conocimiento en nuestra cultura, en relación con la cuestión de la hermenéutica mitológica. Para Evémero, en suma, los dioses eran seres humanos que fueron divinizados en consideración a sus méritos, y cabe señalar que tal asunción encuentra su basamento en la observación de los regímenes políticos de la época, especialmente en la denominada “monarquía divina” (esto es, la atribución a los monarcas de un estatuto divino), institución habitual en la época helenística[9].

Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), en su obra De natura deorum (Sobre la naturaleza de los dioses), expuso críticamente las interpretaciones epicúreas y estoicas de la Teogonía hesiódica. Según Cicerón, las interpretaciones de los estoicos Zenón, Aristón y Crisipo “no son las ideas de unos filósofos, sino los sueños de gente que delira[10]. Cicerón, siguiendo explícitamente a Epicuro, postula que todos los hombres tienen, por su propia naturaleza, una idea anticipada e innata de los dioses (prolepsi o presciencia), y que la existencia de las divinidades debe admitirse por razones de tradición, educación y, en suma, por convención social. Para Cicerón, “la misma naturaleza que nos dio el conocimiento de los propios dioses, imprimió también en nuestras inteligencias la idea de la eternidad y felicidad de los mismos”.[11]

Las tres claves alegóricas desarrolladas por los autores antiguos continuaron siendo utilizadas a lo largo de la Edad Media, en la que la tradición clásica siguió formando parte de la herencia cultural.[12]

Pero las interpretaciones medievales y renacentistas presentan una peculiaridad distintiva: las numerosas fuentes de datos constituidas por los escritos y manuales de los mitógrafos, junto a la repercusión de éstos como modelos en las representaciones pictóricas y escultóricas de los dioses paganos, unos dioses convertidos ahora en personajes que, negada su consideración de auténticas divinidades, campaban a sus anchas en la literatura y la pintura (lo cual posibilitó la pervivencia cultural de las divinidades antiguas).

Será Durkheim quien, posteriormente, pondrá el acento en la consideración de que la religión y la mitología son una creación del grupo social.

Con todo lo anterior apareció la teología sistemática -disciplina de la teología cristiana-, cuyo fin es formular una coherente, ordenada y racional presentación de la fe y creencias cristianas, inherentes a un sistema de pensamiento teológico que se desarrolla con un método, que puede aplicarse tanto en lo general y como en lo particular. Si bien una teología sistemática debe tener en cuenta los textos sagrados de su fe, también debe mirar a la historia, la filosofía, la ciencia y la ética. Clásicamente la teología sistemática se divide en 1) la doctrina de la Palabra de Dios, 2) la doctrina de Dios, 3) la doctrina del Hombre, 4) la doctrina de Cristo, 5) la doctrina del Espíritu Santo, 6) la doctrina de la Redención, 7) la doctrina de la Iglesia y 8) la doctrina del futuro; en esta teología se puede mencionar como representante principal a Tomás de Aquino.

Según Immanuel Kant (filósofo del siglo XVIII) los postulados de la razón práctica son las proposiciones no demostrables desde la razón teórica pero que, si se quiere entender el factum moral, se les ha de admitir. Dichos postulados serían la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.

El existencialismo es un movimiento filosófico del siglo XX. Su postulado fundamental es que cada ser humano crea el significado y la esencia de su vida. Uno de sus pensadores fundamentales fue Jean-Paul Sartre.

 

La historia de Dios en la política

Entre todo lo otro que por el bien y la prosperidad de la cosa pública dispusimos, quisimos en el pasado armonizar todas las cosas con el derecho y el orden público romano tradicional. También buscamos que, incluso los cristianos, que habían abandonado la religión de sus ancestros, se reintegrasen a la razón y al buen sentido.

En efecto, por algún motivo, la voluntad de los cristianos fue por su propia obra plagada de tal manera y fueron presa de tal tamaña estupidez, que abandonaron las instituciones ancestrales, que quizás sus mismos antepasados habían instituido. En su lugar, por su propio capricho y como bien les pareció, adoptaron y siguieron leyes propias congregándose en varios lados como grupos separados.

