Hacia la Nueva república: “La República culta”
Gonzalo Salgado Villa
gvilla_salgado@hotmail.com
Las bases para el cambio político en México se establecieron en los últimos años teniendo como factor el repudio y el descontento de la mayoría del pueblo. En el mundo actual las sociedades liberales existen como un proceso de evolución que devino en la confianza de abrir fronteras al libre mercado y a la inversión privada. México no se quedó en el camino, sino que se subió al barco como un facilitador de la mano de obra de las potencias mundiales: como “el granero del mundo” que alguna vez fue la Argentina del siglo XIX. Los recursos humanos y naturales son el principal atractivo de la inversión extranjera.
Lo anterior se puede pensar de manera ingenua; la verdadera razón es más fuerte todavía: la manipulación de la constitución a los intereses de unos cuantos; las leyes que se promulgaron en 1917 y que se reformaron en los últimos 30 años, se hicieron con la finalidad de resolver los problemas estructurales de la sociedad de una época: emparejar a las provincias con el desarrollo de la capital, impulsar el desarrollo de la industria a la par del campo, salir del analfabetismo con un sistema de educación efectivo, preponderando el desarrollo social por medio del incremento en la producción de la propiedad privada. Esas soluciones se produjeron en un ambiente de poder concentrado en un gran partido político: los intelectuales, economistas, periodistas y medios de comunicación, los empresarios, los políticos y burócratas se encontraban unidimensionalmente, como diría Marcuse: en una sola dirección ¿una muy egoísta acaso?
En esa esfera superior, idílica, se olvidaron del daño colateral que arrastraban sus acciones en una parte fundamental de los estados modernos: el pueblo. De ahí nació la decepción y el clamor de una forma diferente de dirigir el rumbo nacional. La impunidad, la corrupción, inseguridad y el narcotráfico: la violencia, se convirtieron en cultura. Los zapatistas en un inicio, los levantamientos de las autodefensas en las zonas rurales del sureste y suroeste del país, las escuelas normalistas, fueron los primeros avisos de revirar el rumbo de la nación. Las bases ideológicas con las que se empezaron a fraguar dichos movimientos, nos recordaron que las formas revolucionarias estaban muy cerca. El movimiento que se generó tras la desaparición de los 43 normalistas, avivó el espíritu dentro de las universidades y en los estudiantes que formamos parte de las marchas y de los mítines, con la ilusión de encontrar una respuesta. Los movimientos en contra de la violencia, encabezados por Javier Sicilia, mostraron una forma diferente de hacer protestas a nivel nacional, sin embargo, no se encontró ni se consiguieron grandes cambios, ni se ha encontrado justicia a las víctimas del secuestro y la violencia en el país.
Después de tres descalabros democráticos, la población de adultos mayores de 50 años y los jóvenes votantes, todos decepcionados con la estafa democrática del pasado, fueron un factor indispensable para entender el proceso de transición qué estaba por venir: la revolución o el eterno retorno de lo mismo. El cambio de gobierno del 2018, llegó con muchas expectativas a favor y en contra, con un proyecto pensado a lo largo de 30 años, pero que no fue el producto del intelectual, tanto como el de un movimiento que se avivó del odio y el desprecio de la gente al antiguo régimen. El proyecto no mostró un panorama claro de cómo se debería seguir, cuáles eran las formas. Estas se fueron desenmarañando con acciones y no tanto con ideas, aún hoy no se logra definir cuál es la “idea” de la nueva república o de la cuarta transformación (4T). Los acostumbrados al mundo de las ideas claras y de los métodos tradicionales se preguntan si los hechos hablan por sí solos.
El espacio del intelectual es la universidad, la academia, desde inicios de la segunda mitad del siglo pasado dejó de ser el político (Carlos Fuentes y Luis Villoro, fueron los últimos en intervenir como críticos). En los últimos meses, los intelectuales han empezado a tener mayor participación en las discusiones políticas: se ha empezado discutir en torno a la contingencia médica, sobre los protocolos bioéticos para el uso de recursos y atención médica, antes fue sobre la educación, anteriormente se comenzó a especular sobre las posibles repercusiones económicas tras el cambio de poder, los economistas llamados expertos han empezado a ser críticos.
Pero debemos de entender que de nada sirve una crítica que no tiene la dualidad principal del pensamiento: deconstruir y edificar. Un proceso similar al de los antepasados prehispánicos triunfadores de las guerras floridas: construir sobre las bases de las culturas dominadas, pero entendiendo el factor cosmogónico de los dioses caídos. Es decir, el pensamiento, para ser crítico, debe pasar por una etapa de lucha en la que desarticula aquello que critica para entender la sustancia que lo hace posible y de ahí empezar con el proceso de construcción; generar ideas nuevas: las premisas parten de la afirmación contrapuesta a la negación de ideas generales y particulares, son todo aquello que antecede a la generación de una afirmación diferente a la inicial, a la que se llama conclusión.
