En busca de una didáctica para la
Guía Ética para la Transformación de México
Laura Serrano Kérlegan
Hace ya algunos meses, el 26 de
noviembre de 2020, el Gobierno Federal presentó la Guía Ética para la
Transformación de México (GETM) para fomentar su difusión y discusión. El hecho
de que un documento de esta índole (me refiero a su contenido) se haga público
y que apele a todos y a cada uno de los ciudadanos de este país, sin importar
absolutamente ninguna de nuestras diferencias, me parece esperanzador pues me hace
creer nuevamente en la posibilidad de que nuestra realidad nacional cambie y,
con ello, podamos transitar hacia un nuevo y mejor mundo posible creado a
partir de nuestras necesidades y carencias con la fuerza de nuestra voluntad.
Sintetizo a continuación algunas de
las ideas que me parecen importantes sobre la GETM y su contenido:
Rescata el pensamiento filosófico y
ético en la vida pública, no como meras disciplinas teóricas sino como
prácticas de la vida diaria y común a todo ciudadano; además de que las perfila
como actividades que nos son comunes, naturales y que forman parte del sentido
común.
Ensalza las capacidades y virtudes
más humanas y sus diferentes manifestaciones: la razón (conciencia,
entendimiento, conocimiento, reflexión), la palabra (el diálogo, la verdad, los
acuerdos) y su actuar en interrelación con los otros y con el mundo (el
aprendizaje, la educación; la voluntad, el honor, la congruencia, el
compromiso, la responsabilidad, la reparación del daño).
Devuelve el poder al individuo, por
lo menos en su dimensión moral de inicio al reconocerle dichas capacidades y
virtudes y su responsabilidad para generar un cambio social. Pero, sin embargo,
no lo empodera en un sentido individualista y egoísta, sino que le brinda al Otro
un lugar privilegiado de esa relación (sobre todo del Otro desfavorecido).
Concatena pasado-presente-futuro en
una visión pantemporal del actuar humano en dos dimensiones: en la ética y en
la histórico-práctica. Busca rescatar los valores tradicionales y culturales de
nuestros ancestros (pasado) y nutrirlas, desde el aquí y el ahora, con nuevas
nociones morales para resolver dilemas éticos de nuestro tiempo que nos
permitan incrementar, aumentar, expandir y mejorar el bienestar (presente) y
así lograr heredar un país más justo, libre, democrático y soberano a las
generaciones venideras (futuro).
Presenta una ambiciosa intención de
generar una Revolución de las Conciencias para lograr una 4T de la Vida Pública
Nacional. Una idea que es aparentemente contradictoria pues “revolución” denota
un cambio con carácter violento y radical, sin embargo, en la GETM se le
describe como fruto de acuerdos y de un proceso educativo que, sin perder su
pretensión de ser un punto de inflexión de la historia al generar un cambio
profundo y perdurable, no tendrá su anclaje en la imposición ni en la coerción.
A partir de un análisis comparativo
de la GETM y la Cartilla Moral de Alfonso Reyes –en la cual está inspirada, les
presento, a mi juicio, los aspectos menos coincidentes y hasta antagónicos de
ambas obras: uno es su visión del público o los educandos a los que se dirigen
(1) y otro su actitud ante lo dado, lo determinado (2).
Hay que recordar que serían
analfabetos quienes recibieran las lecciones de la Cartilla Moral, por lo que
su estructura y redacción debía adaptarse a dicha carencia, pero no por esto
debía considerarse estúpidos o deficientes a los destinatarios sino suponerlos
hombres normales. En la GETM este público no lo constituye un sector de la
población o un grupo con ciertas deficiencias, sino que lo conforma el total de
la población mexicana; y si bien hay un diagnóstico desolador al afirmar “la
distorsión y la erosión de la ética”, “el declive moral generalizado del país”,
“la descomposición y la decadencia de México”, no hay que olvidar que la causa
no está en el ciudadano de a pie, ni en el pueblo que es “sabio y bueno”.