Así, cuando con tal finalidad pusimos en vigor nuestras leyes para que se conformasen a las instituciones tradicionales, muchos se sometieron por el miedo, otros fueron incluso abatidos.

Aun así, muchos perseveraron en su propósito y constatamos que no observaban la reverencia a los dioses de la religión debida ni tampoco aquella del Dios de los cristianos. Habida cuenta de nuestra gran clemencia e inveterada costumbre de indulgencia que ejercitamos frente a todos los hombres, creemos que debemos extenderla también a este caso. De tal modo pueden nuevamente los cristianos reconstituirse así como sus lugares de culto, siempre que no hagan nada en contra del orden público.

Por medio de otra carta indicaremos a los magistrados como deben conducirse. En razón de esta, nuestra benevolencia, deberán orar por nuestra salud y la del imperio, para que el imperio pueda continuar incólumne y para que puedan vivir en seguridad en sus hogares.

Este edicto se dicta en Nicomedia a un día de las calendas de mayo en nuestro octavo consultado y en el segundo de Máximo Lactancio, (30 de abril de 311)

Traducción de la transcripción en latín del mismo efectuada por Lactancio en su libro titulado Sobre la muerte de los perseguidores (De mortibus persecutorum).

El edicto es un acto de poder la autorización de ciertas creencias. Galerio, que era consciente del fracaso de la Tetrarquía (293-324) como forma de gobierno del Imperio, quería lograr para su sucesor en oriente mejores condiciones iniciales frente a occidente. La situación de los cristianos era una fuente permanente de conflictos y una amenaza para la paz social susceptible de debilitar la parte oriental en sus conflictos con la parte occidental del Imperio. Con la medida adoptada, Galerio quería ostensiblemente revertir tal situación. Por otra parte, era evidente que la política adoptada contra los cristianos no había dado el resultado esperado -lo que se reconoce explícitamente en el edicto- y que dado el número y poder creciente de aquellos, era quizás la actitud más racional a adoptar.

 

Origen y significado de la relación Estado e Iglesia; autoridad y poder.

La desintegración del Imperio Romano (27 a.C.-476 d.C.) primero, y del Sacro Imperio (962-1806) después –pasando por el Imperio Carolingio (siglo VII y desaparecido en el siglo X)-, junto con el proceso de rápida cristianización de la mayoría de los territorios que se encontraban en los mismos, dio lugar a la creación de numerosos y pequeños reinos, enfrentados las más de las veces, pero que mantenían unas mismas creencias espirituales basadas en el cristianismo.

La causa de esa homogénea manera de pensar, comienza con el edicto de Tolerancia de Nicomedia (311 30 de abril), que puso un punto final a las medidas represivas instituidas en el Imperio romano en contra de los cristianos por el emperador Diocleciano. El edicto de Nicomedia fue promulgado por el emperador Cayo Galerio Valerio Maximiano (c. 260 – abril/mayo de 311). Con el Edicto cesa la penalización del cristianismo que adquiere así el estatuto de religión permitida (religio licita) en las provincias del Danubio y de los Balcanes. Este es el primer reconocimiento histórico-legal del cristianismo.

Dos años después, en 313 por medio del Edicto de Milán (Edictum Mediolanense), se consagró totalmente la libertad de cultos colocando al cristianismo en un pie de igualdad con las otras religiones del Imperio. El edicto fue firmado por Constantino I el Grande y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente. De esta manera se inicia la alianza entre la Corona y la Iglesia, en un contexto en el que dominaban las discusiones en torno al libre albedrío y la justificación de la dignidad del hombre y la conciencia individual. La Iglesia desde siempre se apoyaba en el principio de que lo espiritual es superior a lo material.

