Del Ateísmo Pesimista de Schopenhauer y la Genética de la Espiritualidad de Hamer
Laura Kérlegan Serrano
Ateísmo Pesimista de Schopenhauer
Arthur Schopenhauer fue un filósofo
alemán que vivió de 1788 a1860, considerado uno de los más brillantes del siglo
XIX. Su filosofía la construye a partir de la de Kant y Platón, y la nutre con
las principales filosofías orientales (budismo, taoísmo, vedanta). Es el máximo
representante del pesimismo filosófico y fue uno de los primeros filósofos en
manifestarse abiertamente como ateo.
Para construir lo que se conoce como
su filosofía del Voluntarismo, Schopenhauer tomó de la filosofía de Kant la
distinción entre fenómeno y noúmeno, entre las cosas y su esencia. Para él, lo
que existe es una Voluntad (la cosa en sí) que se objetiva o se manifiesta en
los diferentes seres (fenómenos) que conforman el mundo. Esta objetivación se
manifiesta en una serie de gradaciones, yendo desde la vida inorgánica (como
las leyes físicas y la materia) a la orgánica (los seres vivos, como las
plantas y animales), en los que se manifiesta como voluntad de vivir, hasta alcanzar
su grado más distinto y completo: el ser humano. La Voluntad no es en Schopenhauer
un sinónimo del concepto psicológico de querer, sino que se refiere a un ser o
esencia de índole metafísica, al núcleo de toda la realidad. Es un impulso, un ímpetu que no es racional
ni tiene motivos, finalidad ni propósito, sólo es una mera tendencia ciega a
existir, y esto le confiere una característica esencial: al ser todos los seres
manifestaciones u objetivaciones de la Voluntad, todos tienden hacia los otros,
se adecuan y se acompañan de manera recíproca, todos se necesitan entre sí para
su conservación y sobrevivencia. De modo que esta adaptación de los diferentes
seres tiene como límite la sola conservación de la especie, pero no la de los
individuos; y así nos encontramos ante una Voluntad que se devora a sí misma, y
se manifiesta en una lucha general, el conflicto, que podemos observar en la
naturaleza como una guerra eterna sin cuartel que se hacen los individuos de
una misma especie o entre especies para arrebatarse la materia que asegura su
existencia.
La Voluntad alcanza su grado máximo
de objetivación con el ser humano por la razón y la conciencia, pues es en él
donde se concibe como deseo consciente. Sin embargo, esas características son
las que hacen de la vida humana la más dolorosa forma de vida: es el único ser
que se da cuenta de su finitud y de dimensión infinitamente pequeña, de que su
existencia está verdaderamente limitada por un perpetuo y constante caminar
hacia la muerte, con un cuerpo que día a día muere a pesar de todos los
cuidados y la satisfacción que pueda dársele a sus necesidades. La esencia de
la Naturaleza que no piensa, la Voluntad, es una constante aspiración sin fin y
sin descanso, lo cual se percibe mejor en el hombre. Querer y ambicionar es la
esencia del hombre, pero la base de todo querer es la falta de algo, la
privación, el sufrimiento; por su origen y su esencia, la voluntad está
condenada al dolor. Incluso cuando ha satisfecho sus aspiraciones, pues de
inmediato siente la saciedad, un vacío aterrador, el tedio, el hastío, el
aburrimiento. Así, la vida humana oscila cual péndulo entre el sufrimiento y el
tedio, sus elementos constitutivos. Sí, el humano es la más perfecta de las
objetivaciones de la Voluntad, pero es al mismo tiempo la que tiene más
necesidades: toda su vida lo absorben los cuidados que requiere la conservación
de su cuerpo, sufre del imperativo de propagar la especie, por todas partes le
acechan peligros de toda especie, contingencias y adversarios, y requiere de
una continua vigilancia para evitarlos.
Tal es el dolor y el sufrimiento de
este mundo que, para Schopenhauer, vivimos en el peor de los mundos posibles, y
he aquí donde radica su pesimismo filosófico. Las filosofías y religiones
optimistas, para Schopenhauer, son aquellas que plantean la existencia de este
mundo como justificada por sí misma, como un regalo o don de Dios para los
hombres, por lo que la elogian y ensalzan. En cambio, la visión pesimista del
mundo es la que lo concibe como consecuencia de nuestra culpa y que por lo
tanto no debería ser, y la que reconoce que el dolor y la muerte no pueden
radicar en el orden eterno, originario e inmutable de las cosas, en aquello que
a todos los efectos debería ser.