Fueron el régimen neoliberal y oligárquico quienes difundieron una visión de la
cultura tradicional del pueblo mexicano como sinónimo de atraso y fomentaron
valores como la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito
personal; acarreando con tal visión y tales valores la normalización de
comportamientos corruptos y delictivos hasta introducirlos incluso al seno de
núcleos familiares. Sin embargo, aunque la culpa de esta situación no es del
ciudadano común, tampoco lo exime de su responsabilidad y aun lo convoca a
transformarse, a revolucionar su conciencia por medio de los acuerdos y la
educación. Esta visión del individuo le concede características muy superiores
(razón, conciencia, voluntad y poder) a la vez que le confiere virtudes tales
(amor, fraternidad, libertad, justicia, esperanza, gratitud, perdón, redención)
que lo elevan muy por encima de aquel diagnóstico esbozado anteriormente y lo
hace mirar al futuro y lo capacita para procurar generar un país más justo,
cuyo objetivo sea el bienestar de todos.
Esta diferencia nos lleva a la
segunda, a la actitud ante lo dado, lo determinado. La Cartilla Moral de Reyes
no hace un llamamiento a la voluntad y a la confianza del poder transformador
de la razón y la conciencia bien encausadas del ser humano; más bien me parece
que, en general, constituye una convocatoria a la obediencia de todas las
estructuras sociales y políticas que describe en cada uno de sus respetos; y
redondea esta actitud con la virtud de la resignación, definida como el respeto
a lo que escapa a nuestra voluntad y poder humanos; el respeto a la
circunstancia de que dependemos de algo ajeno y superior a nosotros, para no
vivir una vida imposible destruyéndola con rebeldías estériles y cóleras sin
objeto. La resignación de Reyes es una resignación pasiva que implica soltar
las riendas de la voluntad, sepultar la esperanza y mutilar el poder transformador
del ser humano, en contraste la resignación de la GETM se me presenta como un
ejercicio voluntario e ineludible de toda conciencia moral para re-significar
la realidad, para darle un nuevo significado y sentido a lo que hacemos en ella
pues nos invita a modificarnos y adecuarnos a las cambiantes realidades humanas
y sociales, nos llama a trabajar para expandir nuestra propia libertad y la de
los otros combatiendo las prohibiciones sin sentido, las leyes injustas, las
limitaciones absurdas y el autoritarismo; nos convoca a utilizar las
herramientas de la palabra, la organización social y los recursos legales para
luchar por esa transformación.
Llegada a este punto, colmada de
esperanza y entusiasmo para contribuir constructivamente con la idea de una
posible transición a un mundo mejor, me asaltan varias preguntas dirigidas a mi
entorno actual y presente: ¿qué clase de ciudadano requiere la Cuarta
Transformación de México?, ¿qué fronteras tendrá que romper cada individuo para
lograr una verdadera revolución de su conciencia y así ser co-constructor de un
mejor mundo?, ¿qué podemos hacer como individuos en las ámbitos público,
privado e íntimo para ayudar a la concreción de este proyecto político tan
ambicioso?, ¿qué cambios deberían generarse en los individuos para que el
pueblo llegue a ser este Pueblo Soberano necesario para la nueva realidad
política de México?