Al paso del tiempo el poder de los Papas se fue incrementando, no sólo como autoridad espiritual, sino como autoridad terrenal también dando lugar a una suerte de teocracia. Los pontífices empezaron a dirimir disputas entre reinos, a determinar a los soberanos y sus líneas sucesorias, avalar o condenar determinados actos y prácticas y consolidarse como garantes frente a terceros. Nace el concepto de que el poder real tiene un origen divino, y será la Iglesia la encargada de señalar esa voluntad divina.

Esta situación no estuvo exenta de disputas entre los reyes y señores de los territorios y la Iglesia. Conforme los territorios adquieren importancia, incrementan sus recursos económicos y militares y se estabilizan con el paso del tiempo, el recurso a la autoridad Papal es menos necesario y mucho menos frecuente. A ello, se unen las alianzas entre soberanos que refuerzan determinadas líneas de gobierno, muchas de ellas duraderas. Durante este tiempo, los reyes se convierten en brazos ejecutores de las órdenes, instrucciones y medidas de gobierno ordinario de la Iglesia en sus territorios. La situación beneficia a ambas partes –a la Iglesia y los principados-: la primera no puede atender desde la lejana Roma todas las necesidades y no puede, tampoco, evaluar de forma conveniente cada una de las decisiones que sería preciso adoptar, por ejemplo, ante la sustitución de un determinado obispo; los monarcas amplían su poder, y a su soberanía por imperio de la fuerza añaden, no ya la bendición de la Iglesia, sino que ellos mismos reciben la autorización eclesiástica para tomar decisiones que incumben al Papado. Este momento histórico, que no está definido para toda Europa en un mismo periodo, sino que varía según los Estados, es conocido como el Derecho de patronato.

Doctrina de las dos espadas. A fines del siglo V durante el papado de Gelasio I, quien expuso la doctrina de las “dos espadas” -la de los dos poderes distintos. el del papa y el del emperador- en un tratado y en algunas cartas. Fue probablemente el primero en apelar con claridad al principio del laicismo. Esta doctrina sirvió a Gelasio para reivindicar la autonomía de la esfera religiosa con relación a la política. Gelasio I se sirvió de San Agustín para formular en 494 -basándose en las leyes romanas- la separación de poderes entre la esfera temporal y espiritual, lo que no significaba que estuviesen al mismo nivel. Esta fue la primera vez en plantearse esta cuestión que definiría una parte de la cultura occidental (ver agustinismo político, teocracia y cesaropapismo). Gelasio I se basó en la figura bíblica de Melquisedec y en pasajes del Nuevo Testamento para establecer la distinción entre el poder de la Iglesia, auctoritas, y el del emperador, potestas. En el derecho romano la primera era superior a la potestas. Gelasio I debía eliminar la teoría del poder bizantino que se basaba en el Cesaropapismo. El cisma no duró mucho tiempo, aunque su teoría renació más tarde con el papa Gregorio VII bajo una forma más radical, en la que se demandaría no sólo la separación de poderes, sino la sumisión del poder de los reyes a la autoridad del papa. En este contexto Gelasio dirigió una carta al emperador Anastasio I (491-518) en donde formulaba la doctrina de las dos espadas, entendida como la justificación de la superioridad de la potestad espiritual del papa sobre la temporal del emperador. ​

En el siglo XI el Papa Gregorio VII (1073-1085) otorgaba al Pontífice la facultad de deponer emperadores y de desligar a los súbditos del juramento de fidelidad prestado a los reyes inicuos, fundamentados en la preeminencia de la autoridad espiritual sobre la temporal. Los teólogos afirmaban que la autoridad emanaba de Dios quien la depositó en el pueblo y aunque el pueblo trasladó la soberanía a los monarcas, sin embargo podía recuperarla en ciertos casos, e incluso podía rebelarse cuando el Rey se convertía en tirano y llegar al regicidio.