El pesimismo que anega la visión del
mundo de Schopenhauer le permite afirmar con rotundidad su ateísmo, argumentando
contra el teísmo y el panteísmo. Contra el teísmo (que afirma la existencia de
un Dios creador del universo y que interviene en su evolución) afirma que no
podríamos explicarnos las razones que tendría un ser todopoderoso y omnisciente
para haber creado un mundo atormentado y si, inclusive, le atribuimos la
cualidad de la suprema bondad, su decisión se convierte en absurda. Resulta incluso
peor el panteísmo (según el cual todo cuanto existe participa de la naturaleza
divina porque dios es inmanente al mundo), pues el mismo Dios creador es el
infinitamente atormentado, el que, solamente en esta pequeña Tierra, muere una
vez a cada segundo; y lo hace por libre decisión: ¡eso es absurdo! Ningún ser
inteligente, mucho menos uno omnisciente, se pondría a sí mismo en la situación
que caracteriza nuestro mundo.
Antes que afirmar la absurda
existencia de Dios a partir del peor de los mundos posibles, para Schopenhauer
sería mucho más correcto identificar el mundo con el diablo. El mal y la maldad
deben tener su germen en el origen o en la esencia del mundo, pues no pueden
surgir de la nada; pero aquello que tuvo el poder de crearlos, también debería
tener el poder de evitarlos. La evidencia del mal en nuestro mundo sería una
acusación contra Dios; pero como no hay Dios creador, esta acusación es contra
la naturaleza y contra nosotros mismos, los hombres. Y si no se identifica al
mundo con el diablo, sí por lo menos puede pensarse que fue resultado de la
fatalidad, de un terrible error de una fuerza tan inmensa que para producir y
mantener este mundo se dirija al mismo tiempo contra su propio provecho.
De esto, se desprende otro concepto
central del pesimismo: reconocer la verdad honda y dolorosamente sentida por
todos de que nuestro estado es sumamente miserable y al mismo tiempo culpable, tiene
como consecuencia la necesidad y la posibilidad de la redención. La única forma
de eludir el dolor es dejar de buscar su causa y asumir como fuerte convicción
que el dolor es esencial e inseparable del mundo y de la vida, que no proviene
del exterior y de los accidentes, sino que lo llevamos dentro de nosotros como
un manantial que nunca se agota. Aceptar que esto es así nos llevará a la
verdadera salvación, a la negación de la voluntad y a la redención de este
mundo, con lo cual nuestro sufrimiento terminará. Schopenhauer enumera los
medios de huida del sufrimiento:
Estética: que es contemplación de la
obra de arte, porque nos aparta de la vida real transformándonos en
espectadores desinteresados.
Ética: con la práctica de la
compasión moral (al sentir el dolor y sufrimiento del otro como propios) y del
altruismo.
Ascetismo: que es autonegación del yo,
la negación de la voluntad de vivir.
Hemos dicho que la objetivación más
perfecta de la Voluntad es el ser humano. Esto es así porque en él la Voluntad
asciende hasta aparecer como razón, como reflexión; y entonces se asombra de su
existencia, de sus propias obras y se pregunta qué es ella misma. Pero entonces
es aquí donde, por vez primera, se enfrente conscientemente a la muerte y a la
banalidad de todos los esfuerzos por evitarla. Con este asombro y esta
reflexión es que nace la necesidad metafísica del hombre que le da la
disposición de asombrarse de lo habitual y cotidiano y lo induce a convertir la
totalidad del fenómeno (el mundo) en un problema, a preguntarse por qué existe
el mundo y por qué tiene precisamente esta condición, buscándole una explicación
más allá de la experiencia; preguntándose por lo que se oculta tras la
naturaleza y la hace posible.
La fuerza del impulso a la reflexión
filosófica y a la interpretación metafísica del mundo estarán determinadas por
dos factores:
1) Del asombro de que el mundo exista,
pero además de que sea un mundo tan triste con la presencia del sufrimiento y
la necesidad de la vida, del mal, de la maldad y de la muerte.