El intelecto se forma de esa peculiaridad de entender, destruir y construir de nuevo a partir de la realidad. Si se defiende una misma idea a capa y espada puede llegar a dogmas, leyes irreprochables, el producto es la reproducción y repetición de las mismas ideas, verdades únicas que no se desarrollan sino se preservan. El intelectual debe buscar el progreso relativo de la verdad, no el estancamiento inamovible de su verdad. Construir la verdad tiene como base la realidad. En una forma lógica la verdad es aquel pensamiento que tiene correspondencia en la realidad; de una forma científica, la observación de la realidad permite construir sistemas sin temor a ser socavados en el tiempo. Esa característica científica es la crítica del intelectual: “decosntruir y edificar sin temer al progreso de la verdad” porque lo que busca en el interior es la esencia de las cosas mismas: inalcanzable, envuelta en un código indescifrable, pero es un reto ir desprendiendo cada capa que lo compone a través del tiempo y el espacio.
Al conjunto de conocimientos originados del proceso intelectual, a su difusión, preservación, reproducción y desarrollo, a todos los hábitos y expresiones que comienzan en el trabajo humano y se convierten en tradiciones con la finalidad de ser creadores de una forma de vivir o de una formación o perfeccionamiento humano, se le llama: cultura. El intelectual debe ser parte importante de la producción y difusión cultural, de la construcción y de la deconstrucción.
En el artículo titulado “Fundamentos de la Nueva república”i, se presentan los conceptos: “pueblo soberano”: base del proyecto; Cuarta transformación: el medio; Nueva república: el fin. Es una forma de establecer los criterios ideológicos para un proyecto en el cual se sumen los diversos estratos sociales.
Falta aclarar cómo llegar, cuáles son los criterios para hacerlo, es decir, falta llenar de contenido los conceptos base. Pongamos como premisa que el medio (4T) debe de ser el posibilitador, el método para llegar a los fines deseados, en ese sentido bien podemos entender el papel fundamental de dos conceptos indispensables para lograr la Nueva República: la libertad y la ley. La libertad sin “consciencia” es imposible, para generarla es necesario un ambiente de cultura en donde se procure la formación de las “personas humanas” y no de los individuos. Libertad y ley son paradójicas porque una es el límite de la otra, no obstante, entre esos dos puntos debe haber algo que los equilibre, ese es el “poder de la democracia”. La sustentabilidad de la democracia es el medio para poder ser libres al amparo y con los límites en el cumplimiento de la ley, pero deben entenderse todos estos como medios y no como fines.
La libertad dimana del pueblo soberano, integrado por “personas humanas”: intelectuales, empresarios, artistas, comunicólogos, maestros, proletarios, servidores públicos, médicos, políticos, legisladores, comerciantes, distribuidores, inversionistas, amas de casa, campesinos, estudiantes, desempleados, choferes, feministas, comunidad LGBTQ, religiosos, promotores culturales: el conjunto de las voluntades en pos de construir la “República Culta”, es la soberanía del pueblo, es la base.
Sin democracia, sin el pueblo, sin ley y sin libertad no puede haber República, pero ¿qué tipo de República deseamos? ¿Qué características tendrá? aquella a la que pretendemos llegar es a la “República culta”: conformada por los órdenes de la ciencia-tecnología, del arte-estética y de la ética-filosofía, esto como anexo a la siguiente propuesta:
“El principio de felicidad apunta hacia la dimensión existencial pero no toma en cuenta el principio de verdad que apunta a la dimensión intelectual de un proyecto a escala mundial. La nueva síntesis requiere de conjuntar ambos principios -el de felicidad y el de verdad- en un proyecto mundial donde nada quede excluido. Debe tomar en cuenta tanto a las personas como al medio ambiente en el que se desarrollan (…) Se trata de construir los significados históricos que, aquí y ahora, permitan salir de la “crisis” a la humanidad toda. Una crisis que emergió de una situación sanitaria provocada por un virus.”ii
El corolario queda de la siguiente manera:
(Libertad=democracia) + (ley=poder) = Nueva República/República Culta.
Los intelectuales hoy están llamados a hacer partícipes de los cambios sociales, con propuestas y no con “miedo” ni por conflicto de intereses personales; se debe entender también que la ignorancia es el enemigo ¿es resultado de algo que el intelectual dejó de hacer hace mucho tiempo? Recordemos la vocación y la misión de los maestros en el tiempo de Vasconcelos, esa sería la respuesta y la postura. Las propuestas deben de tener las características de la crítica: “deconstrucción y edificación”. No pasemos por alto las enseñanzas de Kant que cambiarían la forma de construir el conocimiento en el siglo de las luces: “Las intuiciones sin conceptos son ciegas; los conceptos sin intuiciones, son vacíos.”iii
Lo que aquí se propone es comenzara una participación activa de los intelectuales en donde el punto fundamental sea el configurar las bases de un nuevo proyecto para México, con miras a ser ejemplo para el mundo.
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