A mediados del siglo XII (1140?) aparece la teoría de las dos espadas o de ambas espadas (en latín utrumque gladium) que es el nombre con el que se conoce a la teoría de la supremacía del poder espiritual (el Papa) sobre el temporal (el emperador -bizantino o germánico-) y es utilizada con profusión. Aparece explicitada en San Bernardo (1090—1153) (De Consideratione), que la funda en dos pasajes evangélicos (uno inmediatamente posterior a la Santa Cena​ y otro durante el prendimiento de Jesús), aunque parece que también fue usada en la misma época (primera mitad del siglo XII, el contexto histórico subsiguiente a la reforma gregoriana -Dictatus Papae-) por Godofredo de Vendôme (h.1070-1132) y Juan de Salisbury (c. 1120-1180).

La Teoría de las dos espadas sirve para respaldar la unidad de la Iglesia. La teoría debe aceptarse para pertenecer a la Iglesia y así alcanzar la salvación. La teoría establece la supremacía de lo espiritual sobre lo secular, define las relaciones entre los poderes. En ella el Papa establece la autoridad de Pedro y sus sucesores. En ella se sostiene que hay dos espadas en poder de la Iglesia: la espiritual y la secular (Lc 22, 38: Ellos le dijeron: “Mira, Señor, aquí hay dos espadas.” El les respondió: “¡Basta ya!”; Mt. 26, 52: Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán.) La espiritual es utilizada por la Iglesia a través del clero y la secular es utilizada por la Iglesia a través de la autoridad civil. La autoridad, aunque se le otorga al ser humano y es ejercida por él, no constituye una autoridad humana. Es una autoridad divina, otorgada a Pedro por decisión divina y, así mismo, confirmada en él y en sus sucesores. Quienquiera que se oponga a esta autoridad ordenada por Dios se opone a la ley de Dios y, al igual que los maniqueos, parece aceptar dos principios. Las personas y cosas se ungen para simbolizar la introducción de una influencia sacramental o divina, una emanación, espíritu o poder sagrados.

La teoría queda registrada el 18 de noviembre de 1302 en la bula Unam Sanctam (en latín, Una y Santa, i.e. la Iglesia); es la bula acerca de la supremacía papal, publicada por Bonifacio VIII durante la disputa con Felipe el Hermoso, rey de Francia. La bula fue promulgada en relación con el Concilio Romano de octubre de 1302, en el que probablemente fue discutida. No es improbable que el mismo Bonifacio VIII la haya revisado. Pero también parece que el texto sufrió influencia del arzobispo de Bourges, Egidio Colonna, quien había viajado al concilio de Roma a pesar de una prohibición real. Ya no existe el original de la bula; el texto más antiguo se encuentra en los registros de Bonifacio VIII en los archivos vaticanos [“Reg. Vatic.”, L, fol. 387]. También fue incorporada al “Corpus juris canonici” (“Extravag. Comm.”, I, VIII, 1; ed. Friedberg, II, 1245).

