Trump y el miedo al futuro
José Antonio Robledo y Meza
Hablar del futuro es implicar a la ética. Si entendemos que en este campo filosófico se discute sobre mundos posibles, entonces entre los problemas que más nos ocupan se cuentan, sin duda, los relacionados con el futuro.
Los futuros pueden ser narrados como utópicos o distópicos y estas narraciones articuladas a la vida cotidiana son las que más impresionan a la opinión pública. Dicho lo anterior ¿cómo explicar el discurso de Donald Trump? ¿Qué pretende? ¿Con qué medios? ¿De qué premisas parte?
El discurso de Donal Trump acompañado de amenazas tiene como objetivo provocar temor y miedo. Al mismo tiempo, y como contraste, hay otros discursos, por ejemplo, el de Claudia Sheinbaum, que invitan a mejorar la convivencia hacia el futuro. Mientras Sheinbaum alienta a construir un mejor futuro, Trump intenta, con sus amenazas, a adoptar una actitud que desahucia a la humanidad. Ante estas posturas parece que lo importante es determinar los grandes horizontes entre cuyos límites se formarán nuestros juicios y a partir de ellos discernir los porqués de las valoraciones prácticas en conflicto.
El problema de la esperanza o el desahucio de la humanidad es uno de los problemas que involucra el futuro del hombre, en este inicio del siglo XXI. Trump intenta evocar imágenes apocalípticas que, en el pasado, por ejemplo, hacia finales del primer milenio, hicieron temblar a las multitudes. Aunque lo dicho por Trump no sea verdad tiene un fuerte impacto social porque el miedo al futuro existe.
Las amenazas trumpianas intentan acompañar a las amenazas ecológicas que juntas empiezan a sustituir a las fantasías del pasado, y su carácter científico las hace todavía más espantosas. Lo que intenta Trump es construir un nuevo apocalipsis
En los apocalipsis el tema predominante es, por lo general, la fuga del presente para refugiarse en un futuro que, tras haber desbaratado las estructuras actuales del mundo, instaure con y por la fuerza un orden de valores definitivo, conforme a las esperanzas y deseos de quien construye el mito. Tras el mito apocalíptico se hallan grupos humanos oprimidos por graves sufrimientos religiosos, sociales y políticos, los cuales, al no ver salida alguna en la acción inmediata, se proyectan en la espera de un tiempo en el que alguna fuerza sobrenatural se abata sobre la tierra para derrotar a todos sus enemigos. En este sentido, puede observarse que en todo apocalipsis hay una gran carga utópica y una gran reserva de esperanza, pero al mismo tiempo, una desolada resignación respecto al presente.
Frente a este discurso apocalíptico está la propuesta laica de la construcción humana de un diferente futuro; futuro resultado de la acción colectiva de humanos sin más. Expresiones de esta visión laica están las propuestas de “Juntos hagamos historia” y “Juntos sigamos haciendo historia”. La visión laica de la historia no admite un fin de los tiempos. Por lo tanto, no hay ni habrá potencia divina o satánica que pueda oponerse a la esperanza de los hombres.
En la visión laica la historia no es más que un camino construido por objetivos humanos y nada trascendente a ellos. Los objetivos son inmanentes a la historia misma. De esta manera la racionalidad de la historia está marcada por las acciones de los humanos. Esta racionalidad es inmanente a la historia y es resultado de cálculos y esperanzas. Estos cálculos y esperanzas deben definir las discusiones éticas del cambiante presente humano que da lugar a un caminar histórico donde cada mínimo progreso en este entendimiento sobre las grandes cosas sencillas significará un paso adelante para compartir las razones de la esperanza también.
La reflexión sobre la historia humana implica dos cosas: reconocer los errores del pasado y prestar interés por el futuro. Tal reflexión nos obliga a descartar el éxito del discurso trumpiano basado en el temor y el miedo a un distópico futuro. Racionalmente la humanidad desde siempre se ha propuesto objetivos que con su acción ha corregido permanentemente. La experiencia nos demuestra cómo hacer las cosas cada vez mejor. Todavía nos queda mucho por hacer juntos.
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