2) El nivel intelectual y de
instrucción en que se encuentre cada hombre en particular.
En tanto un hombre este agobiado y
atenazado por satisfacer las necesidades de su cuerpo y de su sobrevivencia, su
vida no será más que una lucha constante por su existencia y lo que le hará
persistir en esta fatigosa lucha no será tanto el amor a la vida como el miedo
a la muerte. El hombre que vive así –que son la mayoría- más bajo se encuentra
en lo intelectual y, por lo mismo, para él la existencia misma menos tiene de
enigmático, le parece que las cosas son fáciles de entender porque así son y él
mismo se encuentra ligado a la naturaleza como parte integral de ella, capta al
mundo de manera puramente objetiva. Sólo el hombre que con un desarrollo
superior de la inteligencia y con mayor instrucción está condicionado para el
asombro y reflexión filosóficos.
Es así como Schopenhauer distingue dos
formas distintas de satisfacer esa necesidad metafísica tan pronunciada, pues
esta diferencia de grado de inteligencia e instrucción en los hombres impide la
existencia de una metafísica para todos. Hay entonces dos tipos de metafísica:
La metafísica que tiene su
acreditación fuera de sí misma, la llamada metafísica popular porque está hecha
para la mayoría de los hombres, que no son capaces de pensar sino solamente de
creer, que no son receptivos a las razones sino a la autoridad. Esta metafísica
popular la conforman las religiones, su acreditación es externa y se presenta a
través de la Revelación con signos y milagros. Sus argumentos son
principalmente amenazas de males eternos y temporales, dirigidas a los incrédulos
o a los que dudan. Las religiones tienen un privilegio: son enseñadas desde la
más tierna infancia para que sus preceptos queden grabados como un segundo
intelecto innato. Dado que está destinada a un incontable número de hombres
incapaces de demostraciones y pensamientos, que nunca comprenderían las
verdades más profundas y difíciles, otra de sus características es que su única
obligación es ser verdadera en sentido alegórico. Esta naturaleza alegórica de
la religión es la única forma de hacer tangible al sentido común y al
entendimiento rudo lo que le resultaría inconcebible (las cosas en sí), la
exenta de demostraciones y sólo exige fe, una aceptación libre de que eso es
así. Las religiones son un mal necesario, pues llenan el espacio de la
necesidad metafísica; además, para efectos prácticos son norte del obrar de la
masa y estandarte de la rectitud y la virtud, y por otro lado ofrecen consuelo
en el duro sufrimiento de la vida.
La metafísica que tiene su
acreditación en sí misma, que exige reflexión, instrucción, esfuerzo y juicio;
sólo puede ser accesible para un número extraordinariamente pequeño de hombres;
la constituye la Filosofía. Su característica principal es su pretensión y
obligación de ser verdadera, pues se dirige al pensamiento y a la convicción.
Genética de la Espiritualidad de Hamer
Dean Hamer es uno de los genetistas
más prestigiosos del mundo, además de autor y productor de filmes documentales.
Doctorado en Medicina por la Universidad de Harvard nacido en 1951, desde hace
35 años es investigador en Instituto Nacional de Salud (National Institute of
Health) y es jefe de Estructura Genética y Reglamentación (Gene Structure and
Regulation Section) en el Laboratorio de Bioquímica del Instituto Nacional de
Cáncer (National Cancer Institute), en Bethesda, Maryland. Es conocido por sus
contribuciones a la biotecnología y a la prevención del VIH/SIDA; y sobre todo
por sus investigaciones sobre el papel que la genética juega en el
comportamiento humano, incluyendo la felicidad, la orientación sexual (gen gay)
y la espiritualidad (gen de Dios). Ha ganado numerosos premios, incluyendo el
Premio Joven Científico Distinguido de Maryland (Maryland Distinguished Young
Scientist Award) y el Premio Ariens Kappers por Neurobiología (Ariens Kappers
Award for Neurobiology); sus investigaciones y publicaciones han revolucionado
el conocimiento en estas áreas y generado enormes controversias.