La bula establece ciertas posiciones dogmáticas acerca de la unidad de la Iglesia, la necesidad de pertenecer a ella para lograr la salvación eterna, y la obligación que de ahí se deriva de someterse al Papa para pertenecer a la Iglesia y así alcanzar la salvación. El Papa ahonda además en la supremacía de lo espiritual en comparación con el orden secular. Y a partir de ahí llega a conclusiones sobre la relación entre el poder espiritual de la Iglesia y la autoridad secular. Las principales proposiciones de la bula son las siguientes: 1) a partir de varios pasajes bíblicos y referencias al arca del diluvio universal y a la túnica sin costura de Cristo se declara y establece la unidad de la Iglesia y su necesidad para la salvación. 2) La unidad de la cabeza de la Iglesia, establecida en Pedro y sus sucesores, es idéntica a la unidad del cuerpo de la Iglesia. 3) Todo quien desee pertenecer al rebaño de Cristo queda bajo el dominio de Pedro y sus sucesores. De modo que cuando los griegos y otros afirman que no están sujetos a la autoridad de Pedro ni a la de sus sucesores, con ello están afirmando no pertenecer al rebaño de Cristo. Enseguida aparecen algunos principios y conclusiones referentes al poder espiritual y secular: hay dos espadas en poder de la Iglesia- expresión conectada con la teoría medieval de las dos espadas-: la espiritual y la secular. Ello se apoya en la acostumbrada referencia a las espadas de los apóstoles durante el arresto de Cristo (Lc. 22,38: Mt. 26,52). Ambas espadas están en poder de la Iglesia. La espiritual es utilizada por la Iglesia a través de la mano del clero; la Iglesia emplea la secular a través de la mano de la autoridad civil, bajo la dirección del poder espiritual. Una espada debe estar subordinada a la otra: el poder terrenal debe someterse a la autoridad espiritual, pues ésta tiene precedencia sobre aquél a causa de su grandeza y sublimidad; la autoridad espiritual tiene derecho a establecer y conducir a la secular, e incluso a juzgarla cuando no actúa correctamente. El poder terrenal es juzgado por el espiritual cuando se desvía; un poder espiritual inferior es juzgado por uno superior, y éste es juzgado por Dios. Tal autoridad, aunque se le otorga al ser humano y es ejercida por él, no constituye una autoridad humana. Es una autoridad divina, otorgada a Pedro por decisión divina y, así mismo, confirmada en él y en sus sucesores. Quienquiera que se oponga a esta autoridad ordenada por Dios se opone a la ley de Dios y, al igual que los maniqueos, parece aceptar dos principios. “Así pues, declaramos, afirmamos, determinamos y proclamamos que es necesario a toda creatura para su salvación sujetarse a la autoridad del pontífice romano” (Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, definimus, et pronuntiamus omnino esse de necessitate salutis). La bula tiene carácter universal. Su contenido hace una distinción cuidadosa entre los principios fundamentales relativos a la primacía romana y las declaraciones sobre la forma en que se deben aplicar al poder secular y a sus representantes. En el margen del texto de la bula se establece la última frase como su definición verdadera: “Declaratio quod subesse Romano Pontifici est omni humanae creaturae de necessitate salutis” (se declara, por tanto, que es necesario para la salvación que cada creatura humana se someta a la autoridad del pontífice romano). Esta definición, cuyo significado e importancia son evidentes por su conexión con la parte primera, relativa a la necesidad de la única iglesia, expresa la necesidad, para quien desee lograr la salvación, de pertenecer a la Iglesia y, por tanto, de someterse a la autoridad papal en cualquier asunto religioso. Esto ha sido una enseñanza constante de la Iglesia, y así fue declarado por el V Concilio Ecuménico de Letrán, en 1516: “De necessitate esse salutis omnes Christi fideles Romano Pontifici subesse” (Es necesario para la salvación de todos los fieles cristianos el estar sometidos al pontífice romano). La traducción de Berchtold de la expresión humanae creaturae como “autoridades temporales” es absolutamente incorrecta. La bula también declara que la sujeción del poder secular al espiritual constituye una sujeción a un poder superior y de ello concluye que los representantes del poder espiritual pueden instalar en sus puestos a los poseedores del poder secular y juzgar su desempeño, si éste fuese contrario a la ley de Cristo. Eso constituye un principio fundamental que ha nacido del desenvolvimiento integral de la centralidad del papado para la familia cristiana nacional de la Europa Occidental de la Edad Media. Ya había sido expresado en el siglo XI por teólogos como Bernardo de Claraval y Juan de Salisbury, y por papas como Nicolás II y León IX. Bonifacio VIII le dio una expresión precisa al oponerse al proceder del rey de Francia. Sus principales conclusiones se sacan de los escritos de San Bernardo, Hugo de San Víctor, Santo Tomás de Aquino, y de cartas de Inocencio III. Tanto de esas autoridades como de declaraciones hechas por el mismo Bonifacio VIII está claro que la jurisdicción del poder espiritual sobre el secular se basa en el concepto de la Iglesia como guardiana de la ley moral cristiana, y de ahí su jurisdicción se extiende hasta donde alcanza esa ley. Por ello, cuando el rey Felipe protestó, Clemente V fue capaz, en su breve “Meruit”, del 1 de febrero de 1306, de declarar que ni el rey francés ni Francia sufrirían daño alguno como consecuencia de la bula “Unam Sanctam”, y que la publicación de esa bula no los había hecho súbditos de la autoridad romana en forma distinta de cómo ya eran antes. De ese modo Clemente V pudo dar a Francia y a su gobernante una garantía en contra de perjuicios políticos y eclesiásticos derivados de las opiniones manifestadas en la bula, sin que la decisión dogmática contenida en ella sufriera tampoco demérito alguno. En las luchas del partido galicano en contra de la autoridad de la Sede Romana, y en los escritos de autores no católicos en contra de la definición de la infalibilidad papal, se utilizó in apropiadamente porque su contenido no da pie para ello- la bula “Unam Sanctam” en contra de Bonifacio VIII y de la supremacía papal. Las afirmaciones relativas a los poderes espiritual y secular tienen un carácter meramente histórico, en cuanto que no se refieren a la naturaleza del poder espiritual y se basan en las condiciones medievales de Europa Occidental.

