La Cuarta Trasformación una fiesta popular.
José Antonio Robledo y Meza
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador varios aspectos de la vida cotidiana mutaron significativamente; entre ellas destacan el lenguaje y los ademanes del titular del ejecutivo en las llamadas “Mañaneras”. Durante éstas se elaboraron formas diferentes de la comunicación política, francas y sin constricciones, que abolían toda distancia entre los ciudadanos y el presidente de la República. Ciudadanos en comunicación, liberados de las normas corrientes de la etiqueta y las reglas de conducta. Esto produjo el nacimiento de un lenguaje relacionado con el mundo de los ideales contenido en la expresión “Cuarta Trasformación”, una trasformación que puso en contacto los tiempos pasado y futuro con el presente trasformador.
Las mañaneras tuvieron un contenido esencial, un sentido profundo: expresaron una concepción del mundo. Su construcción fue expresión no solo del mundo de los medios y condiciones indispensables del presente, sino del mundo de los objetivos superiores de la existencia humana, es decir, el mundo de los ideales. Sin esto, las mañaneras no hubieran tenido una relación profunda con el tiempo de los mexicanos.
En la base de las mañaneras hubo siempre una concepción determinada y concreta del tiempo cósmico (la grandeza del pasado), biológico (niñez, juventud, vejez de los miembros de la sociedad) e histórico (de la primera a la cuarta trasformación). Además, las mañaneras, al considerar las fases históricas, ligó los períodos de crisis (el neoporfirismo, el neoliberalismo), de trastorno de las campañas negras, en la vida de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. La muerte y la resurrección, las sucesiones y la renovación constituyeron siempre los aspectos esenciales de las mañaneras. Son estos momentos precisamente, bajo las formas concretas de las diferentes etapas, los que crearon el clima típico de la mañanera.
La mañanera con los objetivos superiores de la existencia humana, la resurrección y la trasformación, sólo podía alcanzar su plenitud en el proceso electoral como una fiesta popular y pública.
La política en estas circunstancias se convertía en la forma que adoptaba la vida del pueblo, que temporal y espacialmente penetró en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y del bienestar; en una palabra, de la democracia.
Las mañaneras y la elección de la primera mujer presidente en México se conjuntaron para contribuían a fortificar el régimen de la Cuarta Trasformación. Con este proceso político los ciudadanos volvieron a sentirse seres humanos entre sus semejantes.
El humanismo que caracteriza estas relaciones no es en absoluto fruto de la imaginación o el pensamiento abstracto, sino que se experimenta concretamente en ese contacto vivo, material y sensible. El ideal utópico y la realidad se conjuntaron en la visión ofrecida por la comunicación de las mañaneras, única en su tipo.
En conclusión, la eliminación a la vez ideal y efectiva, de las relaciones jerárquicas (racistas, clasistas, discriminatorias) entre los individuos, creó -en las mañaneras y en las urnas- un tipo particular de comunicación inconcebible en situaciones “normales”.
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