Ha publicado, además de numerosos artículos
en revistas científicas y divulgativas, libros como:
- La ciencia del Deseo: en búsqueda
del Gen Gay y la Biología del Comportamiento (The Science of Desire: The Search
for the Gay Gene and the Biology of Behavior), 1994
- Viviendo con nuestros genes: por
qué importan más de lo que pensamos (Living with Our Genes: Why They Matter
More Than You Think), 1999
- El gen de Dios: Cómo la fe está
determinada en nuestros genes (God gene: How Faith is Hardwired into our Genes)
2004
En éste último libro afirma que
nuestra inclinación hacia la fe religiosa está determinada por factores
genéticos y no sólo por el contexto social, cultural y educativo de los
individuos, y dedica varios capítulos a una detallada descripción de los
diferentes momentos de la investigación y de sus procesos que le brindan la
evidencia científica que sustenta dicha afirmación. En su capítulo
introductorio explica las limitaciones de la investigación: entre ellas que el
estudio intenta explicar por qué los humanos creen, pero no si sus creencias
son verdaderas (es decir, no pretende afirmar la existencia de Dios), y también
que no pretende dar una explicación total de la espiritualidad.
De inicio, Hamer distingue la espiritualidad
de la religiosidad. La conducta espiritual tiene una base biológica que
comparte con otros factores (como el entorno familiar y social, el desarrollo
embrionario y otras variables); y la religiosidad es más bien un constructo de
naturaleza sociocultural que se manifiesta en la pertenencia a una religión y
el seguimiento de sus doctrinas, creencias y ritos. La espiritualidad se
perfila, al margen de credos religiosos, no sólo como la devoción por un Dios,
sino que contempla rasgos de la personalidad tales como:
Olvido de uno mismo: capacidad de
perderse a sí mismo y experimentar la trascendencia espacio-temporal (ignorar
el transcurrir del tiempo y lo que sucede alrededor) cuando se ejecuta alguna
actividad (música, pintura, arte, trabajo, deporte, estar en oración).
Identificación transpersonal:
capacidad que tienen las personas para ir más allá de sí mismas, para
percibirse como formando parte de una totalidad, el sentimiento de conexión o
comunión con la naturaleza, con el universo o con Dios, llevándolas al punto de
estar dispuestas a sacrificarse para salvar, por ejemplo, a las ballenas, los
árboles o al planeta por la fuerte conexión que sienten con la naturaleza.
Misticismo: condición humana para experimentar
el sentido de lo sagrado, para creer en los misterios y captar la realidad de
las cosas inefables, que no pueden explicarse (la emoción que provoca un poema,
la creatividad o el origen de la vida).
En la primera fase de su
investigación la inquietud de Hamer era averiguar en qué medida la
espiritualidad es una característica heredable, y qué papel juegan factores
ambientales y/o educativos. Para
dilucidarlo utilizó test psicológicos llamados Inventario sobre Temperamento y
Carácter (o ITC) creados por el psicólogo Robert Cloninger en 1994 para medir numéricamente
estos diversos aspectos de la autotrascendencia o la capacidad para la
espiritualidad; y los aplicó a más de mil personas, que eran diferentes tipos
de gemelos y hermanos. Los primeros resultados mostraron que los genes
desempeñaban un papel importante en la autotrascendencia, del mismo orden que
los factores ambientales.
Pero Hamer no sólo quería sostener la
base genética de la espiritualidad, el siguiente paso de la investigación
consistió en buscar la identificación del gen específico asociado a la
espiritualidad; el libro relata en su mayor parte cómo fue este proceso. Partió
de los avances de las neurociencias, la farmacología y la psiquiatría genetista
que ya han estudiado y distinguido el grupo de genes que controlan la
producción de las llamadas monoaminas, sustancias que tienen efectos diversos
en los estados anímicos y la conducta del ser humano, entre ellas los neurotransmisores
dopamina y serotonina, que están ligadas a sentimientos como el placer, la
motivación o la ansiedad[1].
Los primeros estudios moleculares de las personas que obtuvieron mayores
puntajes en los test de autotrascendencia no mostraron resultados que
permitieran esclarecer que algún grupo de genes pudiera tener una asociación
directa con la espiritualidad.
La investigación tenía dos problemas:
la muestra era demasiado pequeña y sesgada, y los genes a estudiar eran
demasiados (59) para los siete grupos o grados de espiritualidad que Hamer
había preestablecido; modificó sus muestras (mayores y menos sesgadas, o con
grupos de individuos relacionados genéticamente) y se concentró sólo en los
genes que tenían alguna relación con las monoaminas (sólo nueve) para unos
nuevos estudios moleculares.