Con la bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII, se alcanza el máximo grado de descripción teórica del poder eclesial: el poder temporal está sometido al Papado y será el pontífice quién legitimará a los soberanos.

En 1344 Clemente VI concede al infante Luis de la Cerda las Islas Canarias para que fueran cristianizadas: esto por medio de la bula Tuae devotionis sinceritas donde se ofrecía la soberanía política pero no el derecho de patronato propiamente dicho. Algo semejante ocurre en el caso de la corona portuguesa que recibió del papa la legitimación de su expansión territorial pero, al menos inicialmente, no derecho de presentación.

El 13 de diciembre de 1486 el papa Inocencio VIII concedió a la reina de Castilla y a su esposo, el rey de Aragón, a petición de estos, el patronato perpetuo de Canarias y Puerto Real incluyendo además Granada, al prever su próxima conquista. Así quedó estipulado con la bula Ortodoxae fidei. El reconocimiento de este patronato se reitera en 1455 y 1456 con las bulas papales Romanus Pontifex e Inter caetera.

Seguirían las bulas de concesión del Patronato a los reyes de España. La primera el 13 de diciembre de 1486 cuando el Patronato Real español se produce con la promulgación de la bula “Ortodascue fidei”, realizada por el Papa Inocencio VIII. Posteriormente Alejandro VI promulga las llamadas “Bulas Alejandrinas”.

En 1492 se inicia la colonización de las indias occidentales. Se afianza la alianza entre la Corona y la Iglesia apoyada en el principio de que lo espiritual es superior a lo material y en el contexto de las reformas de los siglos XV y XVI (Lutero) y las discusiones en torno al libre albedrío y la justificación: la dignidad del hombre y la conciencia individual.

El proyecto común a la Corona y a la Iglesia tenía dos rasgos sobresalientes: 1) Hispanización (a) prolongación de España a las Indias occidentales y b) Convertir a las sociedades americanas al estilo y modo del ser y actuar español) y 2) Cristianización (a) El cristianismo es componente inseparable y fundamento esencial del Estado y civilización hispana, b) Implantar a la Iglesia católica.)

La tarea obligatoria y compartida: evangelizar a los hombres y a las sociedades americanas.

El Ideal: República cristiana.

Suprema autoridad de todas las naciones católicas: 1) Pontífice romano y 2) Emperador.

La religión se convirtió en religión de Estado.

La íntima unión entre trono y altar queda mostrada en los hechos: la herejía es un crimen de Estado y la insurrección un pecado.