Y en la búsqueda de respuestas a
estas preguntas me asalta mi oscura yo pesimista y negativa que me baja a golpe
de prejuicios de la cima a la que la esperanza me había subido previamente. Y
me martillea constantemente con dos ideas básicas inquietantes:
(1) Padecemos en general de un
analfabetismo moral que en nada ayuda a la transformación porque no sabemos
leer a los otros ni a nosotros mismos en nuestro actuar cotidiano, no
encontramos la diferencia entre una interpretación realmente personal de una
imbuida, no sabemos descifrar los motivos profundos que nos impulsan, no
sabemos cómo indagar ni nombrar los sentimientos, emociones y necesidades ni
propios ni ajenos, somos incapaces de comprender el sentido al que nos
conducirán en el futuro nuestros actos, no podemos siquiera posar nuestra
mirada en el mundo y en los otros de manera que podamos significarlos y darles
sentido y lugar en nuestra existencia. Y si no sabemos hacer esas lecturas
básicas, menos podemos cuestionar lo que creemos ni por qué lo creemos ni a
quienes nos hicieron creer lo que creemos, no sabemos a ciencia cierta por qué
y para qué hacemos lo que hacemos, no podemos tampoco calcular las
consecuencias de nuestros actos y omisiones para nosotros mismos, para los
demás y para nuestro entorno.
(2) Los preceptores que han de
encargarse de la transmisión de los principios y valores sintetizados en la
GETM son los adultos mayores, dado que son ellos los depositarios y custodios
de la cultura y las normas tradicionales del pueblo mexicano; y la inquietud
reside en que desde mi experiencia personal dudo de la calidad de dichos
preceptores, pues cuestiono que vayan ligados necesariamente a la edad
habilidades intelectuales como la inteligencia, la apertura de criterio, la
sabiduría, la madurez, y valores como la prudencia, la templanza, la
ecuanimidad, la empatía, la tolerancia y, también, la autoridad moral que le
debieran ser intrínsecas a un tal preceptor. Es decir, me parece que incluso
esos preceptores requieren de una re-formación que les haga posible transmitir
esos principios y valores condensados de la GETM de una forma crítica y con un
afán de construcción de una nueva realidad; para evitar que se convierta en una
herramienta más de adoctrinamiento que perpetué el adormecimiento del razonamiento,
el silenciamiento de la voz, el entumecimiento de la voluntad y la atrofia de
la libertad. Máxime si de contenidos éticos se trata, pues el campo de nuestras
creencias es el más difícil de cuestionar, de de-construir; el cuestionarlo,
criticarlo, el solo indagarlo nos mueve el suelo firme en el posamos cada paso
que hemos dado hacia nuestra construcción como personas y como humanos y nos
desquicia las autoridades morales a las que nos atuvimos a la hora de esa
construcción. Si ya de sí los cambios nos repelen como seres buscadores de
estabilidad y procuramos la permanencia de lo conocido, la transformación –y
más aún la interior- se nos presenta como repulsiva, aversiva y repugnante o,
en el mejor de los casos, se nos desdibuja en etérea utopía para quienes la
procuramos.
Haciendo un esfuerzo constructivo
nacido de la esperanza y el valor, me remito nuevamente al intento de dar
respuesta a esas preguntas y termino formulando una nueva: ¿hemos construido
una didáctica adecuada que permita la completa y correcta difusión de la GETM
teniendo incluso como premisa negativa la existencia de sujetos reacios al
cambio, que padecen el analfabetismo moral y que requieren de una re-formación
para ser preceptores idóneos? Debe haberla, me respondo, y si no la hay, debemos
crearla.
La didáctica es importante porque se
encarga de articular un proyecto pedagógico desarrollando modos de enseñanza
adaptados a las necesidades de los estudiantes y su entorno que facilitan el
aprendizaje. Hay un sinnúmero de propuestas didácticas relacionadas con
contenidos instruccionales y entornos escolarizados, abiertos y hasta
autodidactas; pero mi interés se mueve por la invitación explícita que se hizo
el día de la presentación de la GETM para que la difusión de su contenido –que
se enmarca más bien en lo formativo- se dé en el ámbito de las familias y, yo
le agrego uno más, el de la intimidad personal de cada individuo. Buscando
didácticas específicas para la transmisión de contenidos de ética y moral en
ambientes no formales, particulares e íntimos de la familia o inclusive para el
personal e individual que se refieran a la actividad autodidacta en estos temas
específicos: nada. Además, la mayoría de ellas están enfocadas en alumnado
infantil y joven, muy pocas para adultos cuyo des-aprendizaje y re-aprendizaje
sea una búsqueda consciente. En resumen, no existe una didáctica adecuada para
la GETM y, por ello, debemos construirla. Y me doy cuenta de que, en el intento
previo de buscarla, he encontrado su esbozo inicial en la propia GETM, pues
abordarla, charlarla, dialogarla, discutirla, devanarla nos abren nuevas
ventanas a posibles realidades que antes nos permanecían ocultas tras las
cortinas del olvido de la ética y de su aparente inutilidad, sin por supuesto
asumirla como un contenido unívoco y terminado.