Los resultados, en esta ocasión, sí
revelaron un vínculo entre esa medida de la espiritualidad y un gen; el VMAT2
(vesicular monoamine transporter, transportador vesicular de monoaminas). Este
gen codifica para una proteína que tiene por misión empaquetar (en vesículas) las
diferentes monoaminas en vehículos de secreción entre las neuronas que controlan
su liberación y garantizan su tráfico óptimo en el cerebro, es decir, maneja
todas las monoaminas de forma simultánea. La proteína que este gen produce es
tan relevante que, incluso aunque las monoaminas se produzcan con buenos
niveles, la falta de esta proteína genera que se degraden antes de lograr
transmitirse y cumplir con sus diferentes funciones. Pero además se halló que
dicho gen aparecía con dos variantes[2],
de modo que quienes poseían una versión determinada de ese gen, daban
resultados mayores en los test de autotrascendencia.
La investigación de Hamer no sólo es
relevante en cuanto ha hallado la instanciación biológica que nos predispone a
creer en Dios y a la vida espiritual, sino que sus conclusiones lo llevan a
afirmar que el gen de Dios –como lo bautizó- nos brinda posibles ventajas para
nuestra supervivencia y evolución como especie, por lo que creer en Dios podría
ser adaptativo. Según esta visión, el gen de Dios ha jugado un papel crucial en
la selección natural pues les proporciona a los seres humanos un innato sentido
del optimismo, acompañado de satisfacción personal, felicidad y de la capacidad
de darle sentido a la vida a pesar de las adversidades y del medio hostil; de
modo que, a lo largo de la evolución de la humanidad, creer en deidades, en
fuerzas sobrenaturales o en otras vidas nos pudo haber ayudado a seguir
adelante, a luchar contra los elementos y a procrear pese a nuestro inevitable
destino: la muerte.
Si la espiritualidad es algo debido
en parte a la genética, sería así mismo hereditario: un grupo de humanos con
una mayor proporción del gen VMAT2 tiene mayores posibilidades de éxito
biológico que otro desprovisto de este gen, con lo que nuestra especie podría
tener un mayor éxito evolutivo.
Los resultados de Hamer han sido muy
polémicos. Sólo por citar dos críticas antagónicas: están por un lado los que
utilizan sus resultados para afirmar que encontrar el gen de Dios es la prueba
de que no existe Dios y que la religión entonces es sólo un programa para
engañarse a uno mismo; por otro lado, están los creyentes, quienes ven en este
gen un signo más de la inventiva del creador: una forma inteligente de ayudar a
los humanos a comprender y aceptar su presencia.
Preguntas para la reflexión
¿Qué diría Schopenhauer acerca de las
investigaciones de Hamer? ¿Confirman o refutan su ateísmo pesimista?
¿Podrían ambas visiones conciliarse
para dar una sola explicación del mundo?
Partiendo de la visión pesimista del
mundo de Shopenhauer, ¿cómo explicaría el optimismo que este gen brinda al ser
humano y que le reporta una ventaja evolutiva?
Si el gen de Dios está en el ser
humano y determina su sobrevivencia y evolución, ¿sigue siendo posible la
existencia de la Voluntad como impulso irracional y sin finalidad? ¿Cómo se
explicaría la Voluntad schopenhaueriana desde la ciencia genética?
¿Dónde queda la metafísica de
(Schopenhauer) que explica y fundamenta el mundo con los resultados y avances
de las ciencias hoy en día, en especial de la genética?
¿El misticismo al que nos capacita el
gen de Dios tiene relación con la necesidad metafísica que describe
Schopenhauer?
Si misticismo implica creer y
necesidad metafísica, asombro y reflexión, ¿cómo pueden conciliarse?
¿Cómo encaja en las investigaciones
de Hamer la necesidad metafísica que caracteriza al hombre al asombrarse ante
lo común y cotidiano según Shopenhauer?
¿La presencia del gen de Dios en unos
pocos humanos (como lo mostraron las investigaciones de Hamer) es equivalente a
la capacidad intelectual que caracteriza a los que están predispuestos al
asombro y la reflexión filosóficos?