Generaron una cultura cristiana con siete características: 1) el Estado es confesionalmente católico; 2) la religión del Estado es la católica con exclusión de otras; 3) las leyes de la Iglesia lo son del Estado, el cual asume, además, en su legislación los principios morales de la religión cristiana; 4) a los ministros de la Iglesia se les otorga un puesto privilegiado en la sociedad; 5) los bienes y patrimonio de la Iglesia son sagrados y gozan de un fuero especial; 6) el Estado toma en sus manos la defensa y expansión de la Iglesia y pone a su servicio el brazo secular; 7) finalmente, la Iglesia, por su parte, consagra y apoya a la autoridad real y, doctrinalmente, acepta a la Monarquía como la forma de gobierno más acorde al derecho natural, predica la obediencia a las autoridades y a las leyes civiles y cede, a favor de los reyes, algunas facultades de tipo espiritual.

Fricciones y tensiones en el campo doctrinal. En lo referente al origen del poder de la Monarquía, los teólogos y juristas afirmaban que la autoridad emanaba de Dios quien la depositó en el pueblo. Había dos corrientes:

1) la que defendía que el pueblo renunció a su soberanía irrevocablemente en favor de los reyes;

2) la que aseguraba que, aunque el pueblo trasladó la soberanía a los monarcas, sin embargo podía recuperarla en ciertos casos, e incluso podía rebelarse cuando el Rey se convertía en tirano y llegar al regicidio.

Lo anterior no gustaba a la Corona así como tampoco los famosos “dictados” del Papa Gregorio VII (1073-1085) que otorgaba al Pontífice la facultad de deponer emperadores y de desligar a los súbditos del juramento de fidelidad prestado a los reyes inicuos, fundamentados en la preeminencia de la autoridad espiritual sobre la temporal. En el siglo XVIII, al amparo de las doctrinas regalistas, se defenderá la doctrina de que el poder real deriva inmediatamente de Dios, sin la mediación del pueblo; el Rey, por tanto, sólo es responsable de sus actos ante Dios. Grandes tensiones se desarrollaron también en lo referente a la extensión de la autoridad espiritual del papado.

Los poderes del monarca para dirigir la Iglesia fueron aumentando con el tiempo. Estos poderes reales fueron: el envío y selección de los misioneros a América (breve Inter caetera, 1493), El papa Alejandro VI concertó la concesión de la bula Inter caetera o de donación el mes de abril, aunque su fecha se retrasó hasta el 3 de mayo de 1493. En este documento pontificio se les hacía donación a los monarcas católicos de las tierras e islas descubiertas navegando hacia el occidente -hacia las Indias-, siempre y cuando no pertenecieran a otro príncipe cristiano, con los mismos derechos y privilegios con que contaban los reyes portugueses en las suyas. En esta bula no se hace referencia a ninguna línea divisoria. Ese mismo día, 3 de mayo 1493, se expidió una segunda bula llamada Eximiae devotionis o de privilegios, despachada en julio por la Cámara secreta, en la que se reprodujo la anterior con algunas pequeñas variantes. En ella se equiparaban los mismos títulos jurídicos en sus respectivas tierras a los reyes de Portugal y Castilla. Cabe mencionar que la donación estaba condicionada, porque imponía la obligación de otorgar de los bienes de la Corona una dote para la manutención de los prelados que sería tasada por los diocesanos. De esta manera, el papa puso en manos de los reyes la administración de los bienes de la Iglesia en las Indias. Como resultado de lo anterior, se expidió una tercera bula Inter caetera o de donación y de partición, en la que se omiten los privilegios, fechada el 4 de mayo del mismo año, por la que se estableció una línea divisoria en dirección norte-sur, a cien leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde, asignando el territorio del occidente de la línea de demarcación a los reyes Isabel y Fernando y las tierras al este tenían de someterlos, según declaran ellos mismos. Ese señorío radical excluye al resto de reyes cristianos, como está claro; sin determinar: 1) si tal señorío radical ¿excluía los señoríos efectivos de los indígenas y, por tanto, los sustituía, o más bien, se sobreponía a ellos como señorío imperial y no anulaba, el de los reyes cristianos? No lo aclara la bula y 2) ¿cómo iban a conseguir los Reyes Católicos el sometimiento o señorío efectivo? Tampoco lo aclara la bula".

