Todavía nos queda mucho por hacer juntos
José Antonio Robledo y Meza
La situación actual de México después de las elecciones de los nuevos miembros del poder judicial el pasado 1 de junio de 2025 puede ser leída como un libro bífido que puede ser interpretado como una promesa, aunque también como el anuncio de un final. Algunos hablan de que se está destruyendo la democracia y que se avecina una terrible crisis económica; otros señalan que se continúa construyendo la democracia de abajo hacia arriba al mismo tiempo que se avanza en un lento pero firme crecimiento económico guiados por las manos estables de Claudia Sheinbaum. Algo que llama la atención es que quienes quieren reprimir la democracia hablan de su defensa construyendo cacareados terrores del futuro.
Quienes han impulsado las trasformaciones de los tres poderes políticos de México han tenido en los últimos años el propósito de construir, no la Ciudad de Dios, sino una nueva República Terrena. Para visualizar este futuro propuesto lo mejor es alzar la mirada y plantear un argumento de discusión que, aun siendo de actualidad, hunde sus raíces lo suficientemente lejos y que ha sido causa de fascinación, temor y esperanza para todos los componentes de la familia humana en el curso de los dos últimos milenios.
Los negacionistas de las trasformaciones están viviendo sus propios terrores del final de los tiempos; ven aparecer una y otra vez fantasmas sin vislumbrar que la fuerza de estos reside precisamente en su irrealidad. Los negacionistas manifiestan un milenarismo desesperado en donde cada vez el fin de los tiempos se contempla como inevitable, y cualquier esperanza cede el sitio a una celebración del fin de la historia, o a la convocatoria del retorno a una tradición intemporal o arcaica, que ningún acto de voluntad y ninguna reflexión, no digo ya racional, sino razonable, podrá jamás enriquecer.
El miedo al futuro existe y todo indica que al carecer de propuesta ética los negacionistas no pueden valorar críticamente cuanto hemos dejado atrás. Pareciera que toda idea de futuro es fuente de temor, de miedo, de repliegue o de evasión hacia ninguna parte. No se dan cuenta que junto a ese miedo al futuro se hallan grupos humanos que en el pasado fueron oprimidos por graves sufrimientos religiosos, sociales y políticos; grupos que han aprendido a construir una salida en la acción inmediata; se proyectan no en la espera de un tiempo en el que las fuerzas cósmicas se abatan sobre la tierra para derrotar a todos sus enemigos sino en la conciencia de que son ellos quienes están construyendo la historia. Es cierto que esta postura tiene una gran carga utópica y una gran reserva de esperanza, pero al mismo tiempo, es un enérgico rechazo a la desolada resignación que, respecto al presente, se tenía en el pasado inmediato.
La mirada contraria a los negacionistas se ha construido a partir de entender que la historia es un proceso infinitamente perfectible, de modo que el mañana perfecciona el ahora, siempre y sin reservas, y en el curso de la historia misma. Es una visión de la historia que se construye bajo el signo de la Esperanza. De modo que, aun siendo capaz de juzgar la historia y sus horrores, es una mirada fundamentalmente propositiva y optimista. Razón y voluntad son elementos que acompañan a esta construcción histórica. Sólo si se cuenta la historia con un sentido de dirección se pueden amar las realidades terrenas y creer —con altruismo— que existe todavía lugar para la Esperanza.
De esta manera, los transformacionistas ven la historia como un camino hacia una meta dentro de ella, inmanente a ella. Esta perspectiva podría ser expresada mediante una triple convicción: 1. La historia posee un sentido, una dirección de marcha, no es un mero cúmulo de hechos absurdos y vanos. 2. Este sentido es puramente inmanente, es objeto, al mismo tiempo, de cálculo y Esperanza. 3. Esta perspectiva no agota, sino que solidifica el sentido de los acontecimientos contingentes: son el lugar político-moral en el que se decide el futuro histórico de la aventura humana. Esto es así porque el problema de la Esperanza encierra la cuestión del futuro del hombre.
Podemos concluir que es mucho el camino por recorrer pero que estamos dispuestos a caminarlo porque ese camino se llama ejercicio de inteligencia y valor para escrutar colectivamente las cosas sencillas.
robledomeza@yahoo.com.mx
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