No me siento capacitada para proponer
una didáctica específica pues no soy experta en el tema. Sin embargo, por
intuición y por inclinación tomaría ingredientes de dos autores cuya labor me
inspira profundamente: Paulo Freire con su Pedagogía Crítica y Matthew Lipman
con su programa de Filosofía para Niños. Me parecen idóneos por dos razones:
ambos iniciaron sus trabajos con adultos en situaciones de desventaja social y
ambos comparten una visión ética de su labor al buscar ayudar al Otro. Tanto el
amor y el servicio a los demás como punto de partida del actuar y como el
otorgarle un lugar privilegiado al Otro, y más aún, al Otro desprotegido, al
desfavorecido, son valores que están presentes en la GETM. En términos
generales, y sin abordar sus particularidades, las propuestas de estos autores:
Comparten su visión del individuo y
la convicción y confianza en sus capacidades
Consideran relevantes todas las
dimensiones del ser humano teniendo una visión integral de su persona
Dan relevancia al asombro, la
curiosidad, la búsqueda de sentido
Les son esenciales los procesos de
cuestionamiento, reflexión y argumentación
La pregunta y la lectura juega un
papel crucial en el aprendizaje
Privilegian el diálogo y la comunidad
como fuentes de aprendizaje
Su objetivo es ayudar a construir la
identidad personal y a visualizarse como factores de transformación del mundo
La didáctica que pudiéramos construir
a partir de estos elementos tendría por objetivo despertar y desarrollar todas
las capacidades y virtudes más humanas y sus diferentes manifestaciones a los
que alude el contenido de la GETM: la razón (conciencia, entendimiento,
conocimiento, reflexión), la palabra (el diálogo, la verdad, los acuerdos) y su
actuar en interrelación con los otros y con el mundo (el aprendizaje, la
educación; la voluntad, el honor, la congruencia, el compromiso, la
responsabilidad, la reparación del daño), que lo capaciten para procurar
generar un país más justo, cuyo objetivo sea el bienestar de todos.
Pero además se requeriría de un
perfil del que quiere transformarse y ayudar a la transformación de los otros y
del país: no sólo debe tener y desarrollar continuamente sus habilidades para
indagar, cuestionar e interrogar, sino que debe estar armado de tal valentía
que le permita cuestionar a sus preceptores y autoridades morales, a sus
ancestros, a su sistema familiar, a la historia que éstos le han contado, y a
las creencias y valores que le han inculcado. Además, deberá no sólo
desarrollar habilidades intelectuales y de razonamiento que le permitan
detectar las mentiras que otros han dicho en los ámbitos públicos y privados a
los que pertenece, sino que deberá tener la disposición de ánimo y el valor
para desvelarlas, para erradicar los silencios y los secretos que nos niegan el
acceso a la verdad, pero por sobre todas las cosas, para decir la verdad a sí
mismo y a los demás. No sólo se conmoverá con la injusticia, sino que estará
determinado a transformar las circunstancias para erradicarla utilizando la
razón, alzando su voz y organizándose socialmente. Y si quisiera ser preceptor
de otros, deberá ser un modelo a seguir y educar con la fuerza del ejemplo…
pues éste constituye la mejor de las herramientas didácticas.
Laura Serrano Kérlegan
Puebla, Pue., a 14 de abril de 2021