La bula Eximide devotionis (1501) crea el diezmo que consiste en el pago a la Corona de una décima parte de las aportaciones de los fieles, permite la expansión territorial de la evangelización, convierte al monarca absoluto y al Estado en recaudador para posteriormente gastarlos en la Iglesia. Las relaciones entre el Papa y el Estado se convierten en un Patronazgo Regio, en el que la Corona representa y sustituye en muchas ocasiones a la autoridad eclesiástica, que a través de instrucciones y bulas van cediendo poder.

El monarca adquiere la facultad para fijar y modificar límites de las diócesis en América (bula Ullius fulcite praesidio, 1504).

 

Conclusión.

Hemos mostrado de qué manera se construyó en primer lugar un sistema conceptual dentro de la filosofía cuyo objeto fue y sigue siendo Dios. Este sistema lleva por nombre el de “teología” cuya estructura es isomórfica al de la geometría euclidiana: definiciones, axiomas y proposiciones (teoremas), su sintaxis está vinculada a la lógica.

Construido Dios como cosa fuente de autoridad y poder, se instaló como recurso de legitimación política hasta su desplazamiento por otro criterio de soberanía: la democrática.

Paseo de las Fuentes, Puebla, Pue. 8 de mayo de 2021.

 



[1] Platón: Gorgias.

[2] El Orador, 14,45.

[3] Jenófanes, 21 B 11-12; # 529 de la compilación de textos de Conrado Eggers Lan & Victoria E. Juliá, Los filósofos presocráticos, Planeta D’Agostini - Ed. Gredos 1978-, Madrid 1995, Vol. I, pp. 301-302.

[4] Jonathan Barnes, Los presocráticos, Cátedra, Madrid 1992, 106 ss. y passim

[5] Teágenes de Regio (siglo VI aC), Estesímbroto de Tasos (siglo V), Glaucón (nacido c. 428 aC), Metrodoro de Lámpsaco (331 aC-277 aC), los estoicos Zenón de Citio (335-264 aC), Cleantes de Assos (312-232 aC) y Crisipo de Cilicia (277-204 aC), Plutarco de Queronea (45-125), y los neopitagóricos y neoplatónicos Numenio de Apamea (Siria, s.II), Cronio (150), Plotino (205-270), y Porfirio (232-304), Siriano de Alejandría (450) y su discípulo Proclo de Constantinopla (410-485).

[6] Platón, República, III, 389 b-c (157-158, traducción de J. M. Pabón y M. Fernández-Galiano, Alianza, Madrid 1988).

[7] Jean Pierre Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, S.XXI, Madrid 1994, 185-186.

[8] Evémero, filósofo griego (s.III-IV a.C.).

[9] Podemos encontrar reminiscencias de este planteamiento en algunas monedas contemporáneas donde reza la máxima “Fulano, rey de tal o cual lugar por la Gracia de Dios”.

[10] Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses, Vol. I, Libro I, XVI, 42; en parágrafos anteriores (XIV, 36 ss.), Cicerón ha criticado duramente las teorías -según él, “delirios”- de los estoicos Zenón, Aristón y Crisipo: al primero, por entender los nombres de los dioses como referidos a objetos sin vida, al segundo por dudar acerca de si la divinidad es o no un ser vivo, y al tercero por asimilar la divinidad a la idea del pneuma o ‘hálito envolvente’ -“alma del mundo”- y al mundo mismo. (traducción de Joan Manuel del Pozo, Fundació Bernat Metge, Barcelona 1988).

[11] Cicerón, op. cit., Libro I, XVII, 44; ibíd. Nótese aquí que el planteamiento de Cicerón no está excesivamente alejado de los presupuestos psicologicistas que posteriormente adoptarán las interpretaciones psicoanalíticas de los mitos, a principios del siglo XX.

[12] José Carlos Bermejo Barrera, Grecia arcaica: la mitología, ed.cit., 57.

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