¿Dónde queda la razón y el poder
intelectual en la estructura genética que nos propicia la experiencia
espiritual?
Fuentes:
Castro, Oscar: La religión parece
responder a patrones neuronales. Artículo publicado en Tendencias 21; el 27 de
junio de 2008. https://tendencias21.levante-emv.com/la-religion-parece-responder-a-patrones-neuronales_a2379.html
Domínguez, Martí: El Gen de Dios, de
Dean Hamer. Artículo publicado en Metode, Universitat de Valencia; el 22 de
julio de 2007. https://metode.es/revistas-metode/llibres-revistes-revistes/el-gen-de-dios-de-dean-hamer-2.html#:~:text=Hamer%20ha%20localizado%20%C2%ABun%20gen,experiencias%20de%20autotrascendencia%20y%20misticismo.
Hamer, Dean: El Gen de Dios. Cómo la
fe está determinada en nuestros genes. La Esfera de los Libros, Madrid. 2006
(2004).
Lino, Manuel: La ciencia del sentido
de la vida. Artículo publicado en Eje Central; el 23 de junio de 2019. https://www.ejecentral.com.mx/la-ciencia-del-sentido-de-la-vida/
Moya, Andrés: Dios y la Biología.
Artículo publicado en Revista de Libros, Segunda Época; el 1 de septiembre de
2007. https://www.revistadelibros.com/articulos/el-gen-de-dios-dean-hamer
Schopenhauer, Arthur: El mundo como
voluntad y representación, I. Porrúa, México. 1998 (1818).
__________: El mundo como voluntad y
representación, II. Trotta, Madrid. 2005 (1844).
__________: Parerga y Paralipómena,
I. Trotta, Madrid. 2009 (1851).
__________: Parerga y Paralipómena,
II. Trotta, Madrid. 2013 (1862).
[1]
Las monoaminas son neurotransmisores con diversas funciones de neuromodulación,
a través de los cuales nuestro cerebro se comunica con otras partes del cuerpo,
por lo que son esenciales para nuestro bienestar. Están distribuidas a lo largo
y ancho de todo el sistema nervioso central y periférico. Reciben y liberan
material sináptico que contiene información para cada una de las complejas
actividades que realizamos, como la atención, los estados emocionales y las
funciones viscerales. Se dividen en dos subclases: catecolaminas e indolaminas.
A su vez, dentro de las catecolaminas, estarían tres neurotransmisores: la
noradrenalina (crea un terreno favorable para el despertar, el aprendizaje, la
sociabilidad, la sensibilidad a las señales emocionales y el deseo sexual;
cuando se interrumpe su síntesis o liberación, puede aparecer abstinencia,
desprendimiento, desmotivación, depresión, baja libido), la dopamina (afecta el
movimiento muscular, al crecimiento de los tejidos o al funcionamiento del
sistema inmune; asociada con los comportamientos de exploración, vigilancia,
búsqueda del placer y la evitación activa del castigo. Su baja actividad genera
depresiones melancólicas, caracterizadas por una disminución en la actividad
motora e iniciativa. Las sustancias que la activan aumentan la agresión, la
actividad sexual y la iniciativa) y la adrenalina (nos prepara orgánicamente
para reaccionar rápidamente; en especial, aumenta su liberación cuando
detectamos una amenaza). Dentro de la categoría de las indolaminas solo estaría
la serotonina (su destrucción conduce a una desinhibición del control reflexivo
sobre el comportamiento: da paso a comportamiento impulsivo, agresivo o incluso
muy violento; también conduce a la desinhibición de la actividad sexual).
[2]
Había dos variantes genéticas, o alelos, de VMAT2, en una posición concreta del
citado gen. La variante minoritaria (28 por 100 de la población de alelos)
correspondía al alelo «espiritual». Los portadores en homocigosis (dos copias
del alelo espiritual) o heterocigosis (una sola copia de ese alelo y otra del
alelo no espiritual) mostraban niveles altos de autotrascendencia. Teniendo en
cuenta que la información en el ADN está cifrada por las proteínas adenina,
timina, guanina y citosina, la diferencia entre las dos variantes del gen VMAT2
es que la variante espiritual tiene una adenina donde la variante no espiritual
tiene una